SANTAS: Fe, Esperanza y Caridad, Mártires
De las diferentes relaciones de la fe y la
esperanza.
1 Necesidad de la fe, de la
esperanza y de la caridad.
1. "Por ahora permanecen estas tres
virtudes, la fe la esperanza y la caridad" S. Pablo en este pasaje nos
enseña, que hay una gran diferencia entre estas virtudes y entre los dones de
profecía, el don de lenguas o de milagros, el don de gobernar a otros, el don
de discernimiento de espíritus, el don de asistir a sus hermanos, el don de
hablar con alta sabiduría, de hablar con ciencia y los otros dones
espirituales, de que había hablado a los corintios en el capítulo precedente.
Estos dones más miran a la utilidad de los otros, que a la ventaja particular
de aquellos a quienes Dios los distribuye. Pero no sucede así en la fe, en la
esperanza y en la caridad, "estas tres virtudes, la fe, la esperanza y la
caridad, permanecen y subsistirán hasta el fin de los siglos." Estas
virtudes son esenciales a toda la Iglesia en general y de una indispensable
necesidad para cada uno de los miembros de la Iglesia en particular. Sin ellas ninguno ha podido jamás ni podrá
conseguir la salvación
2. Así como está escrito que "es
imposible agradar a Dios sin la fe"; del mismo modo está escrito:
"Desgraciados de los que les falta corazón, que no confían en Dios; que
han perdido la firmeza de su esperanza; y que Dios por esta razón no los
protege. " Y también está escrito, que "el que no ama está
muerto Si alguno no ama a Jesucristo sea
excomulgado." Toda ley y los profetas, todo el culto de la verdadera
Religión y creencia consiste en el ejercicio de estas tres virtudes: porque,
como dice S. Agustín " con la fe, con la esperanza y con la caridad se ha de honrar a
Dios."
3. Estableciendo Dios su religión, ha
querido formar en la tierra un pueblo que le fuese enteramente consagrado, una
raza escogida, una nación santa, una sociedad de hombres separados de todos los
demás; de hombres que, viviendo en el mundo, tuviesen su entendimiento y su
voluntad levantados sobre todo lo visible; hombres que reputasen por nada las
cosas visibles, porque pasan con el tiempo y que no pusiesen su corazón sino en
las invisibles, porque son eternas; unos hombres que, mirando todos los bienes
y males de esta vida como indignos de ocuparlos y detenerlos, hiciesen
profesión de creer otros bienes infinitos que no se ven con los ojos
corporales, y de esperar y amar una felicidad que ni los ojos han visto, ni
oídos han oído y que el corazón del hombre jamás lo ha comprendido; finalmente,
unos hombres que fuesen de este mundo, sino que habitasen en la eternidad, y
que fuesen ya por su fe, por su esperanza y por su amor, "los ciudadanos
de la misma ciudad que los santos y domésticos de Dios. "
4. Es,
pues, de suma importancia el hacer comprender bien a todos, que la esperanza es
tan necesaria e indispensable como la fe y que sin esperanza no hay salvación;
pues habiendo poquísimos cristianos que no tengan horror a todo lo que ofende
en lo más mínimo a la fe y aún a las virtudes morales o cardinales, hay no
obstante muchísimos que no tienen el mismo horror a cuanto puede disminuir la
esperanza cristiana. Algunos conciben un gran escrúpulo de formar la menor duda
contra la fe, de detenerse en pensamientos contrarios a la castidad; y por un
extraño abuso no temen, no digo debilitar sino casi destruir en sí mismos la
esperanza, entregándose a inquietudes y desconfianzas continuas en la bondad de
Dios; no reflexionando que la fe sin la esperanza les será inútil; y que les está
mandado no solamente el conservarla, sino también el fortificarla y hacerla
crecer más y más. No es un simple consejo, sino un mandamiento impuesto a
todos, en aumentar siempre la fe, la esperanza y la caridad. Si nos está
mandado "amar a Dios con todo nuestro corazón", Sin ceñirnos voluntariamente a cierto grado
de amor; del mismo modo nos está mandado "tener confianza en Dios con todo
nuestro corazón "sin unirnos voluntariamente a grado alguno de
desconfianza. Y la Iglesia tiene gran cuidado de pedir para cada uno de sus
hijos este acrecentamiento de la esperanza como puede notarse especialmente en
la oración del oficio de la Misa del Domingo trece después de Pentecostés.
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