UN SACERDOTE, ESPOSA Y HIJOS
EL SACERDOCIO (continuación)
La doctrina constante de la Iglesia
sostiene que el sacerdote está revestido de un carácter sagrado indeleble: Tu es sacerdos in aeternum. Y ante los ángeles y ante
Dios continuará siendo sacerdote por toda la eternidad. Esa condición no se
alterará nunca por más que el sacerdote cuelgue la sotana, que lleve un pulóver (sueter) rojo o de cualquier otro color o que cometa los peores crímenes. El sacramento
del orden sagrado lo modificó en su naturaleza. Bien lejos estamos así del
sacerdote "elegido por la asamblea para asumir una
función en la Iglesia" y más aún del sacerdocio de tiempo limitado
propuesto por algunos, según el cual el encargado del culto -pues no veo otra manera de designarlo- vuelve a ocupar su
lugar entre los fieles. Esta visión
desacralizada del ministerio sacerdotal lleva naturalmente a interrogarse sobre
el celibato de los sacerdotes. Ruidosos grupos de presión reclaman su
abolición, a pesar de las repetidas advertencias del magisterio romano. En los
Países Bajos se registraron huelgas de ordenaciones por parte de seminaristas
que querían obtener "garantías" sobre este asunto. No citaré las
voces episcopales que se hicieron oír para urgir a la Santa Sede a considerar
esta cuestión. Pero la cuestión ni siquiera se
plantearía si el clero hubiera conservado el sentido de la misa y el sentido
del sacerdocio. Pues la razón profunda se presenta ella misma cuando se
comprenden bien estas dos realidades. Es la misma razón que hace que la Santa
Virgen haya permanecido virgen: habiendo llevado en su seno a Nuestro Señor era
justo y era conveniente que ella lo fuera. Asimismo el
sacerdote, por las palabras que pronuncia en la Consagración, hace descender a
Dios a la tierra. El sacerdote tiene una proximidad tal con Dios, ser
espiritual, espíritu ante todo, que es bueno, justo y eminentemente conveniente
que también él sea virgen y permanezca célibe. Se objetará que en el Oriente
hay sacerdotes casados. Pero aquí no hay que engañarse, pues se trata sólo de una tolerancia. Los obispos orientales no
pueden estar casados, ni tampoco aquellos que cumplen funciones de alguna
importancia. Ese clero venera el celibato sacerdotal,
que forma parte de la tradición más antigua de la Iglesia y que los apóstoles
observaron desde el momento de Pentecostés; y aquellos que, como san
Pedro, ya estaban casados continuaron viviendo con sus esposas, pero ya sin
"conocerlas". Es notable el hecho de que los
sacerdotes que sucumben a los espejismos de una presunta misión social o
política contraigan casi automáticamente matrimonio. Ambas cosas van
juntas. Quieren
hacernos creer que los tiempos actuales justifican cualquier clase de abandono,
que en las actuales condiciones de vida es imposible ser casto, que el voto de
virginidad de los religiosos y las religiosas es un anacronismo. La
experiencia de estos veinte años muestra que los ataques librados contra el
sacerdocio con el pretexto de adaptarlo a la época actual son mortales para el
sacerdocio. Ahora bien, no es posible siquiera imaginar
una Iglesia sin sacerdotes, pues la Iglesia es
esencialmente sacerdotal. ¡Triste época ésta que quiere la unión libre para los
laicos y el matrimonio para los clérigos! Si el lector percibe en esta aparente
falta de lógica una lógica implacable que tiene como objeto la ruina de la
sociedad cristiana, cobra una buena visión de las cosas y formula un juicio
exacto.
OTRO SACERDOTE FELIZ CON SU ESPOSA
VIII
"Se
nos quiere imponer una religión nueva"
Entre los católicos a menudo he oído
y continúo oyendo esta observación: "Se nos quiere imponer una religión nueva". ¿Es
exagerada esta expresión? Los modernistas, que se han infiltrado abundantemente
en la Iglesia y que llevan la voz cantante, trataron primero de tranquilizar a
los católicos diciéndoles: "Pero no, ustedes tienen esa impresión porque
las formas caducas fueron reemplazadas por otras, por razones que se imponían:
ya no se puede rezar exactamente como se hacía antes, había que quitar el
polvo, adoptar una lengua comprensible para los hombres de nuestro tiempo,
practicar la apertura en dirección de nuestros hermanos separados... Pero,
desde luego, nada ha cambiado". Luego esos modernistas tomaron
menos precauciones y los más audaces hicieron declaraciones ya en pequeños grupos
frente a gente convertida a su causa, ya públicamente. Un padre Cardonnel se
ufanaba mucho al anunciar un nuevo cristianismo en el que estaría controvertida
"la famosa trascendencia que hace de Dios el monarca universal" y se
remitía abiertamente al modernismo de Loisy: "Si
usted nació en una familia cristiana, los catecismos que aprendió son
esqueletos de la fe". Y luego proclamaba: "Nuestro
cristianismo se manifiesta mejor en la forma neocapitalista".
El cardonal Suénens, después de haber reconstruido la iglesia a su manera,
exhortaba a “abrirse al pluralismo teológico más
amplio” y reclamaba el establecimiento de una "jerarquía
de las verdades para establecer aquello que había que creer mucho, aquello que
había que creer un poco y aquello que no tenía importancia.” En 1973
en locales del arzobispado de París, el padre Bernard Feillet daba un curso de
manera oficial dentro del marco de la "Formación cristiana de los
adultos" en el cual afirmaba una y otra vez: "Cristo
no venció la muerte. Sucumbió a la muerte por la muerte... En el plano de la
vida, Cristo fue vencido y todos nosotros seremos vencidos. Y la fe no está
justificada por nada, la fe va a ser ese grito de protesta contra este universo
que termina, como lo decíamos hace un instante, con la percepción de lo
absurdo, con la conciencia de la condenación y con la realidad de la
nada". Podría citar un número importante de este género de
declaraciones que levantaron más o menos escándalo, que fueron más o menos
desaprobadas y que a veces no lo fueron en modo alguno. Pero el pueblo
cristiano en su gran mayoría huía de estas manifestaciones; si se enteraba de
ellas por los diarios pensaba que se trataba de abusos sin ningún carácter
general y no ponía en tela de juicio su propia fe. Ahora el pueblo cristiano ha
comenzado a interrogarse al encontrar en manos de sus hijos libros de catecismo
que ya no exponen la doctrina católica tal como era enseñada de manera
inmemorial. Todos los nuevos catecismos están inspirados en mayor o menor grado
en el Catecismo holandés, publicado por primera vez en 1966. Las proposiciones
contenidas en esta obra parecían tan fraguadas y controvertidas, que el Papa
encargo a una comisión de cardenales que la examinara; ésta se verificó en
Gazzada, Lombardía, en abril de 1967.
Ahora bien, esta comisión señaló diez
puntos sobre los cuales aconsejaba que la Santa Sede reclamara modificaciones.
Era una manera de decir, de conformidad con los usos posconciliares, que esos
puntos estaban en desacuerdo con la doctrina de la Iglesia-, unos años antes
los habrían condenado rotundamente y el Catecismo holandés habría sido puesto
en el Index. En efecto, los errores u omisiones señalados tocan a lo esencial
de la fe. ¿Qué encontramos en este catecismo?
El Catecismo holandés
ignora a los ángeles y no define a
las almas humanas como creadas inmediatamente por Dios.
Da a entender que el pecado
original no fue transmitido por nuestros primeros padres a todos sus
descendientes, sino que es algo que contraen los hombres por el hecho de vivir
en la comunidad humana, en la que reina el mal; el pecado original tendría en
cierto modo carácter epidémico.
En ese catecismo no se afirma la
virginidad de María-, no se dice que Nuestro Señor murió por nuestros pecados y
fue enviado con ese fin por su Padre, ni que la gracia divina nos fue
restituida a ese precio. En consecuencia, se presenta la misa como un banquete
y no como un sacrificio.
No se afirma de manera clara ni la
Presencia real de Cristo, ni la realidad de la transubstanciación.
La infalibilidad de la Iglesia y el
hecho de que ésta posee la verdad desaparecieron de esta enseñanza, lo mismo
que la posibilidad del intelecto humano de "tener acceso a los misterios
revelados".
Se llega así al agnosticismo y al
relativismo. El ministerio sacerdotal queda rebajado. La dignidad de los
obispos es considerada como un mandato que le habría confiado el "pueblo
de Dios", y el magisterio de los obispos sería como una sanción de lo que
cree la comunidad de los fieles. El Sumo Pontífice pierde su poder pleno,
supremo y universal.
La Santísima Trinidad, el misterio
de las tres Personas divinas, no es presentado de una manera satisfactoria.
la exposición que se hace en el
catecismo de la eficacia de los sacramentos, de la definición del milagro, de
la suerte reservada a las almas justas después de la muerte.
La comisión señala las oscuridades
en la explicación de las leyes morales y de las "soluciones de casos de
conciencia" en las que se hace poco caso de la indisolubilidad del
matrimonio.
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