SE DEFINE COMO DOGMA
DE FE LA ASUNCIÓN CORPORAL DE LA VIRGEN MARÍA AL CIELO
1. El munificentísimo Dios, que todo lo puede
y cuyos planes providentes están hechos con sabiduría y amor, compensa en sus
inescrutables designios, tanto en la vida de los pueblos como en la de los individuos,
los dolores y las alegrías para que, por caminos diversos y de diversas
maneras, todo coopere al bien de aquellos que le aman (cfr. Rom. 8, 28).
2. Nuestro Pontificado, del mismo modo que la
edad presente, está oprimido por grandes cuidados, preocupaciones y angustias,
por las actuales gravísimas calamidades y la aberración de la verdad y de la virtud;
pero nos es de gran consuelo ver que, mientras la fe católica se manifiesta en
público cada vez más activa, se enciende cada día más la devoción hacia la
Virgen Madre de Dios y casi en todas partes es estimulo y auspicio de una vida
mejor y más santa, de donde resulta que, mientras la Santísima Virgen cumple
amorosísimamente las funciones de madre hacia los redimidos por la sangre de
Cristo, la mente y el corazón de los hijos se estimulan a una más amorosa
contemplación de sus privilegios.
3. En efecto, Dios, que desde toda la
eternidad mira a la Virgen María con particular y plenísima complacencia,
"cuando vino la plenitud de los tiempos" (Gal 4, 4) ejecutó los
planes de su providencia de tal modo que resplandecen en perfecta armonía los
privilegios y las prerrogativas que con suma liberalidad le había concedido. Y
si esta suma liberalidad y plena armonía de gracia fue siempre reconocida, y
cada vez mejor penetrada por la Iglesia en el curso de los siglos, en nuestro
tiempo ha sido puesta a mayor luz el privilegio de la Asunción corporal al
cielo de la Virgen Madre de Dios, María.
4. Este privilegio resplandeció con nuevo
fulgor desde que nuestro predecesor Pío IX, de inmortal memoria, definió
solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de la augusta Madre de Dios.
Estos dos privilegios están, en efecto,
estrechamente unidos entre sí. Cristo, con su muerte, venció la muerte y el
pecado; y sobre el uno y sobre la otra reporta también la victoria en virtud de
Cristo todo aquel que ha sido regenerado sobrenaturalmente por el bautismo.
Pero por ley general, Dios no quiere conceder a los justos el pleno efecto de
esta victoria sobre la muerte, sino cuando haya llegado el fin de los tiempos.
Por eso también los cuerpos de los justos se disuelven después de la muerte, y
sólo en el último día volverá a unirse cada uno con su propia alma gloriosa.
5. Pero de esta ley general quiso Dios que
fuera exenta la bienaventurada Virgen María. Ella, por privilegio del todo
singular, venció al pecado con su concepción inmaculada; por eso no estuvo
sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro ni tuvo que esperar
la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo.
6. Por eso, cuando fue solemnemente definido
que la Virgen Madre de Dios, María, estaba inmune de la mancha hereditaria de
su concepción, los fieles se llenaron de una más viva esperanza de que cuanto antes
fuera definido por el supremo magisterio de la Iglesia el dogma de la Asunción
corporal al cielo de María Virgen.
7. Efectivamente, se vio que no sólo los
fieles particulares, sino los representantes de naciones o de provincias
eclesiásticas, y aun no pocos padres del Concilio Vaticano, pidieron con vivas
instancias a la Sede Apostólica esta definición.
8. Después, estas peticiones y votos no sólo
no disminuyeron, sino que aumentaron de día en día en número e insistencia. En
efecto, a este fin fueron promovidas cruzadas de oraciones; muchos y eximios teólogos
intensificaron sus estudios sobre este tema, ya en privado, ya en los públicos
ateneos eclesiásticos y en las otras escuelas destinadas a la enseñanza de las
sagradas disciplinas; en muchas partes del orbe católico se celebraron
congresos marianos, tanto nacionales como internacionales. Todos estos estudios
e investigaciones pusieron más de relieve que en el depósito de la fe confiado
a la Iglesia estaba contenida también la Asunción de María Virgen al cielo, y
generalmente siguieron a ello peticiones en que se pedía instantemente a esta
Sede Apostólica que esta verdad fuese solemnemente definida.
