Introducción (continuación)
Luego nos detendremos en las
encíclicas que condenan el liberalismo y también, como su consecuencia, el
socialismo, el comunismo y el modernismo: las encíclicas de Gregorio XVI, Pío
IX, León XIII y San Pío X. Estos textos son de una importancia capital, pues yo
no me niego a lo que me pide ahora la Santa Sede: “leer el Concilio Vaticano II a la luz del magisterio
constante de la Iglesia”. Este magisterio está en los documentos de
estos Papas, de modo que, si en el Concilio hay cosas que no están de acuerdo
con ellos y los contradicen, ¿cómo podemos aceptarlas? No
puede haber contradicciones. Los Papas enseñan con mucha claridad y nitidez. El
Papa Pío IX escribió incluso un Syllabus, es decir, un catálogo de verdades que
hay que abrazar. San Pío X hizo otro tanto en su decreto Lamentabili. ¿Cómo podríamos, pues,
aceptar estas verdades enseñadas por siete u ocho Papas y al mismo tiempo
aceptar una enseñanza impartida por el Concilio que contradice lo que han
afirmado esos Papas de modo tan explícito?
Durante
dos siglos, los Papas no han enseñado ni han dejado que se enseñen errores. Eso
no debiera suceder. Puede ocurrir que lo hagan momentáneamente, o que ellos
mismos los abracen, como por desgracia el Papa Pablo VI o ahora el Papa Juan
Pablo II; eso sí puede ser, pero en ese caso estamos obligados a resistir,
apoyados en el magisterio constante de la Iglesia desde hace siglos.
CAPÍTULO 1
Encíclica E supremi apostolatus
del Papa San Pío X
(4 de octubre de 1903)
La
primera encíclica de San Pío X se titula E supremi apostolatus. Su fecha es el
4 de octubre de 1903. El Papa había sido coronado el 4 de agosto, así que tan
sólo dos meses después de haberse convertido en Papa publicó esta encíclica,
relativamente corta y sencilla en su estructura. Tras el prólogo, expone el
programa que pretende realizar durante su pontificado, no sin dar una visión
del mundo actual. Luego exhorta a los obispos a que le ayuden, insistiendo
sobre todo en la formación de los seminaristas, y su desvelo por el clero y la
acción católica.
El Papa
empieza, pues, con algunas consideraciones sobre su elección. De hecho, él
nunca había pensado, ni siquiera imaginado, que sería elegido por el cónclave;
incluso había prometido a sus fieles de Venecia que volvería, pero no fue así…
Dice:
«Al dirigirnos por primera vez a
vosotros desde la Cátedra apostólica a la que hemos sido elevados por el
inescrutable designio de Dios, no es necesario recordar con cuántas lágrimas y
oraciones hemos intentado rechazar esta enorme carga del pontificado».
Hace
suyas las palabras de San Anselmo cuando fue elevado al episcopado:
«Porque
Nos tenemos que recurrir a las mismas muestras de desconsuelo que él [San
Anselmo] profirió para exponer con qué ánimo y con qué actitud hemos aceptado
la pesadísima carga del oficio de apacentar la grey de Cristo. Mis lágrimas son
testimonio —esto dice—, así como mis quejas y los suspiros de lamento de mi
corazón, cuales en ninguna ocasión y por ningún dolor recuerdo haber derramado
hasta el día en que cayó sobre mí la pesada suerte del arzobispado de
Canterbury. No pudieron dejar de advertirlo todos aquellos que en aquel día
contemplaron mi rostro...»
«Efectivamente
—dice entonces San Pío X— no Nos faltaron múltiples y graves motivos para
rehusar el pontificado... Dejando aparte otros motivos, Nos llenaba de temor
sobre todo la tristísima situación en que se encuentra la humanidad. ¿Quién ignora, efectivamente,
que la sociedad actual, más que en épocas anteriores, está afligida por un
íntimo y gravísimo mal que, agravándose por días, la devora hasta la raíz y la
lleva a la muerte? Comprendéis, Venerables Hermanos, cuál es el mal: el abandono de Dios y la
apostasía».
El abandono de Dios
Después, echa una mirada sobre el mundo:
«Ciertamente, al hacernos cargo de una empresa de tal
envergadura y al intentar sacarla adelante Nos proporciona, Venerables
Hermanos, una extraordinaria alegría el hecho de tener la certeza de que todos
vosotros seréis unos esforzados aliados para llevarla a cabo».
Cuenta con el apoyo de los obispos para que lo ayuden.
«Verdaderamente contra su Autor se han amotinado las
gentes y traman las naciones planes vanos (Sal 2, 1); parece que de todas
partes se eleva la voz de quienes atacan a Dios: Apártate
de nosotros (Job 22, 14). Por eso, en la mayoría
se ha extinguido el temor al Dios eterno y no se tiene en cuenta la ley de su
poder supremo en las costumbres, ni en público ni en privado».
Aquí se hace notar la introducción del laicismo, de lo que
hoy quizás se llamaría de modo más corriente la secularización, es decir, que la religión ya no influye en la vida pública, que
únicamente el hombre organiza la sociedad y todas las cosas como si Dios no
existiera para nada. Es el laicismo puro.
El Papa prosigue:
«Aún más, se lucha con denodado esfuerzo y con
todo tipo de maquinaciones para arrancar de raíz incluso el mismo recuerdo y
noción de Dios».
¡Qué habría dicho si hubiese vivido en los tiempos del
comunismo y de las escuelas del ateísmo!
La venida
del Anticristo
Después, algo curioso, el Papa hace alusión al Anticristo:
«Es indudable que quien considera todo esto tendrá que
admitir sin más que esta perversión de las almas es como una muestra, como el
prólogo de los males que debemos esperar al fin de los tiempos, o incluso
pensará que ya habita en este mundo el hijo de la
perdición (2 Tes. 2, 3) de quien habla el Apóstol».
No cabe duda de que San Pío X estaba inspirado al hablar
así desde el principio de su pontificado, como si le pareciera que el
Anticristo ya estaba viviendo en la sociedad de su época. El Papa santo continúa:
«Por el contrario —esta es la señal propia del Anticristo
según el mismo Apóstol—, el hombre mismo con temeridad extrema ha invadido
el campo de Dios, exaltándose por encima de todo
aquello que recibe el nombre de Dios».
Sabemos que la venida del Anticristo será cuando los
hombres rechacen a Dios en todas partes. Esta lucha abierta ha empezado ya
desde hace mucho tiempo (desde la caída de Satanás y después del pecado
original), pero en el transcurso de la historia de la Iglesia hemos vivido un
tiempo en que Dios ha sido conocido, amado y respetado por la mayoría de las
naciones.
El culto del hombre
Con el Renacimiento y el protestantismo aparecieron
pensadores que deseaban transformar la sociedad y volverla laica, o más bien atea, pero mientras había reyes y príncipes
católicos no podían conseguir lo que pretendían. Por eso, levantaron la
Revolución, matando a los reyes y exterminando a los príncipes, y después de
haber destruido el antiguo orden, consiguieron poco a poco establecer una
sociedad realmente laica en todas partes, el mayor o menor grado de los
diferentes países. Hoy los
legisladores ya no tienen en cuenta los derechos de Dios ni el decálogo, sino
sólo los derechos del hombre. Es algo que ya veía San Pío X:
«Hasta tal punto que —aunque no es capaz de
borrar dentro de sí la noción que de Dios tiene— tras el rechazo de Su
majestad, se ha consagrado a sí mismo este mundo visible como si fuera su
templo para que todos lo adoren».
Todo esto ha sido profetizado. Hablando sobre su tiempo,
el Papa dirige sus pensamientos hacia el futuro. Siente que van a llegar
tiempos terribles en que la persecución contra Nuestro Señor será abierta.
¿Presentía acaso la llegada del comunismo ateo? En todo caso, veía al
Anticristo en obra.
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