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viernes, 9 de agosto de 2019

El infierno. Si lo hay que es y el modo de evitarlo. Monseñor L.G. de segur.



Presentación:
Monseñor de Segur, nacido el 15 de abril de 1820, en París y murió el 9 de junio de 1881. Abandono muy joven el servicio diplomático y la pintura, para entrar en el seminario y prepararse para el sacerdocio. Desde entonces se dedico a evangelizar a los pobres, prisioneros y público muchos libros con gran éxito de venta.
Voy a citar a continuación un relato de este libro muy interesante. De corazón deseo querido lector, que tome conciencia de la infinita misericordia de Nuestro señor, y como nos da tantas posibilidades para que este hijo prodigo regrese de una vez por todas a los brazos amorosos de su Padre Dios. Dios es bueno, es amor, es muy paciente, doy fe de eso. Pero no abusemos de su infinito amor, seamos inteligentes, y elijamos al que nunca nos va a fallar y que entrego hasta la última gota de su sangre por nosotros. El ya sabía que le íbamos a pagar odio, por amor, ingratitud y blasfemias, y a pesar de esto siguió fiel a su palabra «No quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y viva» (cf. Ez 33, 11).
1) Pidamos a Dios Nuestro Señor, la gracia de la humildad a través de la cual, se logra el arrepentimiento y que todas nuestras acciones estén ordenadas a su servicio.
2) anota tus faltas y haz una confesión general de toda tu vida...Piensa que esa cuenta sirve para que se te abran las puertas del cielo, y hazla como si estuvieras a punto de darla ante Jesucristo, juez. Arroja de tu corazón todo afecto al mal, y todo rencor u odio.
El joven oficial
Retalo:
―Era el año 1837, dos jóvenes recién salidos del liceo militar, habiendo entrado a la Iglesia de la Asunción, miraban los cuadros. Cerca de un confesionario, vio uno de ellos, a un sacerdote que oraba frente al Santísimo Sacramento.
-Mira a ese cura ―decía su camarada parece que está esperando a alguien.
-Tal vez a ti ―responde el otro riendo
-A mí, para que. ¿Para confesarme? Pues bien que quieres apostar, voy a hacerlo.
-¿Tu ir a confesarte? Vamos….
Echaronse a reír encogiéndose de hombros.
-¿Quieres apostar? ―Respondió el joven oficial apostemos una buena comida y una botella de champagne.
- Va la comida y la botella. Te desafío que no eres capaz de meterte en la caja.
El joven fue al confesionario y hecha sobre su camarada una mirada de triunfo y se arrodilla como para confesarse. El compañero se sienta para ver lo que iba a pasar. Aguarda 5 minutos, 10, 20. ¿Que es lo que está haciendo? se preguntaba con curiosidad algún tanto impaciente. Que puede decir durante tanto tiempo.
Por fin abrece el confesionario y sale el oficial colorado como un gallo, acomodándose el bigote con aire aturdido, y haciéndole señas que lo siguiese para salir de la Iglesia.
-Sabes que has permanecido más de 30 minutos con el cura. A fe mía he creído en un momento que te confesabas de verdad. Has ganado la apuesta, ¿quieres que sea esta tarde la comida?
-No respondió con mal humor el otro hoy no, veremos otro día.
Y estrechando la mano de su compañero se alejo bruscamente. Que habrá pasado entre el subteniente y el confesor. Helo aquí.
Apenas el confesor había abierto la ventanilla del confesionario, cuando por el alemán del joven comprendió, que se trataba de una broma. Este había llevado su imprudencia, hasta decir que la religión, la confesión, me burlo de ellas .El sacerdote era un hombre de corazón.
-Mirad querido caballero lo interrumpe con dulzura veo que lo que haces no está muy bien. Dejemos a un lado la confesión y charlemos un poco. Yo aprecio mucho a los militares y por otra parte me parecéis un joven bueno y amable. ¿Cual es vuestro grado?
El oficial comenzó a comprender que había hecho una tontería.
-No soy más que subteniente. Acabo de salir del colegio militar.
-¿Subteniente y continuareis muchos años de subteniente?
-No lo sé, 2, 3 o 5 años tal vez.
-¿Y después?
-Pasare a teniente.
-ummm… ¿y después?
-Después seré capitán. Se continúa siendo capitán muy largo tiempo, más tarde se asciende a comandante, y luego a teniente coronel, y a coronel.
-Y después de esto. ―replico el sacerdote
-Bueno después seguiré ascendiendo hasta llegar a tener el bastón militar. Pero no tengo tantas aspiraciones padre.
-Helo aquí, algún día casado, capitán y quién sabe si mariscal. ¿Y después caballero?
-Como después….no sé qué va a suceder después.
-Sabéis lo que va a ocurrir después ―dice el sacerdote pues bien yo sé, y voy a deciros. Después caballero moriréis. Después de vuestra muerte compareceréis delante de Dios y seréis juzgado. Y si continuáis haciendo lo que habéis hecho, seréis condenado. Hiráis al fuego eterno del infierno, he aquí lo que te pasara después.
Y el joven atolondrado disgustado por ese final, quiso levantarse.
-Un instante caballero. Tengo que deciros unas palabras. Sois hombre de honor y yo también lo soy, acabas de faltarme grandemente al honor, me debéis una reparación. La pido y exijo en el nombre del honor, vas a darme la palabra que durante ocho días a la noche antes de acostaros os arrodillareis y diréis en voz alta (un día moriré pero me rio, después de mi muerte seré juzgado pero me rio, después de juzgado seré condenado, pero me rio, iré al fuego eterno del infierno pero me rio). Nada más que esto. ¿Vas a darme tu palabra de honor que durante ocho días lo vas a hacer?
Cada vez más fatigado y queriendo salir de aquel mal paso, el subteniente lo había prometido todo y el sacerdote lo despidió con dulzura.
El joven oficial por la noche vacilo un poco pero había empeñado su palabra y repetía, moriré, seré juzgado, y tal vez me vaya al infierno…Pero no tubo valor para añadir… pero me rio.
Pasaron así algunos días, su penitencia le venía sin cesar a su memoria, parecía que resonaba en sus oídos. No había transcurrido la semana cuando volvía, pero esta vez solo sin el amigote, a la Iglesia. Se confeso de verdad y salió del confesionario con el rostro bañado en lagrimas, con una gran alegría en el corazón. Se me ha asegurado después que ha sido un digno y fervoroso cristiano.
Conclusión y suplicas:
Querido amigo, el pensamiento serio del infierno había obrado con la gracia de Dios, la transformación. Pues bien, lo que ha hecho en el espíritu de este joven oficial, porque no habría de hacerlo en el tuyo. Es menester pues reflexionarlo bien de una vez, es esta nuestra cuestión personal y profundamente temible, debes confesarlo, se presenta delante de cada uno de nosotros y de buen o mal grado y exige una solución positiva.
Oh pobre de mí, cuantas veces hicimos una confesión sacrílega, por no estar verdaderamente arrepentidos, o por callar pecados mortales. ¡Oh pobres pecadores, que se burlan de tan gran beneficio ¿Cómo se encontrarán en el día del juicio, con este Jesús a quien ahora están torturando tanto? Mientras lo azotaban, su Sangre fluyó sobre el suelo y en algunos puntos la carne empezó a separarse. Y en la espalda había algunos de sus huesos descarnados… Así sufrió Jesús, sin maldecir a nadie. ¿Que más tiene que hacer por nosotros para demostrarnos que nos ama?
Tengamos siempre presente, las palabras de este príncipe de los apóstoles, San Pablo: ―Trabajad con temblor y temor por vuestra salvación (Fil, 2,12).
Libradme Salvador mío de esa gran desdicha de apartarme de vos y haced de mi los que os agrade, merecedor soy de todo castigo y gustoso lo acepto con tal que no me privéis de vuestro amor.
Oh María Santísima, amparo y refugio mío, cuantas veces me he condenado yo mismo al infierno, y vos me habéis librado de él, libradme desde ahora de todo pecado, causa única que me puede arrebatar la gracia de Dios y arrojarme al infierno.

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