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miércoles, 26 de junio de 2019

PRESENCIA DE SATAN EN EL MUNDO MODERNO


Iglesia católica dinamitada en china
Ya no se trata de conquistar solamente el mundo terrestre, sino el universo astral. Y todo eso no es más que truhanería, vana demostración de poder; ¡todo eso no es más que vanidad y desesperación! Mientras tanto los hombres se multiplican con un ritmo que espanta a ciertos hombres de Estado; se hacen cálculos sobre el número de habitantes que puede alimentar el planeta; se siente pavor ante el pensamiento de los "mil millones de bols de arroz" que se necesitarán de aquí a cuarenta años, o quizá antes, para la China solamente. Y sólo se ven dos soluciones: ¡o sacar en los flancos de las madres la fuente de la vida, o destruir gran parte de la humanidad en una guerra monstruosa! ¡He ahí a Lo que llega divinizar al hombre! ¡Digamos antes bien: satanizar! Mentira y contradicción, tal es el primer síntoma de la presencia de Satán en el mundo moderno.
Satán, homicida
Pero el segundo síntoma, a saber el de los atentados o de las amenazas contra la vida humana, no es menos visible.
Si existe una particularidad, en efecto, por la cual nuestro mundo actual difiere de los siglos que nos han precedido, es el acrecentamiento prodigioso de los medios para matar.
Desde todos los tiempos, desde Caín y Abel — y esto se remonta a nuestros primerísimos orígenes —, ha habido guerras. Si Satán, según las palabras de Cristo, es "homicida desde el principio, es porque ha estado no solamente presente en todas las luchas fratricidas entre los hombres, sino que debemos considerarlo como el instigador secreto de todas esas luchas. Los progresos en el arte de matar son progresos satánicos. Ahora bien, estos progresos son propios de todas las épocas. Más aún, ¡es raro que un progreso aun benéfico no tenga su origen en la guerra! El mundo actual gasta más miles de millones para preparar la próxima guerra, sabiendo que quizá signifique el fin de la humanidad, que lo que gasta para cualquier otro objeto importante en la vida de los hombres. Si todos los miles de millones gastados para la próxima guerra, y todos los dilapidados en las guerras más recientes, hubieran sido empleados en propagar la verdadera fe en el mundo, en combatir la miseria y la ignorancia, en hacer retroceder el hambre y el crimen, la faz del mundo sería completamente distinta. Pero no es ni siquiera necesario que estemos en guerra para sufrir las amenazas que ésta hace pesar sobre nosotros.
Cuanto más se multiplican nuestros medios de comunicación, gracias al progreso del cual estamos tan orgullosos, más se han suprimido las distancias, más los hombres viven en aire confinado, por decirlo así, y están envenenados a hora fija, todos los días, por las noticias que nos llegan del mundo entero y que, bajo una forma u otra, nos hablan de odio, de conflictos, de catástrofes posibles, de medios de matar, inéditos y formidables.
¡El temor a la guerra hará con el tiempo tantos estragos en las almas como la guerra misma! ¡Vivimos la más extraña de las vidas y la más inhumana! Desde que hemos matado a Dios, para hablar como Nietzsche, no hay más paz para los hombres y están condenados a hablar siempre de la paz, pero como se habla de un ausente, de un ideal lejano, de un sueño, de una quimera tal vez, puesto que al mismo tiempo los hombres no cesan de trabajar para acrecentar su capacidad de matar, es decir, su fuerza militar. Los unos trabajan en ello por desconfianza, los otros por ambición secreta, con desafíos recíprocos, amenazas, alusiones a la posibilidad muy próxima de un conflicto y de un conflicto mundial, en el sentido de que sería la señal del fin del mundo.
Satán a través del mundo
¿Debemos hacer alguna distinción entre las diversas regiones del mundo moderno en lo que toca a los síntomas de la presencia de Satán? Sería muy asombroso que no estuviera presente en determinados lugares más que en otros.
En un libro que ha sido vivamente discutido y en el cual, junto con algunos rasgos brillantes o aceptables, encontramos puerilidades, opiniones heréticas, sobre las cuales volveremos, hasta blasfemias inconscientes, Giovanni Papini ha intitulado uno de sus cortos capítulos: La Tierra prometida de Satán. Con curiosidad deseamos saber cuál es esta tierra. ¿A qué pueblo puede atribuírsele el nombre de hijo mayor de Satán? ¡No sin estupefacción descubrimos, por Papini, que esta tierra es Francia y que ese pueblo somos nosotros! "Se ha escrito copiosamente, desde Julio César —dice Papini— sobre la «dulce Francia», pero nadie, creo, ha hecho sobre ese país el extraño descubrimiento que enuncio aquí: Francia es la tierra prometida del satanismo."
Extraño descubrimiento en efecto. Y Papini insiste. No es novela lo que pretende escribir. Es un hecho que comprueba, asegura él: "Una complacencia perfectamente consciente del mal por el mal, un gusto por la perversión cruel, una teoría y una práctica de la rebelión contra Dios y contra toda ley moral, particularmente la ley cristiana."
Pero como Papini muestra, a lo largo de su libro, una indulgencia muy acentuada por Satán, no quiere que se interprete mal su aseveración, tan poco halagadora para nosotros:
"Quiero inmensamente a Francia — precisa —, su arte, su literatura, y su civilización; no tengo, pues, ninguna intención de calumniarla.
Y para demostrar que no hablo ni al azar, ni en broma, me veo obligado a producir una larga enumeración de nombres de obras." Y cita efectivamente un buen número de escritores nuestros. Cosa curiosa, no son siempre los que citaríamos nosotros como habiendo tenido "tendencias satánicas". Ni una palabra de Voltaire, de Diderot, de d'Alembert, de d'Holbach, de Condorcet. En cambio encuentra satanismo hasta en autores católicos: Georges Bernanos y Francois Mauriac.
Todo esto no es muy serio. Si la Revolución Francesa, en gran número de sus aspectos y de sus acontecimientos — no en todos —, puede ser considerada como satánica, es imposible olvidar que corrió, durante mucho tiempo, un proverbio según el cual se hablaba en la Iglesia de las Gesta Dei per Francos. Desgraciadamente desde hace dos siglos es igualmente posible hablar de la Gesta Diaboli per Francos.
Todo el problema para nosotros está en saber si nos hemos curado de esa servidumbre satánica y si queremos, sí o no, volver a nuestra secular tradición de luz y de verdad en la caridad divina.
Diversos grados de presencia satánica
Dejando de lado las vanas lucubraciones de Papini, vamos a tratar de hacernos una idea más exacta de la acción de Satán en el universo que habitamos, en este año 1959.
Un primer punto nos parece muy seguro: Satán actúa en ciertos países más que en otros. Surge de ahí un segundo punto no menos evidente, a saber que es posible distinguir los grados de presencia de Satán en el seno de los pueblos, algo análogo a los grados de presencia que hemos discernido entre los individuos. Hemos dicho que la acción de Satán va creciendo de la tentación a la infestación y de la infestación a la posesión. Tiene pues que haber países poseídos, países infestados y países simplemente tentados por Satán.
Hasta aquí nada de inverosímil. La dificultad surge cuando queremos hacer la aplicación práctica de estos planteos lógicos.
Lo que vamos a decir es un punto de vista personal y no compromete más que a nosotros mismos.
El país en el seno del cual advertimos actualmente la presencia de Satán en el más alto grado, es decir en el grado de la "posesión colectiva", no vacilemos en decirlo, es la China Popular. Lo que sabemos de ella, de lo que pasa detrás de la "cortina de bambú", es literalmente diabólico: ¡inmenso país que contiene a un cuarto de la humanidad! Inmenso país sometido a un régimen de una dureza, de un poder, de una eficacia increíbles; inmenso país donde la mentira por una parte y el desprecio de la vida humana por la otra, éstos dos síntomas de la presencia de Satán, ejercen sus estragos de una manera más violenta y más generalizada que en ninguna otra parte.
 Si el comunismo ateo existe a base de mentiras, por su negación de Dios, del alma, su negación de toda espiritualidad, debemos decir que en ninguna parte la mentira triunfa como en China Roja. Un observador norteamericano, John Strohm, que acaba de ser admitido para que pase allí varias semanas y que ha podido ver, leer y oír muchas cosas que sabíamos por otra parte, pero en forma más vaga y menos precisa, atestigua que la China vive sobre la mentira de la "agresión norteamericana", de la cual se sirven los dirigentes chinos por más que saben que esta agresión es un mito, para azuzar a su pueblo, para obligarlo a sufrir, en plena paz, un régimen de estado de sitio, para impulsarlo no solamente al trabajo, lo cual sería bueno, sino al armamento febril, al odio más agresivo y quizá a las aventuras más catastróficas.

Pero este observador, muy atento desde el punto de vista económico y político, no habla de los aspectos religiosos del problema.
Ahora bien, la China, con respecto a la religión, tenía el culto, sobre todo, de los antepasados y de la familia, unido a un cierto culto por ídolos. ; El número de cristianos no superaba los tres o cuatro millones, sobre seiscientos cuarenta, o sea uno por doscientos! Pero esta modesta y valiente Iglesia de China está siendo "liquidada", como se dice en el grosero lenguaje del comunismo. La persecución se ha enconado en la forma más brutal contra los europeos, luego contra los mejores entre los cristianos. Su mayor triunfo, sin embargo, ha consistido en arrastrar al cisma una parte demasiado grande de la Iglesia católica misma, mediante la consagración de un número considerable de obispos elegidos del pueblo, pero separados de todo vínculo con Roma.

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