CAPÍTULO V
Que
las tentaciones aprovechan mucho para que nos conozcamos y humillemos, y para
que acudamos más á Dios.
Traen
también consigo las tentaciones otro bien y provecho grande, que hacen que nos
conozcamos a nosotros mismos. «Muchas veces no sabemos lo que podemos, mas la tentación descubre
lo que somos.» dice aquel Santo. Y este conocimiento de nosotros mismos
es la piedra fundamental de todo el edificio espiritual, sin el cual ninguna
cosa que sea de dura se edifica; y con el cual crece el alma como espuma, porque
sabe arrimarse á Dios, en quien todo lo puede. Pues las tentaciones descubren
al hombre su grande flaqueza e ignorancia, que hasta allí a lo uno y a lo otro
tenía cerrados los ojos; y así no sabía sentir vilmente de sí, porque no lo
había experimentado.
Pero
cuando uno ve que un soplido le derriba, que con una monada se para frió, que
en viniéndole una tentación se desconcierta y se encona, y que luego huye de él
el consejo y el acuerdo, y le cercan tinieblas, comienza a templar los bríos, y
a humillarse y sentir bajamente de sí. Dice el bienaventurado San Gregorio: “Si no tuviésemos
tentaciones, luego nos tendríamos en algo, y pensaríamos que éramos muy
valientes; pero cuando viene la tentación y se va el hombre a pique de caer,
que no parece que está a punto de caer sin remedio, entonces conoce su flaqueza
y humillase”. Y así, San Pablo decía: “Porque el haber sido arrebatado al tercero
cielo y las grande s revelaciones que he tenido no me ensoberbeciesen, permitió
el Señor que fuese tentado para que conociese lo que era de mi parte, y me
humillase”.
De
aquí se sigue otro bien y provecho grande, que como uno conoce su flaqueza,
viene de ahí a conocer la necesidad que tiene del favor y ayuda del Señor, y de
acudir a Él con la oración, y estar siempre colgado de Él como de su remedio,
conforme a aquello del Profeta: “¡Oh que bueno es para mí allegarme a Dios y nunca jamás
apartarme de él!”. Así como la madre, cuando quiere a su hijo se
venga para ella, hace que otros le pongan miedo para que la necesidad le haga ir
a su regazo; así el Señor permite que el demonio nos espante y nos ponga miedo
con las tentaciones, para que acudamos á su regazo y amparo, dice Gerson: “para
provocarnos como provoca el águila a sus polluelos a volar, y a la manera que
la madre deja por breve espacio á su hijo, porque con más empeño la llame, más
diligentemente la busque y más estrechamente la abrace, y ella juntamente le
acaricie con más cariño”. San Bernardo dice “que deja el Señor a veces al alma para que con más deseo y
fervor le llame y más fuertemente le tenga: como hizo con los discípulos que
iban a Emaús, fingiendo que quería pasar adelante e ir más lejos, para que
ellos le importunasen y detuviesen: “Mane nobiscum, quoniam advesperascit, et
inclinata est jam diez”: “Quedaos, Señor, con nosotros, porque se hace tarde y
se cierra ya el día”.
De
aquí viene uno también a estimar en más labor y protección del Señor, viendo la
necesidad que tiene de ella. Dice San Gregorio que por esto nos es provechoso
que alce Él algún tanto la mano de nosotros; porque si siempre tuviésemos
aquella protección, no la estimaríamos en tanto, ni la tendríamos por tan
necesaria; pero cuando Dios nos deja un poco, y parece que vamos a caer, y
vemos que luego nos da la mano: “Si el Señor no me ayudara, poco menos que en el infierno
estuviera mi alma”; entonces estimamos más su favor y quedamos más
agradecidos y con mayor conocimiento de su bondad y misericordia: “En cualquier
día que te invoque, luego conozco que tú eres mi Dios”. “Llama uno a Dios en la tentación, y siente su
ayuda, y experimenta la fidelidad de su Majestad en el buen acogimiento que le
hace en el tiempo de la necesidad, y reconócele por padre y por defensor, y
enciéndese con eso más en su amor, y prorrumpe en alabanzas suyas, como los
hijos de Israel, cuando los egipcios les iban en los alcances, y se vieron de
la otra parte del mar y a los otros ahogados”.
De aquí
viene también a no atribuirse uno a sí cosa buena, sino atribuirlo todo á Dios
y darle a Él la gloria de todo, que es otro bien y provecho grande de las
tentaciones y u n remedio grande contra ellas, y para alcanzar grandes favores
y mercedes del Señor.
CAPÍTULO VI
Que e n las tentaciones se prueban y purifican más los
justos y se arraiga más la virtud.
Dicen
también los Santos que quiere el Señor que seamos tentados para probar la
virtud de cada uno.
Así
como con los vientos y tempestades se ve si el árbol ha echado buenas raíces, y
el valor y fortaleza del caballero y buen soldado no se echa de ver en tiempo de
paz, sino en tiempo de guerra, en los encuentros y peleas; así la virtud y
fortaleza del siervo de Dios no se echa de ver cuando hay devoción y sosiego,
sino cuando hay tentaciones y trabajos.
San
Ambrosio, sobre aquellas palabras: “Dispuesto estoy, y nadie me arredrará de guardar tus
mandamientos”, dice “que así
como es mejor piloto y digno de mayor loa el que sabe y tiene industria para gobernar la nave en tiempo que hay tempestades
y borrascas, cuando la nave unas veces parece que se va a fondo, otras con las
olas se levantan hasta el cielo, que el que la rige y gobierna en tiempo de
tranquilidad y bonanza; así es también digno de mayor loa el que se sabe regir
y gobernar en tiempo de tentaciones, de tal manera, que ni con la prosperidad
se levanta, ni ensoberbece, ni con las adversidades y trabajos se amilana y
desmaya, sino que puede decir siempre con el Profeta: Paratus sum et non sum
turbatus”: (dispuesto y preparado estoy para eso y no seré turbado). Pues para
esto envía Dios las tentaciones, como hizo con los hijos de Israel, dejándoles
aquellas gentes enemigas y contrarias, para probar la constancia y firmeza que
tenían en su amor y servicio”. Y el Apóstol San Pablo dice: “Es menester que
haya herejías para que se conozcan los buenos y los que aprueban bien”. “Dios
los tentó y hallólos dignos de sí.” Las tentaciones son los golpes
con que se descubre la fineza del metal, y la piedra de toque con que prueba
Dios a los amigos: entonces se echa de ver lo que hay en cada uno.
Así
como acá los hombres se huelgan de tener amigos probados, así también Dios, y
por eso los prueba.
Como
los vasos, dice el Sabio, se prueban en el horno, y la plata y oro con el
fuego, así los justos se prueban con la tentación. Dice San Jerónimo, “cuando
la masa está ardiendo en el fuego, no se echa de ver si es oro, o plata, u otro
metal, porque todo está entonces de un color, todo parece fuego”; así en tiempo
de consolación, cuando hay fervor y devoción, no se echa de ver lo que es uno,
todo parece fuego; pero sacad la masa del fuego, dejadla enfriar, y veréis lo que
es”. Dejad pasar aquel fervor y consuelo, venga el trabajo y la tentación, y
entonces se echará de ver lo que es cada uno. Cuando uno en tiempo de paz sigue
la virtud, no se sabe si aquello es virtud, o si nace de su natural bueno, o de
gusto particular que tiene en aquel ejercicio, o de no haber otra cosa que le
lleve; pero el que, combatido de la tentación, persevera, ese bien muestra que
lo hace por virtud y por el amor que tiene á Dios.
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