EFECTOS DE
LA PASION...
(continuación)
Quienes
el Señor concede mayor poder para probarlos y alcanzar mayores victorias. San
Pedro nos lo pinta como león rugiente en torno de los fieles de Cristo,
buscando a quién devorar (1 Petr. 5,8). Y más dramáticamente nos pinta San Juan
al dragón, la serpiente antigua, el diablo, encarnado en los poderes del mundo
pagano para perseguir a los hijos de la Iglesia, -adoradores de Cristo (Apoc,
13,1-17). -Cuando el hombre, seducido por la concupiscencia de la carne, la
concupiscencia de los ojos, o la soberbia die la vida. (1 lo. 2,16), queda
esclavizado por el pecado, lo queda también por el diablo, el cual, sirviéndose
de las mismas tres concupiscencias, le sujetará cada, vez más al pecado,
convertido ya en vicio (Rom. 6,13,19S; -7,14. Z3), y hará de él lo que le
plazca. Y lo peor será que el hombre, siendo esclavo, se creerá libre, y,
pensando obrar según su voluntad, ejecutará la del diablo. Así decía Jesús a
los judíos: “Vosotros tenéis por padre al diablo, y queréis hacer los
deseos de vuestro padre. Él es homicida desde el principio y no se mantuvo en
la verdad porque la verdad no está en él, cuando habla mentira habla de lo suyo
propio, porque él es mentiroso y padre de la mentira” (Jo. 8,44) Pues
entre los medios de Dios, siempre deseoso de la salvación del hombre (1 Tim. 2.4),
le ofrece al hombre para luchar contra el diablo, el principal es la gracia de
Jesucristo. El Señor, durante su vida mortal, lucho contra el espíritu del mal,
que instigo a Judas para vender a sus Maestro (Jo. 13, 27), y a los judíos para
procurar su muerte.
Pero, mirando a su pasión, dijo El
mismo: “Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este
mundo será arrojado fuera, y yo, si fuere exalto de la tierra, todos atraeré a
mí. Esto dijo indicando de que muerte habéis de morir” (1 Jo. 3.8).
Por eso dice por su cuenta el mismo evangelista: “Para esto apareció el
Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo”. La obra del diablo
es el pecado, y Cristo destruye el pecado con su muerte (hebr. 2,14). Algunos
Padres nos han descrito con exuberante elocuencia esta victoria de Jesucristo
sobre el diablo. No han faltado entre los heterodoxos quienes pretendieron
sacar esta elocuencia de sus quicios para pervertir la tradición católica, que
santo Tomas reduce a sus justos límites, interpretando los testimonios de los
Padres a la luz de la enseñanza escrituraria y en conformidad con el conjunto
de la doctrina católica.
III.
LIBERTAD DE LA PENA DEL PECADO
El Tercer efecto que Tomas atribuye a la
pasión de Jesucristo es el de habernos librado de la pena del pecado. En Gen.
2.17, Yave Elohim intimida a Adán la pena de muerte si se atreve a comer de la
fruta prohibida, y, de cometido el pecado, le condena a sudar y a trabajar
hasta que vuelva a la tierra de donde fue tomado, pues, siendo polvo, al polvo
tiene que volver. Por eso se dice en varios pasajes de los sapiensales que Dios
no hizo la muerte, que esta entro en el mundo por el pecado, por la envidia del
diablo (Sap. 1,13. 2,23). El destino de las almas es el seol, que en la
Escritura nos describe como un lugar oscuro como el sepulcro, triste como la
muerte para el hombre (job. 10, 21). Lo más significativo del estado de las
almas en el seol era que vivirían privados de la conversación con Dios hasta el
extremo de que ellas ni se acuerdan de Dios ni Dios se acuerda de ellas.
Aquella era la tierra del perpetuo olvido (“Is. 38,10). Es frecuente entre los
autores sagrados la personificación del seol, del infierno y de la muerte. Todo
esto nos lleva a una idea de la muerte, que es más triste que la corporal,
porque esta es la perdida de la vida temporal, de donde viene la concepción del
seol como la privación de los bienes de que aquí goza el hombre; más
aquella es lo que San Juan denomina en el Apocalipsis segunda muerte (2.
11; 21,8), la privación de Dios. Tal muerte será la pena del impío, del pecador
que durante su vida no supo lo que era acordarse de Dios; más para el alma
piadosa, que se gozaba en El, que le traía siempre ante sus ojos, para este tal
no es posible que la muerte signifique una separación definitiva del Señor.
Antes bien, el justo vive en la seguridad de que Yave no abandonara su alma al
seol, antes le mostrara los caminos de la vida y las eternas delicias a su
diestra.
Y esto nos lleva a un nuevo concepto de la
vida y de la muerte: “El que me haya a mí, dice la sabiduría, halla la
vida y alcanzara el favor de Yave; pero el que me pierde a si mismo se daña, y
el que me odia ama la muerte” (Prov. 8, 35). Y más brevemente: “Ante
el hombre están la vida y la muerte: lo que cada uno quisiere, le será dado” (Ecli.
15,18). La vida en el pecado lleva a la separación definitiva de Dios; pero la
vida en la justicia conduce a la inmortalidad, a la perpetua compañía de Dio.
De aquí lo que nos dice Santiago que el pecado engendra la muerte (eterna). El
profeta Ezequiel dedica un largo capítulo a declarar como la vida y la muerte
están ligadas a la justicia y el pecado (33. 10—33). En consonancia con esto,
dice San Pablo “que el apetito de la carne es muerte y que el apetito
del espíritu es vida paz” (Rom. 8,6). Dios, creo los vivientes, que
son un soplo infundido al hombre un alma viviente, es el Dios vivo, es la
fuente de la vida. Del Verbo dice San Juan que es la vida y que esta vida es
luz de los hombres. El mismo Jesucristo nos declara más este misterio de la
vida divina, cuando dice “que como el Padre tiene vida en sí mismo, así
dio también al Hijo tener vida en sí mismo” (Jo. 5,20). Y luego: “Así
como me envió mi Padre y yo vivo por mi Padre, así también el que me come
vivirá por mi” (Jo.6,57), comer a Jesús es venir primeramente a Él,
y creer en El. “Yo he venido, dice en otro lugar, para que tengan vida, y
la tengan en abundancia” (Jo. 10,10). Y esta vida, que es vida eterna, consiste
en conocer a Dios y a su enviado Jesucristo.
Pero ¡de qué manera es para nosotros
Jesucristo principio de la vida, que El recibe de su Padre? San Pablo dice,
escribiendo a Timoteo: “Jesucristo aniquilo la muerte y saco a luz la vida y la
incorrupción por medio del Evangelio” (1 Tim. 1,10). La victima que se ofrece
en el altar, muere en lugar del oferente, el cual paga con ella la vida que a
Dios debe por su pecado. Pues Jesucristo se ofreció en expiación de nuestros
pecados, murió por ellos en lugar nuestro, y nosotros venimos a morir en El.
Con esto nosotros fuimos trasladados de la muerte a la vida. Pero esto con su
orden. Ofreciéndose en expiación por nuestros pecados, nos libró de la muerte y
nos mereció la vida, que es la justicia: nos libró de la muerte eterna, que
engendra el pecado, y nos ganó la plenitud de vida, que es la vida de Dios, la
vida eterna. Y esta vida completa del alma y del cuerpo la alcanzamos por la
resurrección, en que se cifra toda la esperanza cristiana. De esta manera
Jesucristo nos libró de la muerte, pena del pecado, y nos mereció la vida en su
Plenitud, la vida eterna.
¿De qué manera podemos hacer nuestro eso
que Cristo nos mereció? Ya nos lo dijo El mismo en San Juan: yendo a Él,
creyendo en Él. Y San Pablo nos dirá que por la fe en El, en su pasión y
resurrección, y recibiendo el rito del bautismo, mediante el cual nos
incorporamos a la muerte y a la resurrección de Jesucristo. Con esto morimos al
pecado y resucitamos a una vida nueva, que es la vida de Cristo, pudiendo ya
decir con el Apóstol: “Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo
quien vive en mí. Y aunque al presente vivo en la carne, vivo en la fe de Dios
y de Cristo, que me amo y se entregó por mi” (Gal. 2,2). Y esta vida es la vida
eterna consumada.
