San Francisoco de Sales
San Francisco
de sales no solo escribió muchos libros de una excelente espiritualidad sino
que también fue un gran santo y gran director espiritual no solo de su época sino
de todas las épocas hasta el fin del mundo.
Su
libro INTRODUCCION A LA VIDA DEVOTA nos lleva como de la mano al conocimiento
de Dios sin temor a equivocarnos si lo seguimos al pie de la letra pues sabemos
de sobra que tiene la aprobación de la Iglesia y los Papas bien han hablado de
este libro. Hoy en día, como producto de la gran confusión en la fe, se nos
proponen nuevos caminos espirituales en detrimento de los ya trillados por los
grandes santos de todos los tiempos, sin autorización eclesiástica muchos de
ellos cuyo fin puede ser una espiritualidad falsa o engañosa sin certeza
absoluta de conducir las almas a Dios y llevarlas a una espiritualidad falsa
sin fin eterno alguno sino un fin confuso y enredado que contribuye, sin
quererlo o queriéndolo, a los fines del
demonio.
Lo que
les ofrece vuestro servidor en este libro es el verdadero pan espiritual, aquel
que nutre hasta la medula de nuestros huesos, que alimenta y robustece nuestra
fe en el DIOS verdadero y, finalmente nos conduce a la vida eterna. Nunca ha
sido mi propósito presentar novedades de dudosa procedencia sino de verdadero y
solido alimento espiritual. Quiera nuestra bien amada Virgen Maria conduciros
por la vida espiritual que el santo propone en sus páginas y sean estas páginas
un verdadero faro espiritual que los lleve a feliz puerto a pesar de las muchas
“espiritualidades” que el mundo, el demonio y la carne nos proponen hoy por
hoy.
Primera parte
Los avisos y ejercicios que se requieren para conducir al alma,
desde su primer deseo de la vida devota, hasta una entera resolución de abrazarla
Capítulo I
Descripción de la verdadera devoción
Tú
aspiras a la devoción, queridísima Filotea, porque eres cristiana y sabes que
es una virtud sumamente agradable a la divina Majestad; mas, como sea que las pequeñas
faltas que se cometen al comienzo de una empresa crecen infinitamente en el
decurso de la misma y son casi irreparables al fin, es menester, ante todo, que
sepas en qué consiste la virtud de la devoción, porque, no existiendo más que
una verdadera y siendo muchas las falsas y vanas, si no conocieses cuál es aquella,
podrías engañarte y seguir alguna devoción impertinente y supersticiosa.
Aurelio
pintaba el rostro de todas las imágenes que hacía según el aire y el aspecto de
las mujeres que amaba, y cada uno pinta la devoción según su pasión y fantasía.
El que es aficionado al ayuno se tendrá por muy devoto si puede ayunar, aunque su
corazón este lleno de rencor, y -mientras no se atreverá, por sobriedad, a
mojar su lengua en el vino y ni siquiera en el agua-, no vacilaría en sumergirla
en la sangre del prójimo por la maledicencia y la calumnia. Otro creerá que es
devoto porque reza una gran cantidad de oraciones todos los días, aunque después
se desate su lengua en palabras insolentes, arrogantes e injuriosas contra sus
familiares y vecinos. Otro sacará con gran presteza la limosna de su bolsa para
darla a los pobres, pero no sabrá sacar dulzura de su corazón para perdonar a
sus enemigos. Otro perdonará a sus enemigos, pero no pagará sus deudas, si no
le obliga a ello, a viva fuerza, la justicia. Todos estos son tenidos
vulgarmente por devotos y, no obstante, no lo son en manera alguna. Las gentes
de Saúl buscaban a David en su casa; Micol metió una estatua en la cama, la
cubrió con las vestiduras de David y les hizo creer que era el mismo David que yacía
enfermo. Así muchas personas se cubren con ciertas acciones exteriores propias
de la devoción, y el mundo cree que son devotas y espirituales de verdad, pero,
en realidad, no son más que estatuas y apariencias de devoción.
La
viva y verdadera devoción, ¡oh Filotea!, presupone el amor de Dios; mas no un
amor cualquiera, porque, cuando el amor divino embellece a nuestras almas, se
llama gracia, la cual nos hace agradables a su divina Majestad; cuando nos da
fuerza para obrar bien, se llama caridad; pero, cuando llega a un tal grado de perfección,
que no sólo nos hace obrar bien, sino además, con cuidado, frecuencia y
prontitud, entonces se llama devoción. Las avestruces nunca vuelan; las gallinas
vuelan, pero raras veces, despacio, muy bajo y con pesadez; mas las águilas,
las palomas y las golondrinas vuelan con frecuencia veloces y muy altas. De la
misma manera, los pecadores no vuelan hacia Dios por las buenas acciones, pero son
terrenos y rastreros; las personas buenas, pero que todavía no han alcanzado la
devoción, vuelan hacia Dios por las buenas oraciones, pero poco, lenta y
pesadamente; las personas devotas vuelan hacia Dios, con frecuencia con
prontitud y por las alturas. En una palabra, la devoción no es más que una
agilidad y una viveza espiritual, por cuyo medio la caridad hace sus obras en
nosotros, o nosotros por ella, pronta y afectuosamente, y, así como corresponde
a la caridad el hacernos cumplir general y universalmente todos los
mandamientos de Dios, corresponde también a la devoción hacer que los cumplamos
con ´ánimo pronto y resuelto. Por esta causa, el que no guarda todos los
mandamientos de Dios, no puede ser tenido por bueno ni devoto, porque, para ser
bueno es menester tener caridad y, para ser devoto, además de la caridad se
requiere una gran diligencia y presteza en los actos de esta virtud.
Y,
puesto que la devoción consiste en cierto grado de excelente caridad, no sólo
nos hace prontos, activos y diligentes, en la observancia de todos los mandamientos
de Dios, sino además, nos incita a hacer con prontitud y afecto, el mayor número
de obras buenas que podemos, aun aquellas que no están en manera alguna
mandadas, sino tan sólo aconsejadas o inspiradas. Porque, así como un hombre
que está convaleciente anda tan sólo el camino que le es necesario, pero lenta
y pesadamente, de la misma manera, el pecador recién curado de sus iniquidades,
anda lo que Dios manda, pero despacio y con fatiga, hasta que alcanza la devoción,
ya que entonces, como un hombre lleno de salud, no sólo anda sino que corre y
salta ((por los caminos de los mandamientos de Dios)), y, además, pasa y corre
por las sendas de los consejos y de las celestiales inspiraciones. Finalmente,
la caridad y la devoción sólo se diferencian entre sı como la llama y el fuego;
pues siendo la caridad un fuego espiritual, cuando está bien encendida se llama
devoción, de manera que la devoción nada añade al fuego de la caridad, fuera de
la llama que hace a la caridad pronta, activa y diligente no sólo en la
observancia de los mandamientos de Dios, sino también en la práctica de los
consejos y de las inspiraciones celestiales.
Capítulo II
Propiedad y excelencia de la devoción
Los
que desalentaban a los israelitas, para que no fueran a la tierra de promisión,
les decían que era una tierra que ((devoraba a sus habitantes)), es decir que
su ambiente era tan dañino, que era imposible vivir allí mucho tiempo y que sus
moradores eran gentes tan monstruosas, que se comían a los demás hombres como a
las langostas.
Así el
mundo, mi querida Filotea, difama tanto cuanto puede a la devoción, pintando a
las personas devotas con aire sombrío, triste y melancólico, y diciendo que la devoción
comunica humores displicentes e insoportables. Mas, así como Josué y Caleb
aseguraban que no sólo era buena y bella la tierra prometida, sino también que
su posesión había de ser dulce y agradable, de la misma manera el Espíritu
Santo, por boca de todos los santos y Nuestro Señor por la suya propia, nos aseguran
que la vida devota es una vida dulce, feliz y amable.
El
mundo ve que los devotos ayunan, oran, sufren las injurias, cuidan a los
enfermos, dominan su cólera, refrenan y ahogan sus pasiones, se privan de los placeres
sensuales y practican éstas y otras clases de obras que de suyo y en su propia
substancia y calidad, son ásperas y rigurosas. Mas el mundo no ve la devoción
interior y cordial, que hace que todas estas acciones sean agradables, suaves y
fáciles. Contemplad las abejas sobre el tomillo: encuentran en él un jugo muy
amargo, pero, al chuparlo, lo convierten en miel, porque ésta es su propiedad.
¡Oh mundanos!, las almas devotas encuentran, es cierto, mucha amargura en sus
ejercicios de mortificación, pero, con sólo practicarlos, los convierten en
dulzura y suavidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario