Hoy
día cursamos una pandemia de un virus nuevo, desconocido en todo su potencial,
el coronavirus.
“La
nueva neumonía por coronavirus no es tan grave como otras enfermedades
contagiosas de clase A (peste y cólera) todavía. Sin embargo, debido a que es
una enfermedad recién descubierta, con un riesgo relativo considerable para la
salud pública, todos deben estar atentos y bien protegidos. Tomar las medidas
de control de Clase A genera notificaciones y publicidad más rápidas; Esto
facilita a los trabajadores de la salud en la prevención y el control de la
enfermedad, así como al público en la adquisición de la información más
reciente para una mejor respuesta a la epidemia”, puede leerse en el Manual de
prevención del coronavirus puesto a circular por el gobierno de la República
Popular China recientemente, al aparecer el brote en la ciudad de Wuhan.
Efectivamente,
no es tan grave, pues según el grado de letalidad, tenemos que hay afecciones
mucho más dañinas: Peste (Yersinia pestis): 100%, peste pulmonar: 100%,
VIH-SIDA: 100%, leishmaniasis visceral: 100%, rabia: 100%, viruela hemorrágica:
95%, carbunco: 93%, ébola: 80%, viruela en embarazadas: 65%, MERS (Síndrome
respiratorio de Oriente Medio): 45%, fiebre amarilla: 35%, dengue hemorrágico:
26%, malaria: 20%, fiebre tifoidea: 18%, tuberculosis: 15%. El índice de
letalidad de la COVID-19 está alrededor del 4% (puesto en entredicho, incluso,
por estudiosos del tema, que estiman que es menor).
Como
es un agente patógeno nuevo, no se sabe mucho acerca de él. Lo que sí ya se ha
podido ver es que tiene un potencial de contagio muy alto, de ahí que las autoridades
sanitarias recomendaron confinamientos. De todos modos, hay algo llamativo en
esta cuarentena militarizada que vivimos. El mundo se detuvo prácticamente,
cuando hay voces -tan autorizadas como quienes dicen lo contrario- que alientan
sobre lo llamativo del pánico creado. El destacado inmunólogo colombiano Manuel
Elkin, quien trabajara en una vacuna contra la malaria, llama la atención sobre
“la desproporción que supone que la malaria aflige entre 230 a 250 millones de
personas al año y, de ellos, mueren de 1.250 a 1.500 al día”. Nos llama a
reflexionar: “Paremos un poco esa histeria colectiva. Desde el principio de la
enfermedad del coronavirus nos metieron un pánico excesivo; es una enfermedad a
la que hay que ponerle cuidado, pero no para una histeria colectiva que no
sirve para nada”.
Del
mismo modo Johan Giesecke, destacado epidemiólogo consejero del gobierno sueco
y miembro del Grupo Asesor Estratégico y Técnico para Riesgos Infecciosos de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), dijo que “Esta enfermedad se propaga
como un incendio y lo que uno hace no cambia demasiado. Todos se van a
contagiar, todo en el mundo al final”.
Lo
curioso es que una enfermedad que no es especialmente letal (el 96% de
infectados se recupera), que ataca mortalmente solo a un segmento pequeño
(ancianos, gente con inmunodeficiencias, población que se puede reinfectar
muchas veces como el personal sanitario), ha causado un revuelo sin
precedentes, paralizando el mundo. El epidemiólogo británico de la Universidad
de Oxford, Christopher Fraser, considera que la proporción de casos sin
reportar podría ser del 50%, por lo que “la tasa de letalidad rondaría el 1%”.
El experto en virus, el español Adolfo García-Sastre, investigador del Hospital
Monte Sinaí de Nueva York, piensa que “existen de cinco a diez veces más
infectados que lo que se está contabilizando actualmente, lo cual reduce mucho
su letalidad”.
Considerando
que la curva epidemiológica comenzó a aplanarse en los países que mayor número
de contagios presentaron -con tasas de mortalidad diversas, pero siempre
manteniendo una tasa de letalidad similar, que no supera el 5% (o quizá mucho
menos)- la proyección en muertes nos muestra que al final del año el número
total de decesos podría ser similar a la de la gripe estacional: entre 600 y
700 mil. Seguramente las medidas de confinamiento podrán haber evitado más
muertes. Pero allí es donde se abre la pregunta.
