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lunes, 20 de marzo de 2023

FIESTA DEL GLORIOSO PATRIARCA SAN JOSÉ ESPOSO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN Y PATRONO DE LA IGLESIA.


 

Debido a que el 19 de marzo coincidió este año con el Cuarto Domingo de Cuaresma, la Fiesta de San José fue trasladada para el día de hoy.

La Santa Iglesia, al promover el culto del Glorioso Patriarca San José, lo presenta a todos sus hijos como modelo y protector.

Sabemos que todos los Santos son propuestos como modelos de imitación; pero cada uno en particular para determinada condición.

San José, empero, es propuesto como modelo universal; vale decir, como dechado de todas las virtudes y para todos los cristianos, de cualquier estado, edad y condición.

En San José tienen los padres de familia el más sublime modelo de paternal vigilancia y providencia; los cónyuges, un perfecto ejemplar de amor, de concordia y de fe conyugal, y los vírgenes, un dechado y a la vez defensor de la virginal integridad.

Los nobles, teniendo ante los ojos la imagen de San José, aprenden a conservar también su dignidad en los reveses de fortuna; y los ricos entienden cuáles son los bienes que es necesario apetecer con ardiente anhelo, y atesorar con todo empeño.

Por su parte, los obreros y los pobres deben recurrir a San José por título y derecho propio; y aprender de Él lo que tienen que imitar; pues Él, si bien de regia estirpe, unido en matrimonio con la más santa y excelsa entre las mujeres, y padre legal del Hijo de Dios; sin embargo, empleó su vida en el trabajo, y, con el ejercicio de su oficio, ganó lo necesario para el mantenimiento de los suyos.

Pero, si la Santa Iglesia nos lo presenta como modelo universal, nos lo propone como protector universal; esto es, auxiliador para todas las necesidades, y esto en atención a la vida que llevó sobre la tierra y, especialmente, por el poder que tiene ahora en el Paraíso.

Todos los Santos son nuestros protectores; pero cada uno suele ser invocado para una determinada necesidad.

San José, en cambio, nos protege, no en una, sino en todas las necesidades, sean espirituales o temporales, pues cualquier favor que Él pide a Dios por nosotros, lo obtiene.

Aún más, mientras los otros Santos piden e interceden por nosotros, Él no ruega —dice Gersón—, sino que manda; porque a una indicación, a un deseo suyo, Dios enseguida concede la gracia, no pudiendo negar nada al que fuera el fidelísimo Custodio del Verbo Encarnado y de su Madre Santísima.

Por esto, la Iglesia en la fiesta de su Patrocinio lo llama nuestro Protector universal.

San José, después de María Santísima, es el más poderoso intercesor ante Dios en favor de los hombres; pues, entre los Santos, obtiene más prontamente y con mayor abundancia el que es intercesor más poderoso; esto es, el que está más cerca de Dios por dignidad, por santidad y por los servicios que le ha prestado, puesto que Dios es justo distribuidor y remunerador.

Lo mismo sucede ante los monarcas de la tierra: conceden estos mayores favores, según el grado de dignidad y virtud de que está adornada la persona que pide, y según mayores sean los servicios que ella ha prestado a la patria con su brazo o con su talento.

Pues bien; después de María Santísima, nadie es mayor que San José en dignidad, habiendo tenido sobre Jesús todos los derechos de Padre, y ejercido para con Él todos los oficios inherentes a su cargo. Jesús estuvo a Él sometido, y quiso ser llamado hijo suyo.

Además, nadie, después de María Santísima, es mayor que San José en santidad, habiendo estado tan próximo a la fuente más pura de la santidad, Jesucristo, con quien tuvo trato familiar, cosa no concedida nunca a ningún otro hombre; y habiendo sido elegido como Esposo de la Reina de todos los Santos, María Inmaculada, que es lo mismo decir que fue muy semejante a Ella.

Finalmente, después de María Santísima, ninguno prestó servicios más íntimos y señalados al Hijo de Dios que San José, puesto que le dio de comer, de beber y de vestir; lo preservó del frío, lo albergó, y además le salvó la vida, librándolo de la ira de Herodes, conduciéndolo salvo a Egipto, y sustentándolo con su duro trabajo de artesano.

Por lo tanto, San José, después de María Santísima, es el más poderoso intercesor ante Dios en favor de sus devotos.

Como Jesús en el Cielo está sumamente agradecido a su Madre María Santísima, así lo está también a San José, que hizo con Él oficio de Padre. Y por esto, mientras los otros Santos, para obtener alguna gracia de Jesús, ruegan y suplican como humildes siervos, San José no ruega, no suplica, sino que manda, como hemos dicho anteriormente.

Para profundizar e ilustrar lo que llevamos dicho, es conveniente resumir la Carta Encíclica Quamquam pluries, del Sumo Pontífice León XIII, sobre la devoción a San José, del 15 de agosto de 1889.

Comienza el Papa diciendo que, aunque muchas veces dispuso que se ofrecieran oraciones especiales en el mundo entero, para que las intenciones del Catolicismo pudiesen ser insistentemente encomendadas a Dios, nadie consideraría motivo de sorpresa que estimase aquel momento (1889) como oportuno para inculcar nuevamente el mismo deber.

