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lunes, 18 de abril de 2016

"Actas del Magisterio - Mons. Lefebvre"

CAPÍTULO 12
Encíclica Divini Redemptoris
del Papa Pío XI
sobre el comunismo
(19 de marzo de 1937) 
(SEGUNDA PARTE)


La clarividencia de los Papas

El Papa repite lo que ya había dicho un poco antes, cuando la guerra civil española se acercaba a su desenlace, y escribe:
«Hasta los más encarnizados enemigos de la Iglesia, que desde Moscú dirigen esta lucha contra la civilización cristiana, atestiguan con sus ininterrumpidos ataques de palabra y obra que el Papa-do, también en nuestros días, continúa fielmente tutelando el santuario de la religión cristiana, y que ha llamado la atención sobre el peligro comunista con más frecuencia y de modo más persuasivo que cualquier otra autoridad pública terrenal».
Así que los rusos reconocían que el Papa, el Sumo Pontífice, era el que se oponía al comunismo con más vehemencia y con más fuerza persuasiva que cualquier otro poder público en la tierra. Desgraciadamente, todo ha cambiado completamente a partir del concilio Vaticano II. Es casi una traición, porque si los Papas habían juzgado oportuno durante un siglo condenar el comunismo, ¿cómo puede ser que de golpe Roma no hable más de él ni quiera condenarlo? Este no fue el caso del Papa Pío XI, que no tuvo miedo ni temor de hacerlo. Se da como pretexto que “si el Papa condena el comunismo, los católicos van a ser perseguidos todavía más en los países que están bajo el yugo comunista”.

El abandono peor que la persecución

Esto no es verdad. Los comunistas temen a quienes los atacan públicamente. Los que están detrás del telón de acero se sentirían sostenidos por la Santa Sede y comprendidos por todos los católicos que no vivían bajo régimen comunista. Esto les habría dado realmente animó cuando se preguntaban angustiados si se les seguía apoyando y si su combate era o no aprobado por Roma.  Es el caso de los lituanos, por ejemplo, que se suelen preguntar si la Santa Sede aprueba el combate que sostienen hoy, porque se dan cuenta de que en cierto número de Estados, los obispos que son nombrados ahora, como Mons. Lekaï en Hungría o Mons. Tomasek en Checoslovaquia hacen que los sacerdotes que luchan contra el comunismo se callen o sean ignorados.  Sucede con ellos lo que con nosotros en la Iglesia que, sin embargo, no está detrás del telón de acero. Quisieran hacernos callar y suprimirnos. Allí sucede lo mismo. En los países detrás del telón de acero, los cardenales y los que están en las curias episcopales son los que prohíben a la gente que luche o tome partido contra el gobierno comunista, de modo que no saben qué hacer. Se preguntan si la Iglesia sigue estando contra el comunismo ateo o no. Para ellos es una angustia incluso más terrible que la persecución. Cuando se es perseguido, se defiende a la Iglesia y a la fe; pero lo peor de todo es no saber si el motivo por lo que se lucha y por lo que se está dispuesto a ir a la prisión, y a sufrir tormentos y torturas, sigue estando aprobado o no. No saber ya si los jefes y los superiores están de su lado o si los desaprueban, es un sufrimiento moral más grande que el dolor físico que sienten en sus mazmorras y prisiones. Sucede algo parecido con nosotros. El hecho de que los obispos y la autoridad eclesiástica nos echen afuera y nos tengan tirria, es un gran sufrimiento. Y aún es peor que incluso en Roma nos hacen a un lado y nos desprecian, porque nos preguntamos si la Iglesia aprueba el combate contra los errores modernos, combate que ha sido el de los Papas durante dos siglos. ¿Ya no hay que combatir contra los errores? ¿Ya no hay que luchar por la verdad? Es algo increíble. Y este sufrimiento es mayor aun cuando vemos en qué se ha convertido la Iglesia después del Concilio. Para muchos católicos es algo extremadamente doloroso. ¡Cuántos seglares y sacerdotes sufren el martirio por esta situación! Ya no saben qué pensar, siendo que antes todo estaba tan claro: era toda la Iglesia la que combatía con los Papas; la Iglesia —con Roma— y todo el mundo combatía. Ya no se sabe qué pensar. Ya no quieren combatir al comunismo abiertamente. ¡Y eso que el Papa ha vivido bajo un régimen comunista! Desde su llegada al pontificado, ¿se le ha escuchado alguna vez o hemos leído en algún documento suyo que adopte una postura abierta contra el comunismo? Quizás ha hecho alguna alusión, en alguna oportunidad, pero no hay un auténtico combate contra esta revolución que, como escribió el Papa Pío XI, es la más espantosa que jamás se ha sufrido.

