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jueves, 25 de octubre de 2018

LAS BIENAVENTURANZAS



Según el mismo Evangelio y las Epístolas de San Pablo, la perfección cristiana consiste en la caridad que nos une a Dios.
        San Juan nos enseña que "el que está en caridad, está en Dios y Dios en él" (I Jn.4,16), y San Pablo habla de esta virtud como "el vínculo de la perfección" (Col. 3,14).
        Y en general en todos los hombre esta perfección se logra después de un arduo trabajo, la caridad de principiante va dando lugar a la de adelantado hasta llegar, en la edad adulta espiritual en que se es perfecto...
        Esta perfección de la caridad nos fue descrita por el mismo Cristo en su primer sermón, el Sermón de la Montaña, en el cual, al hablarnos de las bienaventuranzas, nos expresa de manera admirable toda la elevación de la perfección cristiana. En ellas está en resumen todo el Evangelio y toda la perfección de la vida cristiana, la perfección de la Nueva Ley.
        San Agustín dirá de este Sermón, que contiene la enseñanza moral perfecta de Jesucristo, y Sto. Tomás que es la carta magna de la vida cristiana, y sin embargo, ni los autores de espiritualidad, ni los doctores en teología y moral han sido muy explícitos al comentarlas... Más bien se trata de exponer la ley de Moisés, los diez mandamientos... Y por supuesto que unas y otros no son separables, y mucho menos opuestos. Pero la ley nueva evangélica, contenida en ese sermón es, como dice Santo Tomás una ley nueva, que se caracteriza por la Gracia, por el Espíritu Santo, que obtenemos por medio de Cristo "de cuya plenitud todos hemos recibido"... Fe, gracia, Espíritu Santo, son las notas diferenciadoras de la Nueva Ley... que Dios hecho hombre trajo a la tierra para realizar el Reino de Dios...
       
        Cuando Jesús nos enseña estas Bienaventuranzas, inimaginadas por el mundo antiguo y aún por el mismo pueblo hebreo - "Nunca nadie ha hablado como este hombre" decían los enviados de los fariseos al escucharlo (Jn. 7, 46) -, nos muestra el fin de nuestra vida, la felicidad, y los medios para conseguirla.
        El fin, único y trascendente, nos es enseñado en cada una de las bienaventuranzas con distintos nombres. Así se habla del reino de los cielos, la tierra de promisión, la consolación perfecta, la satisfacción de todos nuestros santos y legítimos deseos, la suprema misericordia, la visión de Dios.
        Los medios para obtener dicho fin son el polo opuesto de lo que nos enseñan las máximas del mundo, que busca un fin totalmente distinto. ¿Porqué Cristo comienza su vida pública prometiendo la felicidad y los medios para conseguirla? Porque en todos los hombres hay esa tendencia irresistible a ser felices. Es una inclinación que está en nuestra propia naturaleza, es lo que nos proponemos en todos nuestros actos, explícita o implícitamente.
"¿Quién hay, decía San Agustín, que no corra con entusiasmo al oír decir «Serás feliz»?".
Lamentablemente el hombre, después del pecado,  busca esa felicidad donde no la encontrará, donde, por el contrario, hallará sólo miseria.
La Buena Nueva de Cristo es el anuncio del verdadero camino para alcanzar la felicidad; el Evangelio es el libro de las Bienaventuranzas, manantial de profunda e inagotable alegría del alma que marcha por este camino que traza el Redentor.
Por cierto que el oír hablar de las Bienaventuranzas nos conmocionan, nos llena de consuelo, pero debemos tener cuidado en dejarnos llevar por ciertas imágenes empalagosas que pudieran haberse grabado en nuestra niñez, viendo a Jesucristo con un traje color de rosa, y a los apóstoles con una cara de ingenuos sentado en un parque con el pasto cortadito y de fondo, como telón las montañas y los pajaritos..., el lago de Genesaret, etc. etc...
Debemos verlas con una atención nueva, sin duda permaneciendo siempre fiel a la ortodoxia, y quedaremos sorprendidos, asombrados de ver las realidades que ellas ponen de manifiesto...
Cristo es un excelente pedagogo, conoce nuestras flaquezas, sabe cómo enseñar. El hombre caído necesita ascender, subir por un camino áspero hasta la cima de la felicidad eterna.
        El le dice al hombre de buena voluntad: "Si hicieres esto, serás feliz, no huyas del combate, si deseas la victoria, y dispón alegremente tu espíritu para el trabajo, pensando en el valor de la recompensa. Lo que quieres, lo que deseas y lo que buscas, vendrá después. Lo que al presente se te manda hacer, debes hacerlo ahora para que consigas lo que ha de venir".
        Pone pues por delante la promesa de felicidad, la fe...: Y esto tiene importancia en la vida práctica como es fácil comprender: la salvación, la liberación, la justicia, la felicidad nos vendrán por nuestra fe en las promesas divinas, nuestra esperanza en la misericordia, más que en el mérito que podríamos obtener por sólo nuestras fuerzas..., pero nos exige las buenas obras...
        El conjunto de las bienaventuranzas se orden a alcanzar la felicidad, el Reino de los cielos, y cada una nos muestra como una faceta suya, un aspecto: el Reino de los cielos será un Reino de consuelo, de justicia, de misericordia, de paz; consistirá en la visión de Dios.
        Por eso las Bienaventuranzas tienen un orden propio y  han sido expuesta por el Maestro según nuestras propias flaquezas siguiendo una vía ascendente que explican admirablemente San Agustín y Santo Tomás.
        El Padre nuestro sigue un orden inverso: va desde la consideración de la gloria de Dios a la de nuestras necesidades personales, incluso el pan de cada día. Tiene un orden descendente.
        Las Bienaventuranzas son el camino de la vida  de perfeccionamiento espiritual de las almas...
        Santo Tomás de Villanueva afirma que "son tan altas, que quien a ellas hubiera subido ha llegado a la cumbre de la perfección que en vida se puede tener". Y agrega: "dichosos aquellos que estos escalones hubieren subido, porque habrán llegado a la puerta del cielo y en esta vida tienen la vida más descansada que en este mundo se puede tener".
        Y Santo Tomás de Aquino nos da las razones teológicas de estos dos efectos de la Bienaventuranza:
        Enseña que la bienaventuranza contiene dos cosas:
1) una a manera de mérito de la obra que pertenece a esta vida a modo de preparación o disposición para la futura bienaventuranza, y se contiene en la primera parte de cada una de ellas;
2) la otra es a modo de premio, la misma bienaventuranza prometida (segunda parte) pertenece ya a esta vida por "una cierta incoación imperfecta de la bienaventuranza futura en los varones santos". La perfección de la bienaventuranza pertenece a la vida futura (el premio definitivo)..
        Y pone el siguiente ejemplo: una es la esperanza de ver que un árbol fructifique cuando solamente comienza a reverdecer, y otra cuando aparecen ya los primeros frutos. Se goza por anticipado de ellos.
        Además, tengamos presente otra cosa: la palabra Reino no despierta hoy en nosotros mucho eco, y a veces al contrario, porque son pocos los reinos que hoy perduran y sus reyes están venidos a menos, han perdido mucho su antiguo poder, su significación.
        Pero en la antigüedad un rey era el padre del pueblo, el hogar de todos los sentimientos patrióticos; y en la época de Cristo este sentimiento tenía, en el pueblo judío toda su fuerza, y había sido querido por el mismo Dios (recordemos lo que había sido el Rey David, y el concepto y veneración que aún se le guardaba en la época de Cristo; y lo acusarán de haber querido hacerse Rey...). El pueblo conservaba la esperanza de una realización carnal de las promesas y Cristo debía revertir esa confusión, transformarla y elevarla a un plano superior del cual todo el Antiguo Testamento no había sido sino figura... Y esto no lo lograría sino con el duro golpe de la lanza, desde su corazón traspasado de donde nacerá el nuevo Reino de Dios, la Iglesia...
        Y el anuncio de este Reino sacude las fibras de todos los hombres, porque responde también a sentimientos, afectos que están en nuestra misma naturaleza...
        Y allí están las bienaventuranzas ¡qué sacudida! ¡qué paradojas!
        Si hiciéramos una encuesta hoy acerca de qué es la felicidad ¿cuántos responderían que es la pobreza, en llorar, en padecer hambre y sed de justicia? Si respondieran así diríamos que están locos o son unos depravados... nosotros mismos pensamos que la riqueza, la buena fama, la saciedad, es parte de la felicidad...
        Las bienaventuranzas son el contrapunto, detalle por detalle de la moral corriente. Y sin embargo, ellas tiene razón, a pesar de su forma paradójica... ¿Acaso no nos obligan a mirar de frente ciertas experiencias corrientes, de las cuales huimos y sin embargo son inherentes a nuestra condición humana? ¿Acaso no son mucho más realistas que nosotros con nuestros ideales?
        Ellas son la realidad y la verdad y enseñan al hombre la fe y la valentía; hacen nacer en nuestro corazón la asombrosa esperanza de una fuerza nueva, capaz de sostenernos en las pruebas más terribles, y nos hace sacar de ellas gozo, verdadera alegría a causa de Cristo en quien creemos.
        Si las enfrentamos así, con este espíritu, ellas obrarán en nuestra vida como el arado en el campo, que tirado con fuerza, hunde en la tierra su reja, y abre una profunda herida, un gran surco. En ese mismo movimiento da vuelta la tierra, entierra la mala semilla y deja preparada la tierra para la nueva semilla, que caerá en esta tierra renovada, para abrigarse, germinar y dar como fruto el ciento por uno...
        Así obran, debieran obrar las bienaventuranzas en nuestra vida interior... Nos hiere con la cuchilla, la reja de las pruebas, con las peleas que pone frente al hombre viejo. Da un vuelco a nuestras ideas y proyectos, contraría nuestro deseo, nos pone patas arriba, pobres y desnudos frente a Dios. Y todo para hacer sitio en nosotros a la nueva vida, el grano de mostaza evangélico, la gracia que debemos guardar con paciencia y fe hasta que de su fruto...

        ¿Cómo entonces practicarlas? ¿Qué debemos hacer para vivir esas bienaventuranzas?
        Afirma Santo Tomás que nos acercamos a ellas por el ejercicio de las virtudes y de los dones del Espíritu Santo. Son como la obra eminente de ambos.
        Son actos perfectos de la virtud empujada por los dones del Espíritu Santo.
        Así  la virtud, cada una de las siete que conocemos, y  los dones, cada uno de los siete, van obrando en el hombre dócil un trabajo de crecimiento espiritual.        ¿De qué manera? Comenzarán por descartar las falsas felicidades de la vida voluptuosa. Dicho en otras palabras, las tres primeras bienaventuranzas corresponden a la vida purgativa, propia de los que comienzan...
        Mientras el mundo busca su felicidad en la abundancia de bienes exteriores, en las riquezas, en los honores, en los placeres, las virtudes contrarias y los dones correspondientes, nos llevan a las tres primeras bienaventuranzas.
        En el lenguaje de la Biblia se designan las cosas de modo directo y vivo, experimental si pudiéramos hablar así. Nosotros distinguimos una pobreza en el plano material, moral, espiritual, religioso; pero para la Biblia todas estas ideas van entrelazadas. El rico no sólo es quien tiene bienes de fortuna, pero de ellos saca soberbia y se cree superior; tiene poder y lo utiliza en beneficio propio... Por el contrario, sufre la injusticia, el desprecio, no tiene quien lo defienda y comprende la necesidad de la ayuda divina..., es humilde y confiado, dispuesto a observar la ley de Dios.
        Pero esto es insuficiente para intentar penetrar la paradoja de la primera bienaventuranza. 
        De lo primero que debe el hombre despojarse es de los bienes materiales. Y este desprendimiento puede tener diversos grados.
        Una pobreza efectiva, hasta la falta del mismo sustento, no por vanagloria o para dedicarse a la filosofía como ocurría con algunos paganos, sino aquella pobreza sobrellevada sin murmuración ni tristeza ni impaciencias: son los mendigos humildes; o  una pobreza de corazón, porque teniendo bienes, no están apegados a ellos: son los que viven sin orgullo ni estridencias por los bienes que poseen, humildemente: es el caso de Abrahán; por último, los hay que han asumido voluntariamente la pobreza y viven según el espíritu de esa vocación:  son los que han abrazado la vida religiosa...
        A todos estos Cristo, les dice:


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