Artículo 5
DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS, Y AL TERCER DÍA
RESUCITO DE ENTRE LOS MUERTOS
79. —La segunda fue el socorrer perfectamente a todos sus amigos. En
efecto, El tenía amigos no sólo en el mundo sino también en los infiernos. Pues
se es amigo de Cristo en la medida en que se tiene caridad, y en los infiernos
había muchos que habían muerto con la caridad y la fe en El que había de venir,
como Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David y otros justos y varones perfectos. Y
como Cristo había visitado a los suyos en el mundo y los había socorrido por su
propia muerte, quiso también visitar a los suyos que estaban en los infiernos y
socorrerlos bajando hasta donde se hallaban ellos. Eccli 24, 45: "Penetraré
a todas las profundidades de la tierra, y visitaré a todos los que duermen, e
iluminaré a cuantos esperan en el Señor".
80. —La tercera razón fue el triunfar perfectamente sobre el diablo.
En efecto, se triunfa de manera perfecta sobre otro, cuando no sólo se le vence
en el campo de batalla, sino que se le acomete hasta en su propia casa y se le
arrebata la sede de su imperio y su casa misma. Pues bien, Cristo había
triunfado del diablo, pues en la cruz lo había vencido. Por lo cual dice Juan
(12, 31): "Ahora es el juicio de este mundo, ahora
el príncipe de este mundo (o sea el diablo) será echado fuera". Por lo cual para triunfar perfectamente, quiso
arrebatarle la sede de su imperio y encadenarlo en su casa, que es el infierno.
Por eso descendió hasta allí, y le arrebató todos sus bienes, y lo encadenó, y
le quitó su presa, Col. 2, 15: "Y una vez despojados los Principados y
las Potestades, los exhibió con gran despliegue, triunfando de ellos
públicamente por sí mismo".
Y así como había recibido Cristo el poder y
la posesión del cielo y de la tierra, quiso también recibir la posesión de los
infiernos, para que así, según el Apóstol a los Filipenses (2, 10): "Al
nombre de Jesús se doble toda rodilla, en los cielos, en la tierra y en los
infiernos". Y Marcos
16, 17: "En mi nombre expulsarán
a los demonios".
81. —La cuarta y última razón era librar a los santos que estaban en
los infiernos. Porque así como Cristo quiso sufrir la muerte para librar de la
muerte a los vivos, así también quiso descender a los infiernos para librar a
los que allí estaban. Zac 9, 11: "Tú, Señor, por la sangre de
tu alianza, soltaste a tus cautivos de la fosa, en la cual no hay agua". Oseas 13, 14: "Oh
muerte, yo seré tu muerte; infierno, yo seré tu mordedura".
En efecto, aunque Cristo haya destruido
totalmente la muerte, no destruyó del todo los infiernos, sino que los mordió;
porque ciertamente no liberó a todos del infierno, sino tan sólo a los que
estaban sin pecado mortal, e igualmente sin el pecado original, del cual en cuanto
a su persona estaban libres por la circuncisión: o antes de la circuncisión,
los que eran salvos por la fe de los padres fieles, si no tenían uso de razón;
o por los sacrificios, y con la fe en el Cristo que había de venir, si eran
adultos; pero que permanecían allí por el pecado original de Adán, del cual no
podían librarse, en cuanto a la naturaleza, sino por Cristo. Por lo cual Cristo
dejó allí a los que habían descendido con pecado mortal y a los niños
incircuncisos.2 Por lo cual dijo: "Infierno, seré tu
mordedura".
Así pues, queda claro que Cristo bajó a los
infiernos y por qué razones.
82. —De todo esto podemos recibir para nuestra instrucción cuatro
cosas.
En primer lugar, una firme esperanza en Dios. Porque por más que esté el hombre en
aflicción, siempre debe esperar en la ayuda de Dios, y en El confiar. No puede haber,
en efecto, cosa tan penosa como estar en los infiernos. Si pues Cristo libró a
los que estaban en los infiernos, todo aquel que sea amigo de Dios debe tener gran
confianza en ser librado por El de cualquier angustia.
Sabiduría 10, 13-14: "Ella
(la Sabiduría) no desamparó al justo vendido... descendió con él a la mazmorra,
y no lo abandonó en las cadenas". Y porque Dios ayuda especialmente a sus siervos, aquel que sirve a
Dios debe sentirse con gran seguridad. Eccli 34, 16: "El que
teme al Señor de nada teme porque El mismo es su esperanza".
2 A los niños incircuncisos los dejó en lo
que la Teología llama limbo.
83. —En segundo lugar, debemos concebir el temor (de Dios) y apartar la presunción. Porque aun cuando Cristo haya padecido por
los pecadores y descendido a los infiernos, sin embargo no liberó a todos, sino
tan sólo a los que estaban sin pecado mortal, como ya se dijo. Y allí dejó a
los que habían muerto en pecado mortal. Por lo tanto, que nadie de los que allí
bajen en pecado mortal espere el perdón. Porque en el infierno estará cuanto
los santos padres en el paraíso, esto es, eternamente. Mt 25, 46: "Irán
éstos al suplicio eterno, y los justos a la vida eterna".
84. —En tercer lugar, debemos
estar alertas.
Precisamente porque Cristo descendió a los infiernos por nuestra salvación,
nosotros debemos preocuparnos por descender allí frecuentemente considerando
ciertamente las penas aquellas, como lo hacía el santo Ezequías, que decía (Is
38, 10}: "Yo dije: a la mitad de mis días me voy a las puertas del
Infierno". Porque
quien baje allí frecuentemente en vida con el pensamiento, no descenderá allá
fácilmente al morir: porque tal consideración lo aparta del pecado. En efecto,
vemos que los mundanos se guardan de las malas acciones por temor al castigo:
en consecuencia, ¿cuánto más deben guardarse (del mal) ante la pena del
infierno, la cual es mayor por razón de la duración, de la acritud y de la
multiplicidad? Eclesiástico 7, 36: "Ten presentes tus novísimos,
y jamás pecarás".
85. —En cuarto lugar, de esto
resulta para nosotros un ejemplo de amor. En efecto, Cristo bajó a los infiernos para liberar a los suyos,
y por lo tanto nosotros debemos descender allí (en espíritu) para ayudar a los nuestros.
Pues ellos nada pueden, por lo cual debemos ayudar a los que están en
el purgatorio.
Demasiado cruel sería quien no ayudara a un ser querido que estuviese en una
cárcel terrena. Así es que no habiendo ninguna comparación de las penas de este
mundo con aquéllas, mucho más cruel es el que no le ayuda al amigo que está en
el purgatorio. Job 19, 21: "Tened piedad de mí, tened piedad de mí,
siquiera vosotros, mis amigos, que es la mano de Dios la que me ha
herido". II
Macab 12, 46: "Obra santa y saludable es orar por los
muertos para que sean librados de sus pecados".
86. —Como dice San Agustín, se les ayuda principalmente de tres
maneras, a saber, con misas, con oraciones y con limosnas. San Gregorio agrega una cuarta manera: el
ayuno. Ni hay de qué admirarse, porque aun en este mundo, el amigo puede
satisfacer por el amigo.
Sin embargo, esto debe entenderse respecto a
quienes están en el purgatorio.
87. —Al hombre le es necesario conocer dos cosas, a saber, la gloria
de Dios y el castigo del infierno.
Atraídos, en efecto, por la gloria, y
atemorizados por los castigos, los hombres se guardan y se apartan de los
pecados. Pero muy difícilmente conoce el hombre estas cosas. Por lo cual acerca
de la gloria se dice en Sabiduría 9, 16: "¿Quién rastreará lo que hay
en los cielos?". Lo cual
es ciertamente difícil para los terrenos, porqué, como se dice en Juan 3 ,31: "El
que es de la tierra habla de la tierra"; pero no les es difícil a los espirituales,
porque "el que viene de lo alto está por encima de todos", como se dice allí mismo. Y por eso, para
enseñamos las cosas celestiales, Dios bajó del cielo y se encarnó.
Era también difícil conocer las penas del
infierno.
Sabiduría 2, I: "Ni
se sabe de nadie que haya vuelto de los infiernos". Y esto se pone en boca de los impíos. Pero esto
de ninguna manera se puede decir, porque así como bajó del cielo para enseñar
las cosas celestiales, así también resucitó de los infiernos para instruirnos acerca
de las cosas de los infiernos. Por lo cual es necesario que creamos no sólo que
Cristo se hizo hombre y que murió, sino también que resucitó de entre los
muertos. Por lo cual se dice: "Y al tercer día resucitó de entre los
muertos".
88. —Sabemos que muchos resucitaron de entre los muertos, como
Lázaro, y el hijo de la viuda y la hija del jefe de la sinagoga. Pero la
resurrección de Cristo difiere de la resurrección de éstos y de otros en cuatro
cosas.
Primero en cuanto a la causa de la resurrección, porque los otros resucitados no
resucitaron por su propia virtud sino por la de Cristo o por las oraciones de
algún santo, y en cambio Cristo resucitó por su propia virtud, porque no sólo
era hombre, sino que también era Dios, y la Divinidad del Verbo jamás fue
separada ni de su alma ni de su cuerpo, por lo cual el cuerpo recobró el alma,
y el alma recobró el cuerpo cuando El lo quiso.
Juan 10, 18: "Tengo poder de dar mi alma y
poder para recobrarla de nuevo". Y aunque Cristo haya muerto, esto no fue por debilidad ni por
necesidad, sino por su propio poder, porque fue voluntariamente. Y esto es patente
porque cuando exhaló su espíritu, gritó con fuerte voz, cosa que no pueden
hacer los demás moribundos, porque mueren por debilidad. Por lo cual dijo el
Centurión (Mt 27, 54): "Verdaderamente este era el Hijo de
Dios". Y por
eso, así como por su propio poder entregó su alma, así también por su propio
poder la recobró. Por lo cual se dice que "resucitó", y no que haya
sido resucitado, como si lo hubiera sido por otro.
Salmo 3, 6: "Me acosté, y me dormí, y me
levanté". Ni esto
es contrario a lo que se dice en Hechos 2, 32: "A este Jesús lo resucitó
Dios", porque
en efecto el Padre lo resucitó, y a la vez el Hijo: porque el mismo poder es el
del Padre y el del Hijo.
89. —En segundo lugar, difiere en cuanto a la vida a la cual resucitó, porque Cristo resucitó a una vida gloriosa
e incorruptible. Dice el Apóstol en Rom 6, 4:"Cristo resucitó de entre
los muertos por la gloria del Padre"; y los demás, ciertamente, a la misma vida que primero tenían,
como consta en cuanto a Lázaro y otros.
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