Tal ha
sido la ciencia de la Sacratísima Virgen. De tal manera ha hecho un santísimo
uso que no la ha empleado más que para excitarse a amar a Dios más
ardientemente, para procurar la salvación de las almas con más fervor, para odiar el pecado
más fuertemente, para humillarse más profundamente, para despreciar más todo lo
que el mundo estima, y estimar y abrazar con más afecto las cosas que el mundo
aborrece, es decir, la pobreza, la abyección y el sufrimiento. En
fin, que nunca ha tenido la menor complacencia en las luces que Dios le ha
dado, nunca ha tenido ningún apego, nunca se ha preferido por esto a nadie;
sino que siempre las ha remitido a Dios tan puras como habían salido de su
fuente.
En
fin, querido lector, ¿quieres saber lo que es el Corazón espiritual de la Madre
de Jesús? Es el Corazón de la Madre del amor hermoso que ha atraído a sí, por la fuerza de su humildad y de su amor, el Corazón del
Padre eterno, es decir, su Hijo amadísimo, para ser el Corazón de su Corazón,
como lo veremos a continuación.
Es
este Corazón benditísimo una fuente inagotable de dones, de favores y de
bendiciones para todos los que aman verdaderamente a esta Madre del amor y que
honran con afecto su amabilísimo Corazón: "Yo amo a los que me
aman" (14).
Para
este Corazón real y maternal de nuestra gran Reina y de nuestra buenísima Madre
es para quien tenemos infinitas obligaciones, como lo veremos a lo largo de
esta obra.
Es, en fin, este Corazón quien ha
amado y glorificado a Dios más que todos los corazones de los hombres y de los
ángeles; por lo cual nunca se sabrá honrar como lo merece.
¡Qué
honor merecen tantas cosas grandes y admirables! ¡Qué honor merece el Corazón,
es decir, la parte más noble del alma santa de la Madre de Dios! ¡Qué alabanzas
merecen todas las facultades de este divino Corazón de la Madre Virgen, es
decir, su memoria, su entendimiento, su voluntad, la parte más íntima de su
espíritu, que nunca ha tenido otro uso más que para Dios, y por el impulso del
Espíritu Santo! ¡Qué respeto se debe a su santa memoria que nunca se ha ocupado
más que de los favores indecibles que había recibido de la divina liberalidad,
y de las gracias que ella derrama incesantemente sobre todas las criaturas,
para agradecérselas continuamente!
¡Qué
veneración a su entendimiento que estaba siempre empleado en considerar y
meditar los misterios de Dios y sus divinas perfecciones, a fin de honrarlas e
imitarlas! ¡Qué veneración a su voluntad, que estaba perpetuamente absorta en
el amor de su Dios! ¡Qué honor merece la parte suprema de su espíritu, que
noche y día estaba aplicada en contemplar y glorificar a su divina Majestad de
una manera tan excelente! En fin, de qué alabanzas es digno este Corazón
maravilloso de la Madre del Salvador, que nunca tuvo en sí nada que haya sido
desagradable por poco que sea; que está tan repleto de luz y tan lleno de gracia;
que posee a perfección todas las virtudes, todos los dones, todos los frutos
del Espíritu Santo y todas las bienaventuranzas evangélicas, como lo veremos en
otra parte. ¡Y que está adornado de tantas otras excelencias! ¿No confesarás,
querido lector, que, aun cuando el cielo y la tierra y todo el universo se ocupasen
eternamente y con todas sus fuerzas en celebrar las alabanzas de este Corazón
admirable, y en dar gracias a Dios por haberle colmado de tantas maravillas, no
podrían hacerlo nunca de un modo digno?
CAPÍTULO V
El Corazón divino de la Madre de Dios
Si
deseáis saber cómo es el Corazón divino de la sacratísima Madre de Dios, dos
cosas os son necesarias.
§ 1. PRESUPUESTOS
La
primera es que recordéis lo que se ha dicho arriba, a saber, que hay tres
corazones en nuestro Señor Jesucristo, los cuales, sin embargo, no son más que
un solo Corazón: su Corazón corporal, que es la porción más noble de su sagrado
cuerpo; su corazón espiritual, que es la parte superior de su santa alma, y su
corazón divino que es el Espíritu Santo, el cual es el Corazón de su Corazón.
Tres corazones que son todos divinos, aunque de diversas maneras.
Lo
segundo, es necesario saber que el Hijo de Dios es el Corazón de su Padre
eterno. Este es el sentir de un antiguo Padre de la Iglesia, San Clemente
Alejandrino (1). Pero lo que es infinitamente más digno de notarse, es el
lenguaje de este Padre divino, o sea, el nombre que da a su Hijo; puesto que es
de él de quien habla a la santísima Virgen cuando le dice que ella ha herido, o
según el texto hebreo y el de los Setenta, que ha robado y arrebatado su
corazón, atrayéndole de su seno paternal a su seno virginal (2).
§ 2. QUÉ ES EL CORAZÓN «DIVINO» DE MARÍA
Esto
supuesto puedo deciros primeramente, que el corazón corporal de Jesús es el
Corazón de María, porque siendo la carne de Jesús la carne de María, según San
Agustín, se sigue necesariamente que el corazón corporal de Jesús es el Corazón
de María.
Puedo
deciros en segundo lugar, que el Corazón espiritual de Jesús es también el
Corazón de María, por una muy intima unión de espíritu y de voluntad. Si se
dijo de los primeros cristianos que no tenían más que un Corazón y una sola
alma, cuánto más es esto verdad del Hijo único de María y de su queridísima
Madre. Si San Bernardo dice atrevidamente que siendo Jesús su Cabeza, el
corazón de Jesús es su, corazón, y que no tiene más que un mismo corazón con
Jesús (3); con mucha más razón la Madre de Dios puede decir: el corazón de mi Cabeza y de mi
Hijo es mi corazón, y no tengo más que un solo corazón con él. Esto es
también, como lo veremos en seguida, lo que de Ella dijo a Santa Brígida, cuyas
revelaciones están muy aprobadas, como se dijo poco atras. Y esto es lo que el
Hijo de Dios ha querido decir a esta misma santa, de esta manera: "Yo, siendo Dios e Hijo de Dios desde toda la eternidad,
me he hecho hombre en la Virgen, cuyo corazón era como mi corazón. Por esto
puedo decir que mi Madre y Yo hemos obrado la salvación del hombre con un mismo
corazón, por decirlo así, en alguna manera, quasi cum uno corde (4): Yo, por
los sufrimientos que he sobrellevado en m¡ corazón y en mi cuerpo, y Ella, por
los dolores y por el amor de su corazón.
En
tercer lugar puedo decir que el corazón divino de Jesús, que es el Espíritu
Santo, es el Corazón de María. Porque si este divino Espíritu ha sido dado por
Dios a todos los verdaderos cristianos, para ser su espíritu y su corazón,
conforme a la promesa que su divina bondad les había hecho por boca del profeta
Ezequiel (5), ¿cuánto más a la Reina y a la Madre de los cristianos? Y así, he
aquí en Jesús tres corazones que no son más que un solo corazón, y un corazón
todo divino, del cual se puede decir verdaderamente que es el corazón de la
santísima Virgen.
Ten
por cierto, dice también la Madre de Dios a Santa Brígida, que yo he amado a mi Hijo tan ardientemente, y que él
me ha amado tan tiernamente, que El y yo no éramos más que un Corazón: quasi
cor unum ambo fuimus (6).
Pero
además de esto yo diría todavía que este mismo Jesús, que es el corazón de su
Padre eterno, es igualmente el Corazón de su divina Madre.
¿No
es acaso el corazón el principio de la vida? ¿Y qué es el Hijo de Dios en su
divina Madre, donde ha estado siempre y estará eternamente, sino el Espíritu de
su espíritu, el Alma de su alma, el Corazón de su corazón, y el solo principio
de todos los movimientos, usos y funciones de su santísima Vida? ¿No oís a San
Pablo que nos asegura que no es él quien vive, sino que es Jesucristo quien
está viviendo en él (7), y que es la vida de todos los verdaderos cristianos?
(8). ¿Quién puede dudar que él no esté viviendo en su preciosísima Madre, y que
no sea la vida de su vida y el Corazón de su corazón, de una manera
incomparablemente más excelente que en San Pablo y en los otros fieles? Escuchemos
también lo que dice sobre este punto a Santa Brígida: "Mi Hijo, dice ella,
era para mí verdaderamente como si fuera mi corazón. Por esto, cuando salió de
mis entrañas al nacer al mundo, me parece que la mitad de mi Corazón salía de mí.
Y cuando El sufría, sentía yo el dolor, como si mi corazón hubiera sobrellevado
las mismas penas y sufrimientos, los mismos tormentos que él sufría. Cuando mi
Hijo era flagelado y desgarrado a latigazos, mi corazón era flagelado y
desgarrado con él. Cuando él me miraba desde la cruz, y cuando yo le miraba,
salían dos torrentes de lágrimas de mis ojos; y cuando me vio oprimida de
dolor, sintió una angustia tan violenta a vista de mi desolación, que el dolor
de sus llagas le parecía amortiguado.
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