La hora de Satanás
Nota. Este escrito de Monseñor Lefebvre esta tan actualizado que bien vale pena leerlo con detenimiento una y otra vez y meditarlo para darse cuenta que los enemigos de Dios ya casi han logrado su fin. nunca como ahora la Iglesia y la sociedad católica y no católica están ya no en una convulsión sino en una decadencia total. Es un mensaje elocuente para la pequeña grey que Dios Nuestro Señor se ha reservado para estos tiempos con el fin de actuar tanto en lo social, como podamos, como con la oracion para no sucumbir ante el embate enemigo.
El juicio que formula el Papa es claro y formal.
Este plan viene de satanás. Los planes de los masones son satánicos y están
inspirados por el odio contra Nuestro Señor Jesucristo. Hay que ver las cosas
precisamente como las describe León XIII para comprender el origen y los
motivos de esta guerra llevada con tanta inteligencia y, diría yo, con tanta
prudencia, contra las instituciones cristianas y, por consiguiente, para
oponerse al reinado de Nuestro Señor Jesucristo. Han hecho esta guerra desde
hace varios siglos en el mundo entero. Por eso no puede ser que el origen de
semejante plan y realización sólo sean hombres; su origen no puede ser más que
al demonio. Realmente es la ciudad del demonio, que se organiza contra Nuestro
Señor Jesucristo y contra la ciudad cristiana.
Evidentemente, Satanás es malvado y
notablemente inteligente. Sabe disfrazarse a veces con la violencia, a veces
disimulándola con apariencias muy humanitarias, y a veces con doctrinas muy
absolutas como la del comunismo y después con el liberalismo, que se compone de
un buen número de variantes, de tal modo que uno se pierde.
Muchos se dejan atrapar por ese
lenguaje ambiguo utilizado para embaucar a la gente sencilla que no reflexiona
y se deja arrastrar.
Por supuesto que todos los hombres son libres,
iguales y hermanos. Pero aquí no se trata de la libertad, igualdad ni
fraternidad verdaderas. Hay que tratar de comprender bien los móviles y
objetivos de esta lucha realmente satánica. El Papa no tiene ningún empacho y
acusa categóricamente a Satanás de ser el origen de todas estas doctrinas
masónicas, que deshonran al hombre, a la familia y a la sociedad.
«El
empeño de los masones —el de destruir los principales fundamentos de lo justo y
con esto, y animar así a los que, a imitación del animal, quisiera fuera lícito
cuanto agrada— no es otra cosa que empujar el género humano ignominiosa y
vergonzosamente a su extrema ruina. Aumentan el mal y los peligros que amenazan
a la sociedad doméstica y civil. Porque, como otras veces lo hemos expuesto,
hay en el matrimonio, según el común y casi universal sentir de todos los
pueblos y siglos, algo de sagrado y religioso: veda, además, la ley divina que
pueda disolverse. Pero si esto se permitiera, si el matrimonio se hace profano,
necesariamente ha de seguirse en la familia la discordia y la confusión,
cayendo de su dignidad la mujer y quedando incierta la prole, tanto sobre sus
bienes como sobre su propia vida».
La delincuencia que
engendra la Masonería
Es interesante observar las consecuencias del
comportamiento de los masones. Por una parte, crean obras laicas para los
jóvenes y niños, y al mismo tiempo hacen todo lo necesario para llenar de ellos
las cárceles. (En el primer caso se trata de las grandes obras de filantropía
que publicitan con bombos y platillos y en el segundo caso, ellos mismos
promueven la delincuencia para luego presentarse como adalides de la paz social
y civil.)
