REGINAL GARRIGOU-LAGRANGE
Nota._
Jamás en la historia de la Iglesia se había llegado a una ignorancia tal como
en la que nos encontramos en estos tiempo. Tiempos donde reina la oscuridad mas
terrible por la falta de una solida piedad, de una moral integra y de una ética
sin precedentes, como que el famoso “siglo de las luces “vino a solidificar sus
principios nefastos en nuestro tiempo, y hoy nos encontramos inmersos, en este
medio siglo, inmersos en una oscuridad cuyo fin no se vislumbra y el Bien
ABSOLUTO parece haber desaparecido de las faz de la tierra. Estas páginas del
monje dominico dom Garrigoula Grange sirva para volver a aquella época de
piedad que emanaba del verdadero culto a Dios fruto del Concilio de Trento.
Art. I. La vida natural y la vida
sobrenatural del alma. — Art. II. Las virtudes teologales. — Art. III. Las
virtudes morales. — Art. IV. Los dones del Espíritu Santo. — Art. V. La gracia
actual, sus diversas formas y la fidelidad que exige.
La
vida interior, que supone el estado de gracia, consiste, lo hemos dicho ya, en
una generosa tendencia del alma hacia Dios, mediante la cual, la conversación
íntima de cada uno consigo mismo se eleva poco a poco, se transforma, y llega a
ser conversación íntima del alma con Dios. Esto es, como queda dicho, la vida
eterna iniciada en la oscuridad de la fe, antes de alcanzar su máximo esplendor
en la claridad de la visión inamisible.
Para
mejor comprender lo que es en nosotros este germen de vida eterna, semen
gloria, es preciso considerar que de la gracia santificante descienden a
nuestras facultades las virtudes infusas, teologales y morales, y los siete
dones del Espíritu Santo; virtudes y dones que son como las funciones subordinadas
de un mismo organismo, del organismo espiritual que se ha de ir perfeccionando
hasta nuestra entrada en el cielo.
ARTÍCULO PRIMERO
LA VIDA NATURAL Y
SOBRENATURAL DEL ALMA
Importa
distinguir bien en nuestra alma lo que constituye su propia naturaleza, y lo
que es en ella un don absolutamente gratuito de Dios. La misma distinción ha de
hacerse en el ángel, que igualmente posee su propia naturaleza, muy inferior,
aunque sea espiritual, al don de la gracia.
Si
consideramos atentamente al alma humana en su naturaleza, echaremos de ver en
ella dos porciones muy diferentes; una de orden sensible, y la otra de orden
suprasensible o intelectual. La pena sensitiva del alma es común al hombre y
al animal; comprende los sentidos externos, los sentidos internos, la
imaginación y la memoria sensible, y la sensibilidad o apetito sensitivo, del
cual derivan las diversas pasiones o emociones que llamamos el amor sensitivo y
el odio, el deseo y la aversión, la alegría sensitiva y la tristeza, la
esperanza y la desesperación, la audacia y el temor, y la cólera. Esta vida
sensitiva existe íntegramente en el animal, bien que sus pasiones sean
apacibles, como en el cordero y la paloma, o bien violentas, como en el lobo y
el león.
Elevada
sobre esta parte sensitiva, común al hombre y al animal, existe en nuestra
naturaleza una porción intelectual, común al hombre y al ángel, bien que
en el ángel sea mucho más vigorosa y más bella. Merced a esta parte
intelectual, nuestra alma es superior al cuerpo; por. eso la llamamos espiritual
y no depende intrínsecamente del cuerpo, y así ha
de
sobrevivir después de la muerte.
De la
esencia del alma y de esta porción elevada derivan en nosotros dos facultades
superiores, la inteligencia y la voluntad (1). La inteligencia conoce,
no solamente las cualidades sensibles, los colores, los sonidos, sino que
conoce el ser, lo real inteligible, de las verdades necesarias y
universales como ésta: "Nada-sucede sin una causa y, en último término, sin
una causa suprema; hay que hacer el bien y evitar el mal; haz lo que debes,
pase lo que pase." Jamás podrá llegar el animal al conocimiento de estos
principios; aunque su imaginación se perfeccionase indefinidamente, jamás
alcanzará, ese .orden intelectual de las verdades necesarias y universales; nunca
pasa del orden de las cualidades sensibles, conocidas en su singularidad
contingente.
(1) Para conocer y para querer, el
alma humana y el ángel tienen necesidad
de dos facultades; y en esto difieren de Dios. Dios, que es el mismo Ser, el Pensamiento, la
Sabiduría y el amor, ninguna necesidad tiene de ellas para conocer y
amar. Por el contrario, el ángel y el alma, como no son el Ser mismo, sólo poseen una naturaleza o esencia capaz
de recibir la existencia. Además, en ellos, la existencia limitada que
poseen es distinta de los actos de conocimiento y de querer cuyo objeto
es ilimitado; por eso la esencia del alma o del ángel, que recibe la
existencia que le es propia, es distinta de las facultades o potencias
capaces de producir, no el acto permanente de existir, sino los sucesivos de
conocimiento y volición. Cf. SANTO
TOMÁS, I, q. 54, a. I, 2, 3.
Como
la inteligencia conoce el bien de una manera universal, y no solamente
el bien deleitable o útil, sino el bien honesto y racional, como por
ejemplo: "vale más morir que ser traidor", igualmente, y como una
consecuencia, la voluntad puede amar este bien y querer realizarlo. Por
ese camino, es inmenso su dominio sobre la sensibilidad y las emociones comunes
al hombre y al animal. Por la inteligencia y la voluntad el hombre se asemeja
al ángel; aunque nuestra inteligencia, a diferencia de la inteligencia
angélica, depende, en esta vida, de los sentidos que le presentan los primeros
objetos de su conocimiento.
Las
dos facultades superiores, inteligencia y voluntad, pueden desarrollarse grandemente,
como sucede en los hombres de genio y en los que se ocupan en actividades
superiores, pero podrían esos hombres no llegar nunca a conocer ni amar la vida
íntima de Dios, que es de otro orden, de un orden absolutamente sobrenatural,
lo mismo en el ángel que en el hombre.
El hombre y el ángel pueden conocer a Dios naturalmente, desde afuera, por el
reflejo de sus perfecciones en las-criaturas; pero ninguna inteligencia creada
puede, por sus fuerzas naturales, llegar, aun confusa y oscuramente, al objeto
propio y formal de la inteligencia divina i1). El pretenderlo sería
sostener que esa inteligencia creada es de la misma naturaleza que Dios, ya que
sería especificada por idéntico objeto formal (2). Como dice San Pablo (I Cor.,
n, 11):
"¿Quién
entre los hombres conoce lo que pasa en el hombre, si no es el espíritu del
hombre que está en él? Asimismo, nadie conoce lo que está en Dios, sino el
mismo espíritu de Dios." La razón es por ser de un orden esencialmente
sobrenatural.
Ahora
bien, la gracia santificante, germen de la gloria, semen gloria, nos
introduce en este orden superior de verdad y de vida. Es ella vida
esencialmente sobrenatural, participación de la vida íntima de Dios, participación
de la naturaleza divina, ya que nos dispone desde ahora a ver un día a
Dios como él se ve a sí mismo y a amarle como se ama Él. San Pablo nos lo
ha dicho (I Cor. ver, 9): "Hay cosas que ni el ojo vió, ni la oreja oyó,
ni han llegado al corazón del hombre; las cosas que Dios ha preparado para los
que le aman. A nosotros las ha revelado Dios por su Espíritu, porque el
Espíritu lo penetra todo, aun las profundidades de Dios." La gracia
santificante, que comienza a hacernos vivir en este orden superior, supra angélico,
de la vida íntima de Dios, es como un injerto divino recibido en la esencia
misma de nuestra alma, con el fin de sobre elevar su vitalidad y permitirle
dar, no solamente frutos naturales, sino los sobrenaturales, acciones dignas de
la vida eterna.
Este
injerto divino.de la gracia santificante es pues en nosotros algo que está muy
sobre la vida natural de nuestra alma espiritual e inmortal, una vida
esencialmente sobrenatural, muy superior a los milagros sensibles (x).
Desde
este momento, esta vida de la gracia se desarrolla i en nosotros en forma de
virtudes infusas y de los dones del Espíritu Santo. Así como en el orden
natural, de la esencia misma de nuestra alma derivan nuestras facultades
intelectuales y sensitivas, del mismo modo, en el orden sobrenatural, de la
gracia santificante, recibida en la esencia del alma, derivan, en
nuestras facultades superiores e inferiores, las virtudes infusas y los
dones, que constituyen, con la raíz de donde proceden, nuestro organismo
espiritual o sobrenatural (2). Este organismo espiritual nos fue dado en el
bautismo, y se nos vuelve a dar por la absolución, cuando hemos tenido la
desgracia de perderlo.
El
organismo espiritual lo podemos
sintetizar en este cuadro de las virtudes y los dones:
Cf.
Santo Tomás, II-II. Tratado de cada una de las virtudes, en donde se habla del
don correspondiente. El don de temor corresponde a la vez a la templanza y a la
esperanza (*), pero esta última virtud es también sostenida por el don de
ciencia, que nos enseña el vacío de las cosas creadas, moviéndonos así a desear
a Dios y confiar en Él (2).
(1) Así el hombre
indocto, que sólo confusamente comprende lo '"cal inteligible, que es el
objeto de la filosofía, posee, no obstante, una inteligencia de la misma
naturaleza que la del filósofo; pero ninguno de los dos son capaces, por sus
solas fuerzas naturales, de comprender
(2) El milagro sensible
de la resurrección de un cuerpo, devuélvele sobrenaturalmente la vida natural.
Mientras que la gracia santificante, que resucita al alma, es vida
esencialmente sobrenatural. El milagroso efecto de la resurrección corporal no
es en sí sobrenatural, sino sólo en el modo, "non quoad essentiam, sed
quoad modum productionis suae". Por eso el milagro, aunque sobrenatural
por su causa, es naturalmente cognoscible, mientras que la vida esencialmente
sobrenatural de la gracia no puede ser conocida naturalmente. Para señalar esta
diferencia, se dice con frecuencia que el milagro es más bien preternatural que
sobrenatural, y este último término queda reservado para designar la vida
sobrenatural.
( 3 ) Cf. SANTO TOMÁS, I, II, q. 63, a. 3. Resp.1 II, II, q. 141, a. i, 3: "Temperantiae
etiam respondet aliquod donum, scilicet timoris, quo aliquis refraenatur a
delectationibus carais, sec. illud Ps. CXVIII: Conftge timóte tuo carnes
meas... Corresponder etiam virtuti spei."
No hay comentarios:
Publicar un comentario