NOTA._
De S. S. Pío IX hasta S. S. Pío XII la Iglesia no ha dejado de señalar los
lobos con piel de oveja, Encíclicas, Motus propios y otros medios han sido muy
utilizados por estos Santos Sumos Pontífices. Hoy por hoy parece que un
aletargamiento mortal y una ignorancia cómplice y diabólico parece generar una empatía
contra la doctrina católica de siempre, como que el misterio de iniquidad está
obrando más que nunca dentro de las entrañas mismas de la Iglesia a pesar de
las palabras de Nuestro Divino Salvador mencionada en san Mateo cap, 24, 4, 28:
“Cuidad que nadie os engañe, porque vendrán
muchos en mi nombre y dirán: Yo soy el Mesías, y engañaran a muchos…” Si no hemos hecho caso ni tampoco hemos
reflexionado en estas palabras de Jesucristo, oirán acaso las palabras de unos
simples sacerdotes que nos empeñamos en ser el eco, aunque indignísimos, de
Nuestro Salvador? Con todo nuestro deber de conciencia nos mueve a seguir
denunciando a quienes devoran la grey de Nuestro Señor so pena de ser
requeridos o señalados como cómplices de quienes ahora destrozan a lglesia Católica
fundada por Nuestro Señor Jesucristo. Arturo Vargas Meza Pbro.
Uno de
los fenómenos más impresionantes, en la crisis angustiosa que padece el mundo
de nuestros días, es, a no dudarlo, la falsía, el disimulo, la simulación y la
hipocresía con que hoy el mal se esconde, se disfraza y se adueña
progresivamente de las instituciones más sanas y refractarias al influjo del
error y del vicio. Son las infiltraciones sigilosas, imperceptibles, que
después de entrar sin ser sentidas, se expanden y se adueñan y dominan y
corrompen, y asocian a los incautos a los ataques demoledores de los
adversarios; son la falsas derechas que pululan hoy en todas partes,
para destruir desde dentro, engañar a los buenos y paralizar, cuando menos, las
legítimas defensas de los que luchamos o queremos luchar por la conservación y
defensa de nuestro patrimonio espiritual.
También
en la Iglesia o, por mejor decirlo, en los hombres y organizaciones de la
Iglesia, abundan en estos tiempos calamitosos la falsas derechas, los
emboscados, los que aparentan defender la Fe y la moral, cuando en verdad la
combaten, la falsean y la destruyen. Ésta ha sido el arma eficacísima de la conspiración
secular judeo-masónica-comunista, para realizar eso que el Sumo Pontífice llamó
la autodemolición del catolicismo.
Los
enemigos están dentro; aparentan defender nuestra causa, hablan de progreso, de
nueva primavera, de acomodamiento, de período difícil de transición; pero en
realidad dirigen afanosos sus certeros y demoledores golpes hacia la misma meta
que persiguen nuestros más rabiosos enemigos. Las infiltraciones en la Iglesia
son el peligro más grave, la amenaza más aterradora para el Catolicismo
contemporáneo.
Una
persecución sangrienta no hubiera sido más funesta para la Iglesia.
Y esas
infiltraciones abarcan todo el organismo viviente de la Iglesia. Infiltraciones
judaicas, infiltraciones masónicas, infiltraciones comunistas, que todas ellas
vienen a ser la misma cosa. Por eso el lenguaje del progresismo se
asemeja tanto al lenguaje de la Kabala, del Talmud, de las logias y sectas esotéricas,
del comunismo internacional.
No
debemos sorprendernos de esta espantosa confusión. Ya el mismo Divino Maestro
nos lo había predicho: “Guardaos de los falsos profetas, que vendrán a
vosotros revestidos con pieles de oveja, pero por dentro son lobos rapaces”. El
redil se encuentra ahora infestado de esos lobos revestidos con pieles
de
oveja, que son muchas veces recibidos con honores y halagos por los mismos
pastores a cuyo cuidado está la defensa, conservación y bienestar del rebaño.
CHARLES
DAVIS (ex sacerdote inglés), considerado uno de los peritos conciliares de
mayor significación y como el mayor teólogo británico antes que abandonara la
Iglesia Católica, afirma: “Sin dudar un momento, yo admito como un hecho
evidente que hay fuerzas, dentro de la Iglesia Católica romana, contrarias a su
estructura actual, que están tendiendo a la disolución o eliminación de las
instituciones existentes (...) La presente estructura institucional de la
Iglesia Romana implica un particular concepto de la verdad. Si la nueva concepción
de la verdad cristiana triunfa en su esfuerzo por ser la dominante, ello
originará, en mi opinión, la disolución de esa estructura. Desde este punto, yo
creo que los temores de los conservadores están bien fundados”.
Esta
es una confesión de parte, hecha por un infiltrado que supo y pudo escalar los
altos puestos de la Iglesia, hasta llegar a ser considerado uno de los expertos
conciliares. ¡No hay duda! La Iglesia está llena de infiltrados que pugnan
por hacer el juego al enemigo y reformar o reestructurar la obra divina a su
antojo y capricho. Con razón escribe el mismo Davis: “Capítulo tras capítulo
de volúmenes postconciliares y de discursos de Rahner, Küng, Schillebeck y
otros peritos, claramente demuestran sus puntos de vista completamente
anticatólicos y su inconformidad con los resultados actuales del Concilio Vaticano
II, para no mencionar otras creencias oficiales católicas”.
Estas
infiltraciones no son el fruto de una generación espontánea. Alguien las hizo.
Fueron planeadas con tiempo, con paciencia, con experimentos, con dinero.
Fueron realizadas con suma habilidad, con tacto exquisito, con inteligencia
diabólica. Al observador conciente, que estudia, que compara, que asocia los
rasgos semejantes y comunes, no puede pasar inadvertida la presencia de una
conspiración universal que lleva los caracteres inconfundibles del mecanicismo
materialista del judaísmo internacional, que hoy como ayer pugna por
eliminar a Cristo, por destruir la Iglesia.
Las
palabras de SAN PÍO X en su encíclica dogmática Pascendi Domini gregis,
parecen adquirir un sentido profético: “Hablamos (...) de gran número de
católicos seglares y, lo que es aún más deplorable, hasta de sacerdotes, los
cuales, so pretexto de amor a la Iglesia, faltos en absoluto de conocimientos serios
en Filosofía y Teología, e impregnados, por lo contrario, hasta la médula de
los huesos, con venenosos errores bebidos en los escritos de los adversarios de
catolicismo, se presentan, con desprecio de toda modestia, como ‘restauradores
de la Iglesia, y en apretada falange asaltan con audacia todo cuanto hay de más
sagrado en la obra de Jesucristo, sin respetar ni aún la propia persona del Divino
Redentor, que, con sacrílega temeridad rebajan a la categoría de puro y simple
hombre”.
Y las
palabras que siguen en la Encíclica responden al sofisma con el cual se
pretende hoy solapar las herejías y los inauditos desmanes de esos innovadores:
“tales hombres se extrañan de verse colocados por Nos entre los enemigos de
la Iglesia. Pero no se extrañará de ello nadie que, prescindiendo de las
intenciones, reservadas al juicio de Dios, conozca sus doctrinas y su manera de
hablar y obrar. Son seguramente enemigos de la Iglesia, y no se apartará de lo
verdadero, quien dijere que ésta (la Iglesia), no los ha tenido peores. Porque
en efecto, como ya hemos dicho, ellos traman la ruina de la Iglesia, no desde
fuera, sino desde dentro; en nuestros días el peligro está casi en las entrañas
mismas de la Iglesia y en sus mismas venas; y el daño producido por tales
enemigos es tanto más inevitable, cuanto más a fondo conocen la Iglesia”.
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