No dejan a la Iglesia impartir la educación
católica, cuya moral rechazan, y difunden la deshonestidad, el vicio, las
películas y obras pornográficas, etc. (En la actualidad ya no existe la
educación religiosa aun en los colegios “religiosos” debido al modernismo
masón. Nunca olvidemos la saña inaudita de Plutarco Elías Calles en el México
de 1926, cuando expropio o cerro todos los colegios católicos de la Republica
Mexicana) Hacen todo para corromper a la juventud y después ha sido necesario
construir prisiones para los niños delincuentes y hospitales psiquiátricos o
reformatorios. Es increíble; todo eso antes no se conocía. Los reformatorios
solían ser orfanatos, administrados por religiosas o los hermanos de San Juan
de Dios. Actualmente, en Francia, están, por ejemplo, las hermanas de Poncalec,
donde la policía lleva a los niños abandonados por sus padres.
Había obras como esas, en las que los niños
encontraban un ambiente de familia y un afecto de parte de esos hermanos o
hermanas que los habían recibido. Sin embargo, esas congregaciones fueron
perseguidas y sus miembros expulsados. Se ha hecho todo lo posible para hacer
desaparecer esas obras y, supuestamente, crear otras obras secularizadas (Obras más bien mundanizada dirigidas por
personal especializado por ellos para descristianizar, corromper y mundanizar
todas instituciones de “beneficencia publica” como lo vemos hoy día.) El
resultado ha sido que se han tenido que construir prisiones para niños, que son
auténticos campos de concentración y donde reinan todos los vicios, o, como hay
demasiados delincuentes, no se les hace nada; no se los puede encerrar a todos.
Eso es lo que vemos que pasa ahora en todos los países, es decir: el aumento de
la delincuencia, de los robos, de la droga…
Suiza no está exenta de estas agitaciones que
afectan a la juventud. En Zurich y en Lausana se han visto bandas de jóvenes
que roban autos, rompen escaparates de los comercios para robar y se comportan
como auténticos bandidos mientras la policía se contenta con mirar, pues no
sabe qué hacer. Comprueba los hechos, atrapa a algunos de ellos, los interroga…
Van a la cárcel unos días, y luego los dejan libres y las cosas vuelven a
empezar. Las autoridades responsables no saben cómo gobernar la sociedad, a la
que han arrancado todas sus bases morales. Se ha suprimido todo lo que podía
ofrecer a los jóvenes elementos para una vida conveniente y ordenada. En nombre
de la libertad, se han suprimido todas las barreras... ¡Es espantoso!
La propagación de la droga es un ejemplo. Es
una plaga terrible que se difunde hasta en las escuelas que aún siguen siendo
católicas. Nadie consigue decir qué se puede hacer para poner fin a ese mal que
se propaga cada vez más. Si hemos llegado a ese punto es porque ya no se quiere
imponer la ley moral ni la ley de Dios. El decálogo ya no es la base de las
sociedades, ni de la familia ni de la enseñanza.
No hay
más que los “derechos del hombre”, derecho a la libertad. ¡La libertad!: ahí
vemos los resultados.
La revolución y el
deseo de cambio
La doctrina de los masones según la cual los
hombres son iguales arruina toda autoridad en la organización política de la
sociedad civil. Si ese concepto se aplicara a la Iglesia, quedaría arruinada
toda su estructura. Ella es esencialmente jerárquica y la autoridad la
confieren las autoridades superiores, salvo la elección del Papa en el
cónclave. El Papa designa a los obispos, los obispos llaman a los sacerdotes, etc.
La Iglesia es una sociedad enteramente jerárquica, cuya organización se opone a
las doctrinas racionalistas de los masones.
Cuando se aplican las doctrinas de los masones
—dice el Papa— sus consecuencias conducen a la Revolución.
