sacrificio de isaac
RESPUESTA A ALGUNAS OBJECIONES
«Los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos; tanto como
el cielo se eleva sobre la tierra, los caminos del Señor superan a los
nuestros». De ahí surgen un
sinnúmero de malas inteligencias entre la Providencia y el hombre que no sea
muy rico en fe y abnegación. Señalaremos cuatro.
1º La Providencia se mantiene en la sombra para dar lugar a nuestra
fe, y nosotros querríamos ver. Dios se oculta tras
las causas segundas, y cuanto más se muestran éstas más se oculta El. Sin El
nada podrían aquéllas; ni aun existirían; lo sabemos, y con todo, en vez de
elevarnos hasta El, cometemos la injusticia de pararnos en el hecho exterior,
agradable o molesto, más o menos envuelto en el misterio.
Evita
manifestarnos el fin particular que persigue, los caminos por donde nos lleva y
el trayecto ya recorrido. En lugar de tener una ciega confianza en Dios,
querríamos saber, casi osaríamos pedirle explicaciones. ¿Acaso un niño se inquieta por saber adónde le conduce su madre, por que
escoge este camino en vez del otro? Por ventura, ¿no llega el enfermo
incluso a confiar su salud, su vida, la integridad de sus miembros al médico,
al cirujano? Es un hombre como nosotros y, sin embargo, hay confianza en él a
causa de su abnegación, de su ciencia y de su habilidad. ¿No deberíamos tener infinitamente más confianza en Dios,
médico omnipotente, Salvador incomparable? Al menos, cuando todo es
sombrío en derredor nuestro y ni aun sabemos por dónde andamos, quisiéramos un
rayo de luz. ¡Oh, si supiéramos siquiera darnos cuenta que la gracia es quien
obra y que todo va bien! Pero ordinariamente no se dará uno cuenta del trabajo
del divino decorador antes de que esté terminado. Dios quiere que nos
contentemos con la simple fe y que confiemos en El, con corazón tranquilo, en
plena oscuridad. ¡Primera causa de la pena!
2º La Providencia tiene distintas miras que nosotros, ya sobre el
fin que se propone, ya sobre los medios destinados a su consecución. En tanto no nos hayamos despojado por completo del amor
desordenado a las cosas de la tierra, querríamos encontrar el cielo aquí abajo,
o por lo menos ir a él por camino de rosas. De ahí ese aficionarse, más de lo
que está en razón, a la estima de gentes de bien, al afecto de los suyos, a los
consuelos de la piedad, a la tranquilidad interior, etc., y que se saboree tan
poco la humillación, las contrariedades, la enfermedad, la prueba en todas sus
formas.
Las
consolaciones y el éxito se nos presentan más o menos como la recompensa de la
virtud, la sequedad y la adversidad como el castigo del vicio; nos maravillamos
de ver con frecuencia prosperar al malo y sufrir al justo aquí abajo. Dios, por
el contrario, no se propone darnos el paraíso en la tierra, sino hacer que lo
merezcamos tan perfecto como sea posible.
Si el
pecador se obstina en perderse, es necesario que reciba en el tiempo la
recompensa de lo poquito que hace bien. En cuanto a los elegidos, tendrán su
salario en el cielo; lo esencial, mientras aquél llega, es que se purifiquen,
que se hagan ricos en méritos. ¡Es tan buena la prueba con este fin! No
escuchando sino a su austero y sapientísimo amor, Dios trabajará por reproducir
a Jesucristo en nosotros a fin de hacernos reinar con Jesús glorificado. ¿Quién
no conoce por lo demás las bienaventuranzas anunciadas por el divino Maestro?
Así, la cruz será el presente que El ofrecerá a sus amigos con más gusto. «Considera mi vida toda llena de sufrimientos -dijo a Santa
Teresa-, persuádete que aquel es más amado de mi Padre que recibe mayores
cruces; la medida de su amor es también la medida de las cruces que envía. ¿En
qué pudiera demostrar mejor mi predilección que deseando para vosotros lo que
deseé par mí mismo?» Lenguaje divino y sapientísimo, mas, ¡qué pocos lo
entienden! Y ésta es la segunda causa de las equivocaciones.
