Capítulo 14. LOS CRISTEROS
(CERRO DEL CUBILETE: SANTUARIO DEDICADA A CRISTO REY)
El siete de abril ordenó el Ilmo. Sr. Obispo suspendió el culto público,
actitud que poco después sería adoptada por el
Comité Episcopal.
A medida que se acercaba el día en el cual debía
celebrarse el 816 último acto de culto público, crecía el fervor del pueblo
que, llorando, cantando y rezando, llenaba no sólo el recinto de la Catedral y
de todos los templos, sino los atrios y las calles adyacentes. Los cánticos
ponían de manifiesto el sentido que el pueblo daba a la epopeya que se
iniciaba:
"Tú
reinarás, este es el grito
que
ardiente exhala nuestra fe.
Tú
reinaras, oh Rey bendito,
pues
tu dijiste: reinaré.
¡Reine
Jesús por siempre,
reine
su corazón,
en
nuestra Patria, en nuestro suelo,
que es
de María la nación!"
"Llegó
la Comunión. Un Sacerdote bajó la Santa Hostia de la Custodia, pues era
necesario consumir la Santa Eucaristía. Luego las lámparas fueron apagadas.
Entonces, sí, no hubo manera de contener las lágrimas. La multitud lloraba con
gran dolor. Yo vi rendirse en el pavimento, en medio de la consternación
general, las banderas de la A. C. J. M. Y demás agrupaciones católicas en los
más solemnes instantes: era la protesta muda, pero elocuentísima, nacida como
de inspiración en aquellos momentos de fidelidad a Cristo y de que por El se
iría aun a la muerte. Yo vi los ojos de aquellos muchachos los futuros mártires
de Cristo Rey, preñadas de lágrimas que en silencio corrían una tras otra como
gruesas perlas sobre sus viriles rostros.
"Los
sentimientos del alma cada de uno de los fieles de aquella multitud los
expresaba a voz en cuello: unos lloraban en voz alta. Otros impetraban
misericordia y perdón. Se lamentaba la ausencia de Jesús. Se lamentaba la
suerte futura: ¿Qué haremos si ti, Jesús? ¿ Qué harán nuestros hijos? ¡Ven,
Señor, ven, ten compasión de este pueblo que es tuyo! ¡Tú eres el Rey! ¡Tú el
triunfador! ¡Ven y triunfa! ¡Vence a tus enemigos! ¡Ven, Señor, y no te tardes!
"Y desde aquel momento, suspendido el culto público, el pueblo fiel "Y desde
aquel momento, suspendido el culto público, el pueblo fiel quedó huérfano. El
templo sin sus sacerdotes, el altar con sus lámparas apagadas, mudos los
campanarios y el Sagrario desnudo y abierto.
"Cuadros semejantes hubo esa mañana del
Miércoles de Pascua en todas las parroquias y lugares del Estado. En algunas
partes hubo circunstancias singulares. En Comala, municipio al norte de la
ciudad de Calima, después de consumido ya el Divino Sacramento el pueblo
permaneció en el templo para resguardarlo de las manos eacrilegas. Un grupo de
mujeres de mala vida aparece entonces en escena: lloraban a voz en cuello y a
gritos confesaban su vida de deshonor y miseria. Somos mujeres malas, decían,
pero amamos a Cristo y daremos por El nuestra vida y El nos perdonará.
Sólo muriendo nosotras, podrán los enemigos
apoderarse del Templo. Y se apostaron en sus puertas, en defensa del templo y
del altar: Era Magdalena, la amante Magdalena que bañada en lágrimas, supo
estar al pie de la Cruz.
"La ciudad manifestó, con fe intrépida su dolor
y su duelo. De los marcos de las puertas en todo Calima -menos en los hogares
de los empleados de Gobierno y los masones-, colgaban moños negros y las
puertas estaban entrecerradas. Callaron las músicas y los cantares del pueblo,
y principió, con unanimidad preciosa, una vida de piedad, recogimiento, oración
y penitencia, como si se tratase de un largo y piadoso viernes Santo de las
épocas de más fe de los siglos ya pasados.
