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viernes, 5 de febrero de 2016

El Peregrino Ruso

Staretz

CAPITULO II

(continuación)

Leía también la Biblia y me daba cuenta de que comenzaba a entenderla mejor que antes, cuando tantas cosas me parecían aún oscuras y no lograba alcanzar su sentido. Tienen razón los Santos Padres cuando afirman que la Filocalía es la llave para penetrar en los misterios de la Sagrada Escritura, Con ayuda de este manual empecé a comprender parcialmente la palabra de Dios (7), El hombre interior, el misterio del corazón, la verdadera oración, el reino de los cielos está en vosotros, permaneced en mí, dame tu corazón, revestirse de Cristo, el grito desde el fondo del corazón: Abbá Pater..., todo se me iba revelando poco a poco. Luego, cuando rezaba en el profundo recogimiento de mi corazón, todo lo que me rodeaba me parecía estupendo, y maravilloso: los árboles, las plantas, los pájaros, la tierra, el aire, la luz, parecían decirme que todo había sido creado para el hombre, que todo era una demostración del amor de Dios hacia el hombre, que todo oraba al Señor, presentándole su homenaje de adoración y alabanza. Fue entonces cuando entendí el significado de las palabras de la Filocalía: entender el lenguaje de todas las criaturas, y vi que ahora podía hablar con todas ellas y que ellas me entenderían.

Peregriné aún largo tiempo y finalmente vine a dar en un lugar tan salvaje que durante tres días no encontré una sola casa. Mis provisiones de pan seco se habían terminado y comencé a orar desde lo más profundo del corazón. Y he aquí que mientras avanzaba bordeando una selva impenetrable vi a un perro que, saliendo del bosque, corría delante de mí. Lo llamé. Vino y se puso a saltar en torno mío haciendo zalemas. Me alegré pensando que era otro beneficio, otra gracia de Dios. Ciertamente debe haber un rebaño en el bosque y éste es un perro pastor... ¡O quizá un cazador anda por estos lugares! Le pediré un trozo de pan, pues no como desde hace veinticuatro horas... O quizá me guíe a una aldea no lejana. El perro, después de haber dado unos cuantos saltos alrededor de mí, viendo que no le daba nada, se volvió por la senda por donde había venido. Lo seguí y le vi deslizarse, unos doscientos metros más adelante, en una gruta, ladrándome. Al mismo tiempo, de detrás de un árbol salió un hombre de mediana edad, delgado y pálido. Me preguntó de dónde venía, y yo le pregunté cómo se encontraba allí. Así se entabló entre nosotros una amigable conversación. El hombre me condujo a su choza de tierra y me explicó que era un guardabosque, encargado de la custodia de aquella floresta que iba a ser talada. Me sirvió pan y sal.

-¡Cuánto te envidio! -le dije-o ¡Tú puedes vivir en la soledad de este bosque, mientras yo tengo que peregrinar de un lado para otro y encontrar toda clase de gente!

