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martes, 7 de julio de 2020

¿Quiénes son los verdaderos sacerdotes y quienes los sacerdotes mercenarios en los actuales tiempos de esta pantomima de pandemia?




Nota. Creo que el título de este articulo lo dice todo. Mis respetos a aquellos sacerdotes que durante esta seudo- pandemia han permanecido fieles al pie del cañón.

Nuestro Señor es el Buen Pastor y es el modelo de sus sacerdotes que deben ser buenos pastores. Nuestro Señor muestra la diferencia entre el Buen Pastor y el falso Pastor quién sólo es asalariado. Aquí están las palabras de Nuestro Señor: “Yo Soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas. Pero el asalariado, y el que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, cuando ve venir al lobo, deja a las ovejas y huye; y el lobo atrapa y esparce las ovejas; y el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas.” (San Juan 10,11-13) Un asalariado pone su propia seguridad su propio interés antes que el bien de su rebaño. Se retira de su rebaño en tiempos de miedo y tribulación.
Cuando los tiempos son fáciles y pacíficos, es difícil distinguir a los sacerdotes asalariados de los de los verdaderos sacerdotes. La prueba que determina si un sacerdote en particular es solamente un asalariado se descubre durante los tiempos de miedo y prueba. Así es como el Papa San Gregorio Magno, Doctor de la Iglesia, explica esta verdad: “No se puede saber realmente si él [es decir, un sacerdote] es un pastor o un asalariado a menos que surja un momento de prueba. Por regla general, en tiempos de paz, tanto el pastor como el asalariado permanecen vigilando a sus rebaños. Es solo cuando llega el lobo que cada uno muestra la finalidad por la cual ha estado de guardia sobre su rebaño. “(Sermón Dom. p. 292)
En cualquier tribulación, ya sea una persecución religiosa o una plaga, un sacerdote tiene el deber de continuar administrando a las almas. Mientras que un asalariado se retira del rebaño, un verdadero pastor continúa atendiendo al rebaño.
Solo hay dos circunstancias en las que un sacerdote puede retirarse de su rebaño:
a) cuando él está en un peligro especial, peligro en el cuál no están otros buenos sacerdotes que se pueden quedar para reemplazarlo y cuidar bien de ese rebaño; o
b) cuando el sacerdote puede llevar a todo su rebaño con él a un lugar seguro y administrar a sus almas en ese lugar seguro.
Así es como San Agustín, Doctor de la Iglesia, enseña esta verdad: “Que los siervos de Cristo, los ministros de su Palabra y de sus sacramentos, huyan de ciudad en ciudad cada vez que uno de ellos sea especialmente buscado por los perseguidores; pero siempre y cuando el rebaño de fieles no sea abandonada y pueda ser administrado por sacerdotes que no están siendo perseguidos. Pero cuando el peligro es común para todos, es decir, para los obispos y el clero y para los laicos, que aquellos que necesitan la ayuda de otros no sean abandonados por aquellos cuya ayuda necesitan. Por lo tanto, o se retiran todos a un lugar seguro, o se deja que aquellos que necesariamente deben permanecer no sean abandonados por aquellos a través de los cuales se debe satisfacer su necesidad de los ritos de la Iglesia.”
“Los ministros de la Iglesia, por lo tanto, deben huir, cuando hay persecución, pero solamente cuando en aquél lugar en que se encuentra no haya personas de Cristo a quienes se deban ministrar, o cuando el ministerio necesario puede ser cumplido por otros que No tiene la misma razón para huir. Pero cuando los fieles permanecen, y los ministros emprenden la huida, y eso causa que el ministerio es retirado, ¿qué tenemos entonces sino esa condenable huida de asalariados que no se preocupan por las ovejas?”. (Sermón Segundo Dom. de Pascua)
Entonces, cuando los fieles tienen que permanecer en un lugar durante cualquier tribulación, ya sea una persecución religiosa o una plaga, solo el falso pastor que sólo es asalariado es el que los abandona retirando su cuidado espiritual.
El temor por su seguridad personal es el sello distintivo de éstos sacerdotes mercenarios, asalariados. Él cuando "ve venir al lobo, abandona las ovejas, y huye" por su propia seguridad.