Daba la razón de tal costumbre:

Durante periodos de tensión y de prueba —sobre todo cuando parece en los hechos que toda ausencia de ley es permitida a los poderes de la oscuridad— ha sido costumbre en la Iglesia suplicar con especial fervor y perseverancia a Dios, su autor y protector, recurriendo a la intercesión de los Santos —y sobre todo de la Santísima Virgen María, Madre de Dios— cuya tutela ha sido siempre muy eficaz.

Los tiempos en los que vivimos, son poco menos deplorables para la religión cristiana que los peores días, que en el pasado estuvieron llenos de miseria para la Iglesia.

Lo ilustra con algunos ejemplos:

Vemos la fe, raíz de todas las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse; la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en intensidad.

Y abreviaba expresando que estas cosas son tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o acerca de los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres.

De allí la necesidad del recurso a Dios:

Ante circunstancias tan infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino.

Pasando a lo concreto, primero hace referencia a la intercesión de María Santísima, y dice: Sabemos que tenemos una ayuda segura en la maternal bondad de la Virgen, y estamos seguros de que jamás pondremos en vano nuestra confianza en Ella. Si, en innumerables ocasiones, Ella ha mostrado su poder en auxilio del mundo cristiano, ¿por qué habríamos de dudar de que ahora renueve la asistencia de su poder y favor, si en todas partes se le ofrecen humildes y constantes plegarias? Nos, por el contrario, creemos en que su intervención será de lo más extraordinaria, al habernos permitido elevarle nuestras plegarias, por tan largo tiempo, con súplicas tan especiales.

Y aquí viene el recurso al Glorioso Patriarca San José:

Pero tenemos en mente otro objeto, en el cual avanzarán con fervor. Para que Dios sea más favorable a nuestras oraciones, y para que Él venga con misericordia y prontitud en auxilio de su Iglesia, juzgamos de profunda utilidad para el pueblo cristiano, invocar continuamente con gran piedad y confianza, junto con la Virgen Madre de Dios, su casta Esposa, a San José; y tenemos plena seguridad de que esto será del mayor agrado de la Virgen misma.

Con respecto a esta devoción, sabemos sin duda que no sólo el pueblo se inclina a ella, sino que de hecho ya se encuentra establecida, y que avanza hacia su pleno desarrollo.

Y puesto que es de gran importancia que la devoción a San José se introduzca en las prácticas diarias de piedad de los católicos, deseamos exhortar a ello al pueblo cristiano por medio de nuestras palabras y nuestra autoridad.

Y pasa a justificar lo que propone:

Las razones por las que el Bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia, y por las que, a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen principalmente del hecho de que Él es el Esposo de María y Padre Putativo de Jesús.

De estas fuentes ha manado su dignidad, su santidad, su gloria.

Es cierto que la dignidad de Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; más, porque entre la Santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que, a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a todas las criaturas, Él se acercó más que ningún otro.

Ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se sigue que, si Dios ha dado a José como Esposo a la Virgen, se lo ha dado no sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella.

Él se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, Padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propios padres.

De esta doble dignidad se siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y defensor de la Sagrada Familia.

Y durante el curso entero de su vida Él cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. Él se dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su Esposa y al Divino Niño; regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño de la muerte cuando era amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio; en las miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús.

Y viene la aplicación a la Santa Iglesia:

Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la Madre de Jesucristo, Ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a luz en el Monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención; Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por la adopción y la Redención son sus hermanos.

Y por estas razones el Santo Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el Esposo de María y el Padre de Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad.

Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del Bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo.

Por último, presenta la comparación con el Patriarca José del Antiguo Testamento:

Ustedes comprenden bien que estas consideraciones se encuentran confirmadas por la opinión sostenida por un gran número de los Padres, y que la Sagrada Liturgia reafirma, que el José de los tiempos antiguos, hijo del patriarca Jacob, era tipo de San José, y por su gloria prefiguró la grandeza del futuro custodio de la Sagrada Familia.

Son bien conocidas las semejanzas que existen entre ellos:

– principalmente, que el primer José se ganó el favor y la especial benevolencia de su maestro, y que gracias a la administración de José su familia alcanzó la prosperidad y la riqueza,

– que —todavía más importante— presidió sobre el reino con gran poder, – y que, en un momento en que las cosechas fracasaron, proveyó por todas las necesidades de los egipcios con tanta sabiduría que el Rey decretó para él el título de “Salvador del mundo”.

Por esto es que podemos prefigurar al nuevo en el antiguo Patriarca. Y así como el primero fue causa de la prosperidad de los intereses domésticos de su amo y a la vez brindó grandes servicios al reino entero, así también el segundo, destinado a ser el custodio de la religión cristiana, debe ser tenido como el protector y el defensor de la Iglesia, que es verdaderamente la casa del Señor y el reino de Dios en la tierra.

Y concluye:

Estas son las razones por las que hombres de todo tipo y nación han de acercarse a la confianza y tutela del Bienaventurado José.

Es por esto que disponemos que, durante todo el mes de octubre, durante el rezo del Rosario, se añada una oración a San José.

A quienes reciten esta oración, les concedemos cada vez una indulgencia de siete años y siete cuarentenas; y 300 días de indulgencia una vez al día, en cualquier otro tiempo del año.

En aquellas tierras donde el 19 de marzo —fiesta de San José— no es una festividad obligatoria, Nos exhortamos a los fieles a santificarla en cuanto sea posible por medio de prácticas privadas de piedad, en honor de su celestial patrono, como si fuera un día de obligación.

R.P.CERIANI.

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