-Puedes quedarte si quieres -me dijo el desconocido-o Aquí cerca está la cabaña del antiguo guardabosque. Está medio derruida, pero durante el verano aún es habitable. Sin duda, tendrás tu pasaporte. Tendremos pan suficiente; me lo traen de mi pueblo cada ocho días. La fuente que ves no se seca nunca. Yo, hermano querido, desde hace diez años no como más que pan ni bebo más que agua. En otoño, cuando los labradores hayan terminado las faenas del campo, doscientos hombres vendrán a talar el bosque. Entonces yo no podré quedarme aquí y... tú tampoco. La alegría que me produjeron estas palabras casi me hizo caer a sus pies. ¿Cómo podría yo agradecer dignamente al Señor tanta bondad para conmigo? Lo que me atraía, lo que yo deseaba ardientemente, se estaba realizando de un modo inesperado. Aún faltaban cuatro meses para el otoño y durante todo este tiempo podía gozar del reposo y la soledad y dedicarme de lleno a la lectura de la Filocalía. Me decidí, pues, a quedarme y aquel mi buen hermano en Cristo, que me había recibido, me narró la historia de su vida. -No era de los últimos del pueblo -me dijo-o Tenía un buen oficio, era encalador, y vivía con desahogo, aunque no sin pecar. Engañaba con frecuencia a mis clientes, perjuraba, me irritaba continuamente, me emborrachaba, fumaba... Había en nuestro pueblo un diachok 8 que tenía un libro antiguo sobre el Juicio universal 9. Iba a leerlo de casa en casa y le recompensaban con un poco de dinero. Venía también a mi casa, y cuando le daba diez kopeck y un vaso de aguardiente, estaba dispuesto a leer durante toda la noche, hasta el canto del gallo. Yo, sentado a mi trabajo, escuchaba los tormentos que nos esperaban en el infierno, cómo los vivos serán transformados y los muertos resucitarán, cómo Dios juzgará al mundo y los ángeles sonarán las trompetas y el fuego y los gusanos devorarán a los pecadores... Un día, oyendo todo esto, el terror se apoderó de mí, y pensé interiormente: « ¿Cómo podré evitar tales tormentos?, ¿cómo salvaré mi alma y me libraré de mis pecados?» Abandoné el oficio, vendí la casa, me vine aquí como guardabosques y no exijo al Ayuntamiento más que pan, ropa y velas para mis oraciones. Desde hace diez años vivo así; con sólo pan yagua, que tomo dos veces al día. Me levanto al canto del gallo y rezo mis oraciones con siete cirios encendidos ante las santas imágenes. Cuando durante el día salgo a inspeccionar el bosque, llevo sobre mis carnes cadenas de hierro que pesan diez kilos. No pierdo nunca la paciencia, no bebo vino ni cerveza, no fumo.(8) y no tengo comercio alguno con mujeres. Al principio, esta vida me gustaba, pero últimamente no pienso así. ¡Sólo Dios sabe si de este modo podré expiar mis pecados! Además, ¿es cierto todo lo que escriben los libros? ¿Cómo puede un muerto resucitar?; ¿existe verdaderamente el infierno? Nadie ha vuelto del más allá. Cuando un hombre está muerto y corrompido, ¿qué puede hacerse de él? Quizá han sido los curas, los señores o los jefes quienes han escrito los libros, para meternos miedo, a nosotros que somos gente sin cultura, para hacernos vivir dentro de la ley. ¿Y si nos torturamos en vano, renunciando a todo placer?; ¿y si no existiese otra vida?; ¿no sería mejor, en tal caso, gozarla aquí sobre la tierra? Tales pensamientos me atormentan con frecuencia y no sé si un día no volveré a mi antiguo oficio. Yo le escuchaba con lástima, pensando entre mí: ¡suele decirse que sólo entre los sabios y los truhanes se dan librepensadores, que no creen en nada! No; también uno de nosotros, un simple campesino, puede caer en la incredulidad. El reino de las tinieblas abre sus puertas y quizá se apodera más fácilmente de las gentes sencillas. Es, pues, necesario armarse lo mejor posible con la palabra de Dios contra el enemigo de nuestras almas y fortalecerse. Para fortificar lo mejor posible la fe de este hermano, saqué de mi bolsillo la Filocalía y busqué el capítulo 109, de Hesiquio (9) Se lo leí e intenté hacerle comprender que era inútil y vano abstenerse de pecar sólo por temor a los tormentos del infierno; que el alma sólo conseguía librarse de sus pecados mediante la inteligencia de la verdad y la purificación del corazón y esto no se puede obtener sino mediante el recogimiento interior. Quien hace obras buenas sólo por temor del infierno sigue, según los Santos Padres, el camino de la esclavitud; quien las hace para ser recompensado con el reino de los cielos, se porta como un mercenario. Dios quiere que vayamos a él como los hijos van hacia su padre; quiere que nos portemos bien por amor y respeto suyo, que seamos felices uniéndonos a él con una unión beatificante de espíritu y de corazón. -Por más mortificaciones corporales que te impongas, no encontrarás la paz si no tienes a Dios en tu alma y la incesante plegaria a Jesús en tu corazón; ante la pequeña ocasión, volverás a caer en el pecado. Tú puedes muy bien ejercitarte en esta oración aquí, en la soledad, y pronto alcanzarás la paz. Entonces ningún pensamiento ateo podrá turbarte y tu amor por Jesucristo hará que resplandezca tu fe. No te parecerá imposible que los muertos resuciten y el juicio universal se te mostrará bajo su verdadero aspecto. Sentirás en tu corazón una ingravidez, una dicha, que tú mismo te admirarás. Ya nada te atormentará ni te impedirá tu vida.  Le expliqué luego, lo mejor que pude, que es necesario comenzar Y continuar la oración a Jesús y que la palabra de Dios así nos lo enseña.  Asintió a todo y me pareció calmarse. Yo me retiré a la cabaña que me había asignado.