En esta época de coronavirus, los dos temores principales de un sacerdote mercenario son:
1. Teme las amenazas del gobierno si continúa cuidando a su rebaño en lugar de estar "confinado en su casa"; y
2. Teme al coronavirus mismo.
A continuación examinaremos cada uno de los temores de los falsos pastores asalariados.
Un sacerdote que es un verdadero pastor continúa cuidando a su rebaño incluso cuando el gobierno lo amenaza si lo hace.
Nuestros impíos gobiernos civiles han ordenado a los sacerdotes que “se encierren" y "se refugien en un lugar" y que no salgan a atender las almas de sus rebaños. Estos gobiernos impíos afirman que la religión no es un "servicio esencial" para la gente y que, para el (supuesto) "bien de la gente", los sacerdotes no deben atender a sus rebaños.
Ha sucedido muchas veces en la historia de la Iglesia Católica que el gobierno civil ordenó a los sacerdotes que no asistieran a sus rebaños. Un verdadero pastor nunca se sometería a esos mandamientos malvados. A diferencia de los verdaderos pastores, los asalariados se someten por su propio interés.
En México, a principios del siglo XX, cuando el gobierno masónico y anti católico impío ordenó a los sacerdotes que no administraran a sus rebaños, muchos sacerdotes asalariados huyeron a los Estados Unidos, siguiendo el ejemplo de sus obispos asalariados. Muchos de los sacerdotes restantes en México abandonaron sus rebaños, se casaron y se establecieron en las ciudades.
Sin embargo, nada de esto hicieron los buenos y verdaderos sacerdotes:
Una valiente minoría de sacerdotes se negó a comprometerse. Se escondieron y recorrieron México por la noche, disfrazados, haciendo todo lo posible para llevar la Verdadera Fe y los Sacramentos a los fieles. Los atraparon, fueron arrestados, multados, encarcelados y, a veces, torturados y ejecutados. Tan sólo en febrero de 1915, el gobierno mexicano martirizó a 160 sacerdotes.
¡Esos eran pastores fieles! Imitaron a Nuestro Señor, el Buen Pastor, que dio su vida por sus ovejas. Esos sacerdotes rechazaron la orden del gobierno civil que les ordenaba que se retiraran de sus rebaños "por el bien de la gente".
Los santos Juan y Pablo son modelos para nuestro tiempo, y muestran el peligro de que la autoridad civil llegue a sofocar gradualmente el ministerio de la Iglesia Católica.
Los santos mártires San Juan y San Pablo (que se mencionan en el Canon de la Misa) son modelos especiales para nuestro tiempo. Fueron martirizados en el año 363 d. C., bajo el emperador Julián el Apóstata, porque no se sometieron a las restricciones que la autoridad civil les imponía con respecto a la predicación de la verdadera religión y con respecto al ministerio de la salvación de las almas.
El emperador romano, Julián el Apóstata, intentó sofocar la religión católica al imponer restricciones a los católicos con respecto a la educación de los jóvenes. Estas restricciones fueron mucho más peligrosas para la Iglesia que las sangrientas persecuciones anteriores bajo Nerón y Diocleciano debido al peligro de que los católicos aceptaran estas restricciones por parte del gobierno. Peligro realmente grave que no se podía aceptar. Prefirieron los católicos aceptar la sangrienta persecución del gobierno y martirio de los católicos antes que someter los intereses de Cristo al gobierno.
Debido a esta actitud valiente, el gobierno civil cambió su estrategia y en su lugar intentó destruir a la Iglesia a través de "pequeños" compromisos para sofocar poco a poco la fe.
Los católicos cobardes pensarían indudablemente que el mejor curso sería aceptar compromisos "pequeños" y limitaciones "pequeñas" en el cuidado de las almas a través de compromisos "prudentes" con el gobierno civil.
Si los santos Juan y Pablo hubieran aceptado las “limitaciones” impuestas por el gobierno sobre la Iglesia, algunos liberales asalariados habrían encontrado sin duda alguna manera de "justificar" su compromiso.
¡Pero los verdaderos soldados de Cristo no hacen compromisos! Los santos Juan y Pablo se opusieron abiertamente a esta sofocación de la fe católica y fueron gloriosamente martirizados.
Hoy en día las autoridades civiles buscan nuevamente sofocar a la Iglesia Católica mediante prohibiciones graduales.