9. En esta piadosa competición, los fieles
estuvieron admirablemente unidos con sus pastores, los cuales, en número
verdaderamente impresionante, dirigieron peticiones semejantes a esta cátedra
de San Pedro.
Por eso, cuando fuimos elevados al trono del
Sumo Pontificado, habían sido ya presentados a esta Sede Apostólica muchos
millares de tales súplicas de todas partes de la tierra y por toda clase de
personas: por nuestros amados hijos los cardenales del Sagrado Colegio, por
venerables hermanos arzobispos y obispos de las diócesis y de las parroquias.
10. Por eso, mientras elevábamos a Dios
ardientes plegarias para que infundiese en nuestra mente la luz del Espíritu
Santo para decidir una causa tan importante, dimos especiales órdenes de que se
iniciaran estudios más rigurosos sobre este asunto, y entretanto se recogiesen
y ponderasen cuidadosamente todas las peticiones que, desde el tiempo de
nuestro predecesor Pío IX, de feliz memoria, hasta nuestros días, habían sido
enviadas a esta Sede Apostólica a propósito de la Asunción de la beatísima
Virgen María al cielo (1).
11. Pero como se trataba de cosa de tanta
importancia y gravedad, creímos oportuno pedir directamente y en forma oficial
a todos los venerables hermanos en el Episcopado que nos expusiesen
abiertamente su pensamiento. Por eso, el 1 de mayo de 1946 les dirigimos la
carta Deiparae Virginis Mariae, en la que preguntábamos: "Si vosotros,
venerables hermanos, en vuestra eximia sabiduría y prudencia, creéis que la Asunción
corporal de la beatísima Virgen se puede proponer y definir como dogma de fe y
si con vuestro clero y vuestro pueblo lo deseáis".
12. Y aquellos que "el Espíritu Santo ha
puesto como obispos para regir la Iglesia de Dios" (Hch 20, 28) han dado a
una y otra pregunta una respuesta casi unánimemente afirmativa. Este
"singular consentimiento del Episcopado católico y de los fieles"
(2), al creer definible como dogma de fe la Asunción corporal al cielo de la
Madre de Dios, presentándonos la enseñanza concorde del magisterio ordinario de
la Iglesia y la fe concorde del pueblo cristiano, por él sostenida y dirigida,
manifestó por sí mismo de modo cierto e infalible que tal privilegio es verdad
revelada por Dios y contenida en aquel divino depósito que Cristo confió a su
Esposa para que lo custodiase fielmente e infaliblemente lo declarase (3). El
magisterio de la Iglesia, no ciertamente por industria puramente humana, sino
por la asistencia del Espíritu de Verdad (cfr. Jn 14, 26), y por eso
infaliblemente, cumple su mandato de conservar perennemente puras e íntegras
las verdades reveladas y las transmite sin contaminaciones, sin añadiduras, sin
disminuciones. "En efecto, como enseña el Concilio Vaticano, a los
sucesores de Pedro no fue prometido el Espíritu Santo para que, por su
revelación, manifestasen una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia,
custodiasen inviolablemente y expresasen con fidelidad la revelación
transmitida por los Apóstoles, o sea el depósito de la fe" (4). Por eso,
del consentimiento universal del magisterio ordinario de la Iglesia se deduce
un argumento cierto y seguro para afirmar que la Asunción corporal de la
bienaventurada Virgen María al cielo -la cual, en cuanto a la celestial
glorificación del cuerpo virgíneo de la augusta Madre de Dios, no podía ser
conocida por ninguna facultad humana con sus solas fuerzas naturales- es verdad
revelada por Dios, y por eso todos los fieles de la Iglesia deben creerla con
firmeza y fidelidad. Porque, como enseña el mismo Concilio Vaticano, "deben ser creídas por fe divina y
católica todas aquellas cosas que están contenidas en la palabra de Dios,
escritas o transmitidas oralmente, y que la Iglesia, o con solemne juicio o con
su ordinario y universal magisterio, propone a la creencia como reveladas por
Dios" (De fide catholica, cap. 3).