¡Qué extasiado estaba, Dios mío, qué tranquilo y feliz cuando atravesé los umbrales de aquella choza! ¡Me parecía un regio palacio, lleno de alegría y de deleites! Di gracias a Dios con lágrimas de consolación y me dije a mí mismo. «En esta calma y en este silencio puedo realizar mi obra y pedir a Dios que me ilumine.» Leí nuevamente toda la Filocalía desde el principio hasta el fin, con gran atención, y vi cuánta sabiduría, santidad y profundidad contenía aquel libro. Sin embargo, se trataban temas y contenía tantas exhortaciones de los Santos Padres, que no pude comprenderlo todo ni descifrar lo que se refería al recogimiento interior del corazón continuo y eficaz. Tampoco sabía cómo realizar mi más ferviente aspiración.  Pensaba en las palabras del Apóstol: Aspirad a los dones mejores (1 Co 12, 31); No extingáis el espíritu (1 Ts 5, 19), Y me decidí a permanecer en oración hasta que Dios me hubiese iluminado.  Durante veinticuatro horas no hice más que orar, sin interrumpirme un solo instante. Finalmente se calmaron mis pensamientos y me dormí. Entonces soñé que me encontraba en la celda de mi difunto staretz y que éste me explicaba la Filocalía. -Es un libro lleno de sabiduría, un vivero misterioso que encierra la explicación de los designios de Dios. No todos pueden entenderlo, pero cada uno recibe de él las luces que necesita: contiene sabias indicaciones para los sabios y sencillas para los simples. Por esta razón los no instruidos no deben leer los capítulos por el orden en que se hallan dispuestos. Tal orden es para los doctos. Los no preparados que quieren aprender en este libro la oración interior deben leer la Filocalía por el siguiente orden: primero, el libro del monje Nicéforo, sobre todo la segunda parte; luego, todo el libro de Gregario el Sinaíta, dejando los capítulos cortos; las tres formas de oración de Simeón el Nuevo Teólogo y su sermón sobre la fe; después, el libro de Calixto e Ignacio. (10). Estos dos Padres dan las explicaciones más necesarias y completas sobre la oración interior del corazón, en palabras sencillas, accesibles para cualquier lector 12. Si quieres entenderlo de un modo aún más claro -me dijo-, abre por la  parte cuarta y lee el progreso de la oración, tal como lo compendia San Calixto, Patriarca de Constantinopla. Soñaba que tenía el libro en mis manos y que buscaba el lugar citado sin conseguir encontrarlo.Entonces el staretz mismo volvió algunas páginas y dijo: Aquí; pondré una señal.» Cogió de la tierra un trozo de carbón y trazó una señal en el margen. Escuché con atención al staretz Y procuré grabar en mi memoria palabra por palabra todo lo que decía. Cuando desperté, aún era de noche.  Continué acostado, repitiendo en mi pensamiento el sueño y las palabras del staretz: Luego pensé: «Dios sabe si sería realmente el alma de mi difunto siaretz o un producto de mi imaginación, siempre ocupada con la idea de la Filocalía Y de mi staretz».  Con estos pensamientos me levanté cuando fue de día, y... ¡cuál no sería mi sorpresa al ver sobre una piedra, que hacía de mesa en mi choza, el libro abierto precisamente por la página que me había indicado el staretz Y una señal de carbón en el margen, tal como lo había visto en sueños, y el trozo de carbón posado junto al libro! Miraba atónito, porque estaba seguro de que la tarde anterior el libro no estaba allí, que lo había colocado cerrado bajo la almohada Y que no tenía alguna señal donde ahora estaba marcado con arbón. Esto me convenció de la verdad del sueño y del estado glorioso del viejo monje, mi venerado maestro. Comencé a leer la Filocalía según el orden prescrito. Leí una Y dos veces, y mi alma se inflamó del deseo de poner por obra lo que había leído.

Entendí claramente lo que era la oración interior, cómo se podía alcanzar, cuáles eran sus frutos, cómo llenaba de felicidad el cuerpo y el alma y cómo se podía distinguir si estos efectos provenían de Dios, de la naturaleza o de la tentación.  Empecé, pues, como lo enseña Simeón el Nuevo Teólogo, a mirar hacia el corazón. Con los ojos cerrados, concentrando todas las fuerzas de la imaginación, dirigía hacia el corazón la mirada de mi espíritu. Este ejercicio duraba media hora, que repetía algunas veces al día. Al principio sólo experimentaba un sentido de oscuridad. Poco a poco, en breve tiempo, pude representarme mi corazón y sus movimientos y, con la ayuda de mi hálito, sincronizarlos con la oración a Jesús, como nos lo enseñan los santos Gregorio, Calixto e Ignacio. Aspirando el aire, dirigía mi vista espiritual al corazón y decía: Señor mío Jesucristo.  Espirando, decía: ten misericordia de mí. Lo repetía varias veces al día: primero durante media hora, luego por espacio de una hora y finalmente casi ininterrumpidamente. Si se me hacía difícil, si sentía que la pereza o la duda se adueñaban de mí, tomaba en mis manos inmediatamente la Filocalía y volvía a leer los puntos que trataban de la oración interior y en seguida me tornaban las ganas y el celo de practicarla. Al cabo de tres semanas aproximadamente comencé a experimentar en el corazón cierto dolor, pero acompañado de una alegría y un fervor intensamente agradables. Esto me indujo a insistir aún más en la oración; dominaba completamente mis pensamientos, sentía una gran alegría y como una liberación de la gravedad de mi cuerpo, de ruedo que me veía transformado y arrebatado. Sentía gran amor por Jesucristo Y por toda la creación de Dios. Se me llenaban de lágrimas los ojos, lágrimas de gratitud hacia el Señor. Tan misericordioso conmigo, obstinado pecador. Mi pobre inteligencia se iluminó de tal manera, que podía contemplar cosas que antes no hubiera osado pensar. A veces, un ardor celestial penetraba todo mi ser y, en mi recogimiento, sentía la divina presencia. Sólo con pronunciar el nombre de Jesús me sentía feliz. Entonces comprendí lo que significan aquellas palabras: el reino de Dios está dentro de vosotros. Todas estas experiencias me enseñaron que la oración interior produce abundantes frutos: sincero amor de Dios, paz interior, rapto del espíritu, pureza de pensamiento, agilidad y vigor en todos los miembros, un general bienestar, insensibilidad a las enfermedades y dolores, nueva fuerza de raciocinio, nueva inteligencia de la Sagrada Escritura; comprensión del lenguaje de todas las criaturas, repulsa de toda vanidad, nuevo concepto de la santidad y de la vida interior y, finalmente, la conciencia cierta de que Dios está presente y de que su Amor lo abraza todo.

Después de pasar cinco meses en este recogimiento y con experiencias tan dichosas me acostumbré de tal manera a la oración que no la abandonaba nunca, la sentí resonar dentro de mí no sólo cuando estaba despierto, sino también durante el sueño, sin interrumpirse por un solo instante, cualesquiera que fuesen mis ocupaciones. Mi alma daba continuas gracias a Dios y mi corazón se derretía de una beatitud infinita. Vino el tiempo de la tala del bosque y por todas partes comenzaron a llegar obreros. Tuve que dejar mi silenciosa morada. Di las gracias al guardabosque, oré, besé la tierra en que Dios se me había mostrado tan liberal, cogí mi alforja y me fui. Peregriné largo tiempo y por diversos lugares hasta llegar a Irkustk. El rezo silencioso de la oración a Jesús en el fondo del corazón me confortaba y sostenía en mi viaje. Ninguna circunstancia externa, ninguna ocupación la impedían.  Cuando me ocupaba de algún asunto, la oración me ayudaba a resolverlo más rápidamente. Mientras escuchaba o leía, la oración seguía brotando de -mi corazón. Pensaba dos cosas a la vez como si se desdoblase mi personalidad o hubiese dos almas en mí. ¡Cuán misteriosa es la naturaleza humana! ¡Cuán grandes son tus obras, Señor! Todas las hiciste con sabiduría; la tierra está llena de tu riqueza.(Sal 13, 24). 

(7)- Recuérdese lo dicho en la introducción a este respecto. Occidente, a causa de las discusiones sobre todo contrarreformistas, se ha interesado más por una Tradición que contuviese algo que no se encontrase en la Sagrada Escritura. En cambio hay que afirmar fuerte-ente que la Tradición es, ante todo y sobre todo, interpretación de la Palabra de Dios. Y si puede ser una interpretación vivida, mejor.)

(8) Dyachok, servidor del culto cuya principal función en la Iglesia rusa es cantar los salmos y lecturas.)

 (9) - El hecho de que sean varias en la historia las personas que llevan este nombre ha confundido a no pocos autores a la hora de individualizarles. El capítulo aquí  recordado es de Hesiquio, monje de Batos (ss. VI-VII),  discípulo de san Juan Clímaco. De su obra conocida  véanse unas páginas en Textos de espiritualidad oriental, pp. 114-137.)

 (10) -Es un libro lleno de sabiduría, un vivero misterioso que encierra la explicación de los designios de Dios. No todos pueden entenderlo, pero  cada uno recibe de él las luces que necesita: contiene sabias indicaciones para los sabios y sencillas para los simples. Por esta razón los no instruidos no deben leer los capítulos por el orden  en que se hallan dispuestos. Tal orden es para los doctos. Los no preparados que quieren aprender en este libro la oración interior deben leer  la Filocalía por el siguiente orden: primero, el  libro del monje Nicéforo, sobre todo la segunda  parte; luego, todo el libro de Gregario el Sinaíta,  dejando los capítulos cortos; las tres formas de  oración de Simeón el Nuevo Teólogo y su sermón  sobre la fe; después, el libro de Calixto e Ignacio.  Estos dos Padres dan las explicaciones más  necesarias y completas sobre la oración interior  del corazón, en palabras sencillas, accesibles para  cualquier lector.


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