¿Significa hacer política querer
apartar el socialismo y el comunismo de nuestras escuelas? El católico siempre
pensó que la iglesia se oponía a estas doctrinas a causa del ateísmo militante
que ellas profesan. Y ese católico tiene completa razón en cuanto al principio
y en cuanto a las aplicaciones: el ateísmo determina modos radicalmente
diferentes de concebir el sentido de la vida, el destino de las naciones, las
orientaciones de la sociedad. Por eso no sale uno de su asombro cuando lee en Le
Monde del 5 de junio de 1984 que monseñor Lustiger, al responder a las
preguntas de ese diario y al expresar, por lo demás, varias ideas muy justas,
se lamenta de haber visto desperdiciar una oportunidad histórica con la
votación del Parlamento sobre la escuela libre. Dice que esa oportunidad
consistía en encontrar, de acuerdo con los socialistas y comunistas, una serie
de valores fundamentales para la educación de los niños. ¿Qué valores
fundamentales comunes puede haber entre la izquierda marxista y la doctrina
cristiana? Son cosas radicalmente opuestas. Pero el católico ve con sorpresa
cómo se intensifica el diálogo entre la jerarquía eclesiástica y los
comunistas. Dirigentes soviéticos y hasta terroristas como Yaser Arafat son
recibidos en el Vaticano. El concilio Vaticano II dio el tono al negarse a
renovar la condenación del comunismo.
Como en los proyectos que les
habían sido sometidos no encontraban ningún indicio sobre este punto,
cuatrocientos cincuenta obispos, recordémoslo, firmaron una carta en la que
reclamaban una enmienda en ese sentido. Los obispos se apoyaban en las pasadas
condenaciones y particularmente en la afirmación de Pío XI que calificaba al
comunismo como "intrínsecamente perverso", con lo cual quería
significar que en esa ideología no había aspectos negativos y aspectos
positivos, sino que era menester rechazarla en su totalidad. Bien se recuerda
lo que ocurrió: la enmienda no fue transmitida a los padres, el secretario
general del concilio declaró que no tuvo conocimiento de ella, luego la
comisión admitió que había recibido la enmienda pero demasiado tarde, lo cual
no era exacto. Se produjo un escándalo que terminó, por orden del Papa, con un
agregado a la constitución, Gaudium et Spes de
un pasaje alusivo sin grandes alcances. ¡Cuántas declaraciones de obispos para
justificar o para alentar la colaboración con los comunistas,
independientemente del ateísmo implícito! "No me corresponde a mí, sino a
los cristianos, que son adultos, responsables", decía monseñor Matagrin,
"resolver
en qué condiciones pueden colaborar con los comunistas". Para
monseñor Delorme los cristianos deben "luchar para que haya más justicia en el
mundo junto con todos -aquellos amantes de la justicia y la libertad, incluso
los comunistas". El mismo toque de campanas se percibe en
monseñor Poupard, quien incita a "trabajar con todos los hombres de buena
voluntad en las obras de la justicia, en las que se construye incansablemente
un mundo nuevo". En un boletín diocesano se dice así la oración fúnebre de
un padre obrero: "Tomó partido por el mundo de los trabajadores en las
elecciones municipales. No podía ser el sacerdote de todos. Eligió a quienes
elegían una sociedad socialista. Fue duro para él, se hizo enemigos, pero
también muchos amigos nuevos. Tit-Paul era un hombre bien situado". Hace
poco un obispo disuadía a sus sacerdotes de hablar en sus parroquias de la obra
"Ayuda a la Iglesia en apuros" diciendo: "Tengo
la impresión de que esta obra se presenta con aspectos demasiado exclusivamente
anticomunistas". Se comprueba con desconcierto que la excusa dada a
este género de colaboración descansa en la idea, ella misma falsa, de que el
partido comunista tiene por finalidad instaurar la justicia y la libertad.
Sobre este punto hay que recordar las palabras de Pío IX: "Si los
fieles se dejan engañar por los promotores de las actuales maniobras, si
consienten en conspirar con ellos en favor de los sistemas perversos del
socialismo y del comunismo, sepan y consideren seriamente esto: acumulan para
sí mismos y ante el divino Juez caudales de venganza para el día de la cólera;
mientras tanto, de esa conspiración no se seguirá ninguna ventaja temporal para
el pueblo, sino que antes bien se producirá un acrecentamiento de miserias y de
calamidades". Para ver la exactitud de esta advertencia
formulada en 1849, hace casi ciento cuarenta años, basta observar lo que ocurre
en todos los países colocados bajo el yugo comunista. Los acontecimientos han
dado razón a aquel papa y a pesar de ello la ilusión continúa viva y aun se
acentúa.
