LAS TENTACIONES DE JESÚS
CAPITULO 4
(Continuación)
En qué grado y por qué fin es lícito desear
la humana honra; y del grandísimo peligro que hay en los oficios honrosos y de
mando.
En lo
cual quiere decir, que aquél provechosamente usa de
lo temporal, próspero o adverso, gozoso o triste, que no se le pega el corazón
á ello; más pasa por ello como por cosa vana y que presto se pasa. Y cierto,
cuando San Pablo contaba estas cosas de sí, con un corazón las decía, no sólo
despreciador de la honra, mas amador del desprecio y deshonra por Jesucristo,
cuya cruz él tenía por honra suprema. (Gal, 6, 14.) Y de estos tales corazones
bien se puede fiar que reciban honra, o digan ellos cosas que aprovechen para
tenerla; porque nunca harán estas cosas sino cuando fuere muy menester; para algún
buen fin.
Más
así como es cosa de mucha virtud tener la cosa cómo si no la tuviesen, y no
pegarse al corazón la honra que de fuera nos dan, así es cosa dificultosa y que
muy pocos la alcanzan. Porque, como San Crisóstomo dice: «Andar entre honras y no pegarse al corazón
del honrado, es como andar entre hermosas mujeres sin alguna vez mirarlas con
ojos no castos.» Y la experiencia nos ha mostrado que las dignidades
y lugares de honra muy pocas veces han hecho de malos buenos, y muy muchas de
los buenos malos; Porque para sufrir el peso de la honra y ocasiones que vienen
con ella, es menester gran fuerza y virtud. Porque, según San Jerónimo dice: «Los montes más
altos con mayores vientos son combatidos.» Y cierto es que se
requiere mayor virtud para tener mando que para obedecer. Y no sin causa, y gran
causa, nuestro soberano Maestro y Señor, que todo lo sabe, huyó de ser elegido
por Rey (Jn., 6). Y pues Él no podía peligrar en estado por alto que fuese,
claro está que es doctrina para nuestra flaqueza, que debe ella huir de lo
peligroso, pues huyó Él, que estaba seguro.
Y si
es atrevimiento muy grande, y contra el ejemplo de Cristo, recibir el estado de
honra cuando lo ofrecen, ¿Qué será desearlo y qué será procurarlo? Porque para decir
cuánto mal es dar dineros por ello, no hay hombre que baste. Cosa es de
grandísimo espanto, que pudiendo un hombre andar seguramente por tierra llana,
escoja los peligros de andar por la mar; y no con bonanza, sino con tempestades
continuas. Porque, según San Gregorio dice: «¿Qué otra cosa es el poderío de la alteza sino tempestad
del ánima?» Y tras estos trabajos y peligros que en lugar alto hay,
sucede aquélla terrible amenaza dicha por Dios, aunque de pocos oída y sentida,
(Sab., 6): Juicio
durísimo será hecho en los que tienen mando. ¿Qué será esto, que
siendo el juicio ordinario de Dios tal, que los más estirados en la virtud
tiemblan y dicen (Sal., 142, 2): No entres en
juicio con tu siervo. Señor, hay gente tan atrevida que elija entrar en
juicio, no cualquiera, mas estrechísimo y durísimo? Y viendo que un Rey Saúl, a
quien fue el reinó ofrecido de parte de Dios, sin que por ello él se ensalzase
ni hiciese caso de él, y aun se escondió por no recibirlo, y fue hallado porque
Dios lo manifestó (1 Reg., 10), con todo esto maltratóle tan mal la alteza de
la dignidad con sus ocasiones, que habiendo precedido elegirlo Dios, y huirlo
él, sucedió tan mala vida y mal fin, que debe poner temor y escarmiento a los
que entran en estados de honra, aun llamados y por buena puerta, y muy mayor a
los que no entran por tal.
Y
cierto, es cosa de maravillar que haya gente tan tasada (tasada: escasa) en el
servicio de nuestro Señor, que si les dicen que hagan algo, aunque muy bueno, andan
mirando y remirando si es cosa que no les obliga a pecado mortal para no hacer;
porque dicen que son flacos, y no quieren meterse en cosas altas y de perfección,
sino andar camino llano, como ellos dicen. Y éstos por una parte tan cobardes
en buscar la perfecta virtud para sí mismos, que con la gracia del Señor les fuera
fácil de alcanzar, por otra parte son tan atrevidos en meterse en señoríos y
mandos y honras, que para usar bien de ellos y sin daño propio, es menester
perfecta o aprovechada virtud, que se hacen entender que la tienen, y que darán
buena cuenta del lugar alto, sin que peligren sus conciencias en lo que muchos
han peligrado. Tanto ciega el deseo de la honra y mandos y de intereses humanos,
que a los que no osan acometer lo fácil y seguro, hace acometer lo que está
lleno de peligros y dificultad. Y los que no fían de Dios que les ayudará en las
buenas obras que tocan a sí mismos, se prometen con grande osadía que los
traerá Dios de la mano en lo que toca a regir a los otros, pudiendo Dios
responder con mucha justicia, que pues ellos se metieron en aquel peligro,
ellos se ayuden a valerse en él. Porque de estos tales dice Dios (Oseas, 8, 4):
Ellos
reinaron, y no por mi parecer: fueron príncipes, y yo no lo supe.
Quiere decir: No lo aprobé, ni me pareció bien. Y quien mirare que desechó Dios
de su mano al Rey Saúl, habiéndole el mismo Dios metido en el reino, tendrá
mucha razón para desengañarse, pues que no hay quien le asegure de que no sea
tan flaco como Saúl, sino la soberbia y gana del mando. Y por muy buena entrada
que tenga en él, no será mejor que la de Saúl.
Razón
tuvo San Agustín en decir que el lugar alto es necesario para regimiento
(gobierno, régimen) del pueblo. Aunque cuando se tiene se administre como conviene,
mas cuando no se tiene, no es lícito desearlo. Y él decía de sí mismo, que
deseaba y procuraba salvarse en el lugar bajo, por no peligrar en el alto.
Especialmente se debe esto hacer cuando el tal lugar tiene regimiento (gobierno,
régimen) de ánimas; lo cual tiene tanta dificultad para hacerse bien, que se
llama «arte de artes». Huir se deben estos peligros en cuánto buenamente fuere
posible, imitando el ejemplo ya dicho, que el Señor nos dio, en huir de aceptar
el reino, y el que nos han dado muchas personas santas y sabias que los han
huido con todo su corazón (El Santo Juan de Ávila rehuyó las mitras de Segovia
y Granada). Y
para entrar bien en ellos ha de ser o por revelación del Señor, o por obediencia
de quien lo puede mandar, o por consejo de persona que entienda, muy bien la
obligación del oficio y los peligros de él, y tenga el juicio de Dios delante
sus ojos, y muy atrás de ellos todo respeto temporal. Y si estas
condiciones no se hallaren, será menester que haya tales conjeturas de que Dios
es de ello servido, que sean de tanto peso, que pueda el tal hombre fiarse, de
ellas para entrar en tan grave peligro. Y con todo esto aun hay que temer; y
conviene velar y suplicar al Señor, que pues guardó la entrada de mal, guarde
también la salida, porque no pare en eterna condenación. Porque a muchos de los
que han vivido contentos en estos estados, hemos visto morir con deseo de no
los haber tenido, y con grandes temores de lo que primero, a su parecer, estaban
seguros. Débese
mejor parecer la verdad de las cosas temporales, cuanto el hombre más se aleja
de ellas, y más se acerca al juicio de Dios, en el cual hay toda verdad.
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