Al
tenor de los recientes acontecimientos en Estados Unidos que se ha
agudizado tras el brutal asesinato
del afrodescendiente George Floyd a manos de un agente de policía
blanco, que condujo a una ola de masivas movilizaciones contra la furia del racimo
en más de 70 ciudades norteamericanas y la mala situación económica debido al
coronavirus, causante de la COVID-19, acentuada por las políticas de la
Administración estadounidense, precedida por Donald Trump, se esperaba que el
inquilino de la Casa Blanca desempeñara un papel conciliador para calmar los
ánimos de sus conciudadanos a fin de apaciguar al país, empero, en un enfoque
completamente poco convencional, salió tachando a los que secundaban las
protestas contra la violencia policial como “matones” y amenazándoles
con reprimirles y dar la orden de disparar a fin de sofocar las
referidas movilizaciones al desplegar
a las Fuerzas Armadas.
Trump
al hacer uso de la retórica conminatoria de recurrir a la violencia para
reprimir las protestas anti-racistas no solo alentó a que hubiera una reacción
violenta de los grupos más radicales infiltrados entre los manifestantes
pacíficos, sino que encaminó a que se dieran las primeras muestras de
disconformidad y distanciamiento entre los más altos cargos militares de EE.UU.
a las posiciones defendidas del magnate neoyorquino.
Son
muchos los expertos que creen que la postura de Trump sobre los
manifestantes y sus políticas racistas tendrá un impacto significativo en el
resultado de las elecciones presidenciales del próximo 3 de noviembre, y es por
eso que tanto el líder republicano como los estrategas demócratas tratan de
instrumentalizar las movilizaciones para sus propios réditos electorales, eso
sí, cada uno a su modo respectivamente.
Algunos
entendidos opinan que Trump encendió deliberadamente la ira de los
manifestantes para que, como en los disturbios generalizados después del
asesinato del reverendo Martin Luther King, –líder del movimiento de derechos
civiles de la población negra, en abril de 1968 que llevaron a la victoria de
Richard Nixon, candidato republicano que se presentaba así mismo como el
guardián de “la ley y el orden”–, valiéndose de los votos de los liberales
blancos, que tradicionalmente se decantan por las posturas defendidas por los
demócratas, le proporcionen un resultado similar.
En
contraposición a esta estrategia del dirigente conservador, los partidarios del
Partido Demócrata en su intento de evitar que Trump se aproveche de las
protestas del pueblo llano estadounidense están simpatizando con los
manifestantes, enfatizando la necesidad de mantener la ley y el orden en todo
Estados Unidos.
Cabe
señalar que al Partido Demócrata se le identifica en EE.UU. con el corriente de
liberalismo, siendo un concepto que difiere mucho de la idea de liberalismo
clásico que se usa en otros países, por defender la intervención del estado,
sanidad universal, educación asequible, programas sociales, políticas de
protección medioambiental y sindicatos de trabajadores.
En
contra, el Partido Republicano, defiende una línea de pensamiento conservador
al creer en la limitación del ámbito del estado, impuestos más bajos, el
mercado libre, el derecho a poseer armas, la desregulación de los sindicatos y
la aplicación de restricciones en temas como la inmigración y el aborto.
Faltan
unos 141 días para celebrarse las elecciones presidenciales 2020 en el primer
martes del mes de noviembre, y a estas alturas no está nada claro qué sucederá
hasta la llegada de esa fecha, pero la atmósfera de tensiones políticas y
económicas generalizadas en Estados Unidos indica que Trump será el gran
perdedor de esta cita electoral.
Queda
por ver cómo las actuales protestas raciales en Estados Unidos afectarán el
resultado de unos comicios que de antemano se sabe que su escrutinio no implica
necesariamente que el candidato más votado por los estadounidenses se alce con
la victoria, puesto que el sistema electoral de EE.UU. se basa en el modelo del
Colegio Electoral, siendo este un cuerpo de compromisarios electos encargados
de elegir al futuro presidente y vicepresidente de la nación.
Encuesta:
60% de estadounidenses quieren cambiar sistema electoral
En lugar de votar directamente al mandatario y su mano derecha, los ciudadanos estadounidenses emiten sus sufragios para designar a los 538 electores, donde cada estado de EE.UU. tiene un número determinado de representantes que es proporcional a la cantidad de senadores y congresistas que tiene cada territorio; como ejemplo se puede mencionar que los estados con mayor número de compromisarios, y por ende, influyentes a la hora de elegir al futuro inquilino de la Casa Blanca para un mandato de cuatros años, son por orden: California con 55 y Texas con 38, seguidos por Nueva York y Florida ambos con 29 delegados.
Así
pues, una simple mayoría de 270 de los 538 votos del colegio electoral
obtenidos por cualquiera de los candidatos se traduce en una plaza en la Casa
Blanca. Esto hace que algunos estados, aun teniendo una menor población, sean
muy importantes para los aspirantes. De hecho, es posible ganar el voto
popular, pero perder el electoral, como les pasó a los demócratas Al Gore en
2000 y Hillary Clinton en 2016, frente a sus rivales republicanos George W.
Bush y Donald Trump.
Teniendo
en cuenta esos casos que dieron la victoria al aspirante menos votado en unas
elecciones presidenciales solo por haber logrado una ventaja sobre su rival en
aquellos estados decisivos a la hora de asegurar el voto de los delgados
electorales a su candidatura resulta algo difícil de predecir quién de los dos
aspirantes de entre las filas de los republicanos o los demócratas, Donald
Trump, y Joe Biden, respectivamente, llegará a regir las riendas de Estados
Unidos.
En la
contienda electoral del 2000, Al Gore, vicepresidente de Bill Clinton, obtuvo
50 999 894 votos populares que le podrían haber servido para conducirle a la
Casa Blanca si no fuera porque aun teniendo la ventaja de 543 892 sufragios por
encima de su rival Bush, gobernador de Texas, no le bastó para asegurar los
votos necesarios de los compromisarios que auparon en su lugar al republicano
con 271 votos electorales y desatando así la controversia en quien había ganado
los 29 votos electorales de Florida.
En el
caso de Hilarry Clinton, los sufragios populares le otorgaron más de 2,8
millones de votos que a Trump, es decir 65 844 954 frente a 62 979 879. La
demócrata ganó en 20 estados y en Washington D.C., acumulando 227 sufragios
correspondientes al Colegio Electoral, mientras que su rival republicano
triunfó en 30 estados y sumó 304 votos de los delegados electorales, 34 más de
los 270 requeridos para hacerse con la presidencia de Estados Unidos.
Aun
con todo eso, no se puede pronosticar qué pasará de aquí a dentro de cinco
meses ya que observando las masivas movilizaciones habidas en cada rincón de
Estados Unidos en contra del racismo, la discriminación, la violencia y el odio
de los que a menudo son víctimas las minorías étnicas de EE.UU. a uno le hace
pensar que tal vez y solo tal vez, pasen factura a
Es
posible que en un intento de obtener réditos electorales de cara a sus
aspiraciones de reelección, Trump se alinee con las posturas de la
supremacía blanca para instrumentalizarlas y obtener una poderosa ventaja
política frente a su rival demócrata, puesto que el magnate inmobiliario
en su desesperación, intenta polarizar a la sociedad estadounidense, con su
retórica segregacionista y racista a cuenta del nuevo capítulo del contenido
discriminatorio vivido en estos días en todo Estados Unidos.
El
inquilino de la Casa Blanca estaría recurriendo a la “estrategia de divide
y vencerás” a sabiendas de que su base electoral se nutre de una minoría de
extremistas del seno de la comunidad anglosajona que, a menudo, causa
discriminación o persecución contra otros grupos étnicos que conforman la
población de esta nación, que “fundamenta su grandeza” en la migración de
otros pueblos a esos lares.
Es
obvio que la diatriba de supremacía blanca de ideales segregacionistas y
discriminatorios que enarbola Trump no tiene muchos partidarios entre la mayor
parte de la sociedad estadounidense, y es aquí el quid de la cuestión por donde
Biden puede tomar la delantera a su rival republicano si sabe cómo coger al
toro por los cuernos, ya que el magnate neoyorquino está tratando de retratar
al líder demócrata como quien pretende destruir a la
Policía de EE.UU., si gana
los comicios, al querer desfinanciar a los cuerpos policiales, en medio del
clima de tensión racial que se vive en el país norteamericano en estas últimas
semanas.
En
otras palabras, Trump estaría tratando de presentarse a sí mismo como el
guardián de “la ley y el orden”, para conseguir un puñado de votos del
electorado liberal que le permitan sacar ventaja a su rival demócrata y
permanecer otros cuatro años más en la Casa Blanca.
Algo
del que parce es consiente Biden que se esfuerza en mantenerse alejado de las
posiciones defendidas por los grupos radicales de corte extremista de la
izquierda estadounidense a sabiendas que el pueblo norteamericano en su mayoría
respeta y apoya los oficiales de los estamentos del orden público, cuyo
fin es proteger a la ciudadanía, por mucho que haya entre ellas unas pocas
“manzanas podridas”.
Ahora
bien, habrá que esperar a ver qué voluntad popular saldrá de los resultados de
las papeletas consignadas en las urnas que regirán el futuro de esa sociedad
estadounidense que está muy dividida y polarizada en estos últimos días por los
intereses electorales de los dos partidos mayoritarios de Estados Unidos.
¿Trump será el gran perdedor en los
comicios presidenciales ante su rival demócrata Biden por su gestión represiva
de sofocar protestas antirracistas en EE.UU.?
Al
tenor de los recientes acontecimientos en Estados Unidos que se ha
agudizado tras el brutal asesinato
del afrodescendiente George Floyd a manos de un agente de policía
blanco, que condujo a una ola de masivas movilizaciones contra la furia del racimo
en más de 70 ciudades norteamericanas y la mala situación económica debido al
coronavirus, causante de la COVID-19, acentuada por las políticas de la
Administración estadounidense, precedida por Donald Trump, se esperaba que el
inquilino de la Casa Blanca desempeñara un papel conciliador para calmar los
ánimos de sus conciudadanos a fin de apaciguar al país, empero, en un enfoque
completamente poco convencional, salió tachando a los que secundaban las
protestas contra la violencia policial como “matones” y amenazándoles
con reprimirles y dar la orden de disparar a fin de sofocar las
referidas movilizaciones al desplegar
a las Fuerzas Armadas.
Trump
al hacer uso de la retórica conminatoria de recurrir a la violencia para
reprimir las protestas anti-racistas no solo alentó a que hubiera una reacción
violenta de los grupos más radicales infiltrados entre los manifestantes
pacíficos, sino que encaminó a que se dieran las primeras muestras de
disconformidad y distanciamiento entre los más altos cargos militares de EE.UU.
a las posiciones defendidas del magnate neoyorquino.
fuente: Hispan tv
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