17 de noviembre.
San Gregorio
Taumaturgo, obispo.
(†270)
(†270)
Epístola
– Sab; XLIV, 16-27; XLV, 3-20.
Evangelio
– San Mateo; XXV,14-23.
El gloriosísimo san
Gregorio, obispo de Neocesarea, llamado Taumaturgo, que quiere decir obrador
de milagros, nació en Neocesarea, en el Ponto Euxino, de padres nobles y
ricos, aunque gentiles. Habiendo aprendido las primeras letras, fué enviado a Alejandría:
y en el estudio de las ciencias filosóficas, le alumbró el Señor el alma, y
viendo la verdad de nuestra santa fe, la abrazó y se hizo cristiano. Aplicóse
después a las letras divinas, oyendo por espacio de cinco años las lecciones de
Orígenes. Volviendo luego a su patria, por muerte de su padre quedó heredero de
toda su grande hacienda; la cual vendió, y repartió el precio a los pobres, y
se apartó a una soledad. Pero extendiéndose por todas partes la fama de su
sabiduría y de sus virtudes, le buscaron con gran trabajo, para hacerle obispo
de Neocesarea. Estaba toda aquella tierra llena de templos dedicados a los
demonios: y en los bosques, alamedas y montes se les ofrecían abominables sacrificios;
mas el santo, con la grande virtud que tenía de hacer milagros, redujo tantos
gentiles a la fe, que al poco tiempo trataron de labrar un templo al Dios verdadero.
Pero como el lugar donde habían de edificarlo, de una parte quedase estrechado
por el río y de la otra por un monte, hizo el santo, con la virtud de su»
oración, que el monte se retirase cuanto era menester. Lamentábase también el
pueblo, de las enfermedades que causaban las aguas insalubres de una laguna que
allí había; y una noche fué el santo para hacer oración sobre esto, en la
ribera; y, venida la mañana, no pareció más la laguna, porque toda se había
convertido en tierra fértil y fructuosa. Bañaba aquella comarca el río Lico
llamado hoy Casalmac, muy caudaloso, que saliendo de madre, arrebataba árboles,
ganados y casas con los moradores; y acudiendo aquellos al santo para que los
socorriese en tan extremada necesidad, se encaminó hacia el río, y fijó en la
ribera el báculo que llevaba en la mano, y suplicó al Señor, que aquel báculo
fuese el límite del río; y así sucedió, porque aquel báculo se convirtió en un
árbol; y cuando más furioso venía el río, en llegando con sus aguas al árbol,
se detenía y volvía atrás. Levantóse en su tiempo la cruel y fiera persecución de
Decio contra la Iglesia católica; y juzgó san Gregorio, que lo que más convenía
a la gente era retirarse por entonces; y para poderlos ayudar más, él mismo huyó
y se fué con ellos a un monte, hasta que, pasada aquella tormenta, volvieron a
la ciudad. Supo poco después por revelación la hora de su muerte: y preguntó a
su diácono ¿cuántos gentiles quedaban en Neocesarea? Respondióle que había sólo
diez y siete. Y alabando Gregorio a Dios, dijo: «Diez y siete eran los cristianos
que hallé en ella cuando vine», y dichas estas palabras dio su espíritu al Señor.
Reflexión:
Bondadosísimo y misericordiosísimo
se mostró Dios en los numerosos y estupendos milagros, obrados a petición de su
fidelísimo siervo san Gregorio. Pero no menos lleno de bondad y misericordia se
nos muestra el Señor, cuando aflige a sus siervos, y los visita, por medio de
la tribulación. Es cierto que no siempre vemos los paternales designios del
Altísimo en nuestras tribulaciones: pero día vendrá en que podamos decir con el
profeta: «Pasamos por el fuego y por el agua, y nos sacaste al refrigerio.»
Oración:
Rogamoste, oh Dios todopoderoso,
que en la venerable solemnidad de tu bienaventurado pontífice y confesor Gregorio,
aumentes en nosotros el espíritu de piedad, y el deseo de nuestra eterna salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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