1. Precisión conceptual
En
cuestiones que atañen a los errores de la fe, el género es la infidelidad y las
especies son la herejía y la apostasía, entre otras. De acuerdo a Santo Tomás
(1) la infidelidad se constituye por toda doctrina que se opone a la fe
verdadera ya de un modo negativo o por negación (el que no tiene fe), ya de uno
positivo por oposición a la fe (sostener una doctrina contraria o no prestar
atención a la verdadera). Es un pecado del entendimiento (2), pero como éste
dirige y ordena a la voluntad, fallando aquél se tuerce ésta.
En un
sentido absoluto y riguroso, cuando la Iglesia habla de apostasía se refiere al
abandono de la fe cristiana (3).
Constituye
un pecado grave contra la fe, porque rechaza la doctrina revelada; contra la
religión, porque rehúsa a Dios el culto verdadero; y contra la justicia porque
pisotea las promesas del cristiano.
La
apostasía es un abandono total de la fe, esto es, una infidelidad positiva,
interna y externa (4). Si el abandono no es total, constituiría una herejía
(5), pues ésta importa una elección que «tiene por objeto los medios orientados
a un fin», como dice Santo Tomás (6), entendiéndose por «fin» la divina
autoridad de Cristo, y por «medios» las verdades reveladas que son sometidas a
nuestra inteligencia por la autoridad divina para su aceptación.
La
herejía puede ser parcial pues, como afirma Santo Tomás, una verdad pertenece a
la fe de dos modos: uno, directo y principal, como los artículos de la fe;
otro, indirecto y secundario, como las cosas que conllevan la corrupción de un
artículo. Sobre ambos extremos puede versar la herejía.
Así, una
vez claras las cosas, en esta colaboración hablaremos en sentido lato de
infidelidad y apostasía, como si fuesen sinónimos, aunque en propiedad
correspondería referirse a herejías –en la mayoría de los casos a considerar.
2. La enseñanza de la Quas primas La experiencia de estudiar y enseñar a jóvenes la
encíclica Quas primas de Pío XI (1925) me permitió descubrir la gran
cantidad de apostasías o herejías en las que, muchas veces involuntariamente,
se cae.
Algunos
que por vez primera enfrentaban la cuestión, caían en un silencio propio del
alma perturbada por un concepto y una realidad que no podían digerir
fácilmente. Les era más fácil acusar al profesor –e incluso al Papa– de
retrógrados y preconciliares que ocuparse de estudiar la verdad.
Otros
–me sucedió con un joven abogado del Opus Dei interesado en la Doctrina social
de la Iglesia– levantaban prontamente la voz aduciendo que sería así en teología,
pero no en la práctica, porque en los días que corren era inconveniente hablar
de ese modo a los hombres: la libertad de religión se había impuesto y ella
exigía otro tipo de diálogo y sobre otras premisas.
Finalmente,
hubo en pequeño grupo que aceptó el concepto pero que renegó de él en los
hechos: teniendo que manifestar públicamente la Realeza de Cristo –portando una
bandera en una manifestación, por ejemplo, de grupos pro vida– lo consideraban
inoportuno. Así se ve como la voluntad se ve también afectada.
Me voy a
referir ahora a algunas formas conscientes de apostasía política, tomando como
guía aquella carta encíclica de Pío XI.
3. Primera apostasía: un Reino
espiritual Un crítico católico ha
podido afirmar que el Reino de Nuestro Señor Jesucristo no es social ni
político, porque no siendo de este mundo es simple y solamente espiritual (7).
En lo cual coincide con Lutero y Calvino y desprecia la larga tradición de la Iglesia. Ese es el sentido que se da a las palabras del Cristo «mi Reino no este mundo» (Jn. 18, 36), como diciendo Nuestro Señor que su realeza es exclusiva y excluyentemente sobrenatural, celestial, nunca con dimensiones naturales y terrenales, carnales.
Es la
repetida lectura liberal de la realeza de Cristo. Mas como enseña Pío XI y han
esclarecido diversos teólogos, filósofos y apologistas católicos, el principio
de la realeza de Cristo –al que se alude en el pasaje del Evangelio de Juan–no
es mundano porque no proviene del mundo ni se funda en las potestades terrenas,
sino que es de origen divino; pues «mundo» no designa un lugar opuesto a
«cielo» sino el origen y la raíz de su poderío regio. Por ser éste así, se
ejerce sobre todo lo creado, incluso sobre el mundo y sobre la vida humana en
su plenitud.
