SEGUNDO
SERMON
Además, en cuanto al nacimiento primero, se debe de
decir que no dimana el Espíritu Santo, pues, según la doctrina de las
originaciones trinitarias, el Hijo no procede del Espíritu Santo sino el
Espíritu Santo del Padre y del Hijo. Y en cuanto al nacimiento segundo y
tercero, es cosa indubitable que deben atribuirse al Espíritu Santo, como dijo
el ángel a María en San Lucas, c.1: 4: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, etc,
Y para terminar, digamos primero que de los dos nacimientos (Hablando de la anunciación y del nacimiento
propiamente que se dieron en la Santísima Virgen María fueron para nuestra
salud, por medio de su muerte en la cruz), el segundo y el tercero, se nos
ofrecen como remedio en la tierra, mientras el primero se nos reserva como
premio en el cielo (Hace referencia a la fruición divina a la cual todo
bienaventurado esta llamado, según aquello de San Pablo: “ahora le vemos como
en tinieblas, pero cuando estemos en el
cielo lo veremos tan cual Él como luego lo aclara el seráfico doctor). Que ése
es nuestro premio eterno, podrás colegirlo de San Juan, c.17: Esta es la
vida eterna: que te conozcan a ti, Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo y
añadamos, segundo, que los tres nacimientos corresponden a otras tantas
solemnidades: el primero, en efecto, corresponde al día de la solemnidad
eterna; el segundo, a la solemnidad de hoy, en la que se lee lo de la
concepción en el seno virginal, el tercero, a la solemnidad de mañana, en la
que canta la Iglesia: Un niño nos ha nacido.
Lo
que en ella ha nacido, etc.
A continuación debemos contemplar los extremos a que
llega el Hijo único de Dios cuando es concebido y nace, en cuanto hombre, de la
bienaventurada Virgen. Como queda dicho, tal nacimiento, objeto litúrgico de
hoy y de mañana, aparece al presente como remedio, y, a la luz de consideración
más profunda, lo vemos desde tres puntos de vista: ofrécese, en efecto, como
milagro a los que lo contemplamos jamás se ha visto que el Verbo eterno naciese
de una virgen sin detrimento de su virginidad, como consuelo a los que lo
deseamos, no solo a estos primeros sino también a quienes lo desearon en un
pasado y a quienes lo desearan en un futuro hasta el fin de los siglos , sea,
hasta la parusía, como ejemplo a los que vamos progresando en la perfección
bajo su influjo, y no sin razón (tal como
lo propone el bello librito de Tomas de Kempis; la imitación de Cristo);
porque, si volvemos, las potencias del alma al misterio del nacimiento,
hallamos que la inteligencia no tiene objeto más admirable para ser
contemplado, ni la voluntad objeto más deleitoso para deseado o lo mismo para
ser amado, ni la potencia ejecutiva objeto más fructuoso para imitado.
Viniendo, pues, a lo primero, volvamos los ojos
espirituales al nacimiento del Señor para contemplarlo. Y no hay duda que,
absortos en admiración ante la novedad del prodigio, nos veremos como forzados
a prorrumpir con el salmista: Cantad al Señor un cántico nuevo, porque Él ha
hecho maravillas. Es qué? ¿Tiene quien
contempla objeto de consideración más admirable que la majestad humilde, poder
endeble, inmensidad reducida, sabiduría muda y eternidad nacida? (Este nuevo Adán en si nos mueve a imitarle
en tantas virtudes manifestadas en su santísimo nacimiento. Ya que con ellas
abatió la soberbia del primer hombre) Pues todas estas
circunstancias tan encontradas concurren
en el que ha nacido en la Virgen. Realmente, hablando impropiamente, estilo que
se usa también entre los santos, cabe decir todas estas cosas, pero, si
queremos expresarlas según propiedad, se debe afirmar que aquello que en
abstracto se predica de la naturaleza debe entenderse de la persona, de suerte
que el sentido sea como sigue: "Aquel que es la misma majestad se hace humilde,
aquel que el mismo poder se hace débil y así sucesivamente",
Y advierte que semejante manera de ser no es cosa menos asombrosa. Pues ¿qué
objeto de contemplación puede ser más admirable que la debilidad en el
Omnipotente, abatimiento en el Altísimo, enmudecimiento en el Sapientísimo? y
novedad en el que es eterno? ¿Acaso no se hizo humilde la majestad? Sí, por
cierto; entonces, en efecto, se mostró humilde cuando Cristo Jesús, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro
mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de
siervo, y cuando así anonadado se redujo a la baja condición de
siervo, de suerte que "se hallase recostado en
el pesebre el que reina en el cielo". De ahí que David se admirase
hasta lo indecible cuando preguntaba: ¿Por ventura,
no se dirá....... a Sión hombre y hombre ha nacido en ella? Dios y
hombre es el que en ella nació. Es, por una parte, humilde hasta el oprobio,
pues se ha convertido en desecho del pueblo, y, por Otra, altísimo, pues El
fundó a Sión. A propósito de lo cual canta la Iglesia: "
iOh gran misterio y sacramento admirable!" Procura recordar el
responsorio todo entero y ¿acaso no hizo
endeble la flaqueza? Efectivamente: entonces, en efecto, se debilitó la
fortaleza cuando el Verbo del Señor, por el que se afirmaron los
cielos, siendo como es, como se dice en la carta a los Hebreos, el, Dios,
que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas, se hizo hombre y
habitó entre, nosotros. Y en verdad hacerse Dios hombre equivale a hacerse
débil la fortaleza.
Además, ¿acaso no apareció abreviada la intensidad
Así sucedió en efecto: y ello fue cuando aquel cuya grandeza no tiene
medida, quedó reducido a estrecho pesebre, haciéndose breve de verdad,
pues, como canta la Iglesia, "llora el niño puesto
en angosto pesebre". Y, como dice San Pablo a los romanos, c.9: Abreviado hizo al Verbo el Señor en la tierra.
Además, ¿acaso no se hizo muda la Sabiduría?
Enmudecióse ciertamente cuando la Sabiduría, a cuya voz fueron hechas todas
las cosas y que, como se dice en los Proverbios, estaba en Dios
concertando todo, se halla reclinado en un pesebre, haciéndose niño o
infante, sin uso de palabra. Es lo que dijo el ángel a los pastores (Le 2,12): Encontraréis
un infante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario