Séptimo:
los católicos han de ser consecuentes con su religión. Esto no solo quiere
decir que han de practicar su religión, sino que han de adherirse a las
consecuencias lógicas que se derivan. Porque, o bien existe un Dios, o bien no existe.
Pero si existe un Dios, o bien todas las religiones son falsas, o bien hay una
y solo una que es la verdadera. Los católicos han de saber que la suya es
la religión
verdadera, y rechazar cualquier pretensión en sentido contrario. En particular,
deben rechazar en primer lugar el indiferentismo religioso y deben rechazar eso
que los enemigos de Cristo llaman ”multiculturalismo”. Pues la única forma de
que puedan convivir culturas diferentes es vaciándolas de todo lo que las hace
efectivas, es decir, reduciéndolas a puro folclore. Así que
los
abogados del multiculturalismo son en realidad enemigos de toda cultura.
Al
contrario, la religión católica, por ser universal, trasciende y perfecciona toda
cultura, y es por eso genuinamente multicultural.
Octavo:
el católico ha de estar en guardia. Ası como el ”multiculturalismo” es un
fraude contra las culturas, el enemigo usa versiones falsificadas de muchas
otras palabras nobles, como libertad, igualdad, amor y otras muchas.
Es
preciso que el católico sepa distinguir entre el concepto verdadero y el
concepto falso, acuñado en las sentinas de las sectas para enturbiar las fuentes
del entendimiento, que se basa en el discurso, que a su vez requiere la correspondencia
entre los términos y la realidad de las cosas. Qué duda cabe que las voces
usadas por las distintas lenguas son convencionales, pero no es en absoluto
convencional la correspondencia entre el concepto que la voz representa y la
realidad que quiere designar. Por la alteración de las palabras es como se
alteran primero los conceptos y después la propia realidad.
Otras
muchas cosas podrán decirse, pero es preferible ahora que guardemos nosotros
silencio y que acuda el lector a las palabras contenidas en esta recopilación:
palabras sabias, verdaderas, vigorosas porque no han perdido actualidad. Vaya allí
el lector y cumpla con sus obligaciones de católico, que no se limitan a la práctica
de los sacramentos sino que le obligan al buen combate de la Fe. Y para
combatir es preciso discernir y saber, entender y reflexionar.
Capítulo 1
Mirari vos
Carta Encíclica
Mirari vos
de S.S. Gregorio XVI sobre los errores modernos
1.
Admirados tal vez estáis, Venerables Hermanos, porque desde que sobre
Nuestra
pequeñez pesa la carga de toda la Iglesia, todavía no os hemos dirigido
Nuestras Cartas según Nos reclamaban así el amor que os tenemos como una
costumbre que viene ya de los primeros siglos. Ardiente era, en verdad, el
deseo de abriros inmediatamente Nuestro corazón, y, al comunicaros Nuestro
mismo espíritu, haceros oír aquella misma voz con la que, en la persona del
beato Pedro, se Nos mando confirmar a nuestros hermanos 1.
Pero
bien conocida os es la tempestad de tantos desastres y dolores que, desde el
primer tiempo de nuestro Pontificado, Nos lanzo de repente a alta mar; en la
cual, de no haber hecho prodigios la diestra del Señor, Nos hubiereis visto
sumergidos a causa de la más negra conspiración de los malvados.
Nuestro
animo rehúye el renovar nuestros justos dolores aun solo por el recuerdo de
tantos peligros; preferimos, pues, bendecir al Padre de toda consolación que,
humillando a los perversos, Nos libró de un inminente peligro y, calmando una
tan horrenda tormenta, Nos permitió respirar. Al momento Nos propusimos daros
consejos para sanar las llagas de Israel, pero el gran numero de cuidados que
peso sobre Nos para lograr el restablecimiento del orden público, fue causa de
nueva tardanza para nuestro propósito.
La
insolencia de los facciosos, que intentaron levantar otra vez bandera de rebelión,
fue nueva causa de silencio. Y Nos, aunque con grandísima tristeza, nos vimos
obligados a reprimir con mano dura 2 la obstinación de aquellos hombres cuyo
furor, lejos de mitigarse por una impunidad prolongada y por nuestra benigna
indulgencia, se exalto mucho más aun; y desde entonces, como bien podéis
colegir, Nuestra preocupación cotidiana fue cada vez mas laboriosa.
Mas
habiendo tomado ya posesión del Pontificado en la Basílica de Letrán, según la
costumbre establecida por Nuestros mayores, lo que habíamos retrasado por las
causas predichas, sin dar lugar a más dilaciones, Nos apresuramos a dirigiros
la presente Carta, testimonio de Nuestro afecto para con vosotros, en este gratísimo
día en que celebramos la solemne fiesta de la gloriosa Asunción de la Santísima
Virgen, para que Aquella misma, que Nos fue patrona y salvadora en las mayores
calamidades, Nos sea propicia al escribiros, iluminando Nuestra mente con
celestial inspiración para daros los consejos que más saludables puedan ser
para la grey cristiana.
1.1. Los males actuales
2.
Tristes, en verdad, y con muy apenado animo Nos dirigimos a vosotros, a quienes
vemos llenos de angustia al considerar los peligros de los tiempos que corren
para la religión que tanto amáis. Verdaderamente, pudiéramos decir que esta es
la hora del poder de las tinieblas para cribar, como trigo, a los hijos de elección
3. Si; la tierra está en duelo y perece, inficionada por la corrupción de sus
habitantes, porque han violado las leyes, han alterado el derecho, han roto la
alianza eterna 4. Nos referimos, Venerables Hermanos, a las cosas que veis con
vuestros mismos ojos y que todos lloramos con las mismas lágrimas. Es el
triunfo de una malicia sin freno, de una ciencia sin pudor, de una disolución
sin límite. Se desprecia la santidad de las cosas sagradas; y la majestad del
divino culto, que es tan poderosa como necesaria, es censurada, profanada y
escarnecida: De ahí que se corrompa la santa doctrina y que se diseminen con
audacia errores de todo género. Ni las leyes sagradas, ni los derechos, ni las
instituciones, ni las santas enseñanzas están a salvo de los ataques de las
lenguas malvadas.
Se
combate tenazmente a la Sede de Pedro, en la que puso Cristo el fundamento de
la Iglesia, y se quebrantan y se rompen por momentos los vínculos de la unidad.
Se impugna la autoridad divina de la Iglesia y, conculcados sus derechos, se la
somete a razones terrenas, y, con suma injusticia, la hacen objeto del odio de
los pueblos reduciéndola a torpe servidumbre.
1.2. Los Obispos y la Cátedra de Pedro 3
Se
niega la obediencia debida a los Obispos, se les desconocen sus derechos.
Universidades
y escuelas resuenan con el clamoroso estruendo de nuevas opiniones, que no ya
ocultamente y con subterfugios, sino con cruda y nefaria guerra impugnan
abiertamente la fe católica. Corrompidos los corazones de los jóvenes por la
doctrina y ejemplos de los maestros, crecieron sin medida el daño de la religión
y la perversidad de costumbres. De aquí que roto el freno de la religión santísima,
por la que solamente subsisten los reinos y se confirma el vigor de toda
potestad, vemos avanzar progresivamente la ruina del orden público, la caída de
los príncipes, y la destrucción de todo poder legitimo. Debemos buscar el
origen de tantas calamidades en la conspiración de aquellas sociedades a las
que, como a una inmensa sentina, ha venido a parar cuanto de sacrílego,
subversivo y blasfemo habían acumulado la herejía y las más perversas sectas de
todos los tiempos.
1.2. Los Obispos y la Cátedra de Pedro
3.
Estos males, Venerables Hermanos, y muchos otros mas, quizá mas graves,
enumerar los cuales ahora sería muy largo, pero que perfectamente conocéis
vosotros, Nos obligan a sentir un dolor amargo y constante, ya que, constituidos
en la Cátedra del Príncipe de los Apóstoles, preciso es que el celo de la casa
de Dios Nos consuma como a nadie. Y, al reconocer que se ha llegado a tal punto
que ya no Nos basta el deplorar tantos males, sino que hemos de esforzarnos por
remediarlos con todas nuestras fuerzas, acudimos
a la
ayuda de vuestra fe e invocamos vuestra solicitud por la salvación de la grey católica,
Venerables Hermanos, porque vuestra bien conocida virtud y religiosidad, así
como vuestra singular prudencia y constante vigilancia, Nos dan nuevo animo,
Nos consuelan y aun Nos recrean en medio de estos tiempos tan tristes como
desgarradores.
Deber
Nuestro es alzar la voz y poner todos los medios para que ni el selvático jabalí
destruya la viña, ni los rapaces lobos sacrifiquen el rebaño. A Nos pertenece
el conducir las ovejas tan solo a pastos saludables, sin mancha de peligro
alguno. No permita Dios, carísimos Hermanos, que en medio de males tan grandes
y entre tamaños peligros, falten los pastores a su deber y que, llenos de
miedo, abandonen a sus ovejas, o que, despreocupados del cuidado de su grey, se
entreguen a un perezoso descanso. Defendamos, pues, con plena unidad del mismo espíritu,
la causa que nos es común, o mejor dicho, la causa de Dios, y mancomunemos
vigilancia y esfuerzos en la lucha contra el enemigo común, en beneficio del
pueblo cristiano.
4. Bien
cumpliréis vuestro deber si, como lo exige vuestro oficio, vigiláis tanto sobre
vosotros como sobre vuestra doctrina, teniendo presente siempre, que toda la
Iglesia sufre con cualquier novedad 5, y que, según consejo del pontífice San Agatón,
nada debe quitarse de cuanto ha sido definido, nada mudarse, nada añadirse,
sino que debe conservarse puro tanto en la palabra como en el sentido 6. Firme
e inconmovible se mantendrá así la unidad, arraigada como en su fundamento en
la Cátedra de Pedro para que todos encuentren baluarte, seguridad, puerto
tranquilo y tesoro de innumerables bienes allí mismo donde las Iglesias todas
tienen la fuente de todos sus derechos 7 . Para reprimir, pues, la audacia de
aquellos que, ora intenten infringir los derechos de esta Sede, ora romper la unión
de las Iglesias con la misma, en la que solamente se apoyan y vigorizan, es
preciso inculcar un profundo sentimiento de sincera confianza y veneración
hacia ella, clamando con San Cipriano, que en vano alardea de estar en la
Iglesia el que abandona la Cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada la
Iglesia 8 .
5. Debéis,
pues, trabajar y vigilar asiduamente para guardar el depósito de la fe,
precisamente en medio de esa conspiración de impíos, cuyos esfuerzos para
saquearlo y arruinarlo contemplamos con dolor. Tengan todos presente que el
juzgar de la sana doctrina, que los pueblos han de creer, y el régimen y administración
de la Iglesia universal toca al Romano Pontífice, a quien Cristo le dio plena
potestad de apacentar, regir y gobernar la Iglesia universal, según enseñaron
los Padres del Concilio de Florencia 9 . Por lo tanto, cada Obispo debe
adherirse fielmente a la Cátedra de Pedro, guardar santa y religiosamente el depósito
de la santa fe y gobernar el rebaño de Dios que le haya sido encomendado. Los presbíteros
estén sujetos a los Obispos, considerándolos, según aconseja San Jerónimo, como
padre de sus almas 10; y jamás olviden que aun la legislación más antigua les prohíbe
desempeñar ministerio alguno, enseñar y predicar sin licencia del Obispo, a
cuyo cuidado se ha encomendado el pueblo, y a quien se pedirá razón de las
almas 11.
Finalmente
téngase como cierto e inmutable que todos cuantos intenten algo contra este
orden establecido perturban, bajo su responsabilidad, el estado de la Iglesia.
1Luc. 22, 32.
5S. Caelest. pp., ep. 21 ad epp. Galliarum.
21 Cor. 4, 21.
3Luc. 22, 53
4Is. 24, 5.
6Ep. ad Imp., ap. Labb. t. 2 p. 235 ed. Mansi.
7S. Innocent. pp., ep. 2: ap. Constat.
8S. Cypr. De unit. Eccl.
9Sess. 25 in definit.: ap. Labb. t. 18 col. 527 ed.
Venet.
10Ep. 2 ad Nepot. a. 1, 24.
11Ex can. ap. 38; ap. Labb. t. 1 p. 38 ed. Mansi.
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