Acusar
de paranoia a quien se plantee preguntas críticas puede ser peligroso. Como
dijo Luis Tuchán: “Llamar teoría conspirativa a toda explicación alternativa a
la del poder, es ahora la forma de satanizarla”. La crisis actual, sanitaria en
principio, abre preguntas. No es ninguna novedad -porque está reportado hasta
el cansancio, incluso por las mismas Bolsas de Valores de distintas partes del
mundo-, que el sistema capitalista en su conjunto entró en una terrible,
tremenda, catastrófica crisis, similar -o peor- que la Gran Depresión de 1930.
“No solo la crisis financiera estaba latente desde hacía varios años y la
prosecución del aumento de precio de los activos financieros constituían un
indicador muy claro, sino que, además, una crisis del sector de la producción
había comenzado mucho antes de la difusión de la COVID, en diciembre de 2019.
Antes del cierre de fábricas en China, en enero de 2020 y antes de la crisis
bursátil de fines de febrero de 2020. Vimos durante el año 2019 el comienzo de
una crisis de superproducción de mercaderías, sobre todo en el sector del
automóvil con una caída masiva de ventas de automóviles en China, India,
Alemania, Reino Unido y muchos otros países”, anunciaba una voz autorizada como
el economista Erick Toussaint. Es ahí, entonces, donde entran las preguntas
críticas, acusadas de delirio paranoico por algunos.
Sabemos
que el sistema capitalista, o más aún, quienes disfrutan los beneficios de ser
la clase dirigente allí, están dispuestos a hacer lo imposible para mantener
sus prebendas: ¿no alcanza todo lo dicho para entenderlo? ¿Habrá que agregar
dos millones y medio de muertos en Irak y más de un millón para mantener,
respectivamente, el petróleo y el gas/negocio de la heroína? ¿Habrá que agregar
Guantánamo? ¿Habrá que agregar dos bombas atómicas arrojadas impunemente sobre
población civil no combatiente en Japón cuando la guerra ya estaba decidida?
¿Habrá que agregar todos los golpes de Estado en Latinoamérica, y su cohorte de
muertos, torturados y desaparecidos, aconsejados por “expertos”
estadounidenses? (recuérdese la cita anterior de Mike Pompeo). El sistema está
dispuesto a hacer cualquier cosa para mantenerse: por eso miente, embauca,
distorsiona. Las enseñanzas de Goebbels (“Una mentira repetida mil veces se
transforma en una verdad”) fueron amplificadas en un grado sumo en la tierra
“de la democracia y la libertad”. Se nos vive mintiendo todo el tiempo, y eso
no parece un delirio paranoico. En Guatemala se hizo creer que la “ciudadanía”
sacaba del poder a un presidente corrupto…. Y no era así. ¿Quién dijo que la
uña del dedo anular de una mujer es más bonito y que hay que seguir el dictado
de la moda pintándoselo de otro color? ¿Los marcianos? ¿Los masones? ¿Los
Rosacruces? ¿O quienes fijan la moda, y venden las mercaderías
correspondientes?
Pensar
que hay “gato encerrado” en las políticas que digitan nuestras vidas parece muy
sano, porque demuestra una actitud crítica, algo más que la feliz y pasiva
aceptación del entretenimiento con que se mantiene a la esclavitud. El
tratamiento militarizado y compulsivo que se le da a la actual pandemia, según
se puede pensar, perfectamente podría entenderse como “honrosa” salida del
capitalismo global ante una crisis fenomenal. La desocupación y el hambre son
“culpa” de este agente patógeno entonces.
