Presentación:
Monseñor
de Segur, nacido el 15 de abril de 1820, en París y murió el 9 de junio de 1881.
Abandono muy joven el servicio diplomático y la pintura, para entrar en el
seminario y prepararse para el sacerdocio. Desde entonces se dedico a
evangelizar a los pobres, prisioneros y público muchos libros con gran éxito de
venta.
Voy a
citar a continuación un relato de este libro muy interesante. De corazón deseo
querido lector, que tome conciencia de la infinita misericordia de Nuestro
señor, y como nos da tantas posibilidades para que este hijo prodigo regrese de
una vez por todas a los brazos amorosos de su Padre Dios. Dios es bueno, es
amor, es muy paciente, doy fe de eso. Pero no abusemos de su infinito amor,
seamos inteligentes, y elijamos al que nunca nos va a fallar y que entrego
hasta la última gota de su sangre por nosotros. El ya sabía que le íbamos a
pagar odio, por amor, ingratitud y blasfemias, y a pesar de esto siguió fiel a
su palabra «No quiero la muerte del malvado, sino que cambie de conducta y
viva» (cf. Ez 33, 11).
1)
Pidamos a Dios Nuestro Señor, la gracia de la humildad a través de la cual, se
logra el arrepentimiento y que todas nuestras acciones estén ordenadas a su
servicio.
2)
anota tus faltas y haz una confesión general de toda tu vida...Piensa que esa
cuenta sirve para que se te abran las puertas del cielo, y hazla como si
estuvieras a punto de darla ante Jesucristo, juez. Arroja de tu corazón todo
afecto al mal, y todo rencor u odio.
El joven oficial
Retalo:
―Era
el año 1837, dos jóvenes recién salidos del liceo militar, habiendo entrado a
la Iglesia de la Asunción, miraban los cuadros. Cerca de un confesionario, vio
uno de ellos, a un sacerdote que oraba frente al Santísimo Sacramento.
-Mira
a ese cura ―decía su camarada parece que está esperando a alguien.
-Tal
vez a ti ―responde el otro riendo
-A mí,
para que. ¿Para confesarme? Pues bien que quieres apostar, voy a hacerlo.
-¿Tu
ir a confesarte? Vamos….
Echaronse
a reír encogiéndose de hombros.
-¿Quieres
apostar? ―Respondió el joven oficial apostemos una buena comida y una botella
de champagne.
- Va
la comida y la botella. Te desafío que no eres capaz de meterte en la caja.
El
joven fue al confesionario y hecha sobre su camarada una mirada de triunfo y se
arrodilla como para confesarse. El compañero se sienta para ver lo que iba a
pasar. Aguarda 5 minutos, 10, 20. ¿Que es lo que está haciendo? se preguntaba
con curiosidad algún tanto impaciente. Que puede decir durante tanto tiempo.
Por
fin abrece el confesionario y sale el oficial colorado como un gallo,
acomodándose el bigote con aire aturdido, y haciéndole señas que lo siguiese
para salir de la Iglesia.
-Sabes
que has permanecido más de 30 minutos con el cura. A fe mía he creído en un
momento que te confesabas de verdad. Has ganado la apuesta, ¿quieres que sea
esta tarde la comida?
-No respondió con mal humor el otro hoy no, veremos otro día.
Y
estrechando la mano de su compañero se alejo bruscamente. Que habrá pasado
entre el subteniente y el confesor. Helo aquí.
Apenas
el confesor había abierto la ventanilla del confesionario, cuando por el alemán
del joven comprendió, que se trataba de una broma. Este había llevado su
imprudencia, hasta decir que la religión, la confesión, me burlo de ellas .El
sacerdote era un hombre de corazón.
-Mirad
querido caballero lo interrumpe con dulzura veo que lo que haces no está muy
bien. Dejemos a un lado la confesión y charlemos un poco. Yo aprecio mucho a
los militares y por otra parte me parecéis un joven bueno y amable. ¿Cual es
vuestro grado?
El
oficial comenzó a comprender que había hecho una tontería.
-No
soy más que subteniente. Acabo de salir del colegio militar.
-¿Subteniente
y continuareis muchos años de subteniente?
-No lo
sé, 2, 3 o 5 años tal vez.
-¿Y
después?
-Pasare
a teniente.
-ummm…
¿y después?
-Después
seré capitán. Se continúa siendo capitán muy largo tiempo, más tarde se
asciende a comandante, y luego a teniente coronel, y a coronel.
-Y
después de esto. ―replico el sacerdote
-Bueno
después seguiré ascendiendo hasta llegar a tener el bastón militar. Pero no
tengo tantas aspiraciones padre.
-Helo
aquí, algún día casado, capitán y quién sabe si mariscal. ¿Y después caballero?
-Como
después….no sé qué va a suceder después.
-Sabéis
lo que va a ocurrir después ―dice el sacerdote pues bien yo sé, y voy a
deciros. Después caballero moriréis. Después de vuestra muerte compareceréis
delante de Dios y seréis juzgado. Y si continuáis haciendo lo que habéis hecho,
seréis condenado. Hiráis al fuego eterno del infierno, he aquí lo que te pasara
después.
Y el
joven atolondrado disgustado por ese final, quiso levantarse.
-Un
instante caballero. Tengo que deciros unas palabras. Sois hombre de honor y yo
también lo soy, acabas de faltarme grandemente al honor, me debéis una
reparación. La pido y exijo en el nombre del honor, vas a darme la palabra que
durante ocho días a la noche antes de acostaros os arrodillareis y diréis en
voz alta (un día moriré pero me rio, después de mi muerte seré juzgado pero me
rio, después de juzgado seré condenado, pero me rio, iré al fuego eterno del
infierno pero me rio). Nada más que esto. ¿Vas a darme tu palabra de honor que
durante ocho días lo vas a hacer?
Cada
vez más fatigado y queriendo salir de aquel mal paso, el subteniente lo había
prometido todo y el sacerdote lo despidió con dulzura.
El
joven oficial por la noche vacilo un poco pero había empeñado su palabra y
repetía, moriré, seré juzgado, y tal vez me vaya al infierno…Pero no tubo valor
para añadir… pero me rio.
Pasaron
así algunos días, su penitencia le venía sin cesar a su memoria, parecía que
resonaba en sus oídos. No había transcurrido la semana cuando volvía, pero esta
vez solo sin el amigote, a la Iglesia. Se confeso de verdad y salió del confesionario
con el rostro bañado en lagrimas, con una gran alegría en el corazón. Se me ha
asegurado después que ha sido un digno y fervoroso cristiano.
Conclusión y suplicas:
Querido
amigo, el pensamiento serio del infierno había obrado con la gracia de Dios, la
transformación. Pues bien, lo que ha hecho en el espíritu de este joven
oficial, porque no habría de hacerlo en el tuyo. Es menester pues reflexionarlo
bien de una vez, es esta nuestra cuestión personal y profundamente temible, debes
confesarlo, se presenta delante de cada uno de nosotros y de buen o mal grado y
exige una solución positiva.
Oh
pobre de mí, cuantas veces hicimos una confesión sacrílega, por no estar
verdaderamente arrepentidos, o por callar pecados mortales. ¡Oh pobres
pecadores, que se burlan de tan gran beneficio ¿Cómo se encontrarán en el día
del juicio, con este Jesús a quien ahora están torturando tanto? Mientras lo
azotaban, su Sangre fluyó sobre el suelo y en algunos puntos la carne empezó a
separarse. Y en la espalda había algunos de sus huesos descarnados… Así sufrió
Jesús, sin maldecir a nadie. ¿Que más tiene que hacer por nosotros para
demostrarnos que nos ama?
Tengamos
siempre presente, las palabras de este príncipe de los apóstoles, San Pablo:
―Trabajad con temblor y temor por vuestra salvación (Fil, 2,12).
Libradme
Salvador mío de esa gran desdicha de apartarme de vos y haced de mi los que os
agrade, merecedor soy de todo castigo y gustoso lo acepto con tal que no me
privéis de vuestro amor.
Oh
María Santísima, amparo y refugio mío, cuantas veces me he condenado yo mismo
al infierno, y vos me habéis librado de él, libradme desde ahora de todo
pecado, causa única que me puede arrebatar la gracia de Dios y arrojarme al
infierno.
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