"Todos los católicos seguían haciendo
penitencia. Una inmensa mayoría ayunaba diariamente y suprimía el uso de la
carne, en vigilia no interrumpida. Aun los niños ayunaban y, en el Santuario
del Sagrado Corazón de Jesús, con los bracitos en cruz y coronas de espinas en
sus cabecitas, llevados por la Madre Rosa, religiosa Adoratriz, cantaban
diariamente el Salmo Miserere que la Iglesia usa en sus días de dolor para
impetrar el perdón de Dios.
"En los templos solitarios, sin Eucaristía y
sin Sacerdote, en torno de la Cruz se reunía diariamente el pueblo a gemir su
orfandad y entonar cánticos de penitencia. El pavimento quedaba, día a día,
regado con las lágrimas de los fieles. Se veían llegar grandes grupos de madres
de familia que cotidianamente recitaban el Santo Vía Crucis. ¡Cómo lloraban a
lágrima viva y cómo gemían en alta voz la ausencia de su Dios, la suerte propia
y la de sus hijos!
"También en los pueblos perseveró el entusiasmo
por defender su fe Perseguida...
"Muchas veces quisieron los servidores del
tirano llevarse preso al Párroco de San Jerónimo don Ignacio Ramos. El pueblo
nunca lo permitió.
Siempre los pueblos estaban alerta: una o dos
campanadas de contraseña significaban que había peligro, que algo malo ocurría
y todos dejaban sus trabajos, las casas se cerraban y se corría a la defensa de
su Sacerdote.
"En cierta ocasión un grueso piquete de
soldados se presentó a las puertas de la casa parroquial en busca del Párroco.
El pueblo en masa se amotinó al momento, aun niños de cuatro años llevaban sus
sombreros llenos de piedras para luchar contra los perseguidores en caso de que
quisieran llevarse a su Pastor. El capitán, jefe de la escolta, optó entonces
por la paz y regresó a la Capital del Estado sin atreverse a ejecutar la
comisión que llevaba.
"En otra ocasión, por esta su misma actitud
gallarda, fueron a dar a la cárcel muchas señoritas de las principales familias
de allí. En la prisión no hicieron otra cosa que cantar y rezar. Ya cantaban
sus canciones populares del boicot, ya alabanzas, ya rezaban todas unidas y en
voz alta el santo Rosario con la letanía cantada, o lanzaban el intrépido grito
de i Viva Cristo Rey!. Los enemigos ardían de rabia que desahogaban con
insultos y palabras tabernarias. Ellas perseveraban en su misma actitud."
En San Luis Potosí se redujo a diez el número de
sacerdotes para la Capital, y a uno o dos para las parroquias de los
municipios, con inscripción obligatoria. El Obispo decretó la suspensión del
culto público, y la policía cerró siete templos de la Capital. Entonces el
Obispo ordenó retirar el Santísimo Sacramento y cerrar todos los demás. El pueblo
se amotinó en apoyo de su prelado y en contra de la tiranía. Saturnino Cedillo,
cacique de San Luis Potosí, amenazó al Obispo con hacer ametrallar a la
multitud si no se dispersaba y se reanudaba el culto público. Lejos de
dispersarse, la multitud crecía y la tropa cargó contra ella entablándose un
sangriento combate. La ciudad se declaró en estado de sitio y el Ejército
patrullaba las calles.
El Obispo y el cacique negociaron y se llegó a un
acuerdo para reanudar el culto público, acuerdo que pronto después se incumplió
y continuó la persecución.
En Michoacán se produjo una situación semejante.
Limitación arbitraria del número de sacerdotes e inscripción obligatoria. El
Arzobispo ordenó la suspensión del culto público. Las manifestaciones y motines
de protesta del pueblo fueron aplastados por la fuerza con resultado de muertos
y heridos. También se llegó a un acuerdo con los caciques locales y se reanudó
el culto público.
Por la rápida y valiente
respuesta del pueblo que no vacilaba en enfrentarse bravamente a las fuerzas
armadas, los caciques locales de San Luis Potosí, Michoacán y otros lugares, se
habían visto obligados a ceder parcial y temporalmente. Pero continuaba el
acoso general contra la Iglesia, y el pueblo comenzaba a desempeñar el
principal papel en la esce
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