Debido a que el 19 de marzo coincidió este año con el Cuarto Domingo de Cuaresma, la Fiesta de San José fue trasladada para el día de hoy.
La Santa Iglesia, al promover
el culto del Glorioso Patriarca San José, lo presenta a todos sus hijos como
modelo y protector.
Sabemos que todos los Santos
son propuestos como modelos de imitación; pero cada uno en particular para
determinada condición.
San José, empero, es
propuesto como modelo universal; vale decir, como dechado de todas las virtudes
y para todos los cristianos, de cualquier estado, edad y condición.
En San José tienen los padres
de familia el más sublime modelo de paternal vigilancia y providencia; los
cónyuges, un perfecto ejemplar de amor, de concordia y de fe conyugal, y los
vírgenes, un dechado y a la vez defensor de la virginal integridad.
Los nobles, teniendo ante los
ojos la imagen de San José, aprenden a conservar también su dignidad en los
reveses de fortuna; y los ricos entienden cuáles son los bienes que es
necesario apetecer con ardiente anhelo, y atesorar con todo empeño.
Por su parte, los obreros y
los pobres deben recurrir a San José por título y derecho propio; y aprender de
Él lo que tienen que imitar; pues Él, si bien de regia estirpe, unido en
matrimonio con la más santa y excelsa entre las mujeres, y padre legal del Hijo
de Dios; sin embargo, empleó su vida en el trabajo, y, con el ejercicio de su
oficio, ganó lo necesario para el mantenimiento de los suyos.
Pero, si la Santa Iglesia nos
lo presenta como modelo universal, nos lo propone como protector universal;
esto es, auxiliador para todas las necesidades, y esto en atención a la vida
que llevó sobre la tierra y, especialmente, por el poder que tiene ahora en el
Paraíso.
Todos los Santos son nuestros
protectores; pero cada uno suele ser invocado para una determinada necesidad.
San José, en cambio, nos
protege, no en una, sino en todas las necesidades, sean espirituales o
temporales, pues cualquier favor que Él pide a Dios por nosotros, lo obtiene.
Aún más, mientras los otros
Santos piden e interceden por nosotros, Él no ruega —dice Gersón—, sino que
manda; porque a una indicación, a un deseo suyo, Dios enseguida concede la
gracia, no pudiendo negar nada al que fuera el fidelísimo Custodio del Verbo
Encarnado y de su Madre Santísima.
Por esto, la Iglesia en la
fiesta de su Patrocinio lo llama nuestro Protector universal.
San José, después de María
Santísima, es el más poderoso intercesor ante Dios en favor de los hombres;
pues, entre los Santos, obtiene más prontamente y con mayor abundancia el que
es intercesor más poderoso; esto es, el que está más cerca de Dios por
dignidad, por santidad y por los servicios que le ha prestado, puesto que Dios
es justo distribuidor y remunerador.
Lo mismo sucede ante los
monarcas de la tierra: conceden estos mayores favores, según el grado de
dignidad y virtud de que está adornada la persona que pide, y según mayores
sean los servicios que ella ha prestado a la patria con su brazo o con su
talento.
Pues bien; después de María
Santísima, nadie es mayor que San José en dignidad, habiendo tenido sobre Jesús
todos los derechos de Padre, y ejercido para con Él todos los oficios
inherentes a su cargo. Jesús estuvo a Él sometido, y quiso ser llamado hijo
suyo.
Además, nadie, después de
María Santísima, es mayor que San José en santidad, habiendo estado tan próximo
a la fuente más pura de la santidad, Jesucristo, con quien tuvo trato familiar,
cosa no concedida nunca a ningún otro hombre; y habiendo sido elegido como
Esposo de la Reina de todos los Santos, María Inmaculada, que es lo mismo decir
que fue muy semejante a Ella.
Finalmente, después de María
Santísima, ninguno prestó servicios más íntimos y señalados al Hijo de Dios que
San José, puesto que le dio de comer, de beber y de vestir; lo preservó del
frío, lo albergó, y además le salvó la vida, librándolo de la ira de Herodes,
conduciéndolo salvo a Egipto, y sustentándolo con su duro trabajo de artesano.
Por lo tanto, San José,
después de María Santísima, es el más poderoso intercesor ante Dios en favor de
sus devotos.
Como Jesús en el Cielo está
sumamente agradecido a su Madre María Santísima, así lo está también a San
José, que hizo con Él oficio de Padre. Y por esto, mientras los otros Santos,
para obtener alguna gracia de Jesús, ruegan y suplican como humildes siervos,
San José no ruega, no suplica, sino que manda, como hemos dicho anteriormente.
Para profundizar e ilustrar
lo que llevamos dicho, es conveniente resumir la Carta Encíclica Quamquam
pluries, del Sumo Pontífice León XIII, sobre la devoción a San José, del 15 de
agosto de 1889.
Comienza el Papa diciendo
que, aunque muchas veces dispuso que se ofrecieran oraciones especiales en el
mundo entero, para que las intenciones del Catolicismo pudiesen ser
insistentemente encomendadas a Dios, nadie consideraría motivo de sorpresa que
estimase aquel momento (1889) como oportuno para inculcar nuevamente el mismo
deber.
Daba la razón de tal
costumbre:
Durante periodos de tensión y
de prueba —sobre todo cuando parece en los hechos que toda ausencia de ley es
permitida a los poderes de la oscuridad— ha sido costumbre en la Iglesia
suplicar con especial fervor y perseverancia a Dios, su autor y protector,
recurriendo a la intercesión de los Santos —y sobre todo de la Santísima Virgen
María, Madre de Dios— cuya tutela ha sido siempre muy eficaz.
Los tiempos en los que
vivimos, son poco menos deplorables para la religión cristiana que los peores
días, que en el pasado estuvieron llenos de miseria para la Iglesia.
Lo ilustra con algunos
ejemplos:
Vemos la fe, raíz de todas
las virtudes cristianas, disminuir en muchas almas; vemos la caridad enfriarse;
la joven generación diariamente con costumbres y puntos de vista más
depravados; la Iglesia de Jesucristo atacada por todo flanco abiertamente o con
astucia; una implacable guerra contra el Soberano Pontífice; y los fundamentos
mismos de la religión socavados con una osadía que crece diariamente en
intensidad.
Y abreviaba expresando que
estas cosas son tan notorias que no hace falta que nos extendamos acerca de las
profundidades en las que se ha hundido la sociedad contemporánea, o acerca de
los proyectos que hoy agitan las mentes de los hombres.
De allí la necesidad del
recurso a Dios:
Ante circunstancias tan
infaustas y problemáticas, los remedios humanos son insuficientes, y se hace
necesario, como único recurso, suplicar la asistencia del poder divino.
Pasando a lo concreto, primero hace referencia a la intercesión de María Santísima, y dice: Sabemos que tenemos una ayuda segura en la maternal bondad de la Virgen, y estamos seguros de que jamás pondremos en vano nuestra confianza en Ella. Si, en innumerables ocasiones, Ella ha mostrado su poder en auxilio del mundo cristiano, ¿por qué habríamos de dudar de que ahora renueve la asistencia de su poder y favor, si en todas partes se le ofrecen humildes y constantes plegarias? Nos, por el contrario, creemos en que su intervención será de lo más extraordinaria, al habernos permitido elevarle nuestras plegarias, por tan largo tiempo, con súplicas tan especiales.
Y aquí viene el recurso al Glorioso Patriarca San José:
Pero tenemos en mente otro
objeto, en el cual avanzarán con fervor. Para que Dios sea más favorable a
nuestras oraciones, y para que Él venga con misericordia y prontitud en auxilio
de su Iglesia, juzgamos de profunda utilidad para el pueblo cristiano, invocar
continuamente con gran piedad y confianza, junto con la Virgen Madre de Dios,
su casta Esposa, a San José; y tenemos plena seguridad de que esto será del
mayor agrado de la Virgen misma.
Con respecto a esta devoción,
sabemos sin duda que no sólo el pueblo se inclina a ella, sino que de hecho ya
se encuentra establecida, y que avanza hacia su pleno desarrollo.
Y puesto que es de gran
importancia que la devoción a San José se introduzca en las prácticas diarias
de piedad de los católicos, deseamos exhortar a ello al pueblo cristiano por
medio de nuestras palabras y nuestra autoridad.
Y pasa a justificar lo que
propone:
Las razones por las que el
Bienaventurado José debe ser considerado especial Patrono de la Iglesia, y por
las que, a su vez, la Iglesia espera muchísimo de su tutela y patrocinio, nacen
principalmente del hecho de que Él es el Esposo de María y Padre Putativo de Jesús.
De estas fuentes ha manado su
dignidad, su santidad, su gloria.
Es cierto que la dignidad de
Madre de Dios llega tan alto que nada puede existir más sublime; más, porque
entre la Santísima Virgen y José se estrechó un lazo conyugal, no hay duda de que,
a aquella altísima dignidad, por la que la Madre de Dios supera con mucho a
todas las criaturas, Él se acercó más que ningún otro.
Ya que el matrimonio es el
máximo consorcio y amistad —al que de por sí va unida la comunión de bienes— se
sigue que, si Dios ha dado a José como Esposo a la Virgen, se lo ha dado no
sólo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad,
sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa
grandeza de ella.
Él se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la creencia de los hombres, Padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a sus propios padres.
De esta doble dignidad se
siguió la obligación que la naturaleza pone en la cabeza de las familias, de
modo que José, en su momento, fue el custodio legítimo y natural, cabeza y
defensor de la Sagrada Familia.
Y durante el curso entero de
su vida Él cumplió plenamente con esos cargos y esas responsabilidades. Él se
dedicó con gran amor y diaria solicitud a proteger a su Esposa y al Divino
Niño; regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para
la alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño de la muerte cuando era
amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio; en las
miserias del viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la
ayuda y el apoyo de la Virgen y de Jesús.
Y viene la aplicación a la
Santa Iglesia:
Ahora bien, el divino hogar
que José dirigía con la autoridad de un padre, contenía dentro de sí a la
apenas naciente Iglesia. Por el mismo hecho de que la Santísima Virgen es la
Madre de Jesucristo, Ella es la Madre de todos los cristianos a quienes dio a
luz en el Monte Calvario en medio de los supremos dolores de la Redención;
Jesucristo es, de alguna manera, el primogénito de los cristianos, quienes por
la adopción y la Redención son sus hermanos.
Y por estas razones el Santo
Patriarca contempla a la multitud de cristianos que conformamos la Iglesia como
confiados especialmente a su cuidado, a esta ilimitada familia, extendida por
toda la tierra, sobre la cual, puesto que es el Esposo de María y el Padre de
Jesucristo, conserva cierta paternal autoridad.
Es, por tanto, conveniente y sumamente digno del Bienaventurado José que, lo mismo que entonces solía tutelar santamente en todo momento a la familia de Nazaret, así proteja ahora y defienda con su celeste patrocinio a la Iglesia de Cristo.
Por último, presenta la
comparación con el Patriarca José del Antiguo Testamento:
Ustedes comprenden bien que
estas consideraciones se encuentran confirmadas por la opinión sostenida por un
gran número de los Padres, y que la Sagrada Liturgia reafirma, que el José de
los tiempos antiguos, hijo del patriarca Jacob, era tipo de San José, y por su
gloria prefiguró la grandeza del futuro custodio de la Sagrada Familia.
Son bien conocidas las
semejanzas que existen entre ellos:
– principalmente, que el
primer José se ganó el favor y la especial benevolencia de su maestro, y que
gracias a la administración de José su familia alcanzó la prosperidad y la
riqueza,
– que —todavía más
importante— presidió sobre el reino con gran poder, – y que, en un momento en
que las cosechas fracasaron, proveyó por todas las necesidades de los egipcios
con tanta sabiduría que el Rey decretó para él el título de “Salvador del
mundo”.
Por esto es que podemos
prefigurar al nuevo en el antiguo Patriarca. Y así como el primero fue causa de
la prosperidad de los intereses domésticos de su amo y a la vez brindó grandes
servicios al reino entero, así también el segundo, destinado a ser el custodio
de la religión cristiana, debe ser tenido como el protector y el defensor de la
Iglesia, que es verdaderamente la casa del Señor y el reino de Dios en la
tierra.
Y concluye:
Estas son las razones por las
que hombres de todo tipo y nación han de acercarse a la confianza y tutela del
Bienaventurado José.
Es por esto que disponemos
que, durante todo el mes de octubre, durante el rezo del Rosario, se añada una
oración a San José.
A quienes reciten esta
oración, les concedemos cada vez una indulgencia de siete años y siete
cuarentenas; y 300 días de indulgencia una vez al día, en cualquier otro tiempo
del año.
En aquellas tierras donde el
19 de marzo —fiesta de San José— no es una festividad obligatoria, Nos
exhortamos a los fieles a santificarla en cuanto sea posible por medio de
prácticas privadas de piedad, en honor de su celestial patrono, como si fuera
un día de obligación.
R.P.CERIANI.
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