IV. LA
RECONCILIACIÓN CON DIOS
La reconciliación del hombre con Dios es
el cuarto efecto de la pasión de Jesucristo. Es la ira una pasión humana que
induce al hombre a la venganza de un mal que cree haber recibido. Como castigo
del mal, la ira se halla también en Dios. Los autores sagrados, que hablan de
Dios muy a lo humano, nos hablan con frecuencia de la ira del Señor contra los
pecadores y de que éstos provocan la ira de Dios con sus pecados: (Provocáronle
con los dioses ajenos, irritáronle con sus abominaciones. Inmolaron a demonios,
no dioses, a dioses que no hablan conocido, nuevos, de a poco advenedizos, a
los que no sirvieron sus padres; Y violo Yavé y se irritó, hastiado por sus
hijos y sus hijas y dijo: Esconderé de ellos mi rostro, veré cuál será su fin.
Porque es una generación perversa, hijos sin fidelidad ninguna. Ellos me han
Provocado con no-dioses, me han irritado con vanidades; yo los provocaré como
no -pueblo y los irritaré con gente insensata. Ya que han encendido el fuego de
mi ira, arderá hasta lo profundo del abismo y devorará la tierra con sus frutos
y abrasaré los fundamentos de los montes (Deut. 32, 1&22). Por
nuestro pecado de origen éramos ya hijos de ira, es decir, objetos de la ira de
Dios (conf. 2,3). Y por los pecados personales todavía temamos más irritados a
Dios (Rom. 1,18ss). Pues, estando así las relaciones de Dios con el
género humano, plugo al Padre que en Él (Cristo) habitase toda la plenitud y
por Él reconciliar consigo, pacificando por la sangre de su cruz todas las
cosas, así las de la tierra como las del cielo, y a vosotros, otro tiempo
extraños y enemigos de corazón por las malas obras, pero ahora reconciliados en
el cuerpo de su carne, para presentaras santos e irreprensibles delante de Él (Col.
1,19-22). Es esto una prueba del amor de Dios hacia nosotros, amor superior a
su ira, pues si, siendo pecadores, murió Cristo por nosotros, con mayor razón,
justificados ahora por Su sangre, seremos por Él salvos de la ira. Porque si,
siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho
más reconciliados, ya seremos salvos en su vida. V no solo reconciliados, sino
que nos gloriamos en Dios por nuestro Señor Jesucristo, por quien recibimos
ahora la reconciliación (Rom. 5.8-n).
La apertura de
las puertas del cielo.
El postrer efecto de la pasión de Cristo respecto de
nosotros fue abrirnos las puertas del cielo. Es ésta una metáfora, como tantas
otras, que hallamos en las Escrituras. Las puertas del cielo, que es Dios, o
sea la posesión de Dios, en que esta la vida eterna o consiste la vida eterna,
se nos cerraron por el pecado original y se cierra a cada uno por los pecados
personales que comete. El pecado engendra la muerte, y así nos priva de la vida
eterna. Pues quitado de en medio el pecado original y el actual, el pecado de
naturaleza y el pecado personal, queda suprimido el obstáculo que nos impedía
llegar a Dios. El mismo Jesús decía que en la casa de su padre había muchas mansiones
y que iba a prepararnos el lugar (Jo 14, 3). En la epístola a los Hebreos se
nos presenta a Jesús como Sumo Sacerdote, entrando en la virtud del sacrificio
de si mismo en el tabernáculo del cielo. Pues nosotros tenemos en virtud de la sangre de Cristo, firme
confianza de entrar en el santuario que Él nos abrió, como camino nuevo y vivo
a través del velo.
Seria muy largo este articulo si ponemos todos los
efectos de la pasión de Cristo solo los mencionaremos para que los mediten en sus
corazones y saquen de ellos los frutos necesarios de tales efectos como lo son:
LA EXALTACION DE CRISTO, LA EXALTACION DE MARIA.
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