Parte 3
SOBERBIA Y HUMILDAD
San
Bernardo de Claraval
DEL
III AL VI
Ventajas
que reportan los grados ascendentes
I. 1.
Antes de empezar a hablar de los grados de humildad que propone San Benito, no
para enumerarlos, sino para subirlos, quiero mostrarte, si puedo, a donde nos
llevan. Así, conocido de antemano el fruto que nos espera a la llegada, no nos
abrumará el trabajo de la subida.
Cuando
el Señor dice: Yo
soy el camino, la verdad y la vida, nos declara el esfuerzo del
camino y el premio al esfuerzo. A camino
que lleva a la verdad. La humildad es el esfuerzo; la verdad, es el premio
al esfuerzo. “¿Por qué sabes”, dirás tú, “que este pasaje se refiere a la
humildad, siendo así que dijo de un modo indefinido: Yo soy el camino?”
Escúchalo más concretamente: Aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón.
Se
propone como ejemplo de humildad y como modelo de mansedumbre. Si lo imitas, no
andas en tinieblas, sino que tendrás la luz de la vida. Y ¿Qué es la luz de la
vida sino la verdad? La verdad ilumina a todo hombre que viene a este mundo;
indica donde está la vida verdadera. Por eso, al decir: Yo soy el camino y la verdad, añadió: y la vida. Como si dijera: Yo soy el camino,
que llevo a la verdad; yo soy la verdad; que prometo la vida; yo soy la vida, y
la doy; pues dice él mismo: Esta
es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado
Jesucristo.
Mas si
tú dices: “Veo perfectamente el camino, la humildad; deseo el fruto, la verdad;
mas, ¿qué haré si el esfuerzo del camino es tan pesado que no puedo llegar al
premio deseado?” Él te responde: Yo soy
la vida, el viático de donde sacarás energía para el camino.
El Señor grita a los extraviados a quienes ignoran el camino: Yo soy el
camino; a los que dudan y a quienes no creen: Yo soy la verdad; y a los que ya
suben arrastrando su cansancio: Yo soy la vida. Me parece que en el pasaje
propuesto queda suficientemente claro que el conocimiento de la verdad es el
fruto de la humildad.
Fíjate
además en estos textos: Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas, sin duda haciendo referencia a los secretos de
la verdad, a los sabios y prudentes, esto es, a los soberbios, y se las has
revelado a los pequeños, es decir, a los humildes. También aquí se inculca que la verdad se
esconde a los soberbios y se revela a los humildes.
2. La humildad podría definirse así: es una virtud que incita al
hombre a menospreciarse ante la clara luz de su propio conocimiento.
Esta definición es adecuada para quienes se han decidido a progresar en el
fondo del corazón. Avanzan de virtud en virtud, de grado en grado, hasta llegar
a la cima de la humildad. Allí, en actitud contemplativa, como en Sión, se
embelesan en la verdad; porque se dice que el legislador dará su bendición. El
que promulgó la ley, dará también la bendición; el que ha exigido la humildad,
llevará a la verdad.
¿Quién
es este legislador? Es el Señor amable y recto que ha promulgado su ley para
los que pierden el camino. Se descaminan todos lo que abandonan la verdad. Y
¿van a quedar desamparados por un Señor tan amable? No. Precisamente es a estos
a los que el Señor amable y recto, ofrece como ley el camino de la humildad. De
esta forma podrán volver al conocimiento de la verdad. Les brinda la ocasión de
reconquistar la salvación, porque es amable. Pero, ¡atención!, sin menoscabar la
disciplina de la ley, porque es recto. Es amable, porque no se resigna a que se
pierdan; es recto, porque no se le pasa el castigo merecido.
II. 3.
Esta ley, que nos orienta hacia la verdad, la promulgó San Benito en doce
grados. Y como los diez mandamientos de la ley y de la doble circuncisión, que
en total suman doce, se llega a Cristo, subidos estos doce grados se alcanza la
verdad.
El
mismo hecho de la aparición del Señor en lo más alto de aquella rampa que, como
tipo de la humildad, se le presentó a Jacob, ¿no indica acaso
que el conocimiento de la humildad se sitúa en lo alto de la humanidad?
El Señor es la verdad, que no puede engañarse ni
engañar. Desde lo más alto de la rampa estaba mirando a los hijos de los
hombres para ver si había algún sensato que buscase a Dios. Y ¿no te parece a
ti que el Señor, conocedor de todos los suyos, desde lo alto está clamoreando a
los que le buscan: Venid a mí todos los que me deseáis y saciaos de mis frutos;
y también: Venid a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré
respiro?
Venid,
dice. ¿A dónde? A mí, la verdad. ¿Por dónde? Por la humildad.
¿Provecho? Yo os daré respiro. ¿Qué respiro promete la verdad al que
sube, y lo otorga al que llega? ¿La caridad, quizá? Sí, pues según San Benito,
una vez subidos todos los grados de la humildad, se llega en seguida a la
caridad. La caridad es un alimento dulce y agradable que reanima a
los cansados, robustece a los débiles, alegra a los tristes y hace soportable
el yugo y ligera la carga de la verdad.
4. La caridad es un manjar excelente. Es el
plato principal en la mesa del rey Salomón. Exhala el aroma de las distintas
virtudes, semejante a la fragancia de las especias más sorprendentes. Sacia a
los hambrientos, alegra a los comensales. Con ella se sirven también
la paz, la paciencia, la bondad, la entereza de ánimo, el gozo en el Espíritu
Santo y todos los demás frutos y virtudes que tienen por raíz la verdad o la
sabiduría.
La humildad tiene también sus complementos
en esta misma mesa. El pan del dolor y el vino de la
compunción es lo primero que la verdad ofrece a los incipientes, y
les dice: Los que coméis el pan del dolor, levantaos después de haberos
sentado.
Tampoco
a la contemplación le
falta el sólido alimento de la sabiduría, amasado con flor de harina, y el vino
que alimenta el corazón del hombre; con él, la verdad obsequia a los
perfectos, y les dice: Comed, amigos míos, bebed y embriagaos, carísimos. La
caridad, nos dice, es el plato principal de las hijas de Jerusalén; Las almas
imperfectas, por ser todavía incapaces de digerir aquel sólido manjar, tienen
que alimentarse de leche en vez de pan, y de aceite en lugar de vino. Y con
toda razón se sirve hacia la mitad del banquete, pues su suavidad no aprovecha
a los incipientes, que viven en el temor; ni es suficiente a los perfectos, que
gustan la intensa dulzura de la contemplación.
Los
incipientes, mientras no se curen de las malas pasiones de los deleites
carnales con la purga amarga del temor, no pueden experimentar la dulzura de la
leche. Los perfectos ya
han sido destetados; ahora, eufóricos se alegran de comer ese otro manjar,
anticipo de la gloria. Solo aprovecha a los que están en el centro, a los
proficientes, quienes ya han experimentado su agradable paladar en algunos
sorbos. Y se quedan contentos sin más, por causa de su tierna edad.
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