13. De esta fe común de la Iglesia se tuvieron
desde la antigüedad, a lo largo del curso de los siglos, varios testimonios,
indicios y vestigios; y tal fe se fue manifestando cada vez con más claridad.
14. Los fieles, guiados e instruidos por sus
pastores, aprendieron también de la Sagrada Escritura que la Virgen María,
durante su peregrinación terrena, llevó una vida llena de preocupaciones,
angustias y dolores; y que se verificó lo que el santo viejo Simeón había
predicho: que una agudísima espada le traspasaría el corazón a los pies de la
cruz de su divino Hijo, nuestro Redentor. Igualmente, no encontraron
dificultad en admitir que María haya muerto
del mismo modo que su Unigénito. Pero esto no les impidió creer y profesar
abiertamente que no estuvo sujeta a la corrupción del sepulcro su sagrado
cuerpo y que no fue reducida a putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo
del Verbo Divino. Así, iluminados por la divina gracia e impulsados por el amor
hacia aquella que es Madre de Dios y Madre nuestra dulcísima, han contemplado
con luz cada vez más clara la armonía maravillosa de los privilegios que el
providentísimo Dios concedió al alma Socia de nuestro Redentor y que llegaron a
una tal altísima cúspide a la que jamás ningún ser creado, exceptuada la
naturaleza humana de Jesucristo, había llegado.
15. Esta misma fe la atestiguan claramente
aquellos innumerables templos dedicados a Dios en honor de María Virgen asunta
al cielo y las sagradas imágenes en ellos expuestas a la veneración de los
fieles, las cuales ponen ante los ojos de todos este singular triunfo de la
bienaventurada Virgen. Además, ciudades, diócesis y regiones fueron puestas
bajo el especial patrocinio de la Virgen asunta al cielo; del mismo modo, con
la aprobación de la Iglesia, surgieron institutos religiosos, que toman nombre
de tal privilegio.
No debe olvidarse que, en el rosario mariano,
cuya recitación tan recomendada es por esta Sede Apostólica, se propone a la
meditación piadosa un misterio que, como todos saben, trata de la Asunción de
la beatísima Virgen.
16. Pero de modo más espléndido y universal
esta fe de los sagrados pastores y de los fieles cristianos se manifiesta por
el hecho de que desde la antigüedad se celebra en Oriente y en Occidente una
solemne fiesta litúrgica, de la cual los Padres Santos y doctores no dejaron
nunca de sacar luz porque, como es bien sabido, la sagrada liturgia "siendo también una profesión de las
celestiales verdades, sometida al supremo magisterio de la Iglesia, puede oír
argumentos y testimonios de no pequeño valor para determinar algún punto
particular de la doctrina cristiana" (5).
17. En los libros litúrgicos que contienen la
fiesta, bien sea de la Dormición, bien de la Asunción de la Virgen María, se
tienen expresiones en cierto modo concordantes al decir que cuando la Virgen
Madre de Dios pasó de este destierro, a su sagrado cuerpo, por disposición de
la divina Providencia, le ocurrieron cosas correspondientes a su dignidad de
Madre del Verbo encarnado y a los otros privilegios que se le habían concedido.
Esto se afirma, por poner un ejemplo, en aquel
"Sacramentario" que nuestro predecesor Adriano I, de inmortal
memoria, mandó al emperador Carlomagno. En éste se lee, en efecto: "Digna de veneración es para Nos, ¡oh
Señor!, la festividad de este día en que la santa Madre de Dios sufrió la
muerte temporal, pero no pudo ser humillada por los vínculos de la muerte
Aquella que engendró a tu Hijo, Nuestro Señor, encarnado en ella" (6).
18. Lo que aquí está indicado con la sobriedad
acostumbrada en la liturgia romana, en los libros de las otras antiguas
liturgias, tanto orientales como occidentales, se expresa más difusamente y con
mayor claridad. El "Sacramentario Galicano", por ejemplo, define este
privilegio de María, "inexplicable
misterio, tanto más admirable cuanto más singular es entre los hombres".