El empeoramiento del peligro

Antes de su encíclica, el Papa Pío XI ya había hablado muchas veces:
«A pesar de estas repetidas advertencias paternas, que vosotros, Venerables Hermanos, con gran satisfacción Nuestra, habéis tan fielmente transmitido y comentado a los fieles en tantas recientes pastorales, algunas de ellas colectivas...».
Felicita a los obispos por haber hecho un amplio eco a sus declaraciones.
«...el peligro se va agravando cada día más bajo el impulso de hábiles agitadores» (§ 6).

Es una comprobación que se encuentra en todos los documentos de los Papas: a pesar de sus advertencias, el mal progresa. Podríamos realmente creer que Dios, para probarnos, permite que a pesar de todo lo que los Papas han hecho y combatido, no lleguemos a exterminar los errores ni a canalizar esta corriente que, des-de hace dos o tres siglos, conduce al mundo a su autodestrucción.

«Por eso Nos creemos en el deber de elevar de nuevo Nuestra voz con un documento aún más solemne, como es costumbre de esta Sede Apostólica, Maestra de la verdad, y como lo pide el hecho de que todo el mundo católico desea ya un documento de esta clase. Y confiamos que el eco de Nuestra voz llegará a dondequiera que haya mentes libres de prejuicios y corazones sinceramente deseosos del bien de la humanidad; sobre todo porque Nuestras palabras se hallan hoy confirma-das dolorosamente por el espectáculo de los amargos frutos producidos por las ideas subversivas; frutos que habíamos previsto y anunciado, y que espantosamente se multiplican de hecho en los países dominados ya por el mal, o se ciernen amenazadores sobre todos los demás países del mundo».
Podemos decir que el Papa lo había vislumbrado claramente. Si volviera, diría: “Ya os lo había predicho”. Después del Papa Pío XI, ¿cuántas naciones que no lo estaban en ese momento han caído bajo el yugo comunista?  En Africa no había prácticamente ninguna. Bajo la dominación soviética, estaba Rusia y también China. Pero el Extremo Oriente, Vietnam, etc., no habían caído bajo el régimen comunista. Mientras que ahora, en Africa, casi la mitad de los países han caído a manos de los comunistas, y esto sin contar en América a Méjico, América Central y Cuba, y sin tomar en cuenta la influencia comunista que ha penetrado en los países supuestamente libres. Los comunistas han hecho enormes progresos en Italia, en Francia y en España, en donde están empezando a volver a tener importancia. Es muy preocupante.

La impostura denunciada
«Una vez más, por lo tanto, Nos queremos exponer en breve síntesis los principios del comunismo ateo, tal como se manifiestan principalmente en el bolchevismo, y mostrar sus métodos de acción; contraponemos a esos falsos principios la luminosa doctrina de la Iglesia e inculcamos de nuevo, con insistencia, los medios con los que la civilización cristiana, la única sociedad civil verdaderamente humana, puede librarse de este satánico azote y desarrollarse mejor para el verdadero bienestar de la sociedad humana» (§ 7). En la segunda parte, Pío XI describe la teoría y la práctica de los comunistas.