«De los turbulentos errores, que ya llevamos
enumerados, han de temerse los mayores peligros para los Estados. Porque,
quitado el temor de Dios y el respeto a las leyes divinas, menospreciada la
autoridad de los príncipes, consentida y legitimada la manía de las
revoluciones, sueltas con la mayor licencia las pasiones populares, sin otro
freno que el castigo, ha de seguirse necesariamente el trastorno y la ruina de
todas las cosas. Y aun precisamente esta ruina y trastorno, es lo que a
conciencia maquinan y expresamente proclaman unidas las masas de comunistas
y socialistas, a cuyos designios no podrá decirse ajena la secta de los
masones, pues favorece en gran manera sus planes y conviene con ellas en los
principales dogmas. (…) masones. (En la actualidad,
gracias al Concilio Vaticano II, la Iglesia oficial o Modernista ya no es
jerárquica sino “democrática”. Este es uno de los principales distintivos entre
la Iglesia moderna y la Tradicional o visible, de aquí nace la distinción entre
ambas en que una es “oficial” y la otra es visible)
¡Ojalá juzgasen todos del árbol por sus frutos
y conocieran la semilla y principio de los males que nos oprimen y los peligros
que nos amenazan! Tenemos que habérnoslas con un enemigo astuto y doloso que,
halagando los oídos de pueblos y príncipes, ha cautivado a unos y otros con
blandura de palabras y adulaciones. Al insinuarse entre los príncipes fingiendo
amistad, pusieron la mira los masones en lograrlos como socios y colaboradores
poderosos para oprimir a la religión católica (…)
No de otro modo engañaron, adulándolos, a los
pueblos. Voceando libertad y prosperidad pública, haciendo ver que por culpa de
la Iglesia y de los monarcas, no había salido ya la multitud de su inicua
servidumbre y de su miseria, engañaron al pueblo, y, despertada en él la sed de
novedades, le incitaron a combatir contra ambas potestades».
El aggiornamento: adaptación
al espíritu liberal
Los Papas han condenado frecuentemente la sed
de cambios. El deseo de cambio es el mal de los hombres modernos y fue el que
atacó al Concilio. Con pretexto de aggiornamento quisieron cambiar todo.
Hay que cambiar con pretexto de adaptación. Hay que ponerse al diapasón del
hombre moderno, y como el hombre moderno siempre cambia, hay que cambiar
siempre y adaptarse indefinidamente.
Que hay que adaptar en cierta medida los
métodos de apostolado, es algo evidente. El problema ni siquiera se plantea,
porque es algo elemental. No se predica a los adultos como a los niños, ni a
los intelectuales y gente culta como a la gente sencilla. Hay una adaptación,
por supuesto. Es natural, y para eso no hacía falta reunir un concilio.
Pero lo que parece inimaginable es que, de
hecho, quisieran discutir las fórmulas para adaptar supuestamente el modo de
expresar nuestra fe y hacerlo más accesible al hombre moderno. ¡Son puras
elucubraciones!
Los “derechos del hombre”: ¿de qué hombre se
trata? Lo que existen son hombres, no el “hombre” separado de toda realidad.
Cuando se habla de adaptarse al hombre moderno, ¿de qué hombre se trata? ¿del
de Europa, del de América del Sur, del de China…? Eso no tiene sentido. El
hombre moderno es, sencillamente, un hombre cuyo cerebro ha sido modelado por
las doctrinas masónicas, que son ideas absolutamente contrarias a la Iglesia, a
los principios mismos de la naturaleza y a los principios tal como Dios los
concibe.
Pretender que se pueden cristianizar las ideas
y el vocabulario de este “hombre moderno” es algo totalmente irrealista. Por
mucho que se diga: “los derechos del
hombre son algo admirable y podrían hacerse evangélicos”, ¡es imposible!
Los han elaborado los masones y los han querido en contra del decálogo. No se
habla de los deberes del hombre sino únicamente de sus derechos, con la
finalidad de destruir la ley de Dios, de modo que ya no sea la base de las
sociedades y sea remplazada por la libertad.
Los derechos del hombre: la diosa razón, adorar a la razón humana, todo eso es la Revolución.
Poner al hombre en lugar de Dios.
¿Cómo se puede imaginar una adaptación a esa
gente? ¡Es imposible!
