Presentación:
Teresa
de Jesús (1515-1582), fue una escritora influyente y fundadora de la orden
religiosa de las carmelitas descalzas. También llamada Teresa de Ávila. En
1555, después de muchos años de sufrir grave enfermedad y someterse a
ejercicios religiosos cada vez más rigurosos, experimentó un profundo despertar
en el que vio a Jesús, el infierno, los ángeles y los demonios. En ocasiones
sintió agudos dolores que, según sus palabras, estaban provocados por la punta
de la lanza que un ángel que le clavaba en el corazón. Disgustada a causa de la
indisciplina de las carmelitas decidió emprender la reforma de la orden y se
convirtió, con el apoyo del Papa, en una dura oponente para sus inmediatos
superiores religiosos.
Además
de una mística de extraordinaria con profundidad espiritual, santa Teresa fue
una organizadora muy capaz, dotada de sentido común, tacto, inteligencia,
coraje y humor.
Canonizada
en 1622, fue la primera mujer proclamada doctora de la Iglesia, en 1970. Su
festividad se celebra el 15 de octubre.
A
continuación nos enfocaremos en una experiencia mística que tuvo esta grande
santa, tuvo varias visiones intelectuales sobre el infierno y cómo caían en él
las almas en tal cantidad que se equiparaba al número de copos de nieve en una
noche de invierno.
1)
Amado Señor Jesús, te imploro que me ayudes a ser más humilde para poder
reconocer todas mis faltas y poder arrepentirme. También la gracia de la conversión
y una muerte serena.
2)
Suplícale que tenga misericordia de todos nosotros y nos de la gracia de la
conversión.
3)
Represéntate en un lago de fuego, sintiendo que se despedaza la piel y el olor
es sofocante. Rodeada de miradas llenas de maldad, que te acompañaran por
siempre jamás. Recuerda que como el rico epulón, no tendrás ni una gota de agua
para refrescar tu quemada lengua, ni se podrá dormir ni descansar.
4) Nos
preguntemos, si en este momento nos tocaría morir. ¿Qué será de mi por toda la
eternidad?
Relato:
Después
de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya muchas de las mercedes que he
dicho y otras muy grandes, estando un día en oración me hallé en un punto toda,
sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería
el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo
merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio, mas aunque yo viviese
muchos años, me parece imposible olvidárseme.
Parecíame
la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy
bajo y oscuro y angosto. El suelo me pareció de un agua como lodo muy sucio y
de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una
concavidad metida en una pared, a manera de una alacena, adonde me vi meter en
mucho estrecho.
Todo
esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí sentí. Esto que he
dicho va mal encarecido.
Esto
otro me parece que aun principio de encarecerse como es no le puede haber, ni
se puede entender; mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo
poder decir de la manera que es. Los dolores corporales tan insoportables, que,
con haberlos pasado en esta vida gravísimos y, según dicen los médicos, los
mayores que se pueden acá pasar (porque fue encogérseme todos los nervios
cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aun
algunos, como he dicho, causados del demonio), no es todo nada en comparación de lo que allí
sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar.
Esto no es, pues, nada en
comparación del agonizar del alma: un apretamiento, un ahogamiento, una
aflicción tan sentible y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no
sé cómo lo encarecer. Porque decir que es un estarse siempre arrancando el
alma, es poco, porque aun parece que otro os acaba la vida; mas aquí el alma
misma es la que se despedaza.
El
caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior y aquel
desesperamiento, sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me
los daba, más sentíame quemar y desmenuzar, a lo que me parece. Y digo que
aquel fuego y desesperación interior es lo peor.
Estando
en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse ni
echarse, ni hay lugar, aunque me pusieron en éste como agujero hecho en la
pared. Porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas
mismas, y todo ahoga. No hay luz, sino todas tiniebla oscurísimas. Yo no
entiendo cómo puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista ha de dar
pena todo se ve.
No
quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después he visto otra
visión de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo. Cuanto a la vista,
muy más espantosos me parecieron, mas como no sentía la pena, no me hicieron
tanto temor; que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese
aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera
padeciendo.
Yo no
sé cómo ello fue, más bien entendí ser gran merced y que quiso el Señor yo
viese por vista de ojos de dónde me había librado su misericordia. Porque no es
nada oírlo decir, ni haber yo otras veces pensado en diferentes tormentos
(aunque pocas, que por temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios
atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído, no es nada con esta pena,
porque es otra cosa. En fin como de dibujo a la verdad, y el quemarse acá es
muy poco en comparación de este fuego de allá.
Yo
quedé tan espantada, y aún lo estoy ahora escribiéndolo, con que ha casi seis
años, y es así que me parece el calor natural me falta de temor aquí adonde
estoy. Y así no me acuerdo vez que tengo trabajo ni dolores, que no me parece
nada todo lo que acá se puede pasar, y así me parece en parte que nos quejamos
sin propósito. Y así torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el
Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para perder el miedo
a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a
padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de
males tan perpetuos y terribles.
Después
acá, como digo, todo me parece fácil en comparación de un momento que se haya
de sufrir lo que yo en él allí padecí. Espántame cómo habiendo leído muchas
veces libros adonde se da algo a entender las penas del infierno, cómo no las
temía ni tenía en lo que son. ¿Adónde estaba? ¿Cómo me podía dar cosa descanso
de lo que me acarreaba ir a tan mal lugar? ¡Seáis bendito, Dios mío, por
siempre! Y ¡cómo se ha parecido que me queríais Vos mucho más a mí que yo me
quiero! ¡Qué de veces, Señor, me librasteis de cárcel tan tenebrosa, y cómo me
tornaba yo a meter en ella contra vuestra voluntad!
De
aquí también gané la grandísima pena que me da las muchas almas que se condenan
(de estos luteranos en especial, porque eran ya por el bautismo miembros de la
Iglesia), y los ímpetus grandes de aprovechar almas, que me parece, cierto, a
mí que, por librar una sola de tan gravísimos tormentos, pasaría yo muchas
muertes muy de buena gana. Miro que, si vemos acá una persona que bien
queremos, en especial con un gran trabajo o dolor, parece que nuestro mismo
natural nos convida a compasión y, si es grande, nos aprieta a nosotros. Pues
ver a un alma para sin fin en el sumo trabajo de los trabajos, ¿quién lo ha de
poder sufrir? No hay corazón que lo lleve sin gran pena. Pues acá con saber
que, en fin, se acabará con la vida y que ya tiene término, aun nos mueve a
tanta compasión, esto otro que no le tiene no sé cómo podemos sosegar viendo tantas almas como lleva
cada día el demonio consigo.
Esto
también me hace desear que, en cosa que tanto importa, no nos contentemos con
menos de hacer todo lo que pudiéremos de nuestra parte. No dejemos nada, y
plega (agrade) al Señor sea servido de darnos gracia para ello.
Cuando
yo considero que, aunque era tan malísima, traía algún cuidado de servir a Dios
y no hacía algunas cosas que veo que, como quien no hace nada, se las tragan en
el mundo y, en fin, pasaba grandes enfermedades y con mucha paciencia, que me
la daba el Señor; no era inclinada a murmurar, ni a decir mal de nadie, ni me
parece podía querer mal a nadie, ni era codiciosa, ni envidia jamás me acuerdo
tener de manera que fuese ofensa grave del Señor, y otras algunas cosas, que,
aunque era tan ruin, traía temor de Dios lo más continuo; y veo adonde me
tenían ya los demonios aposentada, y es verdad que, según mis culpas, aun me
parece merecía más castigo.
Mas,
con todo, digo que era terrible tormento, y que es peligrosa cosa contentarnos,
ni traer sosiego ni contento el alma que anda cayendo a cada paso en pecado
mortal; sino que por amor de Dios nos quitemos de las ocasiones, que el Señor
nos ayudará como ha hecho a mí. Plega (agrade) a Su Majestad que no me deje de
su mano para que yo torne a caer, que ya tengo visto adónde he de ir a parar.
No lo permita el Señor, por quien Su Majestad es, amén.
Andando
yo, después de haber visto esto y otras grandes cosas y secretos que el Señor,
por quien es, me quiso mostrar de la gloria que se dará a los buenos y pena a
los malos, deseando modo y manera en que pudiese hacer penitencia de tanto mal
y merecer algo para ganar tanto bien, deseaba huir de gentes y acabar ya de en
todo y apartarme del mundo.
No
sosegaba mi espíritu, mas no desasosiego inquieto, sino sabroso. Bien se veía
que era de Dios, y que le había dado Su Majestad al alma calor para digerir
otros manjares más gruesos de los que comía. Pensaba qué podría hacer por Dios.
Santa
Teresa de Jesús nos cuenta en otra ocasión: ―Un día murió cierta persona, que
había vivido harto mal y por muchos años. Murió sin confesión, mas con todo
esto no me parecía a mí que se había de condenar. Estando amortajando el
cuerpo, vi muchos demonios tomar aquel cuerpo y parecía que jugaban con él...
Cuando echaron el cuerpo en la sepultura, era tanta la multitud de demonios,
que estaban dentro para tomarle, que yo estaba fuera de mí de verlo y no era menester
poco ánimo para disimularlo. Consideraba qué harían de aquella alma, cuando así
se enseñoreaban del triste cuerpo. Ojalá el Señor hiciera ver esto que yo vi a
todos los que están en mal estado, que me parece fuera gran cosa para hacerlos
vivir bien. (Vida 38,24).
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