II. — Tiempo de Cuaresma.
1. — Exposición
dogmática.
El tiempo de Septuagésima nos ha recordado
cómo debe el hombre caído asociarse, por el espíritu de penitencia, a la obra
redentora del Mesías. Pues en esta Cuaresma, mediante el ayuno y demás
prácticas penitenciales, vamos a incorporamos a ella de un modo todavía, más
perfecto. Nuestra alma rebelde a Dios se ha hecho esclava del demonio, del
mundo y de la carne. Y precisamente, en todo este santo tiempo nos muestra la
Iglesia a Jesús ya en el desierto (Dom. I de Cuar.), ya en medio de los azares.
de su vida pública, combatiendo para libramos de la triple atadura del orgullo,
de la avaricia y de la lujuria, que nos esclavizan a las criaturas. Cuando por
su doctrina y sus dolores nos haya redimido del cautiverio y restituido la
libertad de hijos de Dios, nos dará, en las fiestas Pascuales, la vida divina,
que habíamos perdido. De ahí que la liturgia cuaresmal, embebida como está en
las enseñanzas del Maestro y en el espíritu dé penitencia del Redentor,
sirviera en otro tiempo para la formación de los catecúmenos» y para mover a
compunción a los públicos penitentes» que aspiraban a resucitar con Jesús el
Sábado Santo, mediante la recepción del Sacramento del Bautismo, o el de la Penitencia.
Esos son los dos pensamientos que la Iglesia irá desarrollando durante la
Cuaresma entera, mostrándonos en la persona de los judíos infieles a los
pecadores, que no pueden volver a Dios sino asociándose al ayuno de Jesús
(Evang. del 1er Dom.); y en la de los Gentiles, llamados en su lugar, los
efectos del Sacramento de la regeneración (Ev. del 2° y 3er dom.) y de la
Eucaristía en nuestras almas (Ev. del dom.).
En el Oficio divino prosiguen las lecturas del
Antiguo Testamento. En el 1er Domingo de Cuaresma, la figura de Isaac se halla
eclipsada por el pensamiento de Jesús en el desierto. En la última semana de
Cuaresma la liturgia lee la historia de Jacob, figura de Cristo y de su
Iglesia, la cual es siempre protegida y favorecida por Dios como aquel santo
patriarca. Trátese de José en las lecturas del Breviario de la 3a semana, y en
él se ve una figura de Cristo y de la Iglesia, los cuales han devuelto siempre
el bien por el mal, y brillan con desusados fulgores por su inmaculada vida.
Por fin, la 4a semana está consagrada a Moisés, el cual libertó al pueblo de
Dios, introduciéndolo después en la tierra prometida, y figurando en esto lo
que la Iglesia y Jesucristo hacen con las almas por Pascua.
Vemos, pues, cómo «Dios explica con la luz del
Nuevo Testamento los milagros de los tiempos primitivos» (Orac. del Sáb. S.).
Así, meditando las páginas paralelas de entrambos Testamentos, nos dispondremos
a celebrar con la Iglesia los santos misterios pascuales, ya que aquellas
sagradas páginas nos dan cumplida inteligencia de la misericordia divina, que
no conoce límites. La liturgia Cuaresmal nos exhorta también por boca de
Isaías, de Jeremías y de los Profetas; y en el Nuevo Testamento, por la de S.
Pablo, cuyas Epístolas vienen a ser como el eco de la voz del Maestro, que se
oye en los Evangelios de esos cuatro Domingos. Bien podemos considerar todo
este tiempo como un gran retiro espiritual, en que entran todos los cristianos
del mundo entero, para disponerse a la fiesta Pascual, y que termina por la
Confesión y Comunión pascuales. Así como Jesús, retirándose del tráfago del
mundo, oró y ayunó durante 40 días, y luego en su vicia de apostolado nos
enseñó cómo hemos de morir a nosotros mismos, así también la Iglesia, en esta
santa Cuarentena, nos predica cómo debe morir en nosotros el hombre de pecado.
Esa muerte se manifestará en nuestra alma por
la lucha contra el orgullo y el amor propio, por el espíritu de oración y la
meditación más asidua de la palabra divina. Se manifestará también en nuestro
cuerpo por el ayuno, la abstinencia y la mortificación de los sentidos.
Aparecerá por fin, en toda nuestra vida mediante una renuncia mayor a los
placeres y bienes del siglo, dando más limosna y absteniéndonos de alternar en
las fiestas mundanales. Porque, en efecto, el ayuno cuaresmal no debe ser sino
la expresión de los sentimientos de penitencia, de que nuestra alma está
embargada, ocupándose tanto más libremente de las cosas de Dios cuanto más
cercena el regalo de los sentidos. Así, este tiempo favorable cual ningún otro,
es para los corazones generosos venero de santa alegría, la cual traspira por
todos los poros de la liturgia Cuaresmal.
Esa labor de purificación se obra bajo la
dirección de la Iglesia, que une nuestros padecimientos con los de Cristo. Los
cobardes pueden también entrar con esfuerzo en la lid, fiados en la gracia de
Jesús, que no les ha de faltar, si imploran los divinos auxilios contra el
enemigo; y los fuertes no se engrían por su observancia, porque deben saber que
sólo la Pasión de Jesús es la que les salva, y sólo «participando en ella por
la paciencia se les aplican sus frutos de salud»
«La
observancia de Cuaresma, dice el papa Benedicto XIV, es el cíngulo de nuestra
milicia, y por ella nos distinguimos de los enemigos de la Cruz de Cristo; por
ella conjuramos los huracanes de las iras divinas; por ella somos protegidos
con los auxilios celestiales durante el día, y nos armamos contra los príncipes
de las tinieblas. Si esa observancia viniera a relajarse, cedería en merma de
la gloria de Dios, en desdoro de la religión católica, sería un peligro para
las almas cristianas, y no cabe duda que semejante entibiamiento se convertiría
en fuente de desgracias para los pueblos, de desastres en los negocios
públicos, y de infortunios para los mismos individuos».
2. — Exposición
histórica
La liturgia Cuaresmal nos hace seguir a Jesús
en todas las andanzas de su apostólico ministerio.
Primer año: Jesús pasó primero 40 días en el
desierto en el monte de la Cuarentena, al Nor Este de Betania (1er dom.). Luego
se rodeó de sus primeros discípulos y subió con ellos a Galilea, de donde
volvió a Jerusalén para celebrar allí la la fiesta de la Pascua, arrojando
entonces a los vendedores del Templo (lun. de la 4ta Semana). Después de haber
evangelizado la Judea durante varios meses, se fue a Siquén, donde convirtió a
la Samaritana (viernes 3ra Sem.), de donde pasó a Nazaret, predicando en su
sinagoga (lunes 3ra Sem.). De allí, por fin, se encaminó a Cafarnaúm,
recorriendo después toda la Galilea (jueves 3A Sem.). Segundo año: Jesús volvió
de nuevo a Jerusalén para la 2a Pascua, y allí curó al paralitico de la piscina
de Betsaida (Evang. Viernes 1ra Sem.). De nuevo en Galilea, predicó el Sermón
de la Montaña (Mte. Kouroun-Hattin) (Miérc. Ceniza y Viernes sig.). Entrando en
Cafarnaúm, sanó al siervo del Centurión (jueves desp. Cen.) y luego resucitó en
Naín al hijo de una viuda (Ev. Jueves 4a Sem.). Entonces evangelizó de nuevo la
Galilea, y se fue inmediatamente a Betsaida-Julias, en los dominios de Filipo.
En las cercanías de esa ciudad multiplico los panes (4to. Dom ), y luego anduvo
sobre la aguas del lago, cuando regresaba a Cafarnaúm (sábado desp, de cen.)
Tercer año: Jesús recorrió por entonces las
regiones de Tiro y de Sidón, a donde le siguieron sus enemigos (miérc. 5ta
Sem.); oyó la súplica de la Cananea cuando pasaba por junto a Sarepta (juev. 1ra.
S.) y, volviendo por Cesárea de Filipo, regresó a Galilea, teniendo entonces
lugar la Transfiguración (Sab. Seg. y 2o Dom.). De vuelta en Cafarnaúm, predicó
la misericordia a sus apóstoles (Mart. 3a S.) y en seguida subió a Jerusalén a
la fiesta de los Tabernáculos, para no volver más a Galilea. Allí confundió a
los judíos que le acusaron de quebrantar el sábado (Mart. 4a S.), perdonó a la
mujer adúltera (Sab. 3a S.), enseñó en el Templo (Sab. 4a S. Lun. 2a S.) y curó
al ciego de nacimiento (miérc. 4a S.). Después de estar Jesús en Galilea pasó a
Perea, donde devolvió el habla a un mudo (dom. 3°) y mostró a Jonás como una
imagen de su resurrección (miérc. 1ra. S.). De allí vino a Jerusalén para la
fiesta de la Dedicación, y luego volvió a Perea donde predicó la parábola del
hijo pródigo (Sáb. 2a S.) y del rico epulón (Ju. 2a S.). Entonces fue llamado a
Betania, donde resucitó a Lázaro (Vi. 4a S.). Después de irse a Efrén se
dirigió a Jerusalén, anunciando cómo iba a ser condenado a muerte (miérc. 2a
S.). En el Templo arrojó otra vez a los vendedores (Mart. 1ra. S.), pronunció
la parábola de los viñadores rebeldes (Vier. 2a S.) y desenmascaró la
hipocresía de los fariseos (Mart. 2a S.). Por fin, subió al monte Olivete y,
mirando a Jerusalén en donde habían de crucificarle tres días después, habló
del Juicio que separará para siempre a los buenos de los malos (Lun. 4a S.).
3. — Exposición
litúrgica.
El Tiempo de Cuaresma se divide en dos partes.
La 1ra empieza el Miércoles de Ceniza, llamado por la liturgia «Principio de la
santísima Cuaresma», para terminar el Domingo de Pasión. La 2a comprende la gran
quincena que lleva el nombre de Tiempo de Pasión. Descontando los cuatro
Domingos de Cuaresma y los de Pasión y Ramos, tenemos sólo 36 días de ayuno, a
los cuales se han añadido los cuatro que preceden para obtener así el número
exacto de 40» que la Ley y los Profetas habían inaugurado, y que Cristo mismo
consagró con su ejemplo.
ESTACIONES CUARESMALES. — Todas las misas de
Cuaresma tienen su Estación. El Papa, en efecto, celebraba la misa solemne
sucesivamente en las grandes basílicas, en las 25 parroquias de Roma y en
algunos santuarios más, rodeado de su clero y su pueblo. A eso se llamaba
Estación. El nombre que aún perdura en el Misal, nos recuerda que Roma es el
centro del culto cristiano, pero eso ya es sólo el rastro de una liturgia más
de doce veces secular y en otros tiempos tan solemne. La Cuaresma, con misa
estacional diaria, es uno de los tiempos litúrgicos más antiguos y más
importantes del año. El Ciclo Temporal consagrado a la contemplación de los
misterios de Cristo, ejerce ahora cotidiano y directo influjo sobre los fieles,
mientras que, en las demás épocas del año, las fiestas de entre semana son más
bien fiestas dé Santos. Y como quiera que toda la vida cristiana se resume en
la imitación de Jesús, este Tiempo, en que el Ciclo santoral es más reducido,
ha de ser especialmente fecundo para nuestras almas.
La Iglesia ha admitido, por su excepcional
importancia, la fiesta de la Anunciación (25 marzo) después la de S. Matías (24
de febrero) en la liturgia cuaresmal. Y aunque, en el curso de los tiempos,
háyanse añadido otras misas en honor de los Santos, sin embargo es del todo
conforme al espíritu de esta época, como, nos lo recordaba Pío X en su Bula «
Divino afflatu ”, preferir, la misa ferial, no tratándose de un doblé de 1ra o
de 2a clase; pues durante, toda la Cuaresma la misa oficial de los cabildos es
la de la feria (con morado), exceptuándose estas fiestas, y aun en estos mismos
días (Anunciación, S. José, y S. Matías), se celebra una misa de la feria en
las catedrales y colegiatas, para no interrumpir por nada la preparación
pascual.
Con. el fin de inculcar el espíritu de
penitencia, la Iglesia no sólo suprime el Gloria y el Aleluya y reviste a sus
sacerdotes de ornamentos morados durante esta santa Cuarentena, sino que manda
dejar al diácono su dalmática y al subdiácono su túnica, símbolos entrambos de
alegría, e impone silencio al Órgano. Después de la Poscomunión se dice una
Oración sobre el pueblo» precedida de este aviso: «Humillad vuestras cabezas
delante de Dios”
La sociedad cristiana suspendía antiguamente
durante este tiempo los tribunales de justicia y las guerras, declarándose la
Tregua de Dios. Era también un tiempo prohibido para las bodas, y aun hoy día
prohíbe la Iglesia dar en Cuaresma la bendición solemne a los esposos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario