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sábado, 10 de octubre de 2020

EL COMUNISMO Y LA REVOLUCION ANTICRISTIANA. P. JULIO MENVILLE


 CAMILO TORRES RESTREPO (SACERDOTE COMUNISTA)

CAPÍTULO PRIMERO

DE LA CIUDAD CATOLICA A LA

CIUDAD COMUNISTA (continuacion)

Es un concepto que aparece en el magisterio y en el pensamiento ordinario de la Iglesia, a veces no con este nombre, sino con el más común de "Civilización Cristiana". San Pío X, en el importante documento "Notre Charge Apostolique", del 25 de agosto de 1910, sobre la democracia cristiana del "Sillón", lo registra en un párrafo de singular energía, que dice así: "Hay que "recordarlo enérgicamente en estos tiempos de "anarquía social e intelectual, en que cada individuo se convierte en doctor y legislador. No, "venerables hermanos, no se edificará la ciudad " de un modo distinto a como Dios la ha edificado; no se levantará la sociedad si la Iglesia no "pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la "civilización no está por inventar, ni la ciudad "nueva por construir en las nubes. Ha existido, "existe; es la civilización cristiana. Es la ciudad "católica. No se trata más que de instaurarla y "restaurada sin cesar sobre los fundamentos naturales y divinos de los ataques siempre nuevos " de la utopía moderna, de la Revolución y de la u impiedad: Omnia instaurare in Christo", A la luz de la ciudad católica vamos, pues, a estudiar la utopía comunista. La ciudad católica alcanzó su momento de plenitud histórica en el siglo XIII, cuando la sabiduría culminó con Santo Tomás de Aquino, cuando la prudencia política logró forma maravillosa con San Luis, rey de Francia, cuando el arte se iluminó en el pincel del Beato Angélico. Unos siglos después, la revolución anticristiana rompe la unidad de la ciudad católica. Y se inicia un proceso de degradación que alcanza cada vez capas más profundas de la ciudad, amenazándola con una ruina y muerte total. El comunismo significa esta ruina y muerte total de la ciudad católica. De triunfar en forma definitiva y permanente -si Dios lo permitiera-, se sumergiría en un naufragio total la ciudad católica.

Adviértase que decimos la ciudad católica, y no el cristianismo o la Iglesia Católica. Ésta, que es indefectible, en virtud de la promesa de asistencia de Cristo, podrá seguir viviendo, y con alta fuerza del Espíritu, en el corazón de muchas almas escogidas, así, poco más o menos, como persevera viviendo el catolicismo en la Rusia soviética o en China comunista. Habría catolicismo, pero no habría ciudad cristiana.

El Cristianismo y la Ciudad Calólica La ciudad católica es una realidad distinta y en absoluto separable de la Iglesia y del Cristianismo. Porque, aunque no puede haber ciudad católica sin la Iglesia, puede haber Iglesia sin ciudad católica. La Iglesia es inmanente y trascendente a la ciudad católica. La Iglesia, aunque tiene una organización externa de magisterio, gobierno y culto, en sí es una realidad mística que prolonga en la vida de los pueblos la presencia de Cristo, Nuestro Señor. Pues bien, la Iglesia, con su organización externa y con su realidad mística, puede difundirse entre civilizaciones hostiles sin informar ninguna ni apoyarse en ninguna. En un mundo hostil sólo lograría sostenerse en algunas almas privilegiadas, que, viviendo aisladas o comunitariamente, se entregarían a su divino esposo. Así como hubo la Iglesia de Pentecostés, y luego la Iglesia de los mártires, en que sólo unas pocas almas respondían a Cristo en un mundo totalmente rebelde, así también puede existir una Iglesia de gran desolación en que sólo unos pocos fieles continúen viviendo de la Fe.

La ciudad Católica, en cambio, implica una acción informativa de la Iglesia misma sobre la vida de los pueblos, sobre su misma vida temporal. Una impregnación tal de esa vida temporal que ella se desenvuelva dentro de las normas públicas cristianas al servicio de Cristo. Una vida de familia, del trabajo, de la cultura, de la política al servicio de Cristo. León XIII, en su "Inmortale Dei" nos atestigua que la ciudad católica fue una realidad en el mundo. "Hubo un tiempo --escribe-- en que la filosofía del evangelio gobernaba los Estados. En aquella época la eficacia propia de la sabiduría cristiana y su virtud divina habían penetrado en las leyes, en las instituciones, en la moral de los pueblos, infiltrándose en todas las clases y relaciones de la sociedad. La religión fundada por Jesucristo se veía colocada firmemente en el grado de honor que le corresponde y floreda en todas partes gracias a la adhesión benévola de los gobernantes y a la tutela legítima de los magistrados. El sacerdocio y el Imperio vivían unidos en mutua concordia y amistoso consorcio de voluntades".

Aquella realidad histórica que fue la ciudad católica se rompió, y desde entonces viene sufriendo un proceso destructivo que, como hemos dicho, culmina en el comunismo. El comunismo tiene, por ello, una raíz cristiana. No es un movimiento puramente pagano. Es una herejía del cristianismo hecha acción. El comunismo ha de ser ubicado en un contexto cristiano. Por ello también consideramos muy importante oponer a la utopía del comunismo la verdad de la ciudad católica, vale decir, la verdad total del cristianismo, el cristianismo completamente realizado en la ciudad católica.

Al comunismo, que pretende realizar "el hombre total", sólo se le opone verdaderamente la ciudad católica, respuesta verdaderamente completa y acabada.

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