Y en la liturgia bizantina se asocia repetidamente la Asunsión corporal de
María no sólo con su dignidad de Madre de Dios, sino también con sus otros
privilegios, especialmente con su maternidad virginal, preestablecida por un
designio singular de la Providencia divina: "A
Ti, Dios, Rey del universo, te concedió cosas que son sobre la naturaleza;
porque así como en el parto te conservó virgen, así en el sepulcro conservó
incorrupto tu cuerpo, y con la divina traslación lo glorificó" (7).
19. El hecho de que la Sede Apostólica,
heredera del oficio confiado al Príncipe de los Apóstoles de confirmar en la fe
a los hermanos (cfr. Lc 22, 32), y con su autoridad hiciese cada vez más
solemne esta fiesta, estimula eficazmente a los fieles a apreciar cada vez más
la grandeza de este misterio. Así la fiesta de la Asunsión, del puesto honroso
que tuvo desde el comienzo entre las otras celebraciones marianas, llegó en
seguida a los más solemnes de todo el ciclo litúrgico. Nuestro predecesor San
Sergio I, prescribiendo la letanía o procesión estacional para las cuatro
fiestas marianas, enumera junto a la Natividad, la Anunciación, la Purificación
y la Dormición de María (Liber Pontificalis). Después San León IV quiso añadir
a la fiesta, que ya se celebraba bajo el título de la Asunción de la
bienaventurada Madre de Dios, una mayor solemnidad prescribiendo su vigilia y
su octava; y en tal circunstancia quiso participar personalmente en la
celebración en medio de una gran multitud de fieles (Liber Pontificalis).
Además de que ya antiguamente esta fiesta estaba precedida por la obligación
del ayuno, aparece claro de lo que atestigua nuestro predecesor San Nicolás I,
donde habla de los principales ayunos "que
la santa Iglesia romana recibió de la antigüedad y observa todavía"
(8).
20. Pero como la liturgia no crea la fe, sino
que la supone, y de ésta derivan como frutos del árbol las prácticas del culto,
los Santos Padres y los grandes doctores, en las homilías y en los discursos
dirigidos al pueblo con ocasión de esta fiesta, no recibieron de ella como de
primera fuente la doctrina, sino que hablaron de ésta como de cosa conocida y
admitida por los fieles; la aclararon mejor; precisaron y profundizaron su
sentido y objeto, declarando especialmente lo que con frecuencia los libros
litúrgicos habían sólo fugazmente indicado; es decir, que el objeto de la
fiesta no era solamente la incorrupción del cuerpo muerto de la bienaventurada
Virgen María, sino también su triunfo sobre la muerte y su celestial glorificación
a semejanza de su Unigénito.
21. Así San Juan Damasceno, que se distingue
entre todos como testigo eximio de esta tradición, considerando la Asunción
corporal de la Madre de Dios a la luz de los otros privilegios suyos, exclama
con vigorosa elocuencia: "Era
necesario que Aquella que en el parto había conservado ilesa su virginidad conservase
también sin ninguna corrupción su cuerpo después de la muerte. Era necesario
que Aquella que había llevado en su seno al Creador hecho niño, habitase en los
tabernáculos divinos. Era necesario que la Esposa del Padre habitase en los
tálamos celestes. Era necesario que Aquella que había visto a su Hijo en la
cruz, recibiendo en el corazón aquella espada de dolor de la que había sido
inmune al darlo a luz, lo contemplase sentado a la diestra del Padre. Era
necesario que la Madre de Dios poseyese lo que corresponde al Hijo y que por
todas las criaturas fuese honrada como Madre y sierva de Dios" (9).
22. Estas expresiones de San Juan Damasceno
corresponden fielmente a aquellas de otros que afirman la misma doctrina.
Efectivamente, palabras no menos claras y precisas se encuentran en los
discursos que, con ocasión de la fiesta, tuvieron otros Padres anteriores o
contemporáneos. Así, por citar otros ejemplos, San Germán de Constantinopla
encontraba que correspondía la incorrupción y Asunción al cielo del
cuerpo de la Virgen Madre de Dios no sólo a su
divina maternidad, sino también a la especial santidad de su mismo cuerpo
virginal: "Tú, como fue escrito,
apareces "en belleza" y tu cuerpo virginal es todo santo, todo casto,
todo domicilio de Dios; así también por esto es preciso que sea inmune de
resolverse en polvo; sino que debe ser transformado, en cuanto humano, hasta
convertirse en incorruptible; y debe ser vivo, gloriosísimo, incólume y dotado
de la plenitud de la vida" (10). Y
otro antiguo escritor dice: "Como gloriosísima Madre de Cristo, nuestro
Salvador y Dios, donador de la vida y de la inmortalidad, y vivificada por Él,
revestida de cuerpo en una eterna incorruptibilidad con Él, que la resucitó del
sepulcro y la llevó consigo de modo que sólo Él conoce" (11).
