Los frutos
Regresando por barco desde Douala a Libreville a
finales de 1936, e! Padre Lefebvre volvió a poner manos a la obra en su ardua
tarea de formación sacerdotal. Los efectivos se mantenían constantes, oscilando
entre cuarenta y cincuenta. Dos fotografías de grupo tomadas en 1936 muestran a
seis teólogos con sotanas blancas y ceñidos con el cordón misionero negro:
Auguste Nkonkou, de Brazzaville; Francois Ndong, de Gabón; Denis, de
Congo-Medio, Jean Marie (probablemente Jean Marie Efene), de Ndjolé; Eugene
Nkwaku, de Brazzaville; y Thomas Mba, de Gabón. En el examen de Teología
fundamental, Francois Ndong recibió del Padre Lefebvre la siguiente
observación: «Demasiado breve. La Iglesia romana es la única auténtica»; y
Auguste Nkonkou esta otra: «Había que dar más importancia a la tesis del
primado [del Papa]». En cuanto a los treinta filósofos, vestidos con batas de
uniforme, tenían como veteranos a Aloyse Éyéna, Théodore Obundu, Ange Mba y un
cuarto anónimo. En fin, delante, se ven sentados a los siete seminaristas
menores gaboneses, entre los cuales se distingue al joven Félicien
Makouaka".
Tres futuros Obispos: Francois Ndong (Auxiliar de
Libreville y luego Obispo de Oyem, consagrado por Monseñor Lefebvre el 2 de
julio de 1961), Cyriaque Obamba (Obispo de Mouila) y Félicien Makouaka (Obispo
de Franceville) fueron, pues, alumnos del Padre Lefebvre. «Es de creer que no
eran incapaces», dirá él sobriamente".
Ministros como Valentín Obame y Vincent Nyonda, y
Jefes de Estado como Léon Mba (Gabón) fueron alumnos en San Juan, pero después
del tiempo del Padre Marcel, Al acercarse la fiesta de Pascua de 1938, mientras
el Padre René Lefebvre era Párroco de la floreciente parroquia de San Pedro
desde enero", el Padre Marcel Lefebvre predicaba a los teólogos veteranos,
entre ellos Francois Ndong, el retiro preparatorio de su ordenación sacerdotal,
que tendría lugar el 17 de abril. Sus consejos se basaban en algunos principios
bien forjados:
1. No hay
verdadero celo fuera de la obediencia.
2. Ante
todo hay que amar la verdad, ver realmente en ella la salvación de las almas.
3. Ver siempre a nuestros fieles bajo el ángulo de
la justificación, es decir, del estado de gracia.
4. No tengamos principios personales, sino los
principios de Nuestro Señor y de la Iglesia. Ésa es la verdadera caridad, y no
la caridad a la manera de los modernistas y de los liberales.
¡La caridad es la verdad en acción!
5. El Papa es el sucesor de Pedro, Cristo en la
tierra, la roca inquebrantable y la luz del mundo.
6. El Obispo viene a visitar la misión: hablémosle
de nuestras obras y pidámosle consejo.
Con estos consejos tan claros el Padre Marcel
Lefebvre iba a concluir su ministerio con los futuros sacerdotes. En efecto,
sufría ya del paludismo" y de crisis hepáticas: una noche, a las dos de la
madrugada, no pudiendo más, despertó al Padre Berger: «Creo que es grave.
¡Nunca se sabe, tal vez voy a morir, confiéseme!». Su compañero lo confesó, lo
tranquilizó, le preparó una infusión y lo obligó a acostarse de nuevo.
Me sentía prácticamente medio muerto ---diría más
adelante-, y no podía seguir trabajando. Ya no me quedaban fuerzas, estaba
realmente extenuado".
Entonces Monseñor Tardy lo envió «a descansar a la
selva», y, tras algunas dudas", no encontró nada mejor que nombrarlo Superior
interino en Ndjolé.
El Seminario continuó su camino bajo la dirección
del Padre Berger. En 1944 contaba con cinco teólogos, siete filósofos y veinte
seminaristas menores. En 1947 San Juan volvió a convertirse en Seminario Menor,
en beneficio del Seminario Mayor regional «Libermann», creado anteriormente en
Brazzaville bajo la dirección del Padre Émile Laurenr".
Muerte santa de la
Sra. Lefebvre
El mes de agosto de 1938 el Padre Marcel recibió la
noticia de la muerte de su madre, acaecida el 12 de julio. A pesar de sentirse
gravemente enferma, había trabajado hasta el fin en la oficina de la fábrica.
Hospitalizada el 7, y tras recibir la extremaunción
el 11, confesaba:
«Nunca pensé que se pudiese sufrir tanto». El 12,
después de comulgar, bendiciendo de lejos a sus cinco hijos mayores ausentes
con una gran señal de la cruz, dijo a los tres más jóvenes: «No soy Santa
Teresita del Niño Jesús, pero os alcanzaré lo que me pidáis», y volviéndose a
su marido añadió: “A ti también, René”. A su hermano Félix le había dicho por
la mañana: « ¿Sabes? Me voy al cielo»; y como él la mirase desconcertado,
añadió: «Me están llamando en el Paraíso».
Por la tarde, a eso de las cinco, hizo sus últimas
recomendaciones a sus hijos: «Poned a Dios por encima de todas las cosas de la
tierra»; y después de las oraciones de los agonizantes rezadas por la familia,
se observó en ella «una mirada magnífica, como si viese algo imposible de
describir y que la atraía, porque parecía elevarse de su cama»42, y así entregó
su último suspiro.
Persuadidos de la santidad de su madre, los hijos de
la Sra. Lefebvre no dudaron en invocar su intercesión. El estudio del alma de
la Sra. Lefebvre realizado por el Padre Le Crom muestra un continuo
renunciamiento y una constante unión con Dios en la acción de gracias, señal
del ejercicio del don eminente de sabiduría.
