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domingo, 28 de junio de 2020

EL SERCRETO ADMIRABLE DEL SANTÍSIMO ROSARIO. San Luis María Grigñon de Monfor

S. S. PIO XII REZANDO
16a Rosa

46) Aun cuando no hay nada tan grande como la Majestad Divina, ni nada tan abyecto como el hombre -considerado como pecador-, sin embargo, esta Majestad Suprema no desdeña nuestros homenajes; se complace cuando cantamos sus alabanzas. Y la salutación del ángel es uno de los cánticos más hermosos que podemos dirigir a la gloria del Altísimo. "Canticum novum cantabo tibi" (4): Entonaré un cántico nuevo. Este cántico nuevo que David predijo se cantaría a la venida del Mesías es la salutación del Arcángel.
Hay un cántico antiguo y un cántico nuevo. El antiguo es el que cantaron los israelitas en reconocimiento de la creación, la conservación, la libertad de su esclavitud, el paso del Mar Rojo, el maná y todos los demás favores del cielo. El cántico nuevo es el que cantan los cristianos en acción de gracias por la Encarnación y por la Redención. Como estos prodigios se realizaron por la salutación del ángel, repetimos esta salutación para agradecer a la Santísima Trinidad estos beneficios inestimables. Alabamos a Dios Padre, porque tanto amó al mundo que llegó a darle su único Hijo para salvarle. Bendecimos al Hijo porque descendió del cielo a la tierra, porque se hizo hombre y porque nos ha redimido. Glorificamos al Espíritu Santo porque ha formado el cuerpo purísimo de Jesús, que fue la víctima de nuestros pecados. Con este espíritu de agradecimiento debemos rezar la salutación angélica, acompañándola de actos de fe, esperanza, amor y acción de gracias por el beneficio de nuestra salvación.
47) Aunque este cántico nuevo se dirige directamente a la Madre de Dios y encierra sus elogios, es, no obstante, muy glorioso para la Santísima Trinidad, porque todo el honor que rendimos a la Santísima Virgen vuelve a Dios, causa de todas sus perfecciones y virtudes. Dios Padre es glorificado porque honramos a la más perfecta de sus criaturas. El Hijo es glorificado porque alabamos a su purísima Madre. El Espíritu Santo es glorificado porque admiramos las gracias de que fue colmada su Esposa.
Del mismo modo que la Santísima Virgen, con su hermoso Magnificat, dedica a Dios las alabanzas y bendiciones que le tributa Santa Isabel por su eminente dignidad de Madre del
Señor, envía también inmediatamente a Dios los elogios y bendiciones que le hacemos por la salutación angélica.
48) Si la salutación angélica da gloria a la Santísima Trinidad, es también la más perfecta alabanza que podemos dirigir a María.
Santa Matilde, deseando saber por qué medio podría testimoniar mejor la ternura de su devoción a la Madre de Dios, fue arrebatada en espíritu, y se le apareció la Santísima Virgen llevando sobre el pecho la salutación angélica escrita en letras de oro, y le dijo: "Sabe, hija mía, que nadie puede honrarme con una salutación más agradable que la que me ofreció la Beatísima Trinidad, por la cual me elevó a la dignidad de Madre de Dios. Por la palabra "Ave", que es el nombre de Eva, supe que Dios, con su omnipotencia, me había preservado de todo pecado y de las miserias a que estuvo sujeta la primera mujer.
El nombre de "María", que significa Señora de luz, indica que Dios me llenó de sabiduría y de luz, como astro brillante, para iluminar el cielo y la tierra.
Las palabras: "llena de gracia", expresan que el Espíritu Santo me colmó de tantas gracias, que puedo comunicarlas con abundancia a quienes las piden por mediación mía.
Diciendo: "el Señor es contigo", se me recuerda el gozo inefable que sentí en la Encarnación del Verbo divino.
Cuando se me dice: "bendita tú eres entre todas las mujeres", alabo a la divina misericordia, que me elevó a tan alto grado de felicidad.
A las palabras: "bendito es el fruto de tu vientre, Jesús", todo el cielo se regocija de ver a Jesús, Hijo mío, adorado y glorificado por haber salvado a los hombres."
17a Rosa

49) Entre las cosas admirables que la Santísima Virgen reveló al Beato Alano de la Roche –y sabemos que este gran devoto de María confirmó con juramento sus revelaciones-, hay tres
más notables: la primera, que es señal probable y próxima de eterna reprobación tener negligencia, tibieza y aversión a la salutación angélica, que ha reparado el mundo; la segunda, que los que sienten devoción a esta salutación divina poseen una gran señal de predestinación; la tercera, que los que han recibido del cielo el favor de amar a la Santísima Virgen y servirla por afecto deben cuidar con el mayor esmero de continuar amándola y sirviéndola hasta que Ella los coloque en el cielo, por medio de su Hijo, en el grado de gloria conveniente a sus méritos.
50) Todos los herejes, que son hijos del diablo, y que llevan las señales evidentes de la reprobación, tienen horror al avemaría; aprenden el padrenuestro, pero no el avemaría y preferirían llevar sobre sí una serpiente antes que un Rosario.
Entre los católicos, los que llevan el signo de la reprobación no se cuidan apenas del Rosario, son negligentes en rezarlo o lo rezan con fastidio y precipitadamente. Aunque yo no aceptara
con fe piadosa lo revelado al Beato Alano de la Roche, mi experiencia me basta para estar persuadido de esta terrible y dulce verdad. Yo no sé, ni veo con claridad cómo es que una devoción aparentemente tan pequeña puede ser señal infalible de eterna salvación, y su defecto, signo de reprobación; y no obstante, nada más cierto.
Nosotros mismos vemos que quienes en nuestros días profesan las doctrinas nuevas condenadas por la Iglesia, a pesar de su piedad aparente, descuidan la devoción del Rosario y con frecuencia lo separan del corazón de quienes les rodean, con los pretextos más hermosos del mundo. Se guardan muy bien de condenar abiertamente el Rosario y el escapulario, como hicieron los calvinistas; pero su manera de conducirse es tanto más perniciosa cuanto más sutil.
Hablaremos de ello a continuación.
51) Mi avemaría, mi Rosario, son mi oración y mi muy segura piedra de toque para distinguir a los que van dirigidos por el espíritu de Dios de los que están bajo la ilusión del espíritu maligno.
He conocido almas que parecían volar, como las águilas, hasta las nubes, por su sublime contemplación, y que, no obstante, eran desdichadamente engañadas por el demonio, y sólo pude descubrir sus ilusiones al verlas rechazar el avemaría como algo que resultaba poco para ellas.
El avemaría es un rocío celeste y divino que, al caer en el alma de un predestinado, le comunica admirable fecundidad para producir toda clase de virtudes; y cuanto más regada está el alma por esta oración, más se ilumina su espíritu, más se abrasa su corazón y fortifica contra sus enemigos.
El avemaría es un dardo penetrante e inflamado, que, unido por un predicador a la palabra de Dios que anuncia, le da fuerza para atravesar y convertir los corazones más duros, aun cuando no tenga el orador extraordinario talento natural para la predicación.
Ésta fue la secreta arma que, como dejo dicho, enseño la Santísima Virgen a Santo Domingo y al Beato Alano para convertir a los herejes y a los pecadores. Éste es el origen de la práctica de los predicadores de rezar un avemaría al principio de sus predicaciones, según asegura San Antonino.

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