En el concepto vulgar y teológico,
demonio es un término genérico que se aplica a todos los ángeles caídos, es
decir, a los ángeles que se rebelaron contra Dios pecando y fueron en castigo
de su falta, justamente precipitados al infierno, designando tal vocablo a
veces por antonomasia al principal de ellos, al que en nuestro idioma
castellano se le llama también Diablo, Satán, Lucifer y Luzbel. La existencia,
naturaleza y condición de tales seres ha sido uno de los problemas tan antiguos
como la humanidad, que más han acuciado el entendimiento humano en todos los
tiempos. En su solución ha adoptado la razón humana las posturas más
extravagantes, aunque pueden reducirse a dos clases de errores más notables en
esta materia: Unos
que niegan en absoluto o por lo menos ponen en duda la existencia del demonio, y otros que,
admitiéndola, tuvieron un concepto falso de su naturaleza y condición. En
cuanto a los primeros se encuentran muchos protestantes de los primeros tiempos
de la reforma, cuyas doctrinas eran una mescla de los saduceos, adamitas y
maniqueos. Para ellos los demonios o espíritus malos no
existen.
Le siguen los modernos racionalistas
y panteístas, que, siguiendo a Hegel y Kant, rechazan como contraria a la razón la existencia
de los demonios, además creen que el demonio no existe como algo personal o identidad física, sino solamente
como algo simbólico que representa y personifica el ideal de la malicia suma,
especialmente en el orden moral, para otros dentro de estos pensadores, los
demonios no son otra cosa que las almas humanas separadas de los cuerpos, las
cuales continúan ejerciéndose algún modo su influjo benéfico o maléfico sobre
la unidad que los ha deificado. También es la creencia son las de los
modernos espiritistas,
quienes además afirman que esas almas de los hombres perversos son espíritus, a
su modo, que se perfeccionan pasando por diversos grados mediante sucesivas y
obligadas reencarnaciones y esta es la
segunda teoría o corriente errónea sobre la existencia de los demonios o
segunda opinión.
Como puede verse, todas estas teorías
proceden de prejuicios preconcebidos, que no tienden en último término más que
a la negación del orden sobrenatural. Y la invocación de unas de ellas hacen de
la autoridad de los libros sagrados, si no fuesen blasfema serian por lo menos
ridícula, ya que, negando la existencia de los demonios, no tendrían
implicación muchos pasajes escrituristicos, incluso que, como el primero de los
Reyes, los Salmos y Job, están escritos antes de la cautividad.
En cuanto a los segundos (admitieron la existencia del demonio, pero erraron acerca de su
origen, naturaleza y condición) Sin duda como reminiscencia de la
revelación primitiva, torpemente adulterada por la ignorancia y el influjo
mismo diabólico, en todos los tiempos y en todos los pueblos se ha profesado la
creencia de los seres malvados, a quienes se atribuían el mal físico y el mal
moral y a los que se tenía por superiores al hombre y más poderosos que él, por
lo cual se llegó muchas veces al culto idolátrico de esos espíritus maléficos
como para tenerlos propicios. Solamente el pueblo judío, escogido por Dios como
depositario de la auténtica revelación, conservo verdadera noción de esos
seres, que fue trasmitida y se conserva en la Iglesia católica.
Pero esta no se vio exenta de los
primeros brotes dualistas, que surgieron en los primeros tiempos de la naciente
Iglesia con los maniqueos y priscilianistas quienes hacían del demonio
independiente de Dios y autor del mal y de las cosas materiales ( Denz. 237)
error que aparece más tarde en los albigenses, cataros, waldenses y de más
herejes de la edad media. Lo renuevan en el siglo XIV los fraticelli,
afirmando, además, que los demonios fueron injustamente arrojados del paraíso y
Wiclef llega a decir que “Dios debe obedecer al
demonio” (DENZ. 586) Quizás sea un brote de esas mismas
tendencias el satanismo, o culto a Satán precisamente por su rebeldía, el cual
apareció también en esa misma época como una floración de las teorías
dualísticas, y que en cierto modo han sido renovadas en los últimos tiempos por
la francmasonería.
