La liberación de San Pedro
Como
la redoma de vidrio en poder de hombre que juega de manos, que la echa muchas
veces en alto, y piensan los otros que cada vez se le ha de caer y hacer
pedazos; pero después de dos o tres veces, quítaseles el miedo a los que lo ven
y tienen por tan diestro al jugador, que se admiran de su destreza; así los siervos
de Dios, que saben muy bien cuán diestro oficial es Dios, y conocen prácticamente
y por experiencia que sabe muy bien jugar con nosotros, levantándonos y
humillándonos, mortificándonos y vivificándonos, hiriendo y sanando, no temen
ya en las adversidades y peligros, aunque se tengan por flacos y de vidrio;
porque saben que están en buenas manos, que no se le quebrará la redoma ni la
dejará caer. En tus manos, Señor, están mis suertes (3).
En la
Historia Eclesiástica se refiere que decía el abad Isidoro: cuarenta años ha
que soy combatido de un vicio, y nunca he consentido. Y de otros muchos de
aquellos santos monjes antiguos leemos semejantes ejemplos de tentaciones muy
continuas y largas, en que peleaban con grande fortaleza y confianza: *Aquí hubo unos
gigantes diestros en la guerra (1).*
Pues a
estos gigantes, que sabían bien pelear, habemos nosotros de imitar. El glorioso
San Cipriano, para animarnos a esto trae (2) aquello de Isaías: No quieras temer, dice Dios -(3), porque yo
te redimí; tú eres mío, y bien te sé el nombre; cuando pasares por las aguas,
seré contigo, y no te hundirás; cuando anduvieres en medio del fuego no te
quemarás, ni la llama te hará mal alguno; porque yo soy tu Dios, tu Señor y Salvador.
También son para esto muy tiernas y regaladas aquellas palabras que dice
Dios por el mismo Profeta: *A mis pechos seréis llevados y sobre mis rodillas os
asentaré y regalaré. De la manera que una madre regala á su hijo chiquito, así
yo os consolaré (4).
Mirad
con qué amor y ternura recibe la madre al niño, cuando teniendo miedo de alguna cosa se acoge a ella;
cómo le abraza, y le da el pecho; cómo junta su rostro con el suyo, y le
acaricia y regala. Pues con mayor amor y regalo sin comparación acoge el Señor a
los que en las tentaciones y peligros acuden á él.
Esto
decía el Profeta que le consolaba y animaba mucho a él en s u s tentaciones y
trabajos: Acuérdate Señor, de la palabra que tienes dada a tu siervo, con la cual
me diste esperanza. Esta me esforzó y consoló en la aflicción de mis trabajos,
y tu palabra me vivificó (5.)* Esto nos ha de consolar y animar también a nosotros,
y hacer que tengamos grande ánimo y confianza e n las tentaciones; porque no
puede faltar Dios a su palabra: Impossibile est mentiri Deum, dice el Apóstol
San Pablo (1).
CAPÍTULO XV
Que el desconfiar de sí y poner toda su confianza en Dios es grande medio
para vencer las tentaciones y por que acude Dios tanto a los que confían en él.
Uno de
los más principales y eficaces medios para alcanzar victoria y triunfo en las
tentaciones, es desconfiar
de nosotros y poner toda nuestra confianza en Dios. Y así vemos que
no da otra razón el mismo Señor en muchos lugares de la sagrada Escritura para amparar
y librar a uno en el tiempo de la tribulación y tentación, sino haber esperado
y confiado en él: *Pues esperó en mí, yo le libraré.—Tú eres salvador de los
que en tí confían.—Protector es de cuantos en él esperan (2).* De donde tomó la
Iglesia aquella oración: Señor, que sois protector y amparo de los que esperan en
vos, etc. (3). Y en el Salmo cincuenta y seis esto alega el Profeta y pone
delante a Dios para obligarle á que use con él de misericordia: Señor tened
misericordia de mí, porque he esperado y puesto toda mi confianza en Vos:
*de la sombra de vuestras alas esperaré(á).* Y lo mismo hace el profeta Daniel:
*No quedan confundidos, Señor, los que confían en tí (1) .* Y el Sabio dice:
¿Quién jamás esperó en Dios que quedase confundido (2)? Y toda la Escritura
está llena de esto; de lo cual dijimos arriba (3) largamente, y así no será menester
de tenernos aquí en ello.
Pero
veamos que es la causa de ser este medio tan eficaz para alcanzar el favor del
Señor; y por qué acude Dios tanto a los que desconfían de sí y ponen en él toda
su confianza. La razón de esto habernos también tocado diversas veces, y la da
el mismo Señor en el Salmo noventa: Porque esperó en mí, le ampararé y libraré;
¿por qué? *porque conoció mi nombre (4).* Decláralo muy bien San Bernardo: La razón es, porque ese
no se atribuye nada a sí, sino todo lo atribuye y refiere a Dios, y a él le da
la honra y gloria de todo (5), y así entonces toma Dios la mano, y hace suyo el
negocio y se encarga de él, y vuelve por su gloria y honra. Pero
cuando uno va confiado en sí y en sus medios y diligencias, todo aquello se
atribuye a sí y lo quita á Dios, y se quiere alzar con la honra y gloria que e
s propia de su Majestad, y así le deja Dios en su flaqueza que no haga nada;
porque como dice el Profeta (6), no se agrada Dios en los que confían en la fortaleza de sus
caballos, y en sus industrias y diligencias, sino en aquellos que desconfiados
de sí y de todos sus medios, ponen toda su confianza en Dios, y a esos envía él
su socorro y favor muy copioso y abundante.
San
Agustín dice que por esto dilata Dios algunas veces sus dones y favores, y
permite que duren mucho en nosotros los resabios de algunos vicios y malas inclinaciones
que tenemos, y que no las acabemos de vencer y sujetar del todo; no para que
nos perdamos y condenemos, sino para que seamos humildes y para encomendarnos
más sus dones, y que los estimemos en más y los reconozcamos por suyos, y no nos
atribuyamos a nosotros lo que es de Dios; porque ese es un error muy grande y
muy contrario a la honra de Dios y a la Religión y piedad cristiana (1). Y si alcanzásemos
esas cosas con facilidad, no las tendríamos en tanto, y luego pensaríamos que
nos las teníamos en la manga, y que por nuestra diligencia las habíamos alcanzado.
San Gregorio, sobre aquellas palabras de Job: *Mirad que no tengo fuerzas para
valerme (2),*dice: Muchas veces usamos tan mal de la virtud y dones de Dios,
que nos fuera mejor no los tenerlos; porque nos ensoberbecemos con ellos y
confiamos luego mucho en nosotros mismos, y atribuimos a nosotros y a nuestras
fuerzas y diligencias lo que es pura gracia y misericordia de Dios (3). Pues
por esto (4) nos niega el Señor muchas veces sus dones, y permite que millares
de veces experimente uno su propia imposibilidad en muchas obras buenas,
grandes y pequeñas, y que no pueda obrar cuando querría; y permite que dure
mucho tiempo esa imposibilidad, para que aprenda a humillarse, y a no confiar de
sí, ni atribuirse cosa alguna, sino que todo el bien lo atribuyas a Dios, y entonces
podrá cantar y decir: Las armas de los fuertes fueron vencidas, y los flacos han
sido ceñidos de fortaleza(1).
CAPÍTULO XVI
Del remedio de la oración, y ponense algunas oraciones jaculatorias,
acomodadas para el tiempo de las tentaciones.
El
medio de la oración siempre se ha detener por muy encomendado, porque es un
remedio generalísimo y de los más principales que la divina Escritura y los
Santos nos da n para esto. Y el mismo Cristo nos le enseña en el sagrado
Evangelio: Vigilate et orate, ut non intretis in tentationem (2): Velad y orad,
porque no entréis en la tentación. Y no sólo de palabra sino con su propio
ejemplo nos le quiso enseñar la noche de su pasión, apercibiéndose para aquella
batalla con larga y prolija oración, no porque él tuviese necesidad, sino para
enseñarnos a nosotros que lo hagamos así en todas nuestras tentaciones y
adversidades. El abad Juan decía, que ha de ser el religioso como un hombre que
tiene a la mano izquierda el fuego, y a la derecha el agua, para que en
emprendiéndose el fuego, luego eche agua y le apague. Así, en emprendiéndose el
fuego del pensamiento torpe y malo, habernos de tener luego á la mano el
refrigerio de la oración para apagarle. Traía también otra comparación, y decía
que el religioso es semejante a un hombre que está sentado debajo de un árbol
grande, el cual viendo venir muchas serpientes y bestias fieras contra sí, como
no les puede resistir, súbese encima del árbol, y así se salva. De la misma
manera el religioso, cuando ve venir las tentaciones, seba de subir á lo alto
con la oración y acogerse á Dios, y así se salvará y librará de las tentaciones
y lazos del demonio. *En vano se tiende la red á vista de los que tienen alas*
En balde trabajará y echará él sus redes, si nosotros sabemos volar y subirnos
a lo alto con las alas de la oración. *Mis ojos traigo siempre puestos en el Señor, porque él
librará mis pies de los lazos (1).*
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