No te sorprendas de mis palabras. Es un
misterio contrario a las leyes de la naturaleza material: el fuego del infierno
quema sin consumir. Nuestro mayor tormento consiste en saber que nunca veremos
a Dios. ¿Cómo puede atormentarnos tanto esto, si en la tierra nos era
indiferente? Mientras el cuchillo está sobre la mesa, no te impresiona. Le ves
el filo, pero no lo sientes. Pero si el cuchillo entra en tus carnes, gritarás
de dolor. Ahora, sentimos la pérdida de Dios. Antes, sólo pensábamos en ella.
No
todas las almas sufren igual. Cuanto mayor fue la maldad, cuanto más frívolo y
decidido, tanto más le pesa al condenado la pérdida de Dios, tanto más lo
sofoca la criatura de que abusó. Los católicos que se condenan sufren más que
los de otras religiones, porque recibieron y desaprovecharon, por lo general,
más luces y mayores gracias. Los que tuvieron mayores conocimientos sufren más
duramente que los que tuvieron menos. El que pecó por maldad sufre más que el
que cayó por debilidad. Pero ninguno sufre más de lo que mereció. Oh, si esto
no fuera verdad, tendría un motivo para odiar!
Un día
me dijiste: nadie va al infierno sin saberlo. Eso le habría sido revelado a una
santa. Yo me reía, mientras me atrincheraba en esta reflexión: "siendo
así, siempre tendré tiempos suficiente para volver atrás". Esta revelación
es exacta. Antes de mi muerte repentina, es verdad, no conocía al infierno tal
como es. Ningún ser humano lo conoce. Pero estaba perfectamente enterada de
algo: "Si mueres, me decía, entrarás en la eternidad como una flecha, directamente
contra Dios; habrá que aguantar las consecuencias". Como te dije, no volví
atrás. Perseveré en la misma dirección, arrastrada por la costumbre, con la que
los hombres actúan cuanto más envejecen.
Mi
muerte ocurrió así: Hace una semana - digo según las cuentas que llevan
ustedes, porque si calculara por mis dolores, podría estar ardiendo en el
infierno desde hace diez años - mi marido y yo salimos en otra excursión
dominguera, que fue la última para mí. El día estaba radiante de sol. Me sentía
muy bien, como pocas veces. Sin embargo, me traspasaba un presentimiento
siniestro. Inesperadamente, en el viaje de regreso, mi marido y yo fuimos
enceguecidos por los faros de un automóvil que venía en sentido contrario, a
gran velocidad. Max perdió el control del vehículo. Jesús! Se escapó de mis
labios, no como oración sino como grito. Sentí un dolor aplastante: comparado
con el tormento actual, una bagatela. Después perdí el sentido.
¡Qué
extraño! Aquella misma mañana, sin explicación, había surgido en mi mente este
pensamiento. "Por una vez, podrías ir a Misa". Era como una súplica.
Un "¡no!" claro y decidido cortó el curso de la idea. "Con esas
cosas tengo que terminar definitivamente". Es decir, asumí todas las
consecuencias. Ahora las soporto.
Lo que
ocurrió después de mi muerte lo sabes. La suerte de mi marido, de mi madre, lo
que ocurrió con mi cadáver, mi entierro, lo sé por una intuición natural que
tenemos todos los que estamos aquí. Del resto de lo que ocurre en el mundo
poseemos un conocimiento confuso. Sabemos lo que se refiere a nosotros. De este
modo veo el lugar donde vives. Desperté de improviso en el momento de mi
muerte. Me encontré inundada por una luz ofuscante. Era el mismo sitio donde
había caído mi cadáver. Sucedió como en el teatro, cuando se apagan las luces
de la sala, sube el telón y aparece una escena trágicamente iluminada. La
escena de mi vida. Como en un espejo, mi alma se mostró a sí misma. Vi las
gracias despreciadas y pisoteadas, desde mi juventud hasta el último
"no" frente a Dios.
Me
sentí como un asesino, al que llevan ante el tribunal para ver a la víctima
exánime. ¿Arrepentirme? ¡Nunca! ¿Avergonzarme? ¡Jamás!
Mientras
tanto, no conseguía permanecer bajo la mirada de Dios, a quien rechazaba. Sólo
tenía una salida: la fuga. Así como Caín huyó del cadáver de Abel, así mi alma
se proyectó lejos de esta visión de horror.
Este
era el Juicio particular.
Habló
el invisible juez: "APÁRTATE DE MI". De inmediato mi alma, como una
sombra amarilla de azufre, se despeñó al lugar del eterno tormento.
Epílogo de Clara:
Así
terminó la carta de Anita sobre el Infierno. Las últimas palabras eran casi
ilegibles, tan torcidas estaban las letras. Cuando terminé de leer la última
línea, la carta se convirtió en cenizas. ¿Qué es lo que escucho? En medio de
los duros términos de las palabras que imaginaba haber leído, resonó el dulce
tañido de una campana. Me desperté de inmediato. Estaba acostada en mi cuarto.
La luz matinal entraba por la ventana. Las campanadas de las Avemarías llegaban
de la iglesia parroquial. ¿Todo había sido un sueño?
Nunca
había sentido antes en el Ángelus tanto consuelo como después de ese sueño.
Lentamente, fui rezando las oraciones. Entonces comprendí: la bendita Madre del
Señor quiere defenderte. Venera a María filialmente, si no quieres tener el
destino que te contó - aunque fuera en sueños - un alma que jamás verá a Dios.
Temblando todavía por la visión nocturna, me levanté, me vestí con prisa y huí
a la capilla de la casa. Mi corazón palpitaba con violencia. Los huéspedes que
estaban más cerca me miraban con preocupación. Quizás pensaban que estaba
agitada por correr escaleras abajo.
Una
bondadosa señora de Budapest, un alma sacrificada, pequeña como una niña,
miope, aún fervorosa en el servicio de Dios, de gran penetración espiritual, me
dijo por la tarde en el jardín: "Señorita, Nuestro Señor no quiere ser
servido con excitación". Pero ella advertía que otra cosa me había
excitado y aún me preocupaba. Agregó, bondadosamente: "Nada te turbe -
conoces el aviso de Santa Teresa - nada te espante. Todo pasa. Quien a Dios
tiene, nada le falta. Sólo Dios basta". Mientras susurraba esto, sin
adoptar un aire magisterial, parecía estar leyendo mi alma.
"Sólo
Dios basta". Sí, El ha de bastarme, en éste o en el otro mundo. Quiero
poseerlo allí un día, por más sacrificios que tenga que hacer aquí para vencer.
No quiero caer en el infierno.
Conclusión:
Quizás
no como objeción, pero no puede eludirse una pregunta: ¿Cómo puede haber
recordado Clara con tal precisión todas las palabras de la carta de la
condenada? Respondemos: quien hace lo más, puede hacer lo menos. Quien comienza
una obra, puede también concluirla. Si la manifestación de ultratumba es un
hecho preternatural, Clara debe haber tenido también una asistencia
preternatural para escribir con exactitud todas las palabras leídas durante la
visión.
La
eternidad de las penas del infierno es un dogma. Seguramente, el más terrible
de todos. Tiene su fundamento en las Sagradas Escrituras.
De la conveniencia de ilustrar este dogma con un
caso particular, nos da ejemplo Nuestro Señor Jesucristo en la parábola del
rico Epulón y el pobre Lázaro. Allí se encuentra una descripción del infierno y
del peligro de caer en él. No es otra la intención de este trabajo. Expresa
también nuestra finalidad el siguiente consejo: "Vayamos al infierno
mientras estemos vivos, para no caer allí después de la muerte".
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