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lunes, 6 de julio de 2020

¿Trump será el gran perdedor en los comicios presidenciales ante su rival demócrata Biden por su gestión represiva de sofocar protestas antirracistas en EE.UU.?


El presidente de EE.UU., Donald Trump, con semblanza seria observa la cámara que está inmortalizando su imagen en la Casa Blanca.


Al tenor de los recientes acontecimientos en Estados Unidos que se ha agudizado tras el brutal asesinato del afrodescendiente George Floyd a manos de un agente de policía blanco, que condujo a una ola de masivas movilizaciones contra la furia del racimo en más de 70 ciudades norteamericanas y la mala situación económica debido al coronavirus, causante de la COVID-19, acentuada por las políticas de la Administración estadounidense, precedida por Donald Trump, se esperaba que el inquilino de la Casa Blanca desempeñara un papel conciliador para calmar los ánimos de sus conciudadanos a fin de apaciguar al país, empero, en un enfoque completamente poco convencional, salió tachando a los que secundaban las protestas contra la violencia policial como “matones” y amenazándoles con reprimirles y dar la orden de disparar a fin de sofocar las referidas movilizaciones al desplegar a las Fuerzas Armadas.
Trump al hacer uso de la retórica conminatoria de recurrir a la violencia para reprimir las protestas anti-racistas no solo alentó a que hubiera una reacción violenta de los grupos más radicales infiltrados entre los manifestantes pacíficos, sino que encaminó a que se dieran las primeras muestras de disconformidad y distanciamiento entre los más altos cargos militares de EE.UU. a las posiciones defendidas del magnate neoyorquino.
Son muchos los expertos que creen que la postura de Trump sobre los manifestantes y sus políticas racistas tendrá un impacto significativo en el resultado de las elecciones presidenciales del próximo 3 de noviembre, y es por eso que tanto el líder republicano como los estrategas demócratas tratan de instrumentalizar las movilizaciones para sus propios réditos electorales, eso sí, cada uno a su modo respectivamente.
Algunos entendidos opinan que Trump encendió deliberadamente la ira de los manifestantes para que, como en los disturbios generalizados después del asesinato del reverendo Martin Luther King, –líder del movimiento de derechos civiles de la población negra, en abril de 1968 que llevaron a la victoria de Richard Nixon, candidato republicano que se presentaba así mismo como el guardián de “la ley y el orden”–, valiéndose de los votos de los liberales blancos, que tradicionalmente se decantan por las posturas defendidas por los demócratas, le proporcionen un resultado similar.
En contraposición a esta estrategia del dirigente conservador, los partidarios del Partido Demócrata en su intento de evitar que Trump se aproveche de las protestas del pueblo llano estadounidense están simpatizando con los manifestantes, enfatizando la necesidad de mantener la ley y el orden en todo Estados Unidos.
Cabe señalar que al Partido Demócrata se le identifica en EE.UU. con el corriente de liberalismo, siendo un concepto que difiere mucho de la idea de liberalismo clásico que se usa en otros países, por defender la intervención del estado, sanidad universal, educación asequible, programas sociales, políticas de protección medioambiental y sindicatos de trabajadores.
En contra, el Partido Republicano, defiende una línea de pensamiento conservador al creer en la limitación del ámbito del estado, impuestos más bajos, el mercado libre, el derecho a poseer armas, la desregulación de los sindicatos y la aplicación de restricciones en temas como la inmigración y el aborto.
Faltan unos 141 días para celebrarse las elecciones presidenciales 2020 en el primer martes del mes de noviembre, y a estas alturas no está nada claro qué sucederá hasta la llegada de esa fecha, pero la atmósfera de tensiones políticas y económicas generalizadas en Estados Unidos indica que Trump será el gran perdedor de esta cita electoral.

Queda por ver cómo las actuales protestas raciales en Estados Unidos afectarán el resultado de unos comicios que de antemano se sabe que su escrutinio no implica necesariamente que el candidato más votado por los estadounidenses se alce con la victoria, puesto que el sistema electoral de EE.UU. se basa en el modelo del Colegio Electoral, siendo este un cuerpo de compromisarios electos encargados de elegir al futuro presidente y vicepresidente de la nación.

Encuesta: 60% de estadounidenses quieren cambiar sistema electoral

En lugar de votar directamente al mandatario y su mano derecha, los ciudadanos estadounidenses emiten sus sufragios para designar a los 538 electores, donde cada estado de EE.UU. tiene un número determinado de representantes que es proporcional a la cantidad de senadores y congresistas que tiene cada territorio; como ejemplo se puede mencionar que los estados con mayor número de compromisarios, y por ende, influyentes a la hora de elegir al futuro inquilino de la Casa Blanca para un mandato de cuatros años, son por orden: California con 55 y Texas con 38, seguidos por Nueva York y Florida ambos con 29 delegados.

Así pues, una simple mayoría de 270 de los 538 votos del colegio electoral obtenidos por cualquiera de los candidatos se traduce en una plaza en la Casa Blanca. Esto hace que algunos estados, aun teniendo una menor población, sean muy importantes para los aspirantes. De hecho, es posible ganar el voto popular, pero perder el electoral, como les pasó a los demócratas Al Gore en 2000 y Hillary Clinton en 2016, frente a sus rivales republicanos George W. Bush y Donald Trump.

