Tercera señal de la inspiración:
que es la santa obediencia, a la Iglesia y a los
superiores.
A
la paz y a la, dulzura del corazón está inseparablemente unida la santa virtud
de la humildad. Mas no llamo humildad al ceremonioso conjunto de palabras,
ademanes, besar el suelo, reverencias, inclinaciones, cuando se hacen, come
ocurre con frecuencia, sin ningún sentimiento interior de la propia abyección y
del justo aprecio del prójimo. Todo esto no es más que un vano pasatiempo de
los espíritus débiles, y más bien se ha de llamar fantasma de humildad que
humildad verdadera. Hablo de una
humildad noble, real, jugosa, sólida, que nos haga suaves en la corrección,
manejables y prontos en la obediencia. Cuando el incomparable Simeón Estilita
era todavía novicio en Thelede, se hizo inflexible al parecer de los
superiores, que querían impedirle la práctica de sus extraños rigores, con los
que se ensañaba desordenadamente en sí mismo; y llegó la cosa al punto de ser
despedido del monasterio, como poco asequible a la mortificación del corazón y
excesivamente dado a la del cuerpo.
Pero
habiendo sido después llamado de nuevo y hecho más devoto y prudente en la vida
espiritual, se portó de otra manera, como lo prueba el siguiente hecho. Porque,
cuando los eremitas de los desiertos vecinos a Antioquia tuvieron noticia de la
vida extraordinaria que llevaba sobre su columna, en la cual parecía un ángel
terreno o un hombre celestial, le enviaron un mensajero, escogido entre ellos,
al cual dieron la orden de que le dijese en nombre de todos: "¿Por qué,
Simeón, dejas el camino real de la vida devota trillado por tantos y tan
grandes santos, que en él nos han precedido, y sigues otro desconocido de los
hombres y tan alejada de todo cuanto se ha visto y oído hasta ahora? Deja esta
columna y confórmate, como todos los demás, con la manera de vivir y con el
método de servir a Dios empleado por los buenos padres, predecesores
nuestros." Dieron también al mensajero la orden de que, si Simeón se
sujetaba a su parecer y, para condescender con sus deseos, se mostraba
dispuesto a bajar de la columna, le dejase en libertad para perseverar en aquel
género de vida, que ya había comenzado, pues, por su obediencia decían aquellos buenos padres se podrá
conocer que ha emprendido esta manera de vida por inspiración divina; pero que,
si, al contrario, resistía y, despreciando sus exhortaciones, quería seguir su
propia voluntad, que lo sacase de allí por la fuerza y le obligase a dejar la
columna.
Habiendo
llegado el mensajero a la columna, no había aún puesto fin a su embajada,
cuando el gran Simeón, sin demora, sin reservas, sin réplica alguna, se dispuso
a bajar con una obediencia y una humildad dignas de su rara santidad. Al verlo
el mensajero, "detente -le dijo - permanece aquí, persevera en este lugar
constantemente, ten buen ánimo y prosigue con valor en tu empresa: tu vida en
esta columna es cosa de Dios". Ved como aquellos antiguos y santos
anacoretas, reunidos en asamblea general, no encontraron señal más segura de la
inspiración celestial, en una cosa tan extraordinaria como lo fue la vida de
aquel gran Estilita, que el verle sencillo, dulce y amable, bajo las leyes de
la santa obediencia. Dios, por su parte, bendiciendo la sumisión de aquel gran
hombre, le concedió la gracia de perseverar durante treinta años enteros sobre
una columna de treinta y seis codos de altura, después de haber estado siete
años sobre otras columnas de seis, de doce y de veinte pies, y diez sobre la
punta de una roca, en el lugar llamado Mandra. De esta manera, esta ave del
Paraíso, viviendo en el aire, sin tocar el suelo, dio un espectáculo de amor a
los ángeles y de admiración a los hombres. Todo es seguro en la obediencia, y
todo es sospechoso fuera de ella.
