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miércoles, 18 de enero de 2023

MILAGROS ASOMBROSOS EN LA IMAGEN DE NTRA. SEÑORA DE GUADALUPE. (TILMA)


Fenómenos inexplicables

Además del hecho histórico ya narrado de la aparición repentina de la prodigiosa imagen, hay una serie de fenómenos inexplicables:

DURACION DE LA TILMA: El ayate, tejido de fibra de maguey, tiene una duración de unos veinte años; pero en el caso de la tilma guadalupana no sólo perdura por más de 450 años, sino que está extraordinariamente suave, hasta el punto que durante muchos años los expertos pensaban que era una palma silvestre que da un tejido más suave.

Más aún: en 1791, limpiando el marco con agua fuerte, ésta cayó en la parte superior de la tilma, a la derecha del observador. El tejido debía haberse destruido, sin embargo, sólo quedó una mancha amarillenta, que con el tiempo va desapareciendo, como si la tilma ella sola se fuese regenerando, ¡al igual que los seres vivos!

LA PINTURA: Según los análisis de las fibras, hechos en 1936 por el doctor alemán Ricardo Kuhn, premio Nobel de química en 1938, en dichas fibras, una roja y otra amarilla, no existen colorantes vegetales, ni animales, ni minerales. Esto lo ha confirmado el estudio Smith-Callagan, respecto de la imagen original, a diferencia de los añadidos. Además, no se dio a la tela preparación o aparejo alguno, según se acostumbra y es necesario para que agarre bien la pintura.

Ya en 1775, el Dr. José Ignacio Bartolache y Díaz de Posada (fundador de «El Mercurio Volante», primera revista médica editada en América) publicó en «La Gaceta de México» su propósito de investigar la inexplicable lozanía de la imagen. Para ello hizo tejer por indios cuatro ayates, dos de maguey y dos de palma silvestre. No consiguió igualaran a la tilma, pero escogiendo el mejor, y los mejores pintores, mandó hiciesen dos copias lo más exactas posibles de la Virgen de Guadalupe. Tampoco fueron las copias perfectas, aunque sí muy bellas. Una regaló a las religiosas de la Enseñanza, y no se sabe más de ella. Otra se colocó protegida por dos cristales en 1789 en la capilla del Pocito, en la falda del cerro del Tepeyac. Ya en 1796 hubo que retirarla del altar, totalmente descolorida y saltada la pintura, después desapareció.

Y sin embargo el original se sigue conservando como recién pintado (pintado o lo que sea), a pesar de haber estado expuesto, incluso sin cristal, 116 años a toda la humedad y salitre de aquella región de lagos, a todo el humo de las velas, al polvo, a innumerables insectos, al fervor de los fieles que lo besaban y tocaban con multitud de objetos piadosos.

Incólume al tiempo y a tantos elementos destructores, también lo fue a la explosión de una bomba en 1921. El 14 de noviembre, un obrero, Luciano Pérez, a las diez y media de la mañana dejó en el altar mayor un ramo de flores: dentro escondía una carga de dinamita que estalló minutos después. Los destrozos fueron tremendos en el altar, y hasta se rompieron los cristales de las casas fuera de la basílica. En cambio, al cuadro de la Virgen no le pasó nada, incluso el cristal que debió quedar pulverizado, permaneció intacto.

LA TECNICA: Ningún pintor hubiera escogido para pintar un cuadro semejante tejido, más parecido a tela de saco que a un lienzo. Además, la tilma estaba hecha de dos pedazos, con costura en el medio (que no afecta al rostro de la Virgen por estar indiñado hacia su derecha). Pero lo notable, otro de los fenómenos inexplicables, es que el artífice ha sido capaz de aprovechar todas las imperfecciones del tejido como elemento pictórico.

El Dr. Rodrigo Franyutti, uno de los investigadores de la imagen de Guadalupe, dice en su estudio El verdadero y extraordinario rostro de la Virgen de Guadalupe: Para dar luminosidad y volumen a un rostro por lo menos hay que utilizar dos colores, uno claro y otro oscuro para las sombras. Pero en el rostro de la Virgen no hay una sola sombra pintada. Las cejas, el borde de la nariz, la boca y los ojos no son otra cosa que la misma tela, carentes de todo color superpuesto con todas sus manchas e irregularidades, pero utilizadas con tal maestría que parecen perfiles extremadamente bien dibujados; todos los rasgos no son más que aberturas de la tela, manchas e hilos gruesos. Por ejemplo, el perfil que forma la nariz no es sino la misma tela que termina en un hilo grueso en lo que es la punta de la nariz. Esos rasgos denotan una técnica superior a la humana, ya que la forma con que han sido utilizadas las imperfecciones de la tela no tiene explicación lógica: de lo burdo se obtuvo efectos delicados y de las manchas, hoyos e hilos gruesos del ayate, unos rasgos finísimos, sin haber puesto un gramo de pintura sobre ellos.

