A esta misma protección celestial los Padres espirítanos
atribuían la preservación de su casa; desde lo alto del parque, donde se
elevaba su inmaculada estatua monumental, Nuestra Señora la Blanca había velado
por su abadía, que aún estaba en pie. Sin embargo, del 3 al 12 de agosto, había
recibido 18 impactos de obús sobre sus muros y techos, y más de cien
proyectiles dentro de la propiedad, entre ellos dos grandes bombas aéreas. No
quedó ningún cristal en las ventanas, pero los Padres y Hermanos estaban sanos
y salvos. La abadía Blanca acogió enseguida a muchos refugiados del pueblo, y
luego a los enfermos y a los ancianos del hospicio destruido 10, que aún
estaban albergados en un ala de la casa denominada «hospicio» cuando el Padre
Lefebvre se presentó allí.
2. Reconstruir y
organizar
«Lo recibimos bien por su sencillez»
En una fresca mañana del otoño tardío, el 10 de
noviembre de 1945, el nuevo rector del Escolasticado llegaba a Mortain. Había
podido pasar un mes de descanso en familia, en casa de su hermano Michel en
Tourcoing: De todas formas -le había comunicado el Padre Laurentsu predecesor,
el Padre Riaud, no va a estar allí para esperarlo, puesto que el Reverendo
Padre Provincial le ha pedido que se presente lo antes posible en su nuevo
puesto, en el Canadá; el Padre Macher le asegura la suplencia.
Acompañado del Padre Laurent, el Padre Marcel había
recorrido en coche la carretera de París a Mortain, mientras escuchaba, no sin
aprensión, las explicaciones que su Superior y amigo le daba sobre su delicada
misión. En esa mañana de Todos los Santos, el vehículo atravesaba las ruinas
conmovedoras de la ciudad mártir antes de cruzar el gran portón destruido y
detenerse a los pies de la sombría fachada. Los Padres, avisados, se reunieron
enseguida en el patio, y el Padre Macher se adelantó: «¡Bienvenido, Padre!».
Luego vinieron las presentaciones: Éste es el Padre
Francois, nuestro Padre Ecónomo, normando; el Padre Félix Simon, antiguo oficial
de marina (lo quiso señalar), profesor de filosofía; el Padre Marcel Diebold,
que enseña la «filosofía universitaria» a los alumnos que preparan el examen de
ingreso en la universidad (tenía un aire austero); el Padre Videlo, su compañero
en Roma, profesor de filosofía escolástica (enseñaba de manera inaudible); el
Padre Jean
Rozo, otro bretón, profesor de historia (elocuente y
culto); el Padre Jenvrin, que ya está jubilado; y el Padre Muller, profesor de
ciencias de los filósofos universitarios.
Después se presentaron los seminaristas. Uno de
ellos, el Padre Emmanuel Barras, lo recordaba:
Todavía lo veo -decia- con las dos manos por delante
diciendo simplemente: «Bueno, yo ya estoy aquí». Lo recibimos bien por su
sencillez".
Finalmente vinieron los Hermanos, que formaban su
propia comunidad. Las notas tomadas por el Padre Lefebvre, que contienen tantos
preciosos detalles así rescatados del olvido, nos han conservado los nombres de
esos religiosos: Hermanos Robert, Nicolas, Longin, Roger, Guy, Bernard, Marin y
Pierre. También estaba el Hermano Alphonse, constructor de la iglesia de Akono,
que había ideado su escalera de caracol para subir a la tribuna: realizada sin
planos, esa espiral de escalones había llegado exactamente al lugar deseado; y
el Hermano Mélaine, que murió en 1948 y fue inhumado en el pequeño cementerio
de la comunidad, en lo alto del parque, el Hermano Eudes, el granjero, de quien
se decía en tono de broma: «¡Las vacas huelen a Herrnano!» Todos los oficios
estaban representados: jardinero, carpintero, herrero, zapatero, sastre y peluquero,
sin contar un familiar que cuidaba la portería.
Una comunidad de Hermanas del Espíritu Santo (doce
en 1932) prestaba los servicios de cocina y de lavado y arreglo de ropa".
El Padre Marcel se mostraría muy atento con sus
necesidades; por eso ellas dirían: «¡Al fin tenemos un Padre!»!", Pero la
mayor parte de su tiempo se lo dedicaría a los escolásticos.
Usted no tendrá que impartir ningún curso -lo había
tranquilizado el Padre Laurent-, pero correrán a su cargo la «conferencia de
avisos» del sábado y las conferencias espirituales diarias.
El día entero de Todos los Santos se festejó a quien
se había esperado con gran alegría. El día siguiente por la tarde, el Padre
Lefebvre reunió a sus escolásticos en la sala de ejercicios. Se presentó con sencillez.