3. Superior
interino de San Miguel de Ndjolé, entre mayo de 1938 Y agosto de 1939.
Una hermosa misión
Ndjolé fue antaño un centro de población importante.
En el momento en que se fundó la misión, en 1898, se calculaba en más de
cincuenta milla cifra de los pahouin que vivían en las cercanías de ese lugar.
Esa cifra disminuyó mucho, sobre todo desde que el comercio de madera desplazó
ciudades enteras hacia el litoral y el bajo Ogooué. Pero el paraje geográfico
de Ndjolé continuaba siendo interesante: término de la navegación a vapor sobre
el Ogooué, era el punto de partida de la ruta de Mitzic, de Oyem y de Camerún.
La misión San Miguel, ubicada en lo alto de la colina de la margen izquierda,
un poco río arriba del burgo de N djolé situado frente a esa misión, en la
margen derecha, estaba encerrada entre el largo río Ogooué, que se atraviesa en
barcaza desde el poblado de Saint-Benoít, y dos pequeños afluentes que desembocan
en él por detrás de la isla Samory, río abajo y río arriba.
La amplia casa de los Padres, que constaba de dos
pisos con sus frescas galerías en todo su contorno, daba sobre una hermosa
terraza desde donde se dominaba todo el río; aliado, la primera iglesia de
madera de pino de Europa fue sustituida por una segunda iglesia San Miguel,
construida por los hermanos y aprendices, de ladrillo con armazón labrada a la
vista. Imponente por la altura de sus muros, tenía capacidad para un millar de
fieles; con su campanario de ladrillo, no hada mucho que había sido terminada
por el Padre Joseph Petitprez, que, después de consumir allí todas sus fuerzas,
se retiró a París, donde murió en 1931.
Alrededor se encontraban, cerca de los Padres, el
internado de los chicos y la escuela primaria, y cerca de la casa de las
hermanas, el internado de las chicas y el corral; sin contar el dispensario,
del que se encargaban las hermanas, fundado por el Padre Grémeau, misionero
médico ambulante.
Además de los trabajos ordinarios y de los cultivos
de plantas comestibles (palmeras de aceite, mandioca, plátanos, ananás,
naranjas, caña de azúcar, plantaciones de café, cacao y vainilla, que permitían
vivir a la misión y ocupan abundantemente la mano de obra aportada por los alumnosr",
había también trabajos de fabricación de ladrillos y de carpintería.
Giras por la selva
Dejando todos los libros que lo habían acompañado
desde Roma, el exprofesor llegó a Ndjolé en mayo de 1938 llevando corno único
equipaje su breviario, el manual del cristiano, el rosario, el reloj y la ropa
personal, corno lo pedía la regla". Acudía a sustituir, durante sus
vacaciones, al Superior titular, el Padre Henri Neyrand, su antiguo compañero
en Santa Chiara (1925-1928).
Mientras dejaba el cuidado del internado de chicos a
su Vicario, que no era otro que su alumno, el Padre Francois Ndong, el Padre
Marcel emprendió la visita de su inmenso distrito. Algunos de sus puestos de
catequistas estaban a ocho días de distancia. Tenía que viajar a Lara al norte,
al río Abanga y a Sarnkita al oeste, en grandes piraguas por el río o a pie por
malos caminos, ayudado por grandes alumnos que cargaban el equipaje:
provisiones y maleta-capilla. En los poblados, «los cristianos lo amaban por su
dulzura, porque era corno un ángel; no hablaba demasiado y hacía reír a la
gente».
Sin embargo, le hacía falta tener mucha paciencia.
Un día en Ndjolé vio llegar a un mensajero de un poblado lejano:
-Padre -dijo el hombre-, venga pronto a N... ¡El
viejo fulano de tal se está muriendo! ¿Sería en serio? El poblado estaba a una
distancia de cuatro horas. Sea corno fuese, el Padre Marcel preparó enseguida
las cosas sin decir palabra, subió a la piragua, recorrió rápidamente la
distancia y se presentó en el poblado:
-¿Dónde está el viejo Fulano que se está muriendo?
Entonces se presentó el supuesto moribundo.
-Soy yo, Padre, pero no estoy enfermo. ¡Solamente
quería verlo! Sin inmutarse, con su tono tranquilo habitual, el Padre Marcel
sólo le hizo un suave reproche:
-¡Albert esto no es serio...
Las poblaciones pahouin eran todavía bastante
nómadas, había que seguir atentamente sus movimientos para cambiar la posición
de los puestos de catequistas. El Padre Lefebvre perfeccionó su conocimiento de
la lengua fang y la hablaba tan bien que ya «era fang como un fang». Para
ayudar a los catequistas en su lucha encarnizada" contra los protestantes
establecidos antes que los misioneros católicos a orillas del Ogooué,
distribuyó un folleto titulado Ollé lang, que en fang significa «Todo el mundo
puede leerlo», y que explicaba que «Lutero había robado la Biblia y se había
hecho una Iglesia a su gusto».
A veces, en piragua, cuando los católicos se
cruzaban con algunos protestantes, hacían resonar por los aires algunas
exclamaciones:
« ¡Herejes! ¡Herejes!». «Al menos -se decía el Padre
Marcel- los nuestros se saben católicos»
Catequistas y
pleitos
Cada poblado con católicos tenía su catequista. Se
trataba de un hombre capaz de dejar su propio poblado y su región, acompañado
de su familia si estaba casado, para ir a evangelizar a otros poblados, a
sabiendas de que arriesgaba su vida. «Conocí a catequistas-decía Monseñor
Lefebvre- que murieron envenenados a causa de su espíritu misionero.
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