A su vez, el informe Smith-Callagan afirma: «Una de las maravillosas e inexplicables técnicas empleadas para dar realismo a la pintura, radica en la forma como se aprovecha la tilma, no preparada (con ausencia de plaste o empaste), para dar al rostro una profundidad y apariencia de vida. Esto es evidente, sobre todo en la boca, donde un fallo de un hilo del ayate sobresale del plano de éste y sigue a la perfección el borde superior del labio. Otras burdas imperfecciones del mismo tipo se manifiestan bajo el área clara de la mejilla izquierda y de la derecha y debajo del ojo derecho. Considero imposible que cualquier pintor humano hubiera escogido una tilma con fallos en su tejido y situados de tal forma que acentuaran las luces y las sombras para dar un realismo semejante. ¡La posibilidad de una coincidencia [tan múltiple] es mucho más que inconcebible!

Lo verdaderamente extraordinario del rostro y de las manos es su calidad de tono, que es un efecto físico de la luz reflejada, tanto por la tosca tilma como por la pintura misma. Es un hecho indiscutible que si la imagen se mira de cerca queda uno decepcionado por lo que al relieve y al colorido del rostro se refiere. (En las fotografías tomadas de cerca, el rostro aparece desprovisto de perspectiva, plano y tosco en su ejecución). Pero contemplándolo desde unos dos metros parece como si el gris y el aparentemente aglutinado pigmento blanco del rostro y manos, se combinasen con la superficie para «recoger» la luz y refractar hacia lo lejos el tono oliva del cutis. Técnica semejante parece ser un logro imposible para las manos humanas, aunque la naturaleza nos la ofrece con frecuencia en la colocación de las plumas de las aves, en las escamas de las mariposas..., [es decir, según explican, no reflejan la luz los diversos pigmentos, sino que la descomponen].

Al alejarse brota como por encanto la abrumadora belleza de la Señora. Es la cara de tal belleza y de ejecución tan singular, que resulta inexplicable para el estado actual de la ciencia».

Sobre esta belleza de la Virgen, que tanto impresiona a los científicos Smith y Callagan, el Dr. Amado Jorge Kúri, eminente cirujano y especialista en medicina interna, quién también ha estudiado de cerca la imagen, dice: «En mi larga vida como profesional he tenido oportunidad de ver a miles de seres humanos, de todas clases y condiciones, pero jamás tropecé con uno tan delicado y sugerente». Que esta especial belleza, atestiguada por muchos, no aparezcan en las reproducciones se explica en parte por los citados retoques, y por su especial técnica analizada de descomposición de la luz, que difícilmente puede captar la fotografía. Quizás algún día se pueda obtener una fotografía perfecta del original sin retoques.

Aunque éstos han podido confundir incluso a Smith y Callagan, pero lo más exacto parece ser que los rasgos de la imagen no representan una joven india, sino judía; incluso la vestimenta lo es.

Para decirlo todo indicaremos también que varios médicos han apuntado la idea que la Stma. Virgen aparenta como estar embarazada de unos tres meses (sería en la época del nacimiento de S. Juan Bautista); con el Niño Jesús no en sus brazos sino en su seno. Curiosamente ya el maestro Alfonso Junco decía: «Quiso visitarnos, como hubiera visitado a su prima Sta. Isabel en su gravidez, cuando estas tierras estaban grávidas de Cristo, y aceleró el nacimiento de Él».

LOS OJOS: El último de los prodigiosos fenómenos descubiertos, es el contenido de los ojos, filigrana técnica del genial artífice, que no solamente no la pintaron manos humanas, sino que les hubiera sido absolutamente imposible hacerlo a los hombres del siglo XVI, con los conocimientos de la época.

En 1929 el fotógrafo oficial de la basílica, Alfonso Marcué González, descubrió que los ojos de la Virgen reflejaban el busto de un hombre con barba, pero el abad de la basílica no quiso que se dijese nada, quizás por la persecución religiosa de entonces. En 1951 José Carlos Salinas Chávez, dibujante, noticioso del fenómeno, lo examinó de nuevo, insistió con el citado abad y con el arzobispo, se hizo público el hallazgo y comenzó el análisis científico por los oculistas de mayor prestigio con lupas y oftalmoscopios de gran potencia. No se puede dudar, como descubrió en 1956 el Dr. Rafael Torija Lavoignet: reflejan una imagen según la ley óptica Purkinje-Samsom. Esta dice que un objeto colocado 35 ó 40 cms, enfrente del ojo, produce en él tres imágenes: una en la cara exterior de la córnea (delante del iris), otra más pequeña en la cara exterior del cristalino (lente que está detrás de la pupila o abertura del iris) y la tercera, aún mejor e invertida, en la cara interior del cristalino.

Esas tres imágenes de un busto de hombre con barba se pueden apreciar en el ojo derecho de la imagen; en el ojo izquierdo aparece sola la primera imagen, más externa en la córnea, debido a que el objeto está menos de frente al ojo, y por ello no produce las otras dos imágenes. Desde el punto de vista óptico la diversidad, colocación, curvatura y enfoque de las imágenes en ambos ojos es perfecta: la del ojo izquierdo algo desenfocada, por estar más lejos del hombre con barba. ¡Ya está perfección anatómica supera toda técnica humana!

Además, según testimonio unánime de los oftalmólogos, al iluminar el ojo el iris se hace brillante, dando la impresión de ser un ojo vivo, y la pupila de ser algo hueco. Este efecto de vida, y tridimensional en la mancha negra de la pupila, por supuesto no se encuentra en ningún otro cuadro del mundo, ni es posible conseguirlo con ninguna pintura.

Los ojos están ligeramente inclinados hacia la derecha y hacia abajo. Es tal su realismo, que el Dr. Enrique Graue, absorto en su observación, olvidó que estaba ante un cuadro y le dijo, como a uno de sus pacientes: «Por favor, mire un poco para arriba». Su color es verde tirando a marrón, como verde amarillento.

MAS FIGURAS: El profesor José Aste Tonsmann, peruano, es especialista en procesos de digitalización de imágenes en el Centro Científico de IBM de México. Mediante complicados aparatos y computadoras la luz que refleja una fotografía es convertida en impulsos eléctricos y éstos reducidos a números (dándole el número que le corresponde, según sus características, a cada cuadradito o dígito en que se divida la imagen, y llegan a ser 28.000 por cada milímetro cuadrado) y luego al reconstruirla puede ser ampliada hasta 2.500 veces su tamaño (una foto carnet cuadrada, que tenga 5 ctms, de lado, puede convertirse en un cuadro de 2 metros y medio de lado); además la computadora puede distinguir más de 250 tonos grises, mientras el ojo humano no más de 40. Esta técnica se emplea sobre todo para la retrasmisión y análisis de fotografías hechas por los satélites artificiales: es posible también arreglar la foto si está desenfocada, aplicarle filtros, quitarle manchas...

Pues bien, el Dr. Tonsmann, buen católico, interesado por la Virgen de Guadalupe aplicó a sus ojos, en 1979, este procesamiento de imágenes. En el centro de las pupilas de ambos ojos —y algo diferentes en cada uno, como ocurre en la realidad—, se han detectado: una figura de rasgos indios sin barba, con un sombrero en forma de cucurucho el cual extiende por delante una manta (sin duda Juan Diego), a su derecha un rostro de hombre joven (se ha supuesto ser el traductor, por estar entre el indio y el obispo; lo fue Juan González Sánchez, de veintitantos años, extremeño llegado hacía tres años, que se ordenó de sacerdote en 1534), una cabeza de anciano (del obispo Zumárraga por su edad, cráneo y nariz vasca, calvo con cerquillo al estilo franciscano...), y a su derecha otro indio casi desnudo, sentado a la usanza azteca; detrás de Juan Diego una cara de mujer, de rasgos negros, que mira el prodigio (se confirmó después que el obispo tenía una esclava negra, a quien en su testamento concedió la libertad). Naturalmente las computadoras también analizaron al «hombre con barba», la cual acaricia con su mano derecha (no tiene características indias, sería un español, quizás D. Sebastián Ramírez de Fuenteleal, obispo de Sto. Domingo, que llegó a México en octubre de 1531 como presidente de la Audiencia de la Nueva España, —órgano de gobierno y judicial compuesto entonces de cinco oidores de gran prestigio e integridad—; y muy posiblemente se hospedase en la residencia del obispo Zumárraga).

 

 

 

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