A sus amigos de Tourcoing se había mostrado como «un selvático de África que
intenta rehacer su vida en Francia»; también ahora logró ganarse el corazón de
los seminaristas con esta misma humilde ironía, los invitó a emplear bien su
tiempo en el estudio: «Ustedes deben todo su tiempo a las almas que los
esperan», y concluyó: «En cuanto a mí, doy desde ahora lo que tenga para
dar»!"
Realizar la unidad en la diversidad
Por mucho que el Padre Lefebvre llegara con la
aureola del prestigio que le confería su apostolado gabonés, particularmente en
Lambaréné, donde había tratado con el célebre Schweitzer, era toda una apuesta
el intento de dirigir y unificar a más de cien jóvenes" procedentes de
todas las latitudes. Además de los veinticuatro alumnos que habían venido de
Langonnet el 16 de julio con el Padre Riaud" y de los cuarenta jóvenes
profesas, recién salidos del Noviciado de Recoubeau, o del vecino de Piré en
Ille-et - Vilain, o del lejano de Blonay en Suiza, el Padre rector también debía
encargarse de algunos veteranos de guerra, que tenían detrás de sí cuatro años
de cautiverio y tal vez otros dos años anteriores de servicio militar, y de
otros candidatos que seis meses antes aún combatían en el frente en Alemania,
después de haber hecho toda la Campaña de Francia en las filas del ejército de
Lattre, o en los carros de asalto de la II División Blindada de Leclerc. Tal
había participado en la resistencia, tal otro venía del frente del este, y
aquél de allá era uno de los alsacianos que
a su pesar habían sido enrolados en la Wehrmacht.
El Superior -explicaba el Padre André Buttet, que en
aquel entonces era alumno- desplegó infinitos recursos de psicología para
disciplinar con dulzura la efervescencia de esa juventud reacia a un
reclutamiento que traía recuerdos humillantes a la memoria de algunos. Sin
alzar el tono de voz ni apelar a los artículos del reglamento, logró formar de
este conjunto tan disímil una familia unida en torno a su persona".
Dos seminaristas, cuyas aptitudes apreció enseguida
pese a su juventud, Maurice Fourmond y Roland Barq, fueron nombrados «auxiliares»,
uno en primer año, otro en segundo año de filosofía escolástica; servían de
enlace entre los estudiantes y el Superior. Esta medida audaz no era una
concesión liberal al espíritu de los tiempos, sino una manera de orientar mejor
el mando y de dosificarlo con mayor exactitud para lograr una obediencia más
firme. «El Padre Lefebvre supo manejar las cosas con inteligencia -resumía un
veterano, y por eso no quiso ser duro con algunos antiguos militares, cuando de
vez en cuando salían a fumar discretamente un cigarrillo, y era algo que se
sabía». Y no sólo fue tolerante, sino que un día, cuando el Director del hospicio
le obsequió un paquete de cigarrillos (lo cual era una rareza), se lo hizo
llegar a esos antiguos soldados".
La unanimidad que el Padre Lefebvre suscitó y el
excelente espíritu de familia que mantuvo provenían, por una parte nada despreciable,
de la habilidad con que logró resolver los problemas materiales, y ante todo
los del alojamiento y comodidad. Terminó de tapar los agujeros de los techos,
para dejar en lugar seco no solamente a los escolásticos, sino también a los
ancianos del pueblo. Las ventanas desvencijadas por las que se colaba el viento
frío del norte fueron primero calafateadas mal que bien, antes de que se
pudieran reemplazar los setecientos cristales necesarios. Hizo alimentar con
leña y aserrín las estufas, que mitigaban un poco el frío en las salas de clase
y en los dormitorios comunes. La instalación de estos últimos era espartana, pues
los tabiques que separaban las camas habían sido derribados; aunque tal vez
fuera mejor así para la calefacción. El Padre Superior animaba a todos: «Tengan
un poco de paciencia; acepten la instalación actual, que pronto habrá mesas
para poner las palanganas, dos a dos, y pronto también cada cual tendrá su
armario».
Por intermediario de su hermano Michel, joven
industrial", el Padre Superior consiguió a precios ventajosos, de parte de
familiares y amigos, múltiples materiales y objetos de primera necesidad, como
un motor eléctrico y su reóstato para la máquina de zurcir de las Hermanas,
calcetines y medias en gran cantidad, masilla para colocar los cristales por
fin comprados, grandes botes de pintura, cien mantas, etc.
El Padre Lefebvre le remitió al Ecónomo provincial
las cuentas de los gastos previsibles de reparaciones:
Cálculo aproximado
de gastos para la reconstrucción
Pintura para parte del Seminario (pendiente).............1.500.00
Ventanas. Empresa Loret (estado pendiente de pago
total) .. 280.000
Techumbres (en refacción, casi terminadas, abonado
30.000) 150.000 ………………………………………………….. 30.000
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