Se han querido adaptar tanto que, finalmente, han acabado racionalizando nuestra
liturgia, que contenía tantas cosas hermosas, sagradas y divinas. Las han
convertido en algo racionalista y humano. Se
ha rebajado el rito sagrado de la misa para convertirlo en una comida, una
comunión y una eucaristía.
Han hecho una democratización sin jerarquía
—pues ya no la hay— y el sacerdote ya no es más que el presidente designado, pero al que también podría designar la
comunidad. Es horrible ver a dónde nos ha llevado ese deseo de adaptación.
No
podemos usar el lenguaje de los protestantes y racionalistas sin hacernos tales
poco a poco, porque ese lenguaje tiene un significado muy concreto y expresa
muy bien lo que quieren.
Ningún católico puede
afiliarse a la Masonería
Así que el Papa pide a los obispos que, en
primer lugar, denuncien a la Masonería: «Que
sean conocidos tal como son»: «Que
los pueblos aprendan por vuestros discursos y pastorales, dados con este fin,
las malas artes de semejantes sociedades para halagar y atraer, la perversidad
de sus opiniones y lo criminal de sus hechos. Que ninguno que estime en lo que
debe su profesión de católico y su salvación juzgue serle lícito por ningún
título dar su nombre a la secta masónica, como repetidas veces lo prohibieron
Nuestros predecesores. (…)
Además,
conviene con frecuentes sermones y exhortaciones inducir a las muchedumbres a
que se instruyan con todo esmero en lo tocante a la religión, y para esto
recomendamos mucho que en escritos y sermones oportunos se explanen los
principales y santísimos dogmas que encierran toda la filosofía cristiana, con
lo cual se llega a sanar los entendimientos por medio de la instrucción y a
fortalecerlos así contra las múltiples formas del error».
Es cierto. Cuando más conocemos nuestra
religión más la vivimos, en particular nuestra liturgia, a la que estamos tan
apegados y que en otro tiempo fue la de toda la Iglesia, y nos vemos más como
inmunizados contra las tendencias malas del racionalismo y todos sus errores.
Plegaria por los que
luchan contra las sectas
Finalmente, el Papa, tal como tiene que
hacerlo, se vuelve hacia la oración y con ella termina:
«Bien
conocemos que todos nuestros comunes trabajos no bastarán a arrancar estas
perniciosas semillas del campo del Señor si desde el cielo el dueño de la viña
no favorece benigno nuestros esfuerzos. Necesario es, por lo tanto, implorar
con vehemente anhelo e instancia su poderoso auxilio (…)
Tan
fiero asalto pide igual defensa, es a saber, que todos los buenos se unan en
amplísima coalición de obras y oraciones».
El Papa
nos anima a volvernos a la oración, porque en ella está nuestro auténtico
socorro.
«Les
pedimos, pues, por un lado que, estrechando las filas, firmes y a una, resistan
contra los ímpetus cada día más violentos de los sectarios; por otro, que
levanten a Dios las manos y le supliquen con grandes gemidos, para alcanzar que
florezca con nuevo vigor la religión cristiana; que goce la Iglesia de la
necesaria libertad; que vuelvan a la buena senda los descarriados; y que, al
fin, abran paso a la verdad los errores, y los vicios a la virtud.
Como
intercesora y abogada tengamos a la Virgen María Madre de Dios (…) Acudamos
también al príncipe de los Ángeles buenos, San Miguel, el vencedor de los
enemigos infernales; y a San Jo-sé, esposo de la Virgen santísima, así como a
San Pedro y San Pablo, Apóstoles grandes, sembradores e invictos defensores de
la fe cristiana, en cuyo patrocinio confiamos, así como en la perseverante (San
Mateo 26, 11.)
oración
de todos, para que el Señor acuda oportuno y benigno en auxilio del género
humano que se encuentra lanzado a tantos peligros».
Por último, al terminar esta encíclica tan
importante y que de algún modo resume todo lo que sus predecesores ya habían
dicho sobre las sectas masónicas, el Papa da su bendición apostólica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario