Los Mártires de Tabasco
(continuación)
Gobernador
lanzó la amenaza de que correría sangre si los
campesinos no se retiraban. El representante del pueblo contestó que todos
estaban resueltos a morir sin derramar ni una gota de sangre de sus atacantes;
pero sin abandonar el lugar. Mientras tanto, había sido retirada la gendarmería
de los pasos de los ríos. A las seis de la mañana llegó a la Concepción un
grupo de campesinos con madera y guano (hoja grande de palma), para construir
rápidamente, como se hizo, una ermita provisional —según palabras de ellos— en
el presbiterio del templo. Pero faltó guano y fueron enviados más hombres por
él. A eso de las 7.30 del 12 se recibió el aviso de que más de mil campesinos
estaban detenidos a tres cuadras de distancia de nuestro campamento. El jefe
del pueblo se puso a la cabeza de mil hombres para ir al rescate de sus
compañeros. Soldados federales trataron de contener a la multitud, cortando
cartucho, pero la columna no retrocedió: hizo a un lado a los soldados; y este
acto tan sencillo se repitió al encontrarse con los que no habían podido pasar
por sí solos. Todos volvieron en triunfo, formando una columna compacta,
vitoreada por las mujeres y los hombres que se habían quedado custodiando el
improvisado altar de la Santísima Virgen de Guadalupe. En medio de esa misma columna entró el guano
que faltaba para acabar de techar la "ermita".
A
las 8 de la mañana se giraron telegramas al Presidente de la República y al
periódico Excélsior, detallando todo lo anterior y diciendo con toda crudeza
que los campesinos no se retirarían sino con su libertad religiosa absoluta; se
agregaba que serían ocupados todos los lugares pertenecientes a los templos
destruidos por Garrido y se advertía que el pueblo no tomaría nunca en cuenta
la pseudo-ley garridista que exigía sacerdotes casados para el culto católico.
Se telegrafió al señor Obispo, pidiéndole que, si gustaba, se presentara a
regir su diócesis. En el resto del día 12 siguieron llegando más campesinos, en
grupos apretados que eran vitoreados y que contestaban con vivas a Cristo Rey y
a la Virgen de Guadalupe. En uno de ellos llegó el héroe de Tabasco, el padre
Macario Fernández Aguado. A las 10 de la mañana ya estaba congregada en la
Concepción y sus alrededores, una multitud de cuatro mil campesinos, cuando
menos. Se recibió a esa misma hora un recado de que el Gobernador esperaría en
palacio, a las 11 de la mañana, a una comisión del pueblo. Este llenó la plaza
de armas, frente a palacio, con el ánimo de demostrar que defendería a sus
representantes si se trataba de aprehenderlos. Subieron éstos las escaleras de
palacio, a las once menos dos minutos, pasando en medio de la guardia federal,
especialmente apostada ahí desde la madrugada. Cerca de media hora duró la
conferencia. Los católicos fueron inflexibles. El Gobernador Interino insistió
en que se retiraran todos los campesinos a sus hogares. Se le contestó que se
retirarían una vez reconocida la libertad religiosa. El funcionario terminó
diciendo que él se atendría a lo que resolviera el gobierne federal. una manifestación
por toda la ciudad. Este acto fue anunciado pasa las cinco de la tarde de ese
mismo día 13. Al efecto fueron distribuidos en la capital cinco mil volantes,
invitando al pueblo de Villahermosa a sumarse a la manifestación.
La
cual fue imponente: en silencio y con el pabellón de los triunfos a la cabeza,
enarbolado por una señorita y el que escribe, desfiló por muchísimas calles de
la ciudad, por todas las populosas, pasando primero frente al Palacio de
Gobierno y volviendo ya muy tarde por el mismo lugar. En esos momentos, eran
más de diez mil los manifestantes. Al principio no pasaban de tres mil,
habiendo quedado como trescientos campesinos, entre hombres y mujeres,
custodiando a la Concepción. Las personas de Villahermosa que no se incorporaron
a la multitud, salieron a las calles a verla desfilar, expresando vivísima
alegría. El orden que se guardó fue admirable y el silencio absoluto. En el
terreno del antiguo templo de la Santa Cruz, se declaró que nuevamente se
tomaba posesión de él para reconstruir la iglesia. Entonces sí se rompió el
silencio con vivas a Cristo Rey y a nuestra Reina, como también cuando los
custodios de la Concepción vieron volver la columna enorme y triunfante. Un
orador pidió silencio, dio gracias a Dios por el triunfo obtenido y terminó
diciendo que sólo faltaba que los sacerdotes ejercieran desde luego su
ministerio públicamente; que él sabía que entre la muchedumbre estaba el padre
Hidalgo; que las personas que lo conocieran lo llevaran en triunfo hasta el
improvisado altar. Al segundo se vio que un grupo de cuatro o cinco hombres
llevaban a otro a viva fuerza hacia el presbiterio. A este lugar lo subieron,
también a la fuerza. Era el padre J. Pilar Hidalgo. Habló con emoción
conmovedora y con gran valor. Terminó invitando a todo el pueblo a la misa que
celebraría al día siguiente, a las siete de la mañana. La alegría de la gente
fue enorme y clamorosa. Hasta que, por fin, multitud de católicos iban a saber
lo que es el Santo Sacrificio del Altar. Hasta que, por fin, serían bautizados
millares de tabasqueños de todas las edades. Y sabrían, por primera vez, lo que
es unirse a Cristo en la Sagrada Eucaristía.
La primera misa al aire libre.
La
primera misa de la reanudación de cultos en Tabasco fue celebrada el día
catorce de mayo a las 7 de la mañana. La oyó una gran muchedumbre, con
religiosidad conmovedora. Los soldados federales, de guardia en los balcones
del Palacio Municipal que caen frente a la Concepción, descubrieron sus
cabezas. Al terminarse el Santo Sacrificio, también ellos dieron dinero, para
la reconstrucción del templo, la cual empezó pocos minutos después, a las 8.15.
Debe conservarse el nombre del albañil en jefe por su valiente comportamiento:
Nicolás Montejo, popularmente conocido por el mote de Caminante. Desde ese
momento se trabajó con intensidad maravillosa, echando hondos y fuertes
cimientos y levantando luego recios muros, como con manos de ángeles. (Tal era
la expresión popular) . Hay que hacer notar que la Santísima Virgen había
conservado milagrosamente su terreno de la Concepción: a Garrido se le habían
frustrado sus proyectos de construir ahí primero una escuela, después un teatro
y, por último, una alberca. Ladrillo, cal, arena, madera, todo lo necesario se
compraba o se recibía como donativo, conforme se iban necesitando los
materiales, sin que nunca llegara a faltarnos algo. Y por ellos salían
constantemente grandes grupos de campesinos, para evitar gastos de acarreo y
para darse el gusto de poner el sudor de sus frentes en la reconstrucción del templo
de la Virgen amada. El 14 en la noche cayó un aguacero torrencial que amenazó
con dispersar a nuestra gente y dejar el campo al enemigo. 'Más se enardecieron
los ánimos: cientos de brazos sostuvieron un techo de tejas de zinc y de mangas
de hule, mientras se rebaba y se cantaba fervorosamente. Al día siguiente, todo
el mundo vio con asombro que en lugar de la "ermita" de madera y
guano lucía un sólido artesonado techado con tejas de zinc, abarcando todo el
presbiterio.
El Evangelio. La doctrina. Flores.
El
día 15, domingo, el padre Hidalgo celebró dos misas, una a las 7 y otra a las
9. Su voz tronó al explicar el Evangelio del día. Hasta en la Plaza de Armas, a
dos cuadras de distancia, se escuchó la magnífica profecía: ". . .Y las puertas del infierno no
prevalecerán contra Ella... En la tarde de ese mismo domingo se dedicaron las
dos morelianas y las cinco señoritas cordobesas a enseñar la doctrina
cristiana. Todos los oyentes, grandes y chicos, contestaban a coro. Las
verdades de nuestra Fe se oían con claridad en el corazón de la ciudad
asombrada. Muchos ojos se cuajaron de lágrimas. Poco después de la doctrina se
cantó el rosario y le ofrecieron flores a la Santísima Virgen más de
cuatrocientas niñas vestidas de blanco, penetrándose toda la gente de la
intensa poesía de aquel acto, desconocido hasta entonces para la inmensa
mayoría del pueblo. Los mismos actos
religiosos siguieron celebrándose todos los días, animados constantemente con
la incomparable música de los trabajos de reconstrucción. Del 14 en adelante se
regalaron miles de estampas y de catecismos, precioso obsequio del Sr. Obispo
de Veracruz Guízar y Valencia. Mientras tanto, los periódicos locales nos
atacaban y excitaban al gobierno a proceder contra el pueblo; pero a los pocos
días enmudecieron, cansados de no ser tomados en cuenta. Pronto se dio por
terminado el asunto a favor de los católicos. La confianza reinó en nuestras
filas, por lo cual del 16 de mayo en adelante no se quedaron en la Concepción
más campesinos que los absolutamente indispensables para ayudar a los albañiles
en sus trabajos. Miles de hombres volvieron a sus hogares, tranquilos y
felices. El lunes 23 rescatamos una campana abandonada por el garridismo en una
calle. Veinte hombres fueron por ella. La cargaron con dos fuertes maderos, en
cruz. Ya en la Concepción, fue elevada a un campanario compuesto por dos
horcones de cuatro metros de altura y un buen travesano. También el lunes 23
empezaron a percibir jornal más de 20 albañiles y otros tantos peones, que-
habían regalado una semana entera de trabajo. Nueva lucha. El jueves 26 de mayo
llegó a Villahermosa, en avión, el Dr. Víctor Fernández Mañero, Gobernador
Constitucional del Estado. A las 5 de la tarde envió un recado al padre Hidalgo
y al jefe seglar, pidiéndoles que fueran a palacio a las 7 de la noche. Acudieron
ellos a la cita, encontrándose con el señor gobernador, con el jefe de las
Operaciones Militares, con el Secretario General de Gobierno y con el
Presidente Municipal. El
gobernador usó de los ruegos y de las amenazas para que se aceptara su
proposición, que dijo ser la del Presidente Cárdenas, de que tomáramos dos
Municipios, por ejemplo Teapa y Cunduacán, o cualesquiera otros, menos el del
centro, es decir, el de Villahermosa, ni el de Frontera, nido garridista. A
las amenazas y a los ruegos se le contestó con serenidad y firmeza que no se abandonaría
a Villahermosa y que la libertad la queríamos para todo el estado, por ser de
justicia. Llegó a exaltarse tanto el gobernador, acostumbrado a los
servilismos, que dio 24 horas de plazo al jefe seglar para que abandonara el
estado y claramente amenazó con derramamiento de sangre, diciendo que no les
impediría a los elementos rojos que nos atacaran y que, al efecto, se nos retiraban
todas las garantías.
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