FIESTA DE LA SANTISIMA TRINIDAD
“¡Oh abismo
de los tesoros, de la sabiduría y de la ciencia divina! ¡Cuán
incompresibles son sus juicio e impenetrables sus caminos. ¿Quién ha conocido
los designios del Señor? ¿Quién es su consejero? ¿Quién es el que da a Él
primero, para ser recompensado? Todo es de él, y por él y por él y para él. A él
sea la gloria en los siglos. Amén”
Así comienza el domingo de la Santísima
trinidad, en donde todo se dice y poco se entiende, estas son las palabras del apóstol
san Pablo con las cuales rodea el misterio de esta solemnidad. Misterio que
debe admirarse y venerarse en donde la ciencia no tiene parte, en donde todo
conocimiento humano queda demasiado corto como para explicarlo y en donde la
inteligencia humana solo acierta a adorarlo porque es lo mejor que puede hacer
y a eso está dirigida la colecta de este día solemnísimo: “Oh Dios todopoderoso y eterno!, que con la luz de la verdadera fe has
dado a tus siervos conocer la gloria de la Trinidad eterna, y adorar la Unidad
en el poder de su majestad: haz, te suplicamos, que, por la firmeza de esa
misma fe, seamos defendidos de toda adversidad. Por Nuestro Señor Jesucristo…” En este día adoramos pues la por un lado la
gloria de la eterna trinidad y la adoramos en la Unidad y, a mi forma de ver,
estas dos cosas fueron los dos principales objetivos de Nuestro Señor
Jesucristo en la tierra, además de otros. No le fue fácil darnos a entender
algo de este noble misterio pues nuestro corto entendimiento no tiene el vuelo
de un Águila sino más bien de una gallina. Razón por la cual solo nos basta
saber lo que en el antiguo testamento solo s insinuó unas cuantas veces sin llegar
a revelar el misterio, pero el revelarlo no significa necesariamente el
entenderlo. Son dos cosas distintas porque el fin de la augusta Trinidad es que
la amemos y adoremos en el Misterio de la unidad sin tratar de escudriñar más allá
de lo revelado por nuestro Salvador.
El Apóstol
de las gentes, quien fue arrebatado hasta el tercer cielo, solo acierta, admirado
por este gran misterio, a decir la alabanza que acabamos de poner al principio
de este escrito y la colecta nos pide un gran sacrificio el cual es grato en
este día a la Santa Y augusta trinidad, LA FE, nuestro humilde asentimiento.
Esta virtud teologal en todos los misterios de nuestra sacrosanta religión nos
es indispensable y necesaria porque en ella hay mas para asentir que para
comprender y entender y este es por excelencia el misterio más alto y noble en
donde solo la Santísima trinidad tiene acceso porque en este misterio ella vive
y ella es.
El
gran Santo Tomas, a nuestro parecer dice mucho sobre este misterio, en su SUMA
TEOLOGICA, pero luego, en su arrebato místico, llega decir después de haber
vuelto de él, que todo cuanto ha escrito no es más que paja comparado con lo
que él vio en el cielo y dejo de escribir su gran obra es por ello que su
secretario termina la SUMA en aquello de LOS SACRAMENTOS.
Por tal
razón la Iglesia en este día solo ruega a esta augusta Trinidad los frutos de
la fe que profesa a este dignísimo misterio, al pedir que por el seamos defendidos
siempre de toda adversidad. En donde resalta lo más importante de esta
solemnidad dado que las adversidades nos son mas familiares porque a diario
lidiamos con ellas en un mundo no diría más sino ya descristianizado con olor
cada vez mas fuerte a protestantismo y liberalismo en donde las virtudes
teologales en especial la fe se ven, si es que se ven, cada vez menos en los
actos de los mismos que nos decimos católicos íntegros y seguidores del divino
Maestro, sin advertir lo que San Pablo nos dice: “El que está parado, mire no caiga”, ¿Quién está seguro absolutamente en su “fe” en
medio de esta confusión jamás vista en el seno de la Iglesia? ¿Quién puede
decir con certeza que su fe en este misterio es absoluto y sin vacilaciones si
antes el Espíritu Santo no le ilustra en lo más profundo de su ser sobre este
misterio? Este amadísimo Padre de los pobres, de los menesterosos y de los
humildes es el que nos puede confirmar en la fe, pero para ello necesita de
nuestra docilidad y, ¿No brilla esta por su ausencia en las almas aun de los católicos
que no se han “contaminado del modernismo o del liberalismo? ¿No es verdad que
estos católicos no quieren a este divino Maestro sino que, ante Él, se declaran
autodidactas?
Todo lo
saben y si no lo inventan, no es menester que alguien los instruya en el camino
a la vida eterna y en el poco conocimiento que sobre la trinidad se pueda saber
y gozar de esa fruición del conocimiento.
Existe
entre nosotros una inteligencia poco o casi nula capaz se doblar su cerviz a
las enseñanzas divinas, hay una rebelión clara de los dicentes contra los pocos
docente que puedan existir todavía, dicen, en su soberbia, que ellos no
necesitan de estos docentes que ellos tienen su contacto directo con Dios y,
que yo sepa solo los bienaventurados en el cielo tienen ese contacto intimo con
Él, pero de ninguna manera descarto que, sobre la tierra, existan tanto hombres
como mujeres con esa gracia especial, pero, ¿Dónde están? ¿Cómo es que llegamos
a ellos para recibir un poco de luz mediante su consejo? Cuando el mismo Señor
se lamenta diciendo: “He mirado a los
hijos de los hombres y no hay nadie que busque a Dios, todos a una se han
desviado…”. Esto no incluye a las pocas almas ilustradas por la Santísima
Trinidad en este día y, si hay algo que choca y no permite a la gracia fluir
sobre nuestras almas la Sabiduría divina, vuelvo a insistir, es la maldita
soberbia que todo lo campea hoy día o el egoísmo, o amor desmedido y
desordenado de sí mismos a estos Dios mismo deja vacios y sin fruto porque,
como dice el magnifica: “A los pobres (de
espíritu) los lleno y a los ricos (llenos de si mismos) los despidió sin nada”
y esto es muy cierto porque dice el Evangelio que; “Dios da sus gracias a los humildes y resiste a los soberbios”.
En
este solemne día no seamos de esos “ricos” ni de esos soberbios porque Nuestro
Señor nos despedirá vacios sin los frutos propios de esta gran solemnidad, para
que digamos con San Atanasio en su símbolo “QUICUMQUE”: “Todo el que
quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe católica; y el que no
la guardaré íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre.
Ahora bien,
la fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad
en la unidad; sin confundir las personas ni separa las
sustancias. Porque una es la persona del Padre, otra la del Hijo y otra
(también) la del Espíritu Santo; pero el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo
tienen una sola divinidad, gloria igual y coeterna majestad. Cual el Padre, tal
el Hijo, tal (también) el Espíritu Santo; increado el Padre, increado el Hijo,
in creado (también) el Espíritu Santo; inmenso el Padre, inmenso el Hijo,
inmenso (también) el Espíritu Santo; eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno
(también) el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no son tres eternos, sino un solo
eterno, como no son: tres increados ni tres inmensos, sino un solo increado y
un solo inmenso. Igualmente, omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo omnipotente
(también) el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres omnipotentes, sino un
solo omnipotente. Así Dios
es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo,
no son tres dioses, sino un solo Dios. Así, Señor es el Padre, Señor el
Hijo, Señor (también) el Espíritu Santo; y, sin embargo, no son tres Señores,
sino un solo Señor; porque así como por la cristiana verdad somos compelidos a
confesar como Dios y Señor a cada persona en particular; así la religión
católica nos prohíbe decir tres dioses y señores. El Padre, por
nadie fue hecho ni creado ni engendrado. El Hijo fue por solo el Padre, no
hecho ni creado, sino engendrado. El Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, no fue
hecho ni creado ni engendrado, sino que procede.
Hay, consiguientemente, un solo Padre, no tres
padres; un solo Hijo, no tres hijos; un solo Espíritu Santo, no tres espíritus
santos; y en esta Trinidad, nada es antes ni después, nada mayor o menor, sino
que las tres personas son entre sí coeternas y coigua1es, de suerte que, como
antes se ha dicho, en todo hay que venerar lo mismo la unidad en la Trinidad
que la Trinidad en la unidad. El que quiera, pues, salvarse, así ha de sentir
de la Trinidad.
Pero eS necesario para la eterna salvación creer
también fielmente en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo. Es, pues, la
fe recta que creemos y confesamos que nuestro Señor Jesucristo, hijo de Dios,
es Dios y hombre. Es Dios engendrado de la sustancia del Padre antes de los
siglos, y es hombre nacido de la madre en el siglo: perfecto Dios, perfecto bombre,
subsistente de alma racional y de carne humana, igual al Padre según la
divinidad, menor que el Padre según la humanidad. Más aun cuando sea Dios y
hombre, no son dos, sino un solo Cristo, y uno solo no por la…” (Dz 39)
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