Una desfiguración de la redención de los pobres

«El comunismo de hoy, de modo más acentuado que otros movimientos similares del pasado, contiene en sí una idea desfigurada de la redención de los pobres».
Así es como el Papa ve al comunismo. El comunismo se presenta al mundo como la redención de los pobres, que viene a traer la salvación a los pobres, a los desgraciados y a los que padecen hambre... Es una contrarredención, si se puede decir, tal como acostumbra hacer el demonio, que imita en cierta medida a la religión cristiana y a Nuestro Señor, que vino a traer la redención a las almas y a la civilización cristiana, la más hermosa de todas. De modo que para destruir esta civilización cristiana hay que presentar al mundo una especie de contrarredención. Se han inventado esta estrategia: presentarse al mundo como los que traen la redención de los pobres.  «Un seudoideal de justicia, de igualdad y de fraternidad en el trabajo, impregna toda su doctrina y toda su actividad...»
Efectivamente, los comunistas se presentan como animados por una verdadera mística, algo así como una nueva religión y un nuevo evangelio. Es el medio que emplean para engañar a los pobres, llamándose los liberadores de las clases pobres, de los obreros...
«...con cierto falso misticismo que comunica a las masas, halagadas por falaces promesas, un ímpetu y entusiasmo contagiosos, especialmente en tiempos como los nuestros, en los que a la defectuosa distribución de los bienes de este mundo ha seguido la miseria de mucha gente».

La economía liberal, fruto de la Revolución

Con el sistema de la economía liberal, que es el fruto de la Revolución francesa, están las mismas personas que difundieron el veneno de esa supuesta libertad, porque detrás de todo esto, como va a decir el Papa, están las sociedades secretas. Ahora bien, esa gente es la que acabó con todo lo que existía para defender al obrero: las corporaciones, las asociaciones obreras... Se acabó con todo eso en el momento de la Revolución, de modo que el obrero se halló sólo frente a sus jefes, al mismo tiempo que se permitió toda la libertad: economía liberal, libertad de comercio, libertad de industria, etc. Evidentemente, los que tenían el dinero lo aprovecharon para acumular fortunas considerables en detrimento de los trabajadores que se hallaban desamparados... No tenían ningún vínculo entre sí, pues todas las corporaciones se habían desintegrado. Sin embargo, durante el siglo XIX, hay que reconocer que gracias a los esfuerzos de la Iglesia católica, del Papa León XIII, de los católicos franceses como La Tour du Pin, y en otros países como por ejemplo Alemania, se trató de volver a dar a los obreros cierta organización para defenderse contra los que se aprovechaban abusivamente de su trabajo y debilidad.

Todos estos sufrimientos e injusticias son frutos de los errores y no de la civilización cristiana tal como la Iglesia la había establecido. Pero son los frutos de los errores que fueron difundidos ya por el protestantismo y luego por la Revolución: el espíritu liberal, que permite la libertad total de comercio e industria, mientras que antes había reglas. No podía colocarse una industria en cualquier lugar ni de cualquier modo; ni se podía aplastar a los demás, destruir a los pequeños ni formar monopolios como se hace ahora. Son siempre prácticamente los resultados de la economía liberal, no el fruto de la Iglesia. Incluso los sacerdotes han acusado a menudo a la Iglesia diciendo: “Es el resultado de la civilización cristiana”. ¡Es completamente falso! Es el resultado de la Revolución. Los revolucionarios han roto las estructuras que había antes y que defendían al obrero, uniendo al patrón y al obrero, y que los hacían trabajar juntos en asociaciones y corporaciones que solían tener un aspecto religioso: su santo patrono e incluso fiestas religiosas... Eran asociaciones organizadas para el trabajo, el oficio y la profesión. Tenían su santo patrono de la profesión: todo esto estaba hecho en un espíritu cristiano. Ahora bien, ¡tiraron todo esto al suelo! Los obreros se encontraron solos ante personas que, sin fe ni ley ni moral, se aprovecharon para abusar de ellos. Hubo enormes abusos, hay que reconocerlo, y formas de explotación vergonzosas. Por desgracia, fue en ese momento cuando se presentó el comunismo, que dice: “Nosotros, nosotros os vamos a liberar ahora; nosotros, nosotros, nosotros”, etc. Llegaron en el momento justo en que podían encontrar fácilmente una audiencia enorme en la población y especialmente entre los obreros. «...especialmente en tiempos como los nuestros —sigue diciendo el Papa— en los que a la defectuosa distribución de los bienes de este mundo ha seguido una miseria de mucha gente. Más aún, se hace gala de este seudo ideal, como si él hubiera sido el iniciador de cierto progreso económico, el cual, cuando es real, se explica por otras causas muy distintas». Evocando cómo los comunistas explotaron la situación generadora de injusticias sociales, Pío XI indica de dónde saca las ideas del comunismo.

