27 DE DICIEMBRE
SAN JUAN,
APOSTOL Y EVANGELISTA
EL APÓSTOL VIRGEN. —
Después de Esteban el primero de los Mártires, el más próximo junto al pesebre del
Señor es Juan, el Apóstol y Evangelista. Era justo que fuese reservado el
primer puesto al que amó al Emmanuel hasta el punto de derramar su sangre en su
servicio, porque, como dice el mismo Salvador, no hay mayor caridad que la
de dar su vida por aquellos a quienes se ama (S. Juan, XV, 13); la
Iglesia ha considerado siempre el martirio como la última prueba del amor, que
tiene incluso virtud para perdonar los pecados como un segundo bautismo. Pero,
después del sacrificio sangriento, el más noble y valeroso, el que mejor conquista
el corazón del Esposo de las almas, es el sacrificio de la virginidad. Ahora
bien, así como San Esteban es reconocido como prototipo de los Mártires, San
Juan aparece ante nosotros como el Príncipe de los Vírgenes. El martirio le
valió a San Esteban la palma y la corona: la virginidad mereció a Juan sublimes
privilegios que, al mismo tiempo que prueban el valor de la castidad, colocan a
este Discípulo entre los miembros más destacados de la humanidad. Juan tuvo la
honra de nacer de la estirpe de David, en la misma familia de la purísima
María; fue por lo mismo, pariente de Nuestro Señor según la carne. Compartió
ese honor con su hermano Santiago el Mayor, hijo como él del Zebedeo y con
Santiago el Menor y San Judas hijos de Alfeo; Juan siguió a Cristo en la flor de
la juventud sin volver la vista atrás; fué objeto de una ternura particular por
parte del corazón de Jesús, y en tanto que los demás fueron simplemente
Discípulos y Apóstoles, él fué el Amigo del Hijo de Dios. El sacrificio de la
virginidad que Juan ofreció al Hombre-Dios fué según lo proclama la Iglesia, el
motivo por el que el Hijo de Dios le amó singularmente. Convienes pues,
destacar aquí en el día de su fiesta, las gracias y privilegios que se derivaron
para él de esta celestial predilección.
EL DISCÍPULO AMADO. — Sólo ésta palabra del santo
Evangelio: El Discípulo a quien Jesús amaba, dice más en su
admirable concisión, que todos los comentarios. Sin duda, Pedro fué elegido
para ser Jefe de los demás Apóstoles y fundamento de la Iglesia; fué más
honrado; pero Juan fué más amado. A Pedro se le mandó que amase más que los
demás; por tres veces pudo responder a Cristo que así lo hacía; pero Juan fué
más amado por Cristo que el mismo Pedro, porque convenía honrar la virginidad. La
castidad de los sentidos y del corazón tiene la virtud de acercar a Dios a
quien la guarda, y la de atraer a Dios hacia nosotros; por eso, en el solemne
momento de la última Cena, de aquella fecunda Cena que se iba a renovar en el
altar hasta el fin de los siglos para reanimar la vida en las almas y curar sus
heridas, Juan se colocó junto a Jesús, y no sólo disfrutó de este honor insigne,
sino que, en las últimas expansiones del amor del Redentor, este hijo de su
ternura mereció apoyar su cabeza sobre el pecho del Hombre-Dios. Entonces bebió
la luz y el amor en su fuente divina, y este favor, que era ya una recompensa,
fué también el origen de dos particulares gracias que recomiendan de un modo
especial a San Juan a la veneración de toda la Iglesia.
EL DOCTOR. — Efectivamente, queriendo la divina
Sabiduría revelar el misterio del Verbo y confiar a la palabra escrita secretos
que hasta entonces ninguna pluma humana habla sido llamada a publicar, fué Juan
escogido para ésta gran obra. Pedro había muerto en la Cruz, Pablo había entregado
su cerviz a la espada, los demás Apóstoles habían sellado sucesivamente su
doctrina con su sangre; sólo San Juan quedaba en pie, en medio de la Iglesia; y
la herejía, renegando de las enseñanzas apostólicas, trataba ya de destruir al
Verbo divino, no queriendo reconocerle como Hijo de Dios, consubstancial al
Padre. Las Iglesias invitaron a hablar a Juan; y él lo hizo con lenguaje
celestial. Su divino Maestro había reservado para él, limpio de toda impureza,
la gloria de escribir de su puño mortal los misterios que sus hermanos sólo
tenían misión de enseñar: EL VERBO, DIOS ETERNO, y el mismo VERBO HECHO CARNE por
la salvación del hombre. De ahí se elevó como el Águila hasta el Sol divino; le
contempló sin deslumhrarse, porque la pureza de su alma y de sus sentidos le
habían hecho digno de ponerse en contacto con la Luz increada. Si Moisés,
después de haber hablado con el Señor en la nube, se retiró del divino coloquio
con la frente radiante de maravillosos destellos, ¡cuánto más refulgente debía
de ser el venerable rostro de Juan, que se había apoyado en el mismo Corazón de
Jesús, donde, como dice el Apóstol, ¡se ocultan todos los
tesoros de la sabiduría y de la ciencia ¡qué luminosos sus escritos!