Es un
reino de y en los corazones, es cierto, pero del corazón que se dice del hombre
todo, incluso de la sociedad en la que vive. La recta interpretación no es la
intimista protestante, sino la que predicaba el padre Leonardo Castellani: «Su
Reino no surge de aquí abajo, sino que baja de allí arriba; pero eso no quiere
decir que sea una mera alegoría, o un reino invisible de espíritus. Dice que no
es de aquí, pero no dice que no está aquí. Dice que no es carnal,
pero no dice que no es real. Dice que es reino de almas, pero no quiere decir
reino de fantasmas, sino reino de hombres» (8).
4. Pío XI refuta la
primera apostasía
Cuando
Pío XI instituyó la Fiesta de Cristo Rey, explicó que el reinado de Nuestro
Señor no era solamente espiritual sino también temporal y social. Veámoslo.
«Temporal»,
porque «erraría gravemente –dice el Pontífice– el que negase a Cristo Hombre el
poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le
confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que
todas están sometidas a su arbitrio». Quiere decir: Jesucristo es rey en tanto
que Cristo es Señor de la historia (9) y también Señor de la creación, porque
en Él y por Él todo fue creado, como enseña San Juan en el prólogo de su
Evangelio.
Pero
añade Pío XI: y «social», pues siendo Cristo «la fuente del bien público y
privado», siendo Él «quien da la prosperidad y la felicidad verdadera, así a
los individuos como a las naciones», es Jesucristo –agregaba– la firme roca de la
paz, la concordia, la estabilidad y la felicidad de las naciones (10).
En
consecuencia, como la Iglesia siempre ha sostenido, hay un orden social y
político querido por Dios (al que normalmente damos el nombre de «orden
natural»), orden que corresponde a nosotros los hombres ponerlo en obra y que
tiende, como fin natural y sobrenatural, a instaurar el Reinado de Nuestro
Señor Jesucristo.
En otros
términos, el orden social y político católico tiene a Cristo Rey como
fundamento y como ápice o corona: porque se asienta en la realeza temporal de
Nuestro Señor (Él es el pilar de las sociedades y de la sociedad política católica)
y culmina en el notorio reconocimiento y en el culto público a Cristo Rey que
es culto debido a Dios, fin del hombre. La realeza de Jesucristo está en los
comienzos y en el fin de la sociedad humana.
Por
tanto, apostata quien, en nombre de la democracia, de la libertad religiosa, de
la sana laicidad o de cualquier otra patraña renuncia al reinado
político-social del Verbo Encarnado reduciéndolo a la comodidad de la profesión
privada. Es cierto aquel aserto evangélico que la boca habla de lo que hay en
el corazón (Mt. 15, 18; Lc. 6, 45): si no se confiesa con la
lengua lo que en el corazón se cree y ame, difícilmente puede decirse que se
tienen tales fe y amor. En verdad, un reino intimista y privado, es una suerte
de egoísmo espiritual, pues no se comparte nada más que consigo mismo.
5. Segunda apostasía: una Realeza
parcial La apostasía de la
espiritualidad del Reino llega al punto de hacer del Verbo de Dios un Rey para
ciertas cosas y no para otras, un Rey en ciertas horas y en otras no, porque es
fin de las instituciones mas no de todas. El argumento suele tomarse de lo que
Nuestro Señor dijo: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios» (Mt. 22, 21). Un liberal entiende estas palabras como la
proclamación de la separación de lo natural de lo sobrenatural, incluso la
separación de la Iglesia del Estado, y ve en ellos el origen cristiano de la «laicidad».
Así es como se interpreta corruptamente la fórmula de «la autonomía de lo
temporal».
¿Quién
no descubre en esta lectura sesgada la herejía actual que deja a Cristo Rey
fuera de las sociedades democráticas, ajeno a la vida política, que es el
imperio del César? Otra vez la perfidia protestante ampara esta apostasía.
Porque
para Lutero, Cristo es rey y sacerdote, sí, pero en un sentido puramente
espiritual, pues Él separó los dos reinos (el del mundo del suyo), «porque su
reino no es de la tierra ni sobre lo terreno, sino que es rey de bienes
espirituales como la verdad, la sabiduría, la paz, el gozo, la bienaventuranza,
etc. […] De donde se deduce que su gobierno es espiritual e invisible» (11).
6. Refutación de la segunda apostasía, Pero nuevamente hay una mala lectura: Cristo no dice que
las obligaciones humanas estén divorciadas de las divinas, ni que lo natural
está separado de lo sobrenatural. En sus palabras están implícitas que el César
tiene deberes para con Dios como todo ser humano: incluso a Dios debe el César.
Luego, lo natural está ordenado a lo sobrenatural y el que existan poderes
temporales no significa que Cristo no sea Rey incluso en el orden social y
político.
Porque
los títulos de Rey los posee Nuestro Señor Jesucristo en razón de su divinidad,
de modo tal que el origen o el principio de su Reino y su realeza no son
terrenales sino sobrenaturales, divinos en esencia. El arzobispo Marcel Lefebvre
dijo en cierta ocasión que «si Nuestro Señor Jesucristo es Dios, como consecuencia es el dueño de todas
las cosas, de los elementos, de los individuos, de las familias y de la
sociedad. Es el Creador y el fin de todas las cosas» (12).
Santo
Tomás (13), confirma el razonamiento deteniéndose en su alcance: porque el
poder de Cristo es general, universal, sobre todas las criaturas (Mt.
26, 18); sin embargo, es un poder especialmente espiritual sobre los santos (en
la vida presente por la gracia y en la futura por la gloria), pues los santos no
son de este mundo (Jn. 18, 36). Por tanto, el reino de Cristo comienza
acá abajo y se consuma en la vida futura cuando todo le sea sometido como
escabel de sus pies (Sal. 109, 1).
Notas.
(1) S.
th., II, II, q. 11, a. 2 resp; I, II, q. 32, a. 4 resp.
(2) S.
th., II, II, q. 10, a. 2.
(3)
SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. th., II, II, q. 12, a. 1 resp.; A. BEUGNET,
«Apostasie»,
en Alfred VACANT, Eugène MANGENOT y Émile AMANN (ed.),
Dictionnaire
de théologie catholique, París, Libriarie
Letouzey et Ané, 1926, t. I, 2.ª parte, col. 1602-1612.
(4)
Albert MICHEL, «Apostasie», en Dictionnaire de théologie catholique, cit.,
Tables générales, 1951, t. I, col. 209-212.
(5)
Albert MICHEL, «Hérésie», en Ibid., t. VI, 2.ª parte, 1947, col.
(6) S.
th., II, II, q. 11, a. 1 resp.
(7) Por
ejemplo y recientemente, Thibaud COLLIN en su reseña de la obra de Bernard
DUMONT, Miguel AYUSO y Danilo CASTELLANO (eds.),
Eglise
et politique: changer de paradigme,
aparecida en L’Homme Nouveau, París, núm. 1609 (2016), págs. 10-11.
(8)
Leonardo CASTELLANI, «Cristo Rey», en Cristo ¿vuelve o no vuelve?, 2.ª
ed., Buenos Aires, Dictio, 1976, págs. 164-165.
(9) «El
Hijo del hombre es dueño también del sábado», dice Él en
Mc. 2, 27.
(10) Quas
primas, núm. 15, 16, 17 y 18.
(11)
Martín LUTERO, La libertad del cristiano (1520), núm. 14, en Obras,
ed. T. Egido, 4.ª ed., Salamanca, Ed. Sígueme, 2006, págs. 161-162.
(11)
Martín LUTERO, La libertad del cristiano (1520), núm. 14, en Obras,
ed. T. Egido, 4.ª ed., Salamanca, Ed. Sígueme, 2006, págs. 161-162.
(12)
http://www.statveritas.com.ar/Cartas/Lefebvre-CristoRey.htm
(13)
Santo TOMÁS DE AQUINO, Expositio super II Epistolam S. Pauli
Apostoli
ad Timotheum, versión bilingüe en
lengua francesa: Commentaires sur la Seconde Épitre de S. Paul a Timothée,
t. V, París, Luis Vivès, 1874, c. IV, lect. I, págs. 451-452.
Juan Fernando Segovia
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