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miércoles, 5 de febrero de 2020

TRATADO DE LA CONFIANZA CRISTIANA CONTRA EL ESPIRITU DE PESIMISMO Y DESCONFIANZA Y CONTRA EL TEMOR EXCESIVO.

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CAPITULO PRIMERO.
   La poca confianza en Dios causa grandísimos males a las almas que quieren progresar en las en las virtudes cristianas.
I. Cuáles son estos males en general.
   Una viva confianza en Dios es un manantial de toda suerte de bienes. Ella arraiga, mantiene y fortifica todas las virtudes, endulza las penas, debilita todas las tentaciones: es un fecundo origen de toda especie de obras buenas, es como un paraíso de bendición y un modelo de la bienaventuranza anticipada. “Bendito el hombre, dice el profeta Jeremías[i], que pone su confianza en el Señor, y de quien el Señor es la esperanza. El será semejante a un árbol trasplantado a la orilla de las aguas, el cual extiende sus raíces hacia el agua que la humedece, y no temerá el calor venga el estío. Su hoja se mantendrá siempre verde; no tendrá pena en el tiempo de sequedad, y no dejará jamás de dar fruto”
   La falta de esta confianza es por el contrario un manantial de un sin número de males: enflaquecen las virtudes, llena al alma de penas y amarguras, excita y fortifica todas las tentaciones, impide el hacer buenas obras, y muchas veces viene a ser como una especie de infierno anticipado. Por esto San Bernardo no teme decir que la desconfianza es el mayor estorbo que podemos poner a nuestra salvación.
   2. Es fácil que la poca confianza en la bondad de Dioses un estorbo para la virtud, para el espíritu de la oración, para el espíritu de reconocimiento, y para el amor de Dios; que a más de esto, es origen de las más molestas tentaciones, robando al alma la paz que le es tan recomendada y es tan necesaria para cumplir todas sus




[i] Jerem., xvii, 7-8      (Bienaventurado el varón que confía en Yahvé y en él pone su confianza. Será como un árbol plantado a la vera de las aguas que echa sus raíces asía la corriente y no teme la venida del calor, conserva su follaje verde, en año de sequía no se inquieta y no deja de dar fruto)


 obligaciones. Se verá en seguida de este capítulo la verdad de todo lo que se acaba de decir.
II. La poca confianza en Dios es un gran estorbo para la verdadera virtud
   Una confianza siempre débil y tímida hace la virtud tremola e inconstante. Y semejante virtud a cada paso se detiene con  las pequeñas cosas, se entibia con los menores contratiempos y se desanima con las más ligeras contradicciones. Es preciso a cada paso darle la mano para sustentarla; y luego que le falta un guía exterior y apoyo visible, se intimida, se cansa y está siempre pronta a caer. Ella se mantiene siempre en una especie de infancia, en la cual no toma otro alimento que la leche: otro más fuerte y más sólido que fortalezca a los demás, la ahogaría. Con esta inercia y flaqueza, que debería ser más vergonzosa en la vida espiritual que en la corporal, se queda incapaz para siempre de aquellas acciones de virtud que necesitan de poca fortaleza y de valor.
2. Un alma en este estado no puede aprovecharse de los motivos de temor, porque se encuentra oprimida de ellos. También saca poco provecho de los motivos de confianza, porque no causan en ella  sino impresiones muy ligeras. Respecto a los sacramentos en cuanto a su reverencia, se llena de turbación y escrúpulo. Las exhortaciones a penitencia y compunción más le perjudican que le aprovechan porque todo lo recrimina; y en vez de encontrar en estos, como en lo demás, motivos de fervor, solo ve razones para reprenderse con una severidad que la oprime el corazón. Si cae, como no es difícil que suceda, en algunas faltas un poco más considerables que las que se hacen sin saber, la represión que le da su conciencia, la pone en tal consternación, y después en una especie de desaliento, que en vez de procurar humillarse delante de Dios con un dolor tranquilo que le haga sacar provecho de sus mismas faltas, la turba y le quita el gusto de los ejercicios devotos; lo cual puede tener funestísimas consecuencias.
III. Es un estorbo para la oración.
   1. La esperanza es el manantial del que nace toda oración cristiana; pero el riachuelo no puede correr a proporción de la abundancia y plenitud del manantial. Una esperanza tímida y trémula, hacen las oraciones que de ella nacen tímidas y trémulas, y por consiguiente incapaces de alcanzar mucho.
El apóstol Santiago nos manda, que pidamos a Dios las virtudes que necesitamos, sin dudar nada ni titubear: “El que duda y titubea ,añade, es semejante a la ola del mar, que es agitada  y llevada de aquí para allá por los vientos. Luego, concluye este santo apóstol, no tiene que imaginarse que conseguirá alguna cosa del Señor.” Al parecer todo se espera de Dios, pues se le pide y se le ruega; y parece que nada se espera o casi nada, pues se titubea con la desconfianza.
   2. También se ve gran número de cristianos que establecen como una obligación capital orar, y aún orar mucho. ¡Pero cuán pocos se hallan que oren y supliquen con aquella fe y confianza a la cual Jesucristo lo ha prometido todo, y que recomienda a todos! “Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que la conseguisteis y se os dará.” Nosotros oramos muchas veces, hacemos oraciones largas; pero mil pensamientos nos vienen a intimidar. Hacemos débiles esfuerzos para salir de nosotros mismos, en donde no encontramos sino toda especie de miserias, y tratar elevarnos hasta el origen de todo bien; pero inmediatamente volvemos dentro de nuestras propias miserias debido al peso de nuestra flaqueza, y mucho más por nuestra desconfianza. Y es muy probable, aunque la mayor bondad de la criatura comparada con la de Dios solo sea malicia, es muy posible que acudamos a este amigo rico, experimentado con tal confianza que aquella que no le tenemos a Dios  aún en las necesidades espirituales, no obstante que nos manda y nos convida Él mismo a que vayamos a Él como a nuestro Padre. Tanto como esto son indignas de Dios nuestras oraciones, y nuestra confianza injuriosa a la ternura del Padre.


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