¡qué divina su enseñanza! A él le ha aplicado la Iglesia ese símbolo sublime
del Aguila mostrada por Ecequiel, símbolo confirmado por el mismo San Juan en
su Revelación, al que se añade el de Teólogo que le ha dado toda la
tradición.
EL APÓSTOL DEL AMOR. — Como la castidad, apartando
al hombre de los afectos groseros y egoístas le eleva a un amor más puro y
generoso, el Salvador concedió a su discípulo amado, además de esa primera
recompensa que consiste en la penetración de los misterios, una efusión de amor
extraordinaria. Juan había guardado en su corazón los discursos de Jesús: de
ellos hizo partícipe a la Iglesia, y sobre todo le reveló el Sermón divino de
la Cena, en el que se expansiona el alma del Redentor, que, habiendo amado a
los suyos, los amó hasta el fin 1 Escribió Epístolas para decir a los
hombres que Dios es amor2; que el que no ama no conoce a Dios; que,
la caridad aleja el temor'. Hasta el fin de su vida, hasta en los días
de su extrema vejez, no dejó de inculcar el amor que los hombres se deben unos
a otros, siguiendo el ejemplo de Dios, que los ha amado; y así como había anunciado
de una manera más clara que los demás la divinidad y los esplendores del Verbo,
así también se mostró un particular Apóstol del infinito Amor que el Emmanuel
vino a encender en la tierra.
EL HIJO DE MARÍA. — Pero el Señor le
reservaba todavía un don verdaderamente digno del Discípulo virgen y
predilecto. Al morir en la Cruz, Jesús dejaba en la tierra a María; José había
entregado su alma al Señor hacía ya muchos años. ¿Quién, pues, velaría por tan
sagrado tesoro? ¿quién sería digno de recibirle? ¿Enviaría Jesús a sus Angeles
para proteger y consolar a su Madre, no mereciendo nadie en la tierra semejante
honor? Desde lo alto de la cruz, Jesús ve al discípulo virgen: todo está
determinado. Juan será un hijo para María, María será una Madre para Juan; la
castidad del discípulo le ha hecho digno de recibir tan glorioso legado. Así,
siguiendo la bella observación de San Pedro Damiano, a Pedro se le confía la
guarda de la Iglesia, Madre de los hombres; mas a Juan le será confiada María,
la Madre de Dios. El la guardará como bien propio, a su lado hará las veces de
su divino Amigo; la amará como a su propia madre; y será amado por ella como un
hijo.
LA GLORIA DE SAN JUAN. — Rodeado de tanta luz,
inflamado con tanto amor; ¿nos extrañaremos que Juan haya llegado a ser el
ornato de la tierra y la gloria de la Iglesia? Contad si podéis sus títulos;
enumerad sus cualidades. Consanguíneo de Cristo por María, Apóstol, Virgen, Amigo
del Esposo; Águila divina, Teólogo sagrado, Doctor de la Caridad, Hijo de María;
es además Evangelista, por el relato que nos ha dejado de la vida de su Maestro
y Amigo. Escritor sagrado, por sus tres Epístolas inspiradas por el Espíritu
Santo; Profeta, por su misterioso Apocalipsis, que encierra los secretos del
tiempo y de la eternidad. ¿Qué es lo que le ha faltado? ¿la palma del martirio?
