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viernes, 24 de agosto de 2018

TRES SERMONES SOBRE LOS ÁNGELES





SALMO 90
  
SERMÓN 11

Sobre el verso 2: «porque él mandó a sus ángeles cerca de ti para guardarte en todos tus caminos»

    1. Escrito está y verazmente escrito: Misericordia del Señor es el que no hayamos sido destruidos, el que no nos haya entregado en manos de nuestros enemigos. Vela sobre nosotros, incansable y cuidados, aquel singular ojo avizor de la clemencia divina: no duerme ni dormita el guardián de Israel. Y era ello muy necesario, pues tampoco duerme ni dormita el que combate a Israel. Y como es Señor está solícito y cuida de nosotros, así el enemigo ansía darnos muerte y perdernos;  siendo su único empeño que quien una vez se desvió del camino de la salud, no vuelva más a entrar en él. Pero nosotros, o no atendemos o atendemos muy poco a la adorable Majestad del Señor que nos preside, a la custodia con que nos protege y a los inmensos beneficios que nos dispensa; mostrándonos ingratos a tanta gracia, o por decir mejor, a tantas gracias, Con que nos previene y ayuda eficazmente. Y cierto que ora por sí mismo llena nuestras almas de sus esplendores, ora nos visita por los ángeles, ya nos instruye por los hombres, ya nos consuela y enseña por las Escrituras. Todas las cosas que están escritas en los Libros santos, para nuestra enseñanza se han escrito, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras tengamos esperanza. Bien dice: para nuestra enseñanza, a fin de que tengamos esperanza en Dios por la paciencia. Porque como se dice en otra parte: La doctrina del hombre por la paciencia se conoce. Pero también la paciencia prueba, y la prueba da esperanza. ¿Cómo sólo nosotros nos asistimos? ¿Cómo sólo nosotros nos desamparamos? ¿Por eso acaso hemos de estar descuidados de nosotros, porque de todas partes no cesan de ayudarnos? Pues por eso mismo habíamos de velar con más cuidado, ya que no habría tanta solicitud por nosotros en el cielo y en la tierra si no nos viesen tan necesitados; no pondrían tantos guardianes si no fuesen tantas las asechanzas.

    2. ¡Felices por eso nuestros hermanos, ya librados del lazo de los cazadores, que pasaron de las tiendas de los militantes a los atrios de los que descansan, perdido ya el temor de todo mal y colocados de un modo singular en la esperanza! A uno de ellos, o más bien a todos en general, se le dice: No llegará a ti el mal, ni el azote se acercará a tu mansión. Debes considerar que no se hace esta promesa al hombre que vive según los deseos de la carne, sino al que, viviendo en la carne, se conduce según el espíritu; porque no se conoce distinción entre aquél y su morada. Todo en él se confunde, como en los hijos de Babilonia. Últimamente semejante hombre no es más que carne, y no permanece con él el Espíritu. Y donde faltare el Espíritu bueno, ¿cuándo faltará el mal? ¡Pues a donde se halla el mal se ha de acercar el azote, porque la pena siempre acompaña a la maldad. No llegará a ti el mal, ni el azote se acercará a tu morada. ¡Gran promesa! ¿Mas de dónde podremos esperar esto? ¿Cómo me evadiré del mal y del azote,  cómo lo evitaré, cómo me alejaré, para que no se acerque a mí? ¿Con qué méritos, con qué sabiduría, con qué fuerzas? A los ángeles mandó cuidar de ti y guardarte en todos tus caminos. ¿En qué caminos? En aquellos en que te apartas de lo malo, en aquellos en que huyes de la ira futura. Muchos y de varios géneros Son los caminos; grave peligro para el caminante. ¡Qué fácil extraviarse en tantas encrucijadas el que no supiere distinguir los Caminos! No mandó a los ángeles que nos guarden en todos los caminos, sino en todos nuestros caminos; porque hay caminos de los que, pero no en los que nos importa ser guardados.

    3. Reconozcamos, pues y consideremos, hermanos, nuestros caminos: consideremos también los caminos de los demonios y de los de los espíritus, bienaventurados, sin dejar de investigar igualmente los caminos del Señor. Excede a mis fuerzas el tema que me he propuesto; mas espero me ayudaréis con vuestras oraciones, para que Dios me abra el tesoro de su inteligencia y haga grato a sus ojos lo que voluntariamente pronuncian y le ofrecen mis labios. Los caminos de los hijos de Adán van por donde nos guía la necesidad y el apetito. Por uno o por otro somos siempre llevados; y por uno o por otro somos siempre traídos; sólo que más parece somos llevados por la necesidad y traídos el apetito. La necesidad, al parecer, debe atribuirse en especial al cuerpo: y no es una sola, sino que tiene muchos rodeos, pero muy pocos atajos, si algunos tiene. Porque ¿quién de los humanos ignora que realmente es de muchos modos la necesidad de los hombres? ¿Quién podrá explicar de cuántas maneras es? La misma experiencia nos lo enseña, la misma vejación nos lo hace conocer. En estas apreturas aprende cada uno cuánta necesidad tiene de clamar al Señor: no sólo de mi necesidad, sino de mis necesidades libradme, Señor. Y no sólo andando por este camino de la necesidad, sino por el del apetito también, pedirá ser librado cualquiera que no escuche con oído sordo los avisos del Sabio. ¿Qué dice, pues? Apártate de tus voluntades; y también: No vayas tras de tus concupiscencias. Porque, supuestos dos males, menos inconveniente hay en guiarse por  necesidad que por el apetito. Si aquélla es multiforme, éste lo es más, mucho más; o por mejor decir, muchísimo más, fuera de todo modo. Es cosa que sale del corazón este apetito, y por eso es tanto mayor cuanto mayor es el alma que el cuerpo, En fin, éstos son aquellos caminos que parecen buenos a los hombres, pero que no tienen fin sino cuando los hunden en el fondo del infierno. Si has hallado ya los caminos de los hombres, considera al mismo tiempo si se dijo de ellos: Aflicción e infelicidad hay  en sus caminos; de modo que la aflicción está en la necesidad, y la infelicidad en el apetito, ¿Cómo la infelicidad en el apetito, sino porque nada de la felicidad que ellos se imaginaban hallarán en la consecución de lo deseado? ¿Y qué diremos de aquel que parece lisonjearse ya con la risueña perspectiva de la felicidad apetecida, que cree hallará en la abundancia de bienes terrenos? Que por eso mismo es más infeliz, pues llevado del hervor de sus afectos, abraza la infelicidad, o más bien se deja hundir y perder en ella.
    ¡Ay de los hijos de los hombres que corren presurosos tras esta felicidad falsa y engañosa! iAy del que dice: rico soy, de nadie necesito; siendo pobre, y mísero, y miserable y desnudo! De la flaqueza del cuerpo, procede la necesidad, y la codicia del cuerpo procede de la poquedad y olvido del corazón. Por eso mendiga el alma el pan ajeno, olvidada de comer el propio; por eso anhela por las cosas terrenas, al no meditar las celestiales.

    4. Veamos ahora cuáles son los caminos de los espíritus malignos; veámoslos, mas para evitarlos; veámoslos, pero huyamos de ellos. Estos caminos son la presunción y la obstinación. ¿Queréis saber de dónde lo tomo? Considerad quién es su Príncipe; cual es él, así son sus domésticos. Considerad cuál es el principio de sus caminos, y veréis cómo prorrumpió luego en horrenda presunción, diciendo: Escalaré el cielo: sobre las estrellas de Dios levantaré mi trono, sentaréme sobre el monte del Testamento, al septentrión; me encaramaré sobre las nubes, seré semejante al Altísimo. ¡Qué temeraria, qué horrenda presunción. ¿No fue de allí de donde cayeron todos los que cometieron la iniquidad, y, habiendo sido arrojados, no pudieron estar en pie? Por la presunción no pudieron estar en pie; por la obstinación, habiendo caído, no se levantaron: por aquella son espíritu que se va; por ésta, espíritu que no vuelve. Espantosa presunción la de los espíritus malignos, pero no menos espantosa su obstinación: siempre puja su soberbia, por eso jamás se convertirán. Porque no quisieron volver del camino de la presunción, cayeron en el camino de obstinación. ¡Qué pervertido y arruinado tienen el corazón los hijos de los hombres, que siguen las huellas de estos espíritus y entran en sus caminos! Todo el intento, todo el afán de las malicias espirituales, en su guerra contra nosotros, es seducimos y metemos en sus caminos, para que les sigamos y nos lleven al desastrado fin que a ellos está destinado. Huye, hombre, de la presunción, no se alegre de ti tu enemigo. Tiene él especial complacencia en estos vicios, habiendo probado en sí mismo que difícilmente podría salir de remolino tan impetuoso.
5. Pero no quisiera ignoraseis, hermanos, de qué modo se baja, o por decir mejor, se cae en estos caminos. El primer escalón para bajar a ellos, como ahora me ocurre, es el disimulo de la propia flaqueza, de la propia iniquidad e inutilidad, cuando, perdonándose el hombre a sí mismo, lisonjeándose a sí mismo, persuadiéndose ser algo, no siendo nada, a sí mismo se seduce.
    El segundo grado es la ignorancia de sí mismo, porque después de haber cosido en el grado primero el despreciable vestido de las hojas, para ponérselo, ¿qué falta ya, sino  vean sus llagas, y más habiéndolas cubierto con el mero fin de no poderlas ver? De donde se sigue que, aunque otro se las descubra, defienda porfiadamente que no son llagas, dejando ir su corazón a palabras de malicia, para buscar excusas a sus pecados.
    El tercer grado está muy vecino, o por decir mejor, contiguo a la presunción; porque ¿qué cosa mala dudará ejecutar quien osa defender la maldad? Difícilmente parará aquí, siendo como es lugar tan tenebroso y resbaladizo y no faltando el ángel malo, que le persigue y empuja. Así el cuarto grado o más bien, el cuarto precipicio, es el desprecio, verificándose lo que dice la Escritura: Cuando el impío llega a lo profundo de los pecados, todo lo desprecia. De ahí en adelante más y más se estrecha y cierra sobre él la boca del pozo donde ha caído, para que no salga; pues a esa alma el desprecio la lleva a la impenitencia, y la impenitencia se confirma con la obstinación. Este es ya aquel pecado que ni en este siglo ni en el futuro se perdona: porque el corazón duro y empedernido no teme a Dios ni respeta a los hombres. El que así en todos sus caminos se junta al diablo, manifiestamente hácese un espíritu con el. Verdad que los caminos de los hombres, que más arriba mostramos, son aquellos de los cuales dice San Pablo: No os acometan otras tentaciones que las ordinarias y humanas; siendo propio de la humana flaqueza pecar alguna vez. Mas quién ignora que los caminos del diablo son ajenos a la naturaleza del hombre? Solo que en algunos parece haberse trocado la misma costumbre de pecar en naturaleza. Pero, aunque sea de algunos hombres, no es del hombre, sino de diablos, el perseverar en pecado.




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