23. Al extenderse y afirmarse la fiesta
litúrgica, los pastores de la Iglesia y los sagrados oradores, en número cada
vez mayor, creyeron un deber precisar abiertamente y con claridad el objeto de
la fiesta y su estrecha conexión con las otras verdades reveladas.
24. Entre los teólogos escolásticos no
faltaron quienes, queriendo penetrar más adentro en las verdades reveladas y
mostrar el acuerdo entre la razón teológica y la fe, pusieron de relieve que
este privilegio de la Asunción de María Virgen concuerda admirablemente con las
verdades que nos son enseñadas por la Sagrada Escritura.
25. Partiendo de este presupuesto,
presentaron, para ilustrar este privilegio mariano, diversas razones contenidas
casi en germen en esto: que Jesús ha querido la Asunción de María al cielo por
su piedad filial hacia ella. Opinaban que la fuerza de tales argumentos reposa
sobre la dignidad incomparable de la maternidad divina y sobre todas aquellas
otras dotes que de ella se siguen: su insigne santidad, superior a la de todos
los hombres y todos los ángeles; la íntima unión de María con su Hijo, y aquel
amor sumo que el Hijo tenía hacia su dignísima Madre.
26. Frecuentemente se encuentran después
teólogos y sagrados oradores que, sobre las huellas de los Santos Padres (12)
para ilustrar su fe en la Asunción, se sirven con una cierta libertad de hechos
y dichos de la Sagrada Escritura. Así, para citar sólo algunos testimonios
entre los más usados, los hay que recuerdan las palabras del salmista: "Ven, ¡oh Señor!, a tu descanso, tú y
el arca de tu santificación" (Sal 131, 8), y ven en el "arca de la alianza", hecha de
madera incorruptible y puesta en el templo del Señor, como una imagen del
cuerpo purísimo de María Virgen, preservado de toda corrupción del sepulcro y elevado
a tanta gloria en el cielo. A este mismo fin describen a la Reina que entra
triunfalmente en el palacio celeste y se sienta a la diestra del divino
Redentor (Sal 44, 10, 14-16), lo mismo que la Esposa de los Cantares, "que
sube por el desierto como una columna de humo de los aromas de mirra y de
incienso" para ser coronada (Cant 3, 6; cfr. 4, 8; 6, 9). La una y la otra
son propuestas como figuras de aquella Reina y Esposa celeste, que, junto a su
divino Esposo, fue elevada al reino de los cielos.
NOTAS
1. Petitiones de Asumptione corporea B.
Virginis Mariae in coelum definienda ad S. Sedem delatae; 2 vol., Typis
Polyglottis Vaticanis, 1942.
2. Bula Ineffabilis Deus, Acta Pii IX, p. 1,
vol. 1, p. 615.
3. Cfr. Conc. Vat. De fide catholica, cap. 4.
4. Conc. Vat. Const. De ecclesia Christi, cap.
4.
5. Carta encíclica Mediator Dei, A. A. S.,
vol. 39, p. 541.
6. Sacramentarium Gregorianum.
7. Menaei totius anni.
8. "Responsa Nicolai Papae I ad consulta
Bulgarorum".
9. S. loan Damasc., Encomium in Dormitionem
Dei Genitricis semperque Virginis Mariae, hom. II, 14; cfr. etiam ibíd., n. 3.
10. San Germ. Const., In Sanctae Dei
Genitricis Dormitionem, sermón I.
11. Encomium in Dormitionem Sanctissimae
Dominae nostrae Deiparae semperque Virginis Mariae. S.
Por favor difundan cuanto puedan esta bula entre sus conocidos y amigos de vuestro circulo.
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