3º La Providencia sacude recios golpes y la naturaleza se
lamenta. Hierven nuestras pasiones, el orgullo nos reduce, nuestra
voluntad se deja arrastrar. Profundamente heridos por el pecado, nos parecemos
a un enfermo que tiene un miembro gangrenado. Estamos persuadidos de que no hay
para nosotros remedio sino en la amputación, mas no tenemos valor para hacerla
con nuestras propias manos. Dios, cuyo amor no conoce la debilidad, se presta a
hacernos este doloroso servicio. En consecuencia nos enviará contradicciones
imprevistas, abandonos, desprecios, humillaciones, la pérdida de nuestros
bienes, una enfermedad que nos va minando: son otros tantos instrumentos con
los que liga y aprieta el miembro gangrenado, le hiere la parte más conveniente,
corta y profundiza bien adentro hasta llegar a lo vivo. La naturaleza lanza
gritos; más Dios no la escucha, porque este rudo tratamiento es la curación, es
la vida. Estos males que de fuera nos llegan, son enviados para abatir lo que
se subleva dentro, para poner límites a nuestra libertad que se extravía y
freno a nuestras pasiones que se desbocan. He aquí por qué permite Dios se
levanten por todas partes obstáculos a nuestros designios, por qué nuestros
trabajos tendrán tantas espinas, por qué no gozaremos jamás de la tranquilidad
tan deseada y nuestros superiores harán con frecuencia todo lo contrario de
nuestros deseos. Por esto tiene la naturaleza tantas enfermedades; los
negocios, tantos sinsabores; los hombres, injusticias, y su carácter, tantas y tan
inoportunas desigualdades. A derecha e izquierda somos acometidos de mil
oposiciones diferentes, a fin de que nuestra voluntad, que es demasiado libre,
así probada, estrechada y fatigada por todas partes, se despoje al fin de sí
misma y no busque sino la sola voluntad de Dios. Más ella se resiste a morir, y
ésta es la tercera causa de los disgustos.
4º La Providencia emplea a veces medios desconcertantes.
« Sus
juicios son incomprensibles»; no sabríamos penetrar sus motivos, ni atinar con
los caminos que escoge para ponerlos en ejecución. «Dios
comienza por reducir a la nada a los que encarga alguna empresa, y la muerte es
la vía ordinaria por la que conduce a la vida; nadie sabe por dónde pasa.»
Y, por otra parte, ¿cómo su acción va a contribuir al bien de sus fieles?
Nosotros no lo vemos y aun frecuentemente creemos ver lo contrario. Mas
adoremos la divina Sabiduría que ha combinado perfectamente todas las cosas,
estemos bien persuadidos de que los mismos obstáculos le servirán de medios y
que llegará siempre a sacar de los males que permite el invariable bien que se
propone, es decir, los progresos de la Iglesia y de las almas para la gloria de
su Padre.
En consecuencia, si consideramos las cosas a la luz de Dios,
llegaremos a la conclusión de que muchas veces los males en este mundo no son
males, los bienes no son bienes, hay desgracias que son golpes de la
Providencia y éxitos que son un castigo.
Citemos
algunos ejemplos entre mil, para poner estas verdades en todo su esplendor.
Dios se compromete a hacer de Abraham el padre de un gran pueblo, a bendecir
todas las naciones en su raza, y he aquí que le ordena sacrificar al hijo de
las promesas. ¿Olvidó acaso la palabra dada? Ciertamente que no: mas quiere
probar la fe de su servidor y a su tiempo detendrá el brazo. Se propone someter
a José la tierra de los Faraones, y comienza por abandonarle a la malicia de
sus hermanos; el pobre joven es arrojado a una cisterna, conducido a Egipto,
vendido como esclavo, después pasa en la cárcel años enteros, todo parece
perdido, y, sin embargo, por ahí mismo es por donde le conduce Dios a sus
gloriosos destinos. Gedeón es milagrosamente elegido para librar a su pueblo
del yugo de los madianitas, improvisa soldados que apenas serán uno contra
cuatro. En lugar de aumentar su número, el Señor despide a la mayor parte, no
conservando sino trescientos y, armándolos de trompetas, de lámparas, con
cántaros de barro, les conduce, ¿a dónde, diremos, a la batalla o al matadero?
Y con este inverosímil ejército es pon el que asegura a su pueblo una
sorprendente y segura victoria. Más dejemos el Antiguo Testamento.
Después
de las ovaciones y de los ramos, Nuestro Señor es traicionado, prendido,
abandonado, negado, juzgado, condenado, abofeteado, azotado, crucificado y
pierde su reputación. ¿Es así como asegura Dios Padre a
su Hijo la herencia de las naciones? Triunfa el infierno y todo parece
perdido, no obstante, por ahí mismo nos viene la salvación.
Para
confundir lo que es fuerte, Jesús escoge lo que es débil.
Con
doce pescadores ignorantes y sin prestigio se lanza a la conquista del mundo;
nada son, pero El está con ellos. Deja a la persecución campear durante tres
siglos, y, según su palabra profética, aquélla apenas ha de cesar; renueva a la
Iglesia en lugar de destruirla y la sangre de los mártires es aún hoy día
semilla de cristianos. La impiedad de los filósofos, las argucias de los
heresiarcas se aprestan al asalto para extinguir las estrellas del cielo; y con
eso precisamente se hace la fe más explícita y más luminosa. Los reyes y los
pueblos bramarán contra el Señor y contra su Cristo, que es, sin embargo, su
verdadero apoyo, mas llegado el momento que El ha escogido, «el Hijo del
carpintero, el Galileo», siempre vencedor, encerrará a sus perseguidores en un
ataúd y los citará a su tribunal. Mientras la tierra se agita en un sin fin de
revoluciones, la cruz se mantiene enhiesta, indestructible y luminosa sobre las
ruinas de los tronos y de las nacionalidades.
Quédanle
medios propios suyos, medios inverosímiles, que Dios escogerá para salvar a un
pueblo, conmover las muchedumbres, instituir familias religiosas.
Hubo
un tiempo en que daba pena el reino de Francia; para arrancarlo de una pérdida
total e inminente, Dios va a suscitar no poderosas armas, sino una inocente
niña, una pobre pastorcilla de ovejas, y con este débil instrumento libra a
Orleáns y conduce triunfalmente al Rey a Reims para ser consagrado. En nuestros
días conmueve países enteros a la voz del Cura de Ars, el más humilde sacerdote
rural, y a excepción de la santidad, hombre de menguado valer. Dios quería
nuestra Orden: suscita tres santos para fundarla y le prepara las más
abundantes bendiciones, y, sin embargo, la persecución que se dejó caer sobre
nuestros Padres en Molismo los siguió a Cister. Se obliga a San Roberto por
obediencia a dejar su obra sin terminar. San Alberico durante su
gobierno y San Esteban durante algunos años apenas reciben novicios. La muerte
hace sus vacíos y una epidemia arrebata la mitad de la pequeña Comunidad. Los
supervivientes se preguntan, no sin ansiedad, si llegarán a tener sucesores o
si su obra va a desaparecer con ellos.
¿Querrá la Providencia divina destruir sus piadosos designios? Todo lo contrario, quiere de este modo asegurarlos,
pero a su manera; propónese santificar a los fundadores, pone en vigor todos
los puntos de la Regla, establece sólidamente la observancia y la vida
interior. Una vez preparada la colmena, atraerá las abejas por enjambres.
Dios
revela a la venerable María Postel que ella ha de fundar, en medio de muchas
tribulaciones, una Comunidad que será la más numerosa de la diócesis de
Coutances.
Durante
treinta años se la verá conducida por caminos oscuros, sometida a todo género
de pruebas, contradicha por los acontecimientos, probada por repetidos
fracasos. ¿Olvida acaso el Señor su promesa? Muy al contrario, así es como
asegura su perfecto cumplimiento, elevando a la fundadora a la más encumbrada
santidad, imprimiendo a la Congregación naciente el espíritu que deberá siempre
animarla. San Alfonso de Ligorio, ilustre Fundador de
los Redentoristas, se vio en sus últimos años indignamente acusado ante el Sumo
Pontífice por dos de los suyos; es condenado, privado de su cargo de Superior
General y hasta excluido del Instituto que le debía su existencia.
Animábase leyendo la vida de San José de Calasanz, el Fundador de las Escuelas
Pías, que fue como él perseguido, expulsado de su Orden y cuyo Instituto fue
suprimido, y más tarde restablecido por la Santa Sede. Mas San Alfonso predice:
que Dios que ha querido la Congregación en el reino de Nápoles, sabrá
mantenerla en él, y que a ejemplo de Lázaro saldrá de la tumba llena de vida,
cuando él ya no exista. «Dios ha permitido la dimisión
-decía- para multiplicar las casas en los Estados Pontificios.» Y de
hecho, cuando el santo anciano haya apurado hasta las heces el cáliz de las
humillaciones y de los dolores, cuando haya sufrido su martirio con la más
inalterable paciencia, el cisma, causa de este martirio, cesará como por
ensalmo; la Congregación, más floreciente que nunca, extenderá sus ramas por
todos los países. Así, aquella horrorosa tempestad que parecía iba a aniquilar
el Instituto fue el medio elegido por Dios para propagarlo por el mundo entero,
a la vez que consumaba la santidad del Fundador.
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