Durante el siglo pasado y principios
del actual, y en nuestros días, han proferido blasfemias semejantes los pesimistas, radicales, personajes de la imaginación febril y
espíritus amargados, quienes con su vida o con sus obras, según propia
confesión, se propusieron rehabilitar al diablo saliendo por sus fueros. Dignos
de mención son igualmente los errores origenistas, en los cuales se afirma que
las almas humanas eran ángeles que pecaron (denz.203) y que la condenación y
pena de los demonios, no será eterna, sino transitoria, y llegará el tiempo en
que tendrá lugar la restauración y rehabilitación de todas las cosas y en
particular la restauración y rehabilitación de los ángeles caídos a su estado
primero. (Esto nunca sucederá mientras Dios sea Dios, quienes así piensan son
sentimentalistas)
ENSEÑANZA DE LA DIVINA REVELACION.
No son relativamente muchas las enseñanzas de la revelación divina, tanto por lo que se refiere a los libros sagrados cuanto por lo que mira a las definiciones y magisterio de la Iglesia. Se hallan, sin embargo, en unas y otras enseñanzas expresas respecto a unos puntos particulares, que no es posible silenciar o pasar por alto. Con ellas a la vista podrá formarse una idea exacta de la doctrina que el angélico Maestro expone en sus tres artículos, viendo como está enraizada sólidos fundamentos escrituristicos, definiciones pontificias y conciliares.
EN CUANTO A LA DOCTRINA DE LA SAGRADA ESCRITURA.
DE LOS ANGELES MALOS SEGÚN LOS LIBROS SAGRADOS Y NOMBRES DIVERSOS CON QUE SE LES DISIGNA. _ Ya indicamos en la cuestión 50 cuál es el concepto de los ángeles en general, concepto que se ha de aplicar también a los ángeles caídos, a quienes, si bien incluyendo siempre la idea de maldad y aludiendo más o menos explícitamente a su pecado. Estos seres superiores reciben diferentes nombres, tomados unas veces de su naturaleza, otras de su modo de obrar con relación a los hombres y otras de alguna circunstancia especial, hablando de ellos frecuentemente como si fueran muchos y otras veces como si fuese uno solo, que en tal caso vienen a personificar a todos. Por eso unas veces se les aplica un nombre común y otras un nombre especial.
El nombre más comúnmente usado para
designarlos es DEMONIO en singular o en plural que quiere
decir el
que sabe, palabra que, aunque en los antiguos autores
profanos no siempre tiene sentido peyorativo, sino que significa deidades (Act.
17,18) inferiores o intermedias, buenas y malas, en las sagradas letras se
emplea ordinariamente según el concepto de ángel
malo (Deut. 32,17).
Otro nombre especialmente utilizado
en el Nuevo Testamento, es el de diablo, es decir, el que desune o divide calumniando, con el cual se expresa unas veces al
príncipe de los demonios y otras al conjunto de ellos y el mismo poder diabólico
(Mat.4, 1. 5. 8; 13,39; 25,41 etc). Llamase también en los libros sagrados
de modo general espíritus impuros, espíritus malos de los aires, espíritus de mentira, espíritus
malignos, espíritus inmundos o espíritus de los demonios.
Entre los nombres particulares con
que vulgarmente se designa al príncipe de los demonios esta Satán, término que en hebreo significa perseguidor, el cual pocas veces se emplea en la Biblia para
designar al demonio, sin embargo, los setenta al traducirlo del hebreo lo usan
como nombre común y no como nombre propio.
Otro de los nombres con que se
designa al príncipe del mal es Belial, nombre común que
significa perversidad o extrema
maldad. San Pablo lo utiliza como nombre propio de modo
especial a Satanás Llamase además Beelsebub
o beelsebul, dios de las moscas o del
estiércol nombre que el Antiguo Testamento da al dios
de Acaron mandado consultar por Ococias (4 Reg.1. 2. 3.
6. 16), y en el Nuevo Testamento designa propiamente al príncipe de los
demonios.
En el libro de Tobías se da el nombre
propio de Asmodeo al demonio maligno
que sofoca sucesivamente los siete maridos de Sara (Tob. 3, 8). En el
Levítico se usa la palabra Azael, que, según el libro apócrifo de Henoc, es uno de los jefes de los ángeles prevaricadores, aunque en el libro
sagrado no se sabe lo que significa. Nuestro idioma castellano llama al
príncipe de los ángeles rebeldes Luzbel
o Lucifer, quizás para designar el esplendor de su naturaleza
antes de pecar y según el significado que a esa palabra dieron los Santos
Padres, fundados en Isaías (14,12) y San Lucas (10,18)
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