4
de febrero
San
Andrés Corsino,
Obispo
y confesor.
(†1373)
(†1373)
Epístola – Sap; XLIV, 16-27; LV, 3-20.
Evangelio – San Mateo; XXV, 14-23.
El bienaventurado Fr.
Andrés Corsino fue natural de Florencia, y descendiente de la noble familia de
los Corsinos. El día antes de que naciese, soñó Peregrina, su madre, que paría
un lobo, el cual, entrando en la iglesia, poco a poco se había convertido en
cordero, y aunque no entendió lo que aquel sueño pronosticaba, siempre estuvo
con recelo y guardó el secreto hasta su tiempo. Encaminaban los piadosos padres
a su hijo a la virtud y buenas letras, como a hijo que' era de oraciones, pero
apenas había entrado Andrés en los años de la mocedad, cuando comenzó a llevar
una vida desbaratada, huyendo del estudio y de la virtud, dándose a deshonestos
placeres y juegos y entretenimientos dañosos, riñas, pendencias, y al
desperdicio de la hacienda de sus padres, y poniéndose cada día en peligro de perder
el alma y el cuerpo. Todas estas cosas eran clavos y puñales que atravesaban
con increíble dolor las entrañas de sus padres. Pero llegó un día en que habiendo
estado muy descomedido e insolente con su madre, ella le dijo: «Verdaderamente
que eres tú aquel lobo carnicero e infame, que yo soñé había de parir.» A estas
palabras Andrés quedó atónito, y como quien despierta de un gran sueño, rogó a
su madre que le declarase qué lobo y sueño era aquel que le decía. Y fueron de
tal eficacia las palabras de la santa madre, que el hijo se compungió, y al día
siguiente se fue al convento de Nuestra Señora del Carmen a hacer oración
delante del altar de la Virgen, y alentado con su favor pidió de rodillas el hábito
de aquella sagrada Orden, con grande gozo de sus padres que le habían ofrecido
a la Virgen Santísima. ¿Quién no se maravillará de la asombrosa mudanza que
obró en aquel corazón la gracia divina? De allí adelante el lobo se tornó manso
cordero, y el hijo pródigo e incorregible se hizo un gran santo. Holló la
soberbia y vana estima de sí mismo; domó la rebeldía de su cuerpo con ayunos,
vigilias y asperezas y se señaló tanto en las letras y virtudes, que fue
elegido prior de su convento de Florencia, y después por obispo de Fiésoli, y Nuncio
de Su Santidad en Bolonia, donde unió la nobleza y la gente popular, que ardían
con un incendio de discordias y bandos. Finalmente, después de haber salvado a
innumerables pecadores y hecho muchos milagros y profecías, estando diciendo Misa
la noche felicísima de Navidad, le apareció la Virgen Santísima y le dio las
buenas pascuas; avisándole que el día de los Reyes entraría en la Jerusalén
soberana a ver cara a cara al Rey de los reyes, a quien con tanta fidelidad
había servido. Y en efecto, en aquel día glorioso dio el santo su espíritu al
Señor, a la edad de setenta y un años, cercada su alma de un gran resplandor, y
exhalando su cuerpo un olor suavísimo.
Reflexión:
No desconfíen los padres
de familia de la enmienda de sus hijos, por mal
inclinados y rebeldes que sean; ni desesperen éstos de su conversión. Lo
que no es posible a la naturaleza, es fácil a la gracia divina, como se ve
claramente en la vida de este glorioso santo. Pero ¡ay de aquellos padres y
madres que condescienden con los vicios y liviandades de sus hijos! Sepan que
los crían y educan para que sean después sus verdugos, y unos miserables
condenados del infierno. Pero si los educan bien y los encomiendan todos los
días a la Santísima Virgen, serán más tarde su descanso y la corona de gloria.
Oración:
Oh Dios, que de continuo
nos vas mostrando en tu Iglesia nuevos ejemplos de virtud; concede a tu pueblo
la gracia de seguir de tal suerte las huellas del bienaventurado san Andrés, tu
confesor y pontífice, que merezca conseguir el mismo premio. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
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