CAPITULO I.
La Inmaculada Concepción.
La Inmaculada Concepción.
Dios muestra de un modo admirable la
riqueza incomprensible de su poder, en la gran variedad de cosas que vemos en
la naturaleza, pero El hace aparecer con más magnificencia los tesoros
infinitos de su bondad, en la diversidad sin igual de los bienes que
reconocemos en la Gracia. En efecto, El no se ha contentado, en el Santo exceso
de su misericordia, con enviar á su pueblo, es decir, al género humano, una
redención general y universal, por medio de la cual cada uno puede ser salvo;
sino que la ha diversificado de tantos modos, que su liberalidad resplandece en
esa variedad, y esa variedad, á la vez, embellece también su liberalidad. Así,
pues, Dios destinó primeramente para su Santísima Madre, un favor digno del
amor de un Hijo que siendo Sapientísimo, Omnipotente y todo bueno, se debía
preparar una Madre según su agrado, y en consecuencia, El quiso que su
redención le fuera aplicada por manera de remedio preservativo, á fin de que el
pecado que se trasmitía de generación en generación, no llegara á ella; de suerte
que fue rescatada de un modo tan excelente, que aunque el torrente de la iniquidad
original vino á impeler sus infelices ondas sobre la concepción de esta
Sacratísima Señora, con tanto ímpetu como lo hizo en la de las otras hijas de
Adán, al llegar allí, no pasó adelante, sino que se detuvo, á la manera que
antiguamente el Jordán, en tiempo de Josué, (Jos. III. 16.) Y por el mismo respeto.
Pues así como este rio detuvo t-u
corriente en reverencia del Arca de la Alianza, así el pecado original, retiró
sus aguas, reverenciando y temiendo la presencia del verdadero Tabernáculo de
la eterna alianza. De esta manera pues, Dios apartó de su gloriosa Madre toda
cautividad, dándole la felicidad de los dos estados de la naturaleza humana,
pues ella tuvo la inocencia que el primer Adán había perdido, y gozó excelentemente de la
redención que le adquirió el segundo. Por lo cual, semejante á un jardín
escogido, que debía llevar el fruto de vida, le fue dado florecer con toda
suerte de perfecciones; y aquel Hijo del amor eterno, así revistió á su Madre con vestidura de oro recamada de hermosa variedad, para que
fuese la reina de su diestra, (Ps. XLIV,10 ) es decir, la primera de todos los
escogidos que había de gozar de las
delicias de la diestra divina. (Ps.
XV, 11.) Esta Madre sagrada, como reservada toda para su Hijo, fue redimida por
El, no solo de la condenación, sino también de todo peligro de condenación,
asegurándole la gracia y la perfección de la gracia, de suerte que ella
avanzaba como una hermosa aurora, que comenzando á despuntar, va de continuo
creciendo en claridad hasta el pleno día. (Prov. IV, 18.) Redención admirable, obra
maestra del Redentor, y la primera de todas las redenciones, por la cual el
Hijo, con un corazón verdaderamente filial, previniendo á su Madre con bendiciones de dulzura,
(Ps. EX, 4) la preservó, no solo del pecado, como á los ángeles,
sino de todo peligro de pecado, y de toda dificultad y retardo en el ejercicio
del amor santo. Por eso El declara (Cant. V.) que entre todas las criaturas
racionales que ha escogido, esta Madre es su paloma única, su toda perfecta, su
muy querida y bien amada, fuera de toda comparación y semejanza. (Cant.VI, 8.) Ninguna
duda hay de que la Santísima Virgen haya sido toda pura desde el primer
instante de su existencia. Parece que naciendo hija de Adán, como las demás, debía
como ellas, ser manchada con el pecado original; pero la Providencia Divina ordenó
las cosas de otro modo, y le tendió su mano santísima, que la detuvo para que
no cayera en el precipicio. Así pues, la Santísima Virgen no ha sido mordida
por la serpiente infernal; es cosa justa, clara y manifiesta que ella no ha tenido pecado original ni actual, pues ha sido
privilegiada sobre todas las criaturas, con un privilegio tan grande y singular,
que ninguna, quien quiera que sea, ha recibido jamás la gracia de la manera que
la ha recibido esta Santa Señora, nuestra gloriosa Reina; ni habrá nunca alguna
que se atreva á pretender ni aspirar á tan particular beneficio, supuesto que
esta gracia solo era debida á aquella que estaba destinada desde toda eternidad
para ser Madre de Dios.
{Amor
de Dios. Lib. II cap. VI—ir. Sermón para el Viernes Santo.)
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