EL MIEDO DE LA LIBERTAD
Se ha dicho y
con razón, que todos los gobiernos han tenido y tienen sus dogmas, es decir,
ciertos principios consagrados como intocables, como indiscutibles y que serán
y han sido definidos con el hierro y con el fuego.
Esto que es una
verdad fuera de toda duda respecto de los gobiernos, que por su mentalidad y su
pensamiento central van en derechura hacia el bien común y hacia el respeto a
la ley, es también exacto al tratarse de los gobiernos que no tienen más razón
de existir que el deseo más o menos tenaz de permanecer en las alturas. Y esas
dos clases de gobiernos tienen sus dogmas, con la diferencia de que los
primeros descansan sobre postulados que arrancan directamente de la corriente
rica y fuerte de los pueblos, en tanto que los segundos toman como punto de
apoyo la espada caída sobre el cuello de los ciudadanos.
Roma tenía sus
dogmas y los sacó de entre las efervescencias de la carne y de la sangre de su
propia vida hasta el día en que rendida bajo la carga de sus conquistas y
abatida por el fardo de sus propias ignominias y de sus orgías, vio aparecer a
aquellos Césares que hicieron de la púrpura y del cetro un instrumento de sus
caprichos y un potro para los que se atrevían a no pensar como ellos.
Y la historia se
repite y sigue su marcha, desde este punto de vista por el mismo sendero; los
gobiernos que buscan ansiosamente el bienestar colectivo y saben y quieren
respetar las prerrogativas fundamentales del hombre dentro del funcionamiento
del engranaje complicado de la máquina política y social, llevan en alto,
plegada entre sus manos, la bandera en que han inscrito el dogma o los dogmas
que son la raíz de su vitalidad y de su florecimiento del engranaje complicado
de la máquina política y social, llevan en alto, plegada entre sus manos, la
bandera en que han inscrito el dogma o los dogmas que son la raíz de su
vitalidad y de su florecimiento, en tanto que los gobiernos que no son ni han
sido más que superposiciones violentas que se han dado y se dan a desarrollar
un plan acabado de exclusión de las de las mayorías, reafirman delante de todos
su dogma central, la tiranía.
Los tipos
históricos de tiranos célebres han sido estudiados de cerca por los críticos y
nada tan fácil como señalarles como carácter distintivo aquella especie de
tormento interior que hizo de Oliverio Cromwell[1] un
espíritu predominantemente receloso. Esto explica no pocas veces las
exageraciones que se advierten en la interpretación de las actitudes de los
súbditos y la precipitación con que llegan a ser juzgados sus actos. De aquí se
sigue también que cualquier manifestación más o menos marcada de oposición y de
hostilidad hacia los poderes públicos tenga que encontrarse al paso, aunque
haya sido consagrada y establecida por la ley como un medio de hacer algo real
del movimiento democrático contemporáneo, con las espadas de los legionarios
desenvainadas, con el gesto adusto de los pretores y con la actitud amenazadora
del César.
Y es que está en
peligro el dogma supremo: la exclusión de las mayorías y como se sabe que toda
palabra que se pronuncia al oído del pueblo, toda frase que se traza sobre un
pergamino y toda actitud gallarda del esclavo, puede ir a parar no precisamente
a una sublevación armada, pero sí a un derrumbamiento bajo los golpes de la
opinión expresada en las urnas electorales, se procura cerrarles el camino a
todas las manifestaciones que no vayan a apuntalar y a reforzar el andamiaje de
la tiranía. Y todos nuestros gobiernos a partir del día en que se hizo la
consagración de las formas democráticas, han estado siempre con los ojos
desorbitados ante el fantasma, ante el espectro del miedo a la libertad.
Ese miedo es el
que ha aconsejado a Ramón Ross,[2]
actual Gobernador del Distrito Federal, las medidas últimamente tomadas contra
las juntas de la Liga Nacional de Defensa Religiosa, contra la circulación de
su manifiesto y aun contra la circulación de cualquier otra hoja que trate de
la nueva institución.
[1] CROMWELL,
Oliverio (1595-1658). Estadista inglés, destronó la dinastía de los Estuardo e
instauró un régimen republicano en Inglaterra. Protestante puritano y
anticatólico.
[2] ROSS,
Ramón (1864-1934). Político mexicano de filiación callista, fue diputado
del Congreso Constitucional y participó en las Conferencias de Bucareli.
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