Hasta en Polonia, país
eminentemente católico, los pastores ya no dan como primordial la cuestión de
la fe católica y de la salvación de las almas por la cual hay que aceptar todos
los sacrificios, incluso el de la vida. En su espíritu, lo que más importa es
no provocar una ruptura con Moscú lo cual permite a Moscú reducir a una
esclavitud completa
al pueblo polaco sin encontrar
verdadera resistencia en ese pueblo. El padre Floridi 7 muestra con claridad
los compromisos que implica la Ostpolitik vaticana: "Es sabido que
los obispos checoslovacos consagrados por monseñor Casaroli son colaboradores
del régimen así como lo son los obispos que dependen del patriarcado de
Moscú... Feliz por haber podido dar un obispo a cada diócesis húngara, el papa
Pablo VI rindió homenaje a Janos Kadar, primer secretario del partido comunista
húngaro, 'principal
promotor y el hombre más autorizado de la normalización de las relaciones entre
la Santa Sede y Hungría'. Pero el Papa
no mencionaba el elevado precio con que se había pagado esta normalización: la
introducción en puestos importantes de la Iglesia de 'sacerdotes de la paz'...
Ciertamente grande fue el estupor de los católicos cuando oyeron al sucesor del
cardenal Midszenty, el cardenal Laszlo Lekai, prometer que se intensificaría el
diálogo entre católicos y marxistas." Al referirse a la perversidad
intrínseca del comunismo, Pío XI agregaba: "y no se puede admitir en
ningún terreno la colaboración con el comunismo por parte de quien quiera
salvar la civilización cristiana. Esta ruptura de la
enseñanza de la Iglesia, agregada a las otras que enumeré, nos obliga a afirmar
que el Vaticano está penetrado por modernistas y hombres de este mundo que
creen encontrar en las astucias humanas y diplomáticas más eficacia para la
salvación del mundo que lo instituido por el divino fundador de la Iglesia. He
mencionado al cardenal Midszenty; lo mismo que él, todos los héroes y los
mártires del comunismo, en particular los cardenales Beran, Stepinac,
Wyszynski, Slipyi son considerados testimonios molestos por la actual
diplomacia vaticana y, digámoslo, como reproches mudos en lo que se refiere a
aquellos que hoy descansan ya en la paz del Señor, en tanto se procura acallar
la voz potente de monseñor Slipyi. Los mismos acercamientos se producen con la
masonería, a pesar de la declaración sin ambigüedades de la Congregación para
la Doctrina de la Fe de febrero de 1981, que había sido precedida por una
declaración de la conferencia episcopal alemana en abril de 1980. Pero el nuevo
derecho canónico no hace mención alguna de esos acercamientos ni formula
expresamente ninguna sanción. Los católicos se habían enterado ya antes de que
los masones B 'nai Brith habían sido recibidos en el Vaticano y que en fecha
reciente el arzobispo de París recibía al gran maestre de una logia para
mantener una conversación con él, a pesar de que algunos eclesiásticos se
niegan a ver reconciliada la sinagoga de Satanás con la Iglesia de Cristo. Se
tranquiliza a los católicos diciéndoles, como en todo lo demás: "La
condenación de las sectas tal vez estuviera justificada ayer, pero hoy los
hermanos masones no son lo que eran". Veamos, pues, cómo se comportan
hoy. El escándalo de la logia P2 en Italia está todavía fresco en todas las
memorias. En Francia no cabe ninguna duda de que la ley laica contra la
enseñanza libre es ante todo la obra del Gran Oriente, que multiplicó las
presiones sobre el Presidente de la República y los afiliados presentes en el
gobierno y en los gabinetes ministeriales para que se realice por fin el
"gran servicio único de la educación nacional". Y esta vez hasta
actuaron a plena luz del día; diarios como Le Monde informaron
regularmente sobre los trámites y en las revistas masónicas se publicó el plan
y la estrategia.
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