El materialismo dialéctico y la lucha de clases
«La doctrina, que el comunismo oculta bajo apariencias a veces tan seductoras, se funda hoy esencialmente en los principios del materialismo, llamado dialéctico e histórico, ya proclamados por Marx, y cuya única genuina interpretación pretenden poseer los teorizantes del bolchevismo» (§ 9).

El Papa no se extiende mucho sobre la doctrina. La expone en pocas líneas:
«Esta doctrina enseña que no existe más que una sola realidad, la materia, con sus fuerzas ciegas: la planta, el animal, el hombre son el resultado de su evolución».

Es una teoría similar al sistema evolucionista: todo se encuentra en la materia.
«La misma sociedad humana no es sino una apariencia y una forma de la materia, que evoluciona del modo dicho, y que por ineludible necesidad tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la síntesis final: una sociedad sin clases».
Una sociedad completamente nivelada e igual... Esto es lo que según los principios del comunismo tendría que ser la evolución, una evolución fatal e inevitable, por la aplicación de un principio interno a la materia que provoca esa evolución contra la que nadie puede hacer nada. Pero hay un medio para precipitarla y apresurarla:

«En semejante doctrina es evidente que no queda ya lugar para la idea de Dios: no existe diferencia entre el espíritu y la materia, ni entre el cuerpo y el alma [por consiguiente, el alma no existe, sino sólo el cuerpo]; ni sobrevive el alma a la muerte, ni por consiguiente puede haber esperanza alguna de otra vida. Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los comunistas sostienen que los hombres pueden acelerar el conflicto que ha de conducir al mundo hacia la síntesis final».

 De ahí el medio que emplean para acelerar este movimiento: la dialéctica.

«De ahí sus esfuerzos para hacer más agudos los antagonismos que surgen entre las diversas clases de la sociedad; la lucha de clases, con sus odios y destrucciones, toma el aspecto de una cruzada por el progreso de la humanidad».

Se podría añadir que esta expresión “lucha de clases” no hay que tomarla únicamente en el sentido de la lucha de los obreros contra los patronos sino también en el conjunto de todas las destrucciones sociales. Por supuesto, es una ocasión evidentemente magnífica para tratar de levantar y confrontar a los jefes y empleados. Según los comunistas, únicamente la lucha y el combate permanentes permiten, supuestamente, hacer progresar a la sociedad desde el punto de vista económico.


Pero no sólo se esfuerzan por inflamar esta lucha de clases, sino también de los ciudadanos contra la autoridad y el gobierno. Se trata de aprovechar cualquier oportunidad para intentar levantar a los ciudadanos contra la autoridad. Se multiplicarán las manifestaciones. Si es necesario, se provocarán disturbios. La lucha de clases es también esto. En todas partes, en el interior de todas las sociedades, los comunistas tratarán de oponer a unos contra otros. Preconizan la emancipación de los hijos contra los padres... e incluso en las sociedades religiosas, tratarán de levantar al que supuestamente es el bajo clero contra el alto clero. En cualquier lugar en que se puedan introducir y fomentar esta dialéctica y esa lucha en el interior de las sociedades, está uno de sus principios: hay que luchar siempre. «La lucha de clases, con sus odios y destrucciones —sigue diciendo el Papa— toma el aspecto de una cruzada por el progreso de la humanidad».

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