Teniendo en cuenta esos casos que dieron la victoria al aspirante menos votado en unas elecciones presidenciales solo por haber logrado una ventaja sobre su rival en aquellos estados decisivos a la hora de asegurar el voto de los delgados electorales a su candidatura resulta algo difícil de predecir quién de los dos aspirantes de entre las filas de los republicanos o los demócratas, Donald Trump, y Joe Biden, respectivamente, llegará a regir las riendas de Estados Unidos.

En la contienda electoral del 2000, Al Gore, vicepresidente de Bill Clinton, obtuvo 50 999 894 votos populares que le podrían haber servido para conducirle a la Casa Blanca si no fuera porque aun teniendo la ventaja de 543 892 sufragios por encima de su rival Bush, gobernador de Texas, no le bastó para asegurar los votos necesarios de los compromisarios que auparon en su lugar al republicano con 271 votos electorales y desatando así la controversia en quien había ganado los 29 votos electorales de Florida.

En el caso de Hilarry Clinton, los sufragios populares le otorgaron más de 2,8 millones de votos que a Trump, es decir 65 844 954 frente a 62 979 879. La demócrata ganó en 20 estados y en Washington D.C., acumulando 227 sufragios correspondientes al Colegio Electoral, mientras que su rival republicano triunfó en 30 estados y sumó 304 votos de los delegados electorales, 34 más de los 270 requeridos para hacerse con la presidencia de Estados Unidos.

Aun con todo eso, no se puede pronosticar qué pasará de aquí a dentro de cinco meses ya que observando las masivas movilizaciones habidas en cada rincón de Estados Unidos en contra del racismo, la discriminación, la violencia y el odio de los que a menudo son víctimas las minorías étnicas de EE.UU. a uno le hace pensar que tal vez y solo tal vez, pasen factura a
Es posible que en un intento de obtener réditos electorales de cara a sus aspiraciones de reelección, Trump se alinee con las posturas de la supremacía blanca para instrumentalizarlas y obtener una poderosa ventaja política frente a su rival demócrata, puesto que el magnate inmobiliario en su desesperación, intenta polarizar a la sociedad estadounidense, con su retórica segregacionista y racista a cuenta del nuevo capítulo del contenido discriminatorio vivido en estos días en todo Estados Unidos.
El inquilino de la Casa Blanca estaría recurriendo a la “estrategia de divide y vencerás” a sabiendas de que su base electoral se nutre de una minoría de extremistas del seno de la comunidad anglosajona que, a menudo, causa discriminación o persecución contra otros grupos étnicos que conforman la población de esta nación, que “fundamenta su grandeza” en la migración de otros pueblos a esos lares.
Es obvio que la diatriba de supremacía blanca de ideales segregacionistas y discriminatorios que enarbola Trump no tiene muchos partidarios entre la mayor parte de la sociedad estadounidense, y es aquí el quid de la cuestión por donde Biden puede tomar la delantera a su rival republicano si sabe cómo coger al toro por los cuernos, ya que el magnate neoyorquino está tratando de retratar al líder demócrata como quien pretende destruir a la 

Policía de EE.UU., si gana los comicios, al querer desfinanciar a los cuerpos policiales, en medio del clima de tensión racial que se vive en el país norteamericano en estas últimas semanas.
En otras palabras, Trump estaría tratando de presentarse a sí mismo como el guardián de “la ley y el orden”, para conseguir un puñado de votos del electorado liberal que le permitan sacar ventaja a su rival demócrata y permanecer otros cuatro años más en la Casa Blanca.
Algo del que parce es consiente Biden que se esfuerza en mantenerse alejado de las posiciones defendidas por los grupos radicales de corte extremista de la izquierda estadounidense a sabiendas que el pueblo norteamericano en su mayoría respeta y apoya los oficiales de los estamentos del orden público, cuyo fin es proteger a la ciudadanía, por mucho que haya entre ellas unas pocas “manzanas podridas”.
Ahora bien, habrá que esperar a ver qué voluntad popular saldrá de los resultados de las papeletas consignadas en las urnas que regirán el futuro de esa sociedad estadounidense que está muy dividida y polarizada en estos últimos días por los intereses electorales de los dos partidos mayoritarios de Estados Unidos. 


¿Trump será el gran perdedor en los comicios presidenciales ante su rival demócrata Biden por su gestión represiva de sofocar protestas antirracistas en EE.UU.?
Al tenor de los recientes acontecimientos en Estados Unidos que se ha agudizado tras el brutal asesinato del afrodescendiente George Floyd a manos de un agente de policía blanco, que condujo a una ola de masivas movilizaciones contra la furia del racimo en más de 70 ciudades norteamericanas y la mala situación económica debido al coronavirus, causante de la COVID-19, acentuada por las políticas de la Administración estadounidense, precedida por Donald Trump, se esperaba que el inquilino de la Casa Blanca desempeñara un papel conciliador para calmar los ánimos de sus conciudadanos a fin de apaciguar al país, empero, en un enfoque completamente poco convencional, salió tachando a los que secundaban las protestas contra la violencia policial como “matones” y amenazándoles con reprimirles y dar la orden de disparar a fin de sofocar las referidas movilizaciones al desplegar a las Fuerzas Armadas.
Trump al hacer uso de la retórica conminatoria de recurrir a la violencia para reprimir las protestas anti-racistas no solo alentó a que hubiera una reacción violenta de los grupos más radicales infiltrados entre los manifestantes pacíficos, sino que encaminó a que se dieran las primeras muestras de disconformidad y distanciamiento entre los más altos cargos militares de EE.UU. a las posiciones defendidas del magnate neoyorquino.
fuente: Hispan tv

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