No se podría afirmar, porque aunque no consumó su sacrificio, llegó a beber,
con todo, el cáliz de su Maestro, cuando después de una cruel flagelación fué
sumergido en una olla de aceite hirviendo, en Roma, en el año 95 ante la Puerta
Latina. Fué, pues, también mártir con el deseo y en la intención, si no efectivamente;
y si el Señor, que quería conservarle en su Iglesia como un monumento de su
aprecio a la castidad y de los honores que a esta virtud reserva, si el Señor
suspendió milagrosamente el efecto de tan atroz suplicio, el corazón de Juan
había ya aceptado el martirio con todas sus consecuencias '. Este es el compañero
de Esteban junto a la cuna en que honramos al divino Infante. Si el Protomártir
brilla por la púrpura de su sangre, la blancura virginal del hijo adoptivo de
María ¿no es más deslumbradora que la de la misma nieve? ¿Los lirios de Juan no
pueden mezclar sus inocentes destellos con el rojizo esplendor de las rosas de
la corona de Esteban? Ensalcemos, pues, al Rey recién nacido, cuya corte brilla
con tan alegres y puros colores. Ese celeste cortejo se ha formado a nuestra
propia vista. Hemos contemplado primeramente a María y a José solos en el
establo junto al pesebre; apareció luego el ejército de los Ángeles con sus
melodiosas legiones; en seguida llegaron los pastores de corazón sencillo y
humilde; después, Esteban el Coronado, Juan el Discípulo predilecto; en espera
de los Magos, van a venir otros todavía a aumentar el esplendor de la fiesta y a
alegrar más y más nuestros corazones. ¿Qué Nacimiento el de nuestro Dios? Por
humilde que parezca ¡qué divino! ¡Qué rey de la tierra! ¿Qué Emperador recibió
nunca junto a su espléndida cuna honores semejantes a los de este Niño de
Belén? Unamos nuestros homenajes a los que recibe de todos esos bienaventurados
miembros de su corte; y, si ayer reavivamos nuestra fe ante la vista de la
palma sangrienta de Esteban, despertemos hoy en nosotros el amor de la
castidad, con el perfume de los celestiales aromas que emanan de las flores de
la virginal guirnalda del Amigo de Cristo.
MISA
La Santa Iglesia comienza
los cantos del santo Sacrificio con unas palabras del libro del Eclesiástico
aplicadas a San Juan. El Señor colocó a su discípulo amado en la cátedra de su
Iglesia, para que publicara sus misterios. En sus sublimes coloquios le colmó
de infinita sabiduría y le vistió de una blanca y deslumbrante vestidura, para
honrar su virginidad.
INTROITO
En medio de la Iglesia abrió su boca; y el Señor le llenó del espíritu de sabiduría y de inteligencia: le vistió una túnica de gloria. Salmo: Es bueno alabar al Señor, y salmodiar a tu nombre, oh Altísimo. — y. Gloria al Padre.
En medio de la Iglesia abrió su boca; y el Señor le llenó del espíritu de sabiduría y de inteligencia: le vistió una túnica de gloria. Salmo: Es bueno alabar al Señor, y salmodiar a tu nombre, oh Altísimo. — y. Gloria al Padre.
En la Colecta, la Iglesia
pide el don de la Luz. o sea, el Verbo divino, don de que fué distribuidor San
Juan en sus divinos escritos. Aspira a gozar por siempre de la posesión
de ese Emmanuel que vino a la tierra para iluminarla, y que reveló a su discípulo
los secretos celestiales.
ORACION
Ilustra, Señor, benigno a tu Iglesia: para que, iluminada con las doctrinas de tu bienaventurado Apóstol y Evangelista Juan, alcance los dones sempiternos. Por el Señor.
Ilustra, Señor, benigno a tu Iglesia: para que, iluminada con las doctrinas de tu bienaventurado Apóstol y Evangelista Juan, alcance los dones sempiternos. Por el Señor.
EPISTOLA
Lección del libro de la Sabiduría. (Ecles., XV, 1-6.)
Lección del libro de la Sabiduría. (Ecles., XV, 1-6.)
El que teme a Dios hará el
bien; y el que está firme en la justicia, alcanzará la
sabiduría, y ella saldrá a su encuentro, como una madre honrada. Le alimentará
con pan de vida y de inteligencia, y le abrevará con el agua de la saludable
sabiduría: y se afirmará en él, y no se doblegará: y le sostendrá y
no será confundido: y le exaltará ante sus prójimos, y le abrirá la boca
en medio de la asamblea, y le llenará del espíritu de sabiduría y de
inteligencia y le vestirá una túnica de gloria. Atesorará sobre él
jocundidad y exultación, y el Señor nuestro Dios le dará en herencia un
nombre eterno.
Esta suprema Sabiduría es
el Verbo divino que apareció delante de San Juan, llamándole al Apostolado. Ese
Pan de vida con que le alimentó es el Pan inmortal de la última Cena; ese agua
de saludable doctrina es la que el Salvador prometía a la Samaritana y con la
que se pudo saciar Juan en su misma fuente, cuando le fue dado descansar sobre
el Corazón de Cristo. Esa fortaleza inquebrantable es la que le mantuvo en la
guarda vigilante y valerosa de la castidad y en la confesión del Hijo de Dios
antes los esbirros de Domiciano. El tesoro que para él recogió la divina Sabiduría,
es todo ese conjunto de gloriosos privilegios que hemos señalado. Por fin, ese
nombre eterno es el de Discípulo amado.