En el mundo actual, vemos que las tácticas de Julián el Apóstata se vuelven a usar, en las órdenes de los gobiernos civiles de que los sacerdotes se "encierren" y dejen de administrar a su rebaño. Solo los sacerdotes mercenarios se someterían a esa orden.
San Edmundo Campion, fue otro buen pastor que resolvió firmemente cuidar a su rebaño yendo en contra de las órdenes del gobierno civil.
Alrededor de 1580, San Edmundo Campion, un sacerdote católico, declaró firmemente su determinación de continuar administrando a las almas en la Inglaterra isabelina, a pesar de la orden del gobierno a los sacerdotes católicos de no atender a las almas. Aquí está la valiente respuesta de San Edmundo a la orden del gobierno civil: “Salí de Alemania y Bohemia, siendo enviado por mis superiores, y me aventuré en este noble reino [a saber, Inglaterra], mi querido país, para la gloria de Dios y el beneficio de las almas. Sabía que, en este lugar tan ocupado, vigilado y sospechoso de todo, tarde o temprano habría de ser interceptado y detenido.”
“Por lo tanto, previendo todos los eventos, e incierto de lo que pudiera ser de mí, cuando Dios entregase mi cuerpo al encarcelamiento, supuse que era necesario poner esto por escrito en una disposición, deseando sus señorías [es decir, el fallo del Consejo de Inglaterra] le dieran lectura, para que conocieran mi causa. Al hacer esto, confío en que les aliviaré un poco el trabajo. Por lo que de otro modo hubieran buscado ingeniosamente la manera de encarcelarme, ahora de una vez lo pongo en sus manos por simple confesión. …"
¡San Edmundo Campion fue un verdadero pastor! ¡No se retiró de su rebaño a pesar de que el gobierno civil le dijo que la religión católica no es un "servicio esencial"! En cambio, este fiel pastor le dice valientemente a las autoridades civiles que nada le impedirá atender a su rebaño hasta el día en que seguramente lo atrapen y lo maten (¡cosa que efectivamente sucedió!).
¡Qué contraste de este verdadero pastor con respecto a los cobardes del Coronavirus que se retiran de sus rebaños porque el gobierno civil les ordenó "Quédate en casa"!
Por ejemplo, en abril del 2020, los obispos franceses (supuestos) dijeron sin reservas que estaban "lamentando" la orden del gobierno civil de que "la adoración católica estará obligada a esperar tres semanas más que las tiendas, negocios y transporte público para tomar lugar públicamente”.
¿Dónde están los verdaderos pastores? ¡No ahí! ¡Esos son asalariados!
Como enseña San Agustín:
“[Cuando] la gente permanece [necesitada], y los ministros huyen [o se quedan en casa para “quedar confinados en su casa”], y su ministerio se retira, ¿qué tenemos entonces sino huida condenable de asalariados que no tienen cuidado por las ovejas?.”
Los buenos sacerdotes-pastores continúan administrando a sus rebaños y no los abandonan, incluso cuando el gobierno ordena un "cierre". Actúan al contrario los sacerdotes asalariados; ellos "se quedan en su casa" por temor al gobierno.
Un sacerdote que es un verdadero pastor continúa cuidando a su rebaño incluso durante una plaga.
Aunque los sacerdotes asalariados "se quedan en casa", los buenos sacerdotes-pastores se quedan con sus rebaños en tiempos de peste.
Por ejemplo, cuando la plaga golpeó a Milán, San Carlos Borromeo visitó los fieles con todo y la plaga con celo incansable, los ayudó con afecto paternal y, administrándoles con sus propias manos los sacramentos de la Iglesia, los consoló singularmente. San Carlos Borromeo y San Luis Gonzaga murieron atendiendo a víctimas de la peste.
Cuando la plaga estaba en su apogeo en Roma, San José Calasanz se unió a San Camilo, y no contento con cuidar con ardiente celo a los pobres enfermos, incluso llevó a los muertos a la tumba sobre sus propios hombros.
Cuando la plaga diezmó a los habitantes de Valencia y sus alrededores en 1557, San Luis Bertrand incansablemente ministró las necesidades espirituales y físicas de los afligidos. Como la ternura y la devoción de una madre, así cuidó a los enfermos. A los muertos los preparó para el entierro y los enterró con sus propias manos.