Cuando
Dios envía sus inspiraciones a un corazón, la primera que deja sentir es la de
la obediencia. El que dice que está inspirado y se niega a obedecer a los
superiores y a seguir su parecer, es un impostor. Todos los profetas y todos
los predicadores que han sido inspirados por Dios, han amado siempre a la
Iglesia, se han sujetado a su doctrina, siempre han recibido su aprobación, y
nada han anunciado con tanta energía como esta verdad: En los labios del
sacerdote ha de estar el depósito de la ciencia, y de su boca se ha de aprender
la ley. De suerte que las misiones extraordinarias son ilusiones diabólicas, y
no inspiraciones celestiales, si no están reconocidas y aprobadas por los
pastores, cuya misión es ordinaria, porque así se ponen de acuerdo Moisés y los
profetas. Santo Domingo, San Francisco, y los demás padres de las órdenes
religiosas, se consagraron al servicio de las almas por una inspiración
extraordinaria, pero vivieron humilde y cordialmente sumisos a la sagrada
jerarquía de la Iglesia, resumiendo, las tres mejores y más seguras señales de
las legítimas inspiraciones, son la perseverancia, contra la inconstancia y la
ligereza, la paz y la dulzura del corazón, contra las inquietudes y las prisas.
y la humilde obediencia, contra la terquedad y la arrogancia.
Breve método para conocer la
voluntad de Díos
San
Basilio dice que la voluntad de Dios se nos manifiesta por sus preceptos o
mandamientos, y que entonces no hay que deliberar, porque es menester hacer
simplemente lo que está mandado; pero que, en cuanto lo demás, queda a nuestra
libertad el escoger, a nuestro arbitrio lo que mejor nos pareciere... aunque no
es necesario hacer todo lo que es posible, sino tan sólo lo que es conveniente.
Y, finalmente, que para discernir bien lo que conviene, hay que escuchar el
parecer de un prudente padre espiritual. La elección de estado, el plan de un
negocio de graves consecuencias, de alguna empresa de grandes alientos o de
algún dispendio de mucha monta, el cambio de residencia, el tema de una
entrevista y otras cosas parecidas, merecen que se considere seriamente qué es
más conforme con la voluntad divina; pero, en las obras menudas de cada día,
las cuales tienen tan poca importancia, que aun el dejarlas de hacer no es cosa
irreparable ni que acarree consecuencias, ¿qué necesidad hay de andar atareado,
solícito y embarazado en consultas importunas? ¿A qué viene fatigarse en
averiguar si Dios prefiere que rece el rosario o el oficio de Nuestra Señora
cuando es tan poca la diferencia que se echa de ver entre el uno y el otro, que
ni Siquiera es menester examinarlo; o si gusta más de que vaya al hospital, a
visitar a los enfermos, que a vísperas, o a sermón, o a una iglesia donde se
ganan indulgencias? Por lo regular, ninguna de estas cosas aventaja tanto a las
otras, que se requiera una larga deliberación acerca de ellas.
En
estos trances, es menester proceder con buena fe y no andar con sutilezas,
hacer con libertad lo que bien nos parezca, para no dar lugar a que nuestro
espíritu pierda el tiempo y se ponga en peligro de inquietud, escrúpulo y
superstición. Ahora bien, lo dicho siempre se ha. de entender de los casos en
que no hay gran desproporción entre una obra y la otra y no aparecen
circunstancias notables en favor de Una de las partes. En las cosas de
importancia, hemos de ser muy humildes y no hemos de pensar que hallaremos la
voluntad de Dios a fuerza de examen y de discursos sutiles. Después de haber
pedido luz al Espíritu Santo, de haber aplicado nuestra consideración al
conocimiento de su beneplácito, tomado consejo de nuestro director y, si el
caso se ofreciere, de otras dos o tres personas espirituales, hay que
resolverse y decidirse, en nombre de Dios, sin que convenga poner, después, en
duda nuestra elección, sino que es menester cultivarla y sostenerla con
devoción, apacibilidad y constancia. Y, aunque las dificultades, tentaciones y
diversidad de acontecimientos, que encontremos en la ejecución de nuestros
designios, puedan infundirnos cierta desconfianza acerca de la buena elección,
debemos, empero, permanecer firmes y no poner la atención en esto, sino que
hemos de considerar que, si hubiésemos hecho otra elección, tal vez estaríamos
cien veces peor; aparte de que no sabemos si quiere Dios que seamos ejercitados
en la consolación o en la tribulación, en la paz o en la guerra. Una vez tomada
santamente la resolución, no hemos de dudar de la santidad de la ejecución,
porque, si por nosotros no queda, no puede ella faltar. Obrar de otra manera,
es señal de mucho amor propio o de puerilidad, de flaqueza o necedad de
espíritu.
No hay comentarios:
Publicar un comentario