¿Estaba
todo esto ya pergeñado? ¿Hay agendas ocultas trazadas? Como son temas álgidos,
complejos, con infinidad de aristas en juego, se hace difícil -con la orfandad
de datos que existe todavía- expedirse categóricamente. Las ciencias, por otro
lado, nunca se expiden “categóricamente”: formulan saberes, que son siempre
cambiantes, relativos (la física newtoniana no alcanza para ciertas cosas, por
lo que surge la física cuántica; la descripción psiquiátrica no alcanza, por lo
que surge el Psicoanálisis, la geometría euclidiana es ampliada por la
geometría fractal, etc.). No puede aún darse una visión globalizante del
fenómeno de esta pandemia, pero quedan cabos sueltos.
¿Es
realmente necesaria la militarización de la vida cotidiana, o hay allí otras
perspectivas en juego? ¿Un ensayo de lo que vendrá? “La crisis sanitaria ha
sido la oportunidad perfecta para reforzar nuestra dependencia de las
herramientas informáticas y desarrollar muchos proyectos económicos y políticos
previamente existentes: docencia virtual, teletrabajo masivo, salud digital,
Internet de las Cosas, robotización, supresión del dinero en metálico y
sustitución por el dinero virtual, promoción del 5G, smart city… A esa lista se
puede añadir los nuevos proyectos de seguimiento de los individuos haciendo uso
de sus smartphones, que vendrían a sumarse a los ya existentes en ámbitos como
la vigilancia policial, el marketing o las aplicaciones para ligar en internet.
En conclusión, el peligro mayor al que nos enfrentamos no es que las cosas «se
queden como estaban», sino que vayan a bastante peor”, razonan Jorge Riechmann
y Adrián Almazán.
Definitivamente
hay manejos en todo esto que dejan interrogantes. Hay una crisis sanitaria,
porque la enfermedad existe y los muertos ahí están, pero también existe el
peligro real que las cosas vayan a bastante peor, y no por el coronavirus
precisamente. ¿Es paranoico pensar que el mundo que seguirá a la pandemia
(vigilancia absoluta, distanciamiento de las personas, control omnímodo de
nuestras vidas) puede ser aterrador? ¿Ya no más apretones de manos ni besos en
la mejilla? Pero peor aún: ¿quién manejará esa información total, completa,
omnímoda de nuestras vidas, información a la que no podremos resistirnos
suministrar? Más aún: ni siquiera habrá que suministrarla, porque las técnicas
de control la obtendrán de otra manera, sin esfuerzo, sin violencia. ¿Ese es el
mundo post pandemia?
Está
claro que se ha creado un pánico monumental, evidentemente desproporcionado en
relación a lo que es la enfermedad de la COVID-19 propiamente dicha. Ningún
otro hecho colectivo había causado tamaño estupor. Y como los números lo
indican, la nueva enfermedad no es sinónimo de muerte inmediata y masiva (según
algunas voces autorizadas, muchísima gente la cursa asintomáticamente, o se
cura sola. Solo población en riesgo -tercera y cuarta edad e inmunodeprimidos-
tiene posibilidades reales de fallecer). ¿Por qué tanto pánico? ¿Está inducido?
Recuérdese el manejo sobre la corrupción en Guatemala antes citado. Los climas
sociales, esto no es ninguna novedad, se crean. ¿Por qué masivamente se piensa
que “los musulmanes son terroristas”, o que “los colombianos son
narcotraficantes”? ¿Por qué nos la pasamos hablando de fútbol o de series
chabacanas y no podemos pensar críticamente en otros asuntos? ¿Alguien lo
decide? ¿Es delirante pensar que allí hay agendas de grandes poderes que
digitan la vida colectiva? “La televisión es muy instructiva, porque cada vez
que la encienden, me voy al cuarto contiguo a leer un libro”, dijo Groucho
Marx. ¿Delirio paranoico?
