5 de enero.
San
Simeón Estilita.
(† 459.)
Nació este admirable
varón en Sisan de Cilicia. Siendo pastor, y teniendo un día el ganado, por la mucha nieve, en la majada, se fué al templo,
y allí oyó decir en el Evangelio que eran bienaventurados los que lloran.
Penetró con tanta luz del cielo el espíritu de aquellas palabras del Señor, que
luego se fué al monasterio del abad Heliodoro, donde por espacio de diez años
asombró a los monjes con sus extraordinarias asperezas. Pero más estupenda fué
la vida solitaria que hizo después. Pasó veintiocho años ayunando la Cuaresma
entera sin probar un solo bocado; ' subióse a lo alto de un monte, donde hizo
un cercado, y se aferró a una piedra con una cadena de veinte codos de largo; y
allí perseveró sin salir de aquel término hasta que san Melecio, obispo de
Antioquía, que vino a visitarle, mandó que un herrero le quitase la cadena.
Imaginó después otra manera de vivir sobre una columna, la cual al principio
era de seis codos, después de doce, y finalmente de treinta y seis codos de
alto. Allí oraba, allí comía una sola vez cada semana, allí predicaba dos veces
al día, convirtiendo a muchos gentiles, y sacando del cieno de sus vicios a
innumerables pecadores; allí curaba toda clase de enfermedades; allí velaba las
vísperas de las principales fiestas, estando en pie, con las manos levantadas
al cielo, desde que se ponía el sol hasta que amanecía el día siguiente. Vino
un extranjero, hombre principal, a visitarle, y considerando de la manera que
allí vivía en lugar tan alto, tan congosto, y sin defensa para el sol, aire y frío,
habló así: «Dime por el Señor, ¿eres hombre, o alguna naturaleza y criatura que
parece que tiene cuerpo humano y no le tiene?». Mandó entonces el santo que le
pusiesen una escalera y qué subiese a la columna, y allí le mostró una horrible
llaga que tenía en un pie y le dijo: «Hombre soy y sujeto estoy a miserias de cuerpo
humano.». Millares de personas acudían a él de todas partes; la reina de Persia
y la reina de los Ismaelitas se encomendaban en sus oraciones; escribía cartas
a los emperadores Teodosio el Menor y León; y en Roma, apenas había tienda ni
casa que no tuviese a la puerta una imagen del santo. Treinta y seis años vivió
en la columna, hasta que murió quedando en la misma postura que tenía cuando
oraba. Custodió el sagrado cuerpo una guardia de soldados por espacio de
algunos días; y lleváronlo después como precioso tesoro. a Antioquía, obrando
el Señor muchos milagros en todo el camino. Edificóse luego un templo en el
monte de su columna, en el cual no se permitía que entrase ninguna mujer, y
donde manifestaba Dios la grande gloria de su siervo con numerosos prodigios.
Reflexión:
El sapientísimo
Teodoreto, que escribió la vida de este santo, y le vio en la columna, dice que
el Señor quiso hacerle un público ejemplo de austeridad, para despertar a los
pecadores a penitencia. ¿Qué sentirían los incrédulos y sibaritas de nuestros tiempos
si presenciaran también aquel espectáculo de mortificación que era un continuo
y manifiesto milagro? Algunos se convertirían, otros se contentarían con
mirarlo con horror o con escarnio; es verdad. Pero también lo as, que el
asombroso anacoreta, desde la columna de su penitencia y de sus prodigios, tronara
contra esos pecadores impenitentes, amenazándoles en nombre de Dios, con otra penitencia
más rigurosa, que les aguarda en el infierno por toda la eternidad.
Oración:
Oye, Señor,
benignamente las súplicas que te dirigimos en el día de tu confesor el
bienaventurado Simeón, para que lo que no podemos alcanzar por nuestros
merecimientos, lo consigamos por las oraciones de este santo que fué de tu
agrado. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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