Aunque la peste se extendió violentamente en Suiza, esto no impidió que San Francisco de Sales, ni de día ni de noche, dejara de ayudar a los enfermos en sus últimos momentos; y Dios lo preservó del contagio. Y en otra plaga que se desencadenó allí, expuso diariamente su propia vida para ayudar a su rebaño.
Hay muchos otros ejemplos de buenos pastores-sacerdotes que asistieron fielmente a sus rebaños durante una plaga. Este es su deber: ayudar siempre a su rebaño durante una plaga. La devoción desinteresada de un buen pastor-sacerdote a su rebaño obliga a la admiración incluso de los no católicos. Por ejemplo, así es como un protestante admiraba a los sacerdotes religiosos de Manila durante la plaga:
“De valor inquebrantable, siempre han estado al frente cuando las calamidades amenazaban a sus rebaños. En epidemias de peste y cólera no se han consternado, ni en tales casos han abandonado nunca sus rebaños…" (Enclic. Católica)
Además debemos recordar de que en tiempos de peste, las oraciones de la Iglesia Católica deben ser públicas. La Iglesia Católica siempre ha sabido lo que el Papa Francisco ahora niega, a saber, que las plagas son un castigo justo de Dios por el pecado. En tiempos de peste, la Iglesia Católica redobla sus oraciones públicas. Por el contrario, la iglesia conciliar y los asalariados se "encierran" y se quedan en casa.
Cuando la plaga devastó Roma, esto es lo que hizo el Papa San Gregorio Magno: “[La] plaga continuó haciendo estragos en Roma con gran violencia; y, mientras la gente esperaba la respuesta del emperador, San Gregorio aprovechó las calamidades para exhortarlos al arrepentimiento. Habiéndolos convertido después de predicarles un patético y muy conmovedor sermón sobre ese tema, nombró una solemne letanía o procesión en siete compañías, con un sacerdote a la cabeza de cada uno, que iban a marchar desde diferentes iglesias, para finalmente todos reunirse en la Iglesia de Santa María la Mayor; cantaban el Kyrie Eleison mientras recorrían las calles. Durante esta procesión, murieron en una hora ochenta (es decir, ochenta personas) de los que asistieron. Pero San Gregorio no se abstuvo de exhortar a la gente y rezar hasta el momento en que cesó el moquillo.” (Vida de los Santos, Buttler. San Greg.)
“Cuando San Gregorio cruzaba el puente de San Pedro, una visión celestial los consoló [a saber, a la gente] en medio de sus letanías. El arcángel Miguel fue visto sobre la tumba de Adriano, envainando su espada de fuego en señal de que la peste debía cesar. San Gregorio escuchó la Antifonal angelical de las voces celestiales - Regina Coeli, lætare, y agregó el verso final - “Ora pro nobis Deum, aleluya.”
¡Qué grande fue la fe de San Gregorio en comparación con los asalariados modernos! Basta recordar que en abril del 2020, el cardenal Cupich de Chicago se burló blasfemamente del poder
de la oración como ayuda contra el coronavirus diciendo: "la religión no es mágica cuando solo decimos oraciones y pensamos que las cosas van a cambiar".
Los asalariados, aquellos sacerdotes obedeciendo la recomendación “Quédate en casa”, no ven la importancia de la oración pública y la penitencia en el momento de la peste porque son hombres de poca fe.
¡Pero los buenos pastores hacen lo contrario! “Cuando la plaga golpeó a Milán, San Carlos Borromeo estaba en Lodi, en el funeral del obispo.
De inmediato regresó e inspiró confianza en todos. Estaba convencido de que la plaga fue enviada como un castigo por el pecado... y ordenó que se hicieran súplicas públicas, y él mismo caminó en las procesiones, con una soga alrededor del cuello, los pies descalzos y sangrando por las piedras, y llevando una cruz; y ofreciéndose así como víctima por los pecados del pueblo, se esforzó por rechazar la ira de Dios.” (Encicl. Católica)
COCLUSION
Los sacerdotes asalariados se esconden de miedo en casa cuando el gobierno les ordena “Quédate en casa". Los sacerdotes mercenarios huyen del coronavirus para salvar su propio pellejo. En cambio, los buenos sacerdotes son pastores que se reconocen como tales en aquellos que se quedan con sus rebaños a pesar de las persecuciones del gobierno o el peligro de enfermarse por el Covid19.

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