GRADUAL
Corrió entre los discípulos la voz de que aquel discípulo no moriría; pero no dijo Jesús: No morirá: — J. Sino: Quiero que permanezca así, hasta que yo venga: tú sígneme.
Corrió entre los discípulos la voz de que aquel discípulo no moriría; pero no dijo Jesús: No morirá: — J. Sino: Quiero que permanezca así, hasta que yo venga: tú sígneme.
ALELUYA
Aleluya, aleluya. — J. Este es aquel discípulo que da testimonio de estas cosas: y sabemos que su testimonio es verdadero. Aleluya.
Aleluya, aleluya. — J. Este es aquel discípulo que da testimonio de estas cosas: y sabemos que su testimonio es verdadero. Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan. (XXI, 19-24.)
Continuación del santo Evangelio según San Juan. (XXI, 19-24.)
En aquel tiempo dijo Jesús
a Pedro: Sigúeme. Y, volviéndose Pedro, vió venir detrás a
aquel discípulo a quien amaba Jesús, el que en la cena descansó sobre su
pecho y le preguntó: Señor ¿quién es el que te entregará? Al ver pues, a
éste Pedro, le dijo a Jesús: Señor, ¿qué será de éste? Díjole Jesús:
Quiero que permanezca así hasta que yo venga: ¿qué te importa? Tú sigúeme.
Corrió, pues, entre los hermanos la voz de que aquel discípulo no
moriría. Y no dijo Jesús: No morirá: sino: Quiero que permanezca así
hasta que yo venga: ¿qué te importa? Este es aquel discípulo que
da testimonio de estas cosas: y las ha escrito y sabemos que su
testimonio es verdadero.
Este trozo del Evangelio ha
fatigado mucho a los Padres y conmentadores. Se ha creído ver en él la
confirmación del parecer de los que opinaron que San Juan fué eximido de la
muerte corporal, y que espera todavía en carne mortal la venida del Juez de vivos
y muertos. Mas, no es necesario ver en él, con la mayor parte de los santos
Doctores, sino la diferencia de las dos vocaciones de San Pedro y de San Juan.
El primero seguirá a su Maestro, muriendo como El en la cruz; el segundo deberá
aguardar; alcanzará una dichosa ancianidad; y verá llegar hasta él a su
Maestro, que le sacará de este mundo con una muerte tranquila.
En el Ofertorio, la
Iglesia recuerda las palmas floridas del discípulo amado; nos muestra a su
alrededor las generaciones de fieles que llevó a la luz de la verdad, las
Iglesias que fundó y que se multiplicaban en torno suyo como los jóvenes cedros
a la sombra de sus majestuosos antepasados que se yerguen en el Líbano.
OFERTORIO
El justo florecerá como la palmera: se multiplicará como el cedro que hay en el Líbano.
El justo florecerá como la palmera: se multiplicará como el cedro que hay en el Líbano.
SECRETA
Recibe, Señor, los dones que te ofrecemos en la solemnidad de aquel con cuyo patrocinio esperamos ser libertados. Por el Señor.
Recibe, Señor, los dones que te ofrecemos en la solemnidad de aquel con cuyo patrocinio esperamos ser libertados. Por el Señor.
La misteriosas palabras
que hemos leído en el Evangelio hace unos momentos, vuelven ahora en el
instante en que el sacerdote y el pueblo comulgan con la Victima de la
salvación, como una garantía de que quien come este Pan, aunque muera en el
cuerpo, seguirá viviendo en espera de la venida del juez y remunerador supremo.
COMUNION
Corrió entre los hermanos la voz de que aquel discípulo no moriría: y no dijo Jesús: No morirá: sino: Quiero que permanezca así hasta que yo venga.
Corrió entre los hermanos la voz de que aquel discípulo no moriría: y no dijo Jesús: No morirá: sino: Quiero que permanezca así hasta que yo venga.
POSCOMUNION
Alimentados con manjar y bebida celestiales, suplicamoste. Señor, humildemente, seamos protegidos con la intercesión de aquel en cuya conmemoración los hemos recibido. Por el Señor
Alimentados con manjar y bebida celestiales, suplicamoste. Señor, humildemente, seamos protegidos con la intercesión de aquel en cuya conmemoración los hemos recibido. Por el Señor
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