Luego
de la pandemia de coronavirus todo indica que viene la vacunación masiva. Bill
Gates, uno de los mayores magnates actuales del planeta -propietario de una de
esas empresas antes citadas, campeonas de la evasión fiscal- es uno de los más
grandes filántropos en el mundo y promotor de esa vacunación. “Las próximas
guerras serán con microbios, no misiles”, dijo repetidamente. De hecho, él y su
cónyuge Belinda constituyen uno de los principales sostenes financieros de la
Organización Mundial de la Salud -OMS-, mecenas preocupado por la salud de la
humanidad. ¿Seremos paranoicos si nos abrimos preguntas al respecto, si
desconfiamos de tanta bondad? (porque alguien que evade impuestos da que
pensar, ¿no?). La sociedad global cada vez más se encamina hacia tecnologías de
vanguardia, revolucionarias (en las que China ya le está tomando la delantera a
Estados Unidos). Las fortunas más grandes se van acumulando ahora en las
empresas ligadas a la cibernética, la inteligencia artificial, la informática,
la robótica. Como ejemplo representativo, el cambio que se ha venido dando en
la dinámica económica de la principal potencia capitalista, Estados Unidos:
para 1979, una de sus grandes empresas icónicas, la General Motos Company,
fabricante de ocho marcas de vehículos, tenía un millón de trabajadores -daba
trabajo a la mitad de la ciudad de Detroit, de tres millones de habitantes-,
con ganancias anuales de 11,000 millones de dólares. Hoy día Microsoft, en
Silicon Valley, mientras Detroit languidece como ciudad fantasma con apenas 300
mil pobladores, ocupa 35 mil trabajadores, con ganancias anuales de 14,000
millones de dólares. El capitalismo está cambiando. En el año 2017 la familia
Rockefeller se alejó del negocio petrolero. ¿Vamos hacia las energías
renovables? ¿Las próximas guerras serán por el agua? ¿Quién decide eso?
Llama
la atención que un mecenas como Gates (que no parece tan “trigo limpio”, si es
tamaño evasor fiscal y destructor de los Estados nacionales -la beneficencia no
puede suplir al Estado-) se preocupe tanto de las vacunaciones. Quizá deba
incluirse también en los negocios de futuro (¿el petróleo dejará de serlo?) a
la gran corporación farmacéutica, la Big Pharma. Según datos que llegan
dispersos, representantes de la GAVI, la Global Alliance for Vaccines and
Immunization, y su fundador y principal financista, Bill Gates con su
benemérita Fundación, insisten cada vez más en la necesidad de una inmunización
universal. Como todo esto de la pandemia está aún muy confuso, nadie puede
asegurar categóricamente nada.
¿Seguirá
a toda esta parafernalia una vacunación obligatoria con insumos que habrá que
pagar? ¿Será toda esta militarización de la vida cotidiana una muestra de cómo
es el futuro inmediato? China, con un “socialismo” en el que no puede mirarse
la clase trabajadora mundial -por ser un capitalismo desaforado disfrazado de
socialismo-, al igual que las potencias occidentales -o más aún-, desarrolla un
hipercontrol monumental sobre su población. Las tecnologías informáticas sirven
para eso (y no hay duda que en eso llevan la delantera, pues ya están en la 5G,
preparando la 6G). ¿Ese es el modelo a seguir?
“¡Los
marcianos existen, son verdes y con antenitas!” Asegurar con toda convicción
cosas de las que no se tiene pruebas es patológico: “aparición de un único tema
delirante o de un grupo de ideas delirantes relacionadas entre sí que
normalmente son muy persistentes”, según la oportuna descripción psiquiátrica.
Pero abrirse preguntas críticas no es enfermizo: es muestra de salud.
Definitivamente la pandemia nos ha venido a conmover. Dado que las cosas están
confusas, nadie tiene la verdad con certeza ni puede predecir con exactitud qué
continúa ahora. Lo que está claro es que seguirá más capitalismo (socialismo no
se ve cercano por ahora), quizá más reconcentrado en menos manos y más
controlador (¿alguien puede explicar por qué Estados Unidos reacciona tan desesperadamente
anta la delantera china en la 5G?). La organización popular para plantearse
cambios no parece muy en alza hoy. Si estamos antes la presencia de grandes
poderes que deciden sobre la vida de la Humanidad con planes a largo plazo de
los que nada sabemos, preguntarse por todo ello no es un delirio enfermizo: es